Dylan contado por Scorsese

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
http://www.granma.cubaweb.cu/2006/08/26/cultura/artic01.html

Una vez más hay que agradecer al Canal Educativo 2 la existencia del espacio Pantalla documental, que se transmite los martes a última hora, concebido y conducido por Octavio Cortázar. En medio de una programación en la que el género encuentra diversas vías de salida a veces dispersas y no siempre bien encauzadas, esta opción sobresale por dignificar el largometraje documental a partir de la proyección de las más valiosas realizaciones, muchas de ellas de reciente factura, en correspondencia con los nuevos aires de la vanguardia documentalística.

Tal fue el caso de la última entrega: No direction home. Producida en el 2005 por encargo de la PBS, canal público norteamericano, reunió en un mismo proyecto a dos nombres esenciales en sus parcelas creativas: el director de cine Martin Scorsese y el cantautor Bob Dylan, uno detrás de la cámara, el otro como protagonista.

No debe extrañar esta incursión por el registro documental de una historia relacionada con la música por parte de Scorsese (Queens, Nueva York, 1942). El autor de filmes de culto (Taxi driver, Toro salvaje y Casino) y polémicos (La última tentación de Cristo) había estrenado en 1978 El último vals, un excepcional testimonio del grupo de rock The Band.

Los vínculos entre el rock, el country y la contracultura norteamericana de los tempranos sesenta constituyen el núcleo esencial de No direction home y lo que, en definitiva, da espesor conceptual a la película, más que los descargos autobiográficos del Dylan que fue y sombra es. Mientras avanza el filme cronológicamente a la manera de un diario de aprendizaje —Dylan antes de Dylan, cuando se llamaba Robert Allen Zimmermann, un adolescente de Minessota que amaba el folclor musical de su país hasta que encontró a Woody Guthrie y el ambiente neoyorquino de Greenwich Village—, el espectador va armando la personalidad del cantautor con la ayuda de los testimonios complementarios de figuras clave de la época: el poeta beatnik Allen Ginsberg, los trovadores Liam Clancy, Pete Seeger y Joan Baez (tan decisivamente vinculada a Dylan), entre otras personalidades. Afloran días de cambio, de recuperación y desarrollo de una identidad cultural de honda raíz popular, contestataria y auténtica, en las antípodas de los designios de la industria del entretenimiento, que tienen un punto culminante en los festivales de Newport entre 1963 y 1965.

Entretanto, Scorsese intercala una filmación de un concierto ofrecido por Dylan en Newcastle, Inglaterra, el 21 de mayo de 1966. Del público le gritan "mentiroso", "traidor" y otros insultos. Un Dylan electrónico, secundado precisamente por The Band, se pasa a la escuadra del rock. Scorsese pone distancia, o mejor dicho, puntos suspensivos a la historia. El Dylan que sobreviene, tragado por la maquinaria mediática, asoma la oreja.

No es casual el gesto; el propio Scorsese nunca entrevistó personalmente a Dylan, sino utilizó el material proporcionado por sus manejadores. El cantautor, contradictorio, con cierta dosis de mitomanía, pero sincero, confiesa en un momento no haberse sentido identificado con quienes veían en él a un portavoz de su generación. Obviamente, su obra se había hecho más grande que el autor. Blowin in the wind y Like a rolling stone habían nacido para quedarse. A pesar del mismísimo Dylan.