El alcohol genera
violencia
Doctor JUAN E. SANDOVAL
FERRER, presidente de la Sección de
Alcoholismo y otras drogadicciones de la
Sociedad Cubana de Psiquiatría
El ser humano no es violento por naturaleza.
No obstante, la relación entre consumo de
alcohol y conductas violentas constituye un
problema social que a menudo tiene
repercusión legal, y se ha ido incrementando
en numerosas partes del mundo hasta, incluso,
ser asumidas por algunas personas y grupos
humanos como parte de la vida cotidiana, sea
en forma resignada o como expresión de
airadas protestas.
Aunque no hay una opinión
consensuada sobre el concepto de violencia,
en un sentido restringido y vinculado a la
salud mental podemos hacer referencia a
conductas en las que está presente alguna
fuerza física, coacción psicológica o moral,
ejercidas por una persona contra sí misma,
contra otras e incluso contra determinados
objetos, lo cual le ocasiona determinado
grado de daño o limitación en el ejercicio
de sus derechos o en la expresión de sus
potencialidades y desenvolvimiento personal.
A partir de este concepto es
fácil comprender la frecuente asociación de
distintas formas de violencia, intrafamiliar
o no, caracterizadas por maltratos físicos,
violaciones, abuso sexual, conductas
suicidas u homicidas; maltrato psicológico
que se manifiestan en ofensas, humillaciones,
prohibiciones para el ejercicio de derechos,
accidentes de tránsito o laborales.
También podemos incluir las
afectaciones en las relaciones
interpersonales con vecinos amigos e incluso
personas desconocidas; y otras
manifestaciones similares de agresividad
física o mental (muchas de las cuales pueden
llegar a la tipificación delictiva) con
variados grados de intensidad y
circunstancias, bajo los efectos de la
ingestión de bebidas alcohólicas.
El aumento del riesgo de
conductas violentas por el consumo de
bebidas al alcohólicas se produce por
factores multicausales que dependen de la
propia acción farmacológica del alcohol, de
las características del bebedor y de las
condiciones ambientales en que ocurre la
ingestión de esa bebida.
Los efectos del alcohol sobre
la estructura y el funcionamiento del
sistema nervioso central afecta directamente
la conciencia, la que nos permite razonar
sobre nuestra propia existencia y reflejar,
de manera adecuada, la realidad circundante,
por lo que el consumo de alcohol puede
promover alteraciones en las percepciones e
ideas de las personas que han ingerido esta
sustancia, lo que influye de modo negativo
en sus relaciones con los demás y en la
comprensión cabal de las circunstancias
vividas. También puede ocurrir desinhibición,
pérdida de control emocional, ruptura de
códigos ético-morales y de las buenas
costumbres de convivencia, lo que facilita
la aparición de la violencia.
Las características
individuales también actúan como moduladores.
Según la personalidad del consumidor de
alcohol, puede desencadenarse distintas
actitudes y estilos de afrontamiento ante
los eventos de la vida diaria: inestabilidad
emocional, agresividad, poca tolerancia ante
las frustraciones, pobre concepto de sí
mismo y baja autoestima, e incluso acentuar
determinados rasgos de la personalidad,
No menos importantes son las
condiciones ambientales en las que se
combinan el consumo de alcohol y las
personas con mayor tendencia a reaccionar
hacia las conductas violentas. La presencia
de otros sujetos que también han ingerido
estas sustancias, las aglomeraciones en los
sitios de expendio, los patrones
socioculturales que promueven la
intolerancia, la falta de confianza y la
incapacidad para el diálogo y la
comunicación armónica también constituyen
fuentes que favorecen la violencia.
Hay efectos producidos por el
alcohol que promueven la sobrevaloración y
seguridad en sí mismo del sujeto, lo que
unido al entorpecimiento en sus capacidades
de juicio y razonamiento, y al retardo en
los reflejos, constituyen una de las
principales causas de accidentes
automovilísticos y en puestos laborales de
riesgo, que son otras modalidades de
conductas auto y heterodestructivas
violentas.
El nivel de alcohol en sangre,
la severidad de la embriaguez y la
asociación con otras drogas psicoactivas
también marcan diferencias en la violencia
ejercida bajo los efectos del alcohol.
La proclividad a la violencia
influenciada por la ingestión de bebidas
alcohólicas se puede producir tanto en un
bebedor ocasional en estado de embriaguez
como en el estado habitual de un dependiente
alcohólico. Por tanto, beber cada vez menos
para no llegar a la embriaguez o no beber
será una invitación reflexiva protectora
contra la violencia y sus consecuencias.
Toda práctica en esta
dirección implica una garantía de
responsabilidad, cuidado de sí mismo y
promoción de una convivencia armónica,
segura, y sobre todo auténticamente más
humana. |