El intenso debate sobre los despidos de tres de mis compañeros en este periódico deriva cada vez más hacia un tema más amplio: la función del periodista, y de forma más concreta la función del periodista exiliado.
No estoy de acuerdo con una defensa a mis colegas basada en el argumento de que representaban al anticastrismo dentro del periódico. Creo que hay que defenderlos porque no hicieron algo secreto ni que no se tolerara con anterioridad. La política, desgraciadamente, no puede quedar fuera de esta crisis. La politiquería, las exclamaciones patrioteras, los zafarranchos de combate en la supuesta defensa de la causa cubana sí. Las etiquetas sobran.
La polémica ha mostrado de nuevo que hay una distancia entre dos mundos, que se dan la mano pero no se abrazan en Miami. Digamos en líneas generales que uno de estos mundos es más cercano a Estados Unidos y el otro a Cuba y a una herencia hispana. Ninguno de los dos tiene una pureza tal que excluya por completo al otro, pero las diferencias entre ambos explotan en ocasiones. Estamos viviendo una de esas explosiones. Creo que como en tantas otras veces, volvemos a toparnos con una dualidad que sin remedio persigue a los exiliados cubanos. Somos a un tiempo parte importante de una comunidad en suelo extranjero --al que nos hemos incorporado y donde hemos formado hogar-- pero no dejamos de tener a flor de piel la sensibilidad del desterrado. Al tiempo que compartimos la soledad y esa sensación de extrañeza del exilio, disfrutamos de las posibilidades disponibles para una comunidad poderosa. También nos negamos a perder la etiqueta de exiliados, pero no renunciamos a las ventajas que brinda el país de adopción. Nos hemos acostumbrado tanto a nuestra ''vida norteamericana'', que tiene que ocurrir a veces algo que nos devuelva a la realidad, al origen que nos define como expatriados.
Hay un aspecto importante del vivir en Miami que nos otorga cierta ambigüedad problemática: somos y no somos. Sabemos que constituimos una comunidad con un gran poderío político y económico, pero no somos inexpugnables y mucho menos estamos a salvo de injusticias. Logramos defendernos con éxito, pero nos resulta muy difícil mantener un frente unido. A veces confundimos las prioridades y al final terminamos aislándonos.
En gran parte de las quejas y reproches, escuchadas en los últimos días hacia este periódico, se ha equiparado la cobertura noticiosa de lo que ocurre en Cuba con un periodismo de denuncia y activismo político, que contribuya al cambio del régimen castrista.
Creo que se trata de dos conceptos distintos. Una cosa es realizar una labor de denuncia y otra es informar al público. Pueden complementarse y unirse, pero tienen también que mantener su independencia. En el caso de lo que ocurre en Cuba, divulgar la verdad más simple ya es una denuncia. Sin embargo, no deben existir límites a la hora de hablar de lo bien y mal hecho, de criticar e indagar, tanto en la isla como en Miami, sin restricciones al amparo de que nuestra información pueda ser utilizada por el enemigo.
No todo el periodismo destinado a mostrar los desmanes causados por el gobierno de La Habana cumple los requisitos mínimos de calidad. Una parte de lo que en esta ciudad se escribe y dice en contra de Fidel Castro resulta reiterativo, cansón y aburrido, cuando se le analiza en función de la cantidad de información nueva que aporta. Ello no impide que estos materiales cautiven a un público ávido, personas deseosas de que a diario les cuenten lo mismo.
Cualquier grupo comunitario tiene necesidades similares. Los cubanos no son una excepción. Sólo que éstas se ven limitadas dentro de la sociedad en general. Son estos límites los que nos cuesta trabajo aceptar. Es también la existencia de una dictadura --que invade todos los campos de la existencia ciudadana-- lo que les resulta tan difícil de comprender a los que no comparten un igual origen.
Para los periodistas exiliados cubanos, con frecuencia es imposible atenernos a una frialdad analítica, un empeño objetivo muchas veces hipócrita, y un balance informativo que mezcla una opinión fingida o un intento de manipular con un testimonio sincero. En muchas ocasiones, somos más certeros cuando nos libramos de esa carga de limitaciones y nos parcializamos en favor de la justicia. Pero esto tampoco quiere decir que tenemos carta blanca para convertirnos en ''soldados de la pluma'', inclinarnos en favor de una causa y cuidarnos de que las informaciones que divulguemos siempre cumplan un fin patriótico. Porque un político puede ser además periodista, pero un reportero debe dejar la agenda política fuera de su libreta de anotaciones.