Prensa Latina
Orbe
7/18/2006 1:27:08 PM
Hollywood y las drogas
Primero estalló el escándalo de Wallace Reid, el
número uno del box-office (taquilla) de la casa Paramount, el
astro capaz de hacer soñar a todas las mujeres de su tiempo,
quien murió mientras estaba internado en una clínica por su
adicción a la morfina.
Ese mismo año, 1923, se estrena Ruinas humanas, interpretada por
Dorothy Davenport, la viuda de Reid, quien aparecía en la
pantalla junto a funcionarios municipales, estaduales y
federales de Los Angeles, en una franca revelación de las
interioridades de la venta de narcóticos.
La cinta, dirigida por John Griffith Wray, y en la que también
intervenían James Kirkwood y la vivaz Bessie Love, mostraba a un
abogado que se convierte en adicto a través de la amistad con un
médico morfinómano.
El filme tiene varias secuencias surrealistas, tan de moda
entonces, y en ellas se describe cómo el letrado depende de los
estupefacientes y su lucha por vencer el hábito. El vendedor que
le suministra la droga, por su parte, está simbolizado (mediante
una doble exposición) por una hiena que le ronda como una sombra
tenebrosa.
Al final, el abogado logra la cura cuando su esposa simula que
ella es adicta también. Y él, en su carácter de jurista de la
Oficina de narcóticos, aplasta a los traficantes.
La noche del estreno, en Nueva York, Dorothy Davenport habló al
público de la temprana desaparición de su esposo, muerto a los
30 años de edad en plena gloria, y quien en sus películas había
personificado siempre al joven norteamericano típico.
?Tengo la esperanza ?dijo a los presentes? de que el filme
resulte ejemplarizante y que el mensaje que encierra se reitere
para bien de nuestra juventud.?
Sin embargo, no sucedió así. Por aquellos días, la industria del
cine estaba decidida a ?limpiar la casa? luego de otros
escándalos ?como el asesinato misterioso del director William
Desmond Taylor o la muy divulgada orgía del gordito Roscoe Fatty
Arbuckle en la que murió una joven modelo? y estableció la
Asociación de Productores y Distribuidores de Cine, cuyo
presidente, Will Hays, promulgaría su famoso Código de censura,
ideado para aplacar a las ligas guardianas de la moral que
culpaban al cine de la corrupción juvenil.
Dicho reglamento, en uno de sus apartados (Crímenes contra la
ley) estipulaba que se evitaría presentarlos en forma que
significara simpatía hacia el crimen y pudiera inspirar en los
demás un deseo de imitación. En el acápite 3 señalaba que ?el
tráfico ilegal de drogas no será nunca presentado?.
De esta manera, el tema permaneció tabú durante varios años.
Solo en 1948 se pudo tratar, gracias a una dispensa especial de
las autoridades del Código, en la cinta Hasta el fin del mundo,
de Robert Stevenson, un excelente thriller protagonizado por
Dick Powell y Signe Hasso, que narra cómo un agente del
Departamento del Tesoro descubre y desarticula una banda que
controla el tráfico internacional de drogas.
El filme fue un paso importante pero algo faltaba. y es que
ninguna película podía mostrar al adicto atrapado en su
laberinto. Se prohibía presentar al transgresor en el momento de
usar las drogas. Y esto se mantuvo así hasta que apareció El
hombre del brazo de oro, de Otto Preminger, en 1955.
Por primera vez el personaje central (Frank Sinatra) es un
adicto y la cinta lo muestra en el acto de consumir la droga.
Aquello, por supuesto, no agradó a las autoridades que aplicaban
el Código y se negaron a dar el sello de aprobación, aunque eso
no impidió que los dueños de los cines exhibieran la cinta y que
llegara a ser, incluso, un éxito de taquilla.
SE PRODUJO EL CAMBIO
Entonces se produjo el cambio. Ante la abrumadora competencia de
la televisión y la afluencia de películas extranjeras con temas
realistas, Hollywood comprendió que se avecinaba una tormenta
económica y la nave del cine se iría a pique. Como
consecuencia, muy pronto se modificó el Código para permitir un
enfoque más cabal del asunto de las drogas y de otros temas
prohibidos.
Así aparecieron cintas como Delirio de locura, de Nicholas Ray;
Cuando la bestia ruge, de André de Toth; y El ansia perversa, de
Fred Zinnemann.
Es decir, la historia de un maestro atrapado por la cortisona,
de un ex campeón de boxeo adicto a la morfina y de un herido de
guerra habituado a las drogas fuertes.
Finalmente, en 1965, fue abolido el Código Hays y Hollywood se
vio obligado, para mejor o para peor, a cruzar su Rubicón y
tirar los dados. Fue el fin de una era y el comienzo de otra que,
según las esperanzas de la industria del cine, traería el
retorno de la prosperidad.
Las cintas sobre los estupefacientes se hacen desde entonces más
frecuentes y llegan a constituir un subgénero, lo cual provoca
que ciertos productores que explotan los temas del momento
tengan la posibilidad de desplegar una actividad enorme con la
contracultura del mundo de las drogas.
Aparecen cintas como Pánico en Needle Park, de Jerry Schtzberg,
con Al Pacino y Kitty Winn, relato sobre el destructivo estilo
de vida de los jóvenes adictos; Viaje hacia el delirio, de David
Green, en la que vemos que las familias de clase media no son
inmunes a la droga. O Cree en mí, de Stuart Hagmann, con Michael
Sarrazin y Jacqueline Bisset.
El resto es historia reciente. Como Traffic, de Steven
Soderbergh, ganadora de cuatro Oscar. O la muy anterior,
Contacto en Francia, de William Friedkin, que obtuvo cinco. |