October 30, 2006

http://www.granma.cubaweb.cu/2006/10/30/cultura/artic01.html


The hidden face of the moon

 

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

 

The best thing about La cara oculta de la luna (The hidden face of the moon) was the disclosure of intense situations involving certain parts of Cuba’s present-day social intricacies. It was Cuban TV’s pending subject, happily settled by director ‘Cheíto’ González with the help of the Dramatizing Division, not without overcoming a bit of conceptual narrow-mindedness and deeply rooted atavism. There was widespread popular discussion about this soap opera, whereby people voiced their prejudices and nonconformities but ended up reflecting on and coming to terms with its fundamental statements. A step forward, no doubt.

 

Put the tab for what can be called into question on the insufficient artistic treatment of those realities, portrayed according to a scale ranging from too-much-of-this to too-little-of-that.
 

Truth be told, a number of production difficulties had a bearing on the articulation of this 121-installment-long serial, structured to fill up a big chunk of prime time on Cuban TV.

 

In its original radio script, author Freddy Domínguez had come up with a polyphonic story where various plots intermingled and made up a much more balanced mosaic of conflicts and solutions. On the small screen version, however, La cara... was broken up into five miniseries barely held together by the feeble resource of a confrontation between the main characters, an exercise that consisted of equal parts rhapsodic optimism and comiseration.

 

Yet, for all the factual and emotional asymmetry –noticeable in all the five stories– their statements could have been more far-reaching, just as the screen adaptation could have been deeper in style and sharper in its making.

 

The Manichaean harshness of Amanda’s story contrasts with the dramatic, controversial and touching elements of Yasser’s (regardless of the fair slap on the wrist that writer and essayist Reynaldo González gave to the victimization of homosexuals and their relationship with ‘culture’); the listless, middle-of-the-road saga about women’s infidelity told through an opera-like, Puccini-style narration of Leroy’s case, up to the bewildering culmination of its last approach, which took us back to soap opera-making’s most conventional tricks.

 

As a deus ex machina in the first four stories, AIDS worked like a straitjacket: the unavoidable faith that overshadowed both the richness of certain secondary, if much more passionate, plots and the seismic force of memorable characters such as those played by Enrique Molina, Míriam Martínez, Alina Rodríguez, Yasmín Gómez, Dianelis Brito, Tahití Alvariño and Blanca Rosa Blanco.

 

Not that attention should be drawn from a health problem and the much-needed awareness about its risk factors and social implications. It’s just that it should have been made without its oh-so-clear didacticism and predictable denouement. Tagging La cara... as an audience-educating production while reducing it to a mere moralizing, preventive fable did very little for TV fiction. The directors themselves hamstrung the narration every time they tipped the balance toward the disciplined fulfillment of that purpose.

 

But in spite of everything, La cara oculta de la luna will stay not only in the viewer’s mind but also in the very history of Cuban television as an opening act for new possibilities.

 

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http://www.granma.cubaweb.cu/2006/10/30/cultura/artic01.html


 

La cara oculta de la luna

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Lo mejor de La cara oculta de la luna estuvo en la exposición de situaciones álgidas que comprometen ciertas zonas del tejido social cubano de nuestros días. Esta era una asignatura pendiente de la Televisión Cubana, saldada con honestidad por su director Cheíto González con el respaldo de la División de Dramatizados, a partir de vencer limitaciones conceptuales y atavismos enraizados. El público discutió la telenovela, aireó prejuicios e inconformidades y terminó por asumir reflexivamente sus planteos fundamentales. Sin lugar a dudas, un paso adelante.

Lo cuestionable corrió por cuenta de un insuficiente tratamiento artístico de esas realidades, en una escala que transitó del desafuero a la banalidad.

Hubo ciertamente dificultades en la producción que incidieron en la desarticulación de la estructura de esta serie de 121 capítulos que llenó una larga etapa del espacio de la novela cubana en Cubavisión.

En su inicial versión radiofónica, su autor, Freddy Domínguez, concibió el relato como polifónico, en el que las diversas tramas se entrecruzaban, con lo que se configuró un mosaico mucho más equilibrado de conflictos y situaciones.

Al llegar a la pequeña pantalla, La cara... se desmembró en cinco miniseries, hilvanadas entre sí mediante el débil recurso de confrontar a los respectivos protagonistas en un ejercicio a medio camino entre el optimismo rapsódico y la conmiseración.

Pero aún así, contando con la asimetría factual y emocional de las cinco historias, podían haber sido más plenos los planteos, con una puesta en pantalla de mayor calado estilístico y más afilado rigor en la factura.

Contrastó la crudeza maniquea de la historia de Amanda con los ribetes dramáticos, polémicos y conmovedores de la de Yasser (a pesar del justo reproche del novelista y ensayista Reynaldo González sobre la victimización del homosexual y su relación con "la cultura"); la languidez de la saga intermedia sobre la infidelidad femenina, con una narración de resonancias operáticas a lo Puccini del caso de Leroy; hasta desembocar en el desconcierto de un último enfoque que nos remitió a la fórmula más convencional de los recursos telenoveleros.

El SIDA, como deux ex machina en los cuatro primeros relatos, funcionó a manera de camisa de fuerza, destino inaplazable que subsumió la riqueza de determinadas tramas secundarias mucho más intensas y la fuerza telúrica de personajes memorables como los interpretados por Enrique Molina, Míriam Martínez, Alina Rodríguez, Yasmín Gómez, Dianelis Brito, Tahití Alvariño y Blanca Rosa Blanco.

No se trata de que se obvie la focalización de un problema de salud sobre el cual se necesita una más elevada toma de conciencia de sus factores de riesgo e implicaciones sociales, sino de haberlo hecho de tal manera que no implicara didactismos evidentes ni desenlaces previsibles. Encasillar La cara oculta de la luna como una producción destinada a la educación de los telespectadores y constreñirla a mera fábula moralizante y preventiva, le hizo un flaco favor a la ficción televisual. Los propios realizadores empobrecieron la narración cada vez que cargaron la mano hacia el disciplinado cumplimiento de ese propósito.

Pero, a pesar de los pesares, La cara oculta de la luna quedará no solo en el imaginario del telespectador, sino en la propia historia de la TV Cubana como un acto inaugural de nuevas posibilidades.