Copa Mundial de Fútbol Alemania 2006

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La otra cara del Mundial

¡Qué final entre corruptos y xenófobos! 

GERMÁN GONALDI

El resultado ya lo conocen. Chocaron la azurra, salpicada por influencias mafiosas, y los bleu discriminados por su color de piel. Pero ganaron las alemanas Adidas y Puma.

La final del Mundial fue también entre los consorcios Adidas y Puma.

Ni hubo fumata blanca pero si hubo campeón, ustedes ya lo conocen. Sucedió el domingo. Finalizó una edición más del mayor negocio deportivo del planeta. Otra vez los victoriosos festejaron sus galones, pero, en realidad y desde esa otra cara del Mundial que hemos tratado de retratar en sucesivos artículos, el resultado póstumo constituyó solo una anécdota.

Para el lector desprevenido o algún marciano que haya aterrizado hace cinco minutos en la Tierra y no entienda bien lo que está pasando en este lado del Universo, le contamos que el campeón surgió de dos viejas potencias europeas: la Francia que en su famosa Revolución proclamó "libertad, igualdad y fraternidad" para todos los pueblos del mundo, y la Italia heredera —en pequeña escala— del gran Imperio Romano de Occidente.

Las dos naciones que gozan de gran reconocimiento a nivel político, histórico, económico, turístico y otras yerbas, representan dos estilos de juego bien definidos. Cuando hablamos de juego no solo es por la forma de parar sus jugadores en la cancha, la táctica y la estrategia, el famoso catenaccio italiano o el juego ofensivo francés.

Nos referimos a cómo aquellos jugadores que salieron a la cancha y aquellos que esperaron ansiosos en los bancos de suplentes expresan o no a sus sociedades, su respectivo funcionamiento, sus mecanismos de poder.

Si somos mal pensados, tendríamos que concluir que la corrupción que envolvió a dos de los clubes más importantes de Italia y a la mismísima selección azurra, es propia de la vida política y cotidiana italiana.

En otras notas de esta misma serie mundialista hemos desarrollado las aceitadas relaciones entre dirigentes italianos y de la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) y cómo algunos jugadores de Italia están implicados en caso de sobornos y arreglos de partidos en la liga local.

También algunos de ellos llegaron al Mundial por este círculo de corrupción; hasta hace pocos días el espacio dedicado al escándalo en los diarios de Italia superó a la buena marcha del Mundial. Una resolución de la justicia está a punto de mandar a la poderosa Juventus a jugar a la Serie B, pero ninguna, lógicamente, tocará a la selección que disputó la final con los galos, nada menos que en Berlín, mientras los teutones dueños de casa se murieron de rabia viendo que el festejo supremo fue para otros.

Francia, sin casos de corrupción a la vista (aunque también tuvieron lo suyo: ¡se acuerdan del socialista Bernarda Tapie y su Olímpico de Marsella, también fraudulento!), sufre de otro mal que la FIFA intentó desterrar de los estadios, pero no ha podido.

Hablamos sobre xenofobia y discriminación racial. El seleccionado francés dirigido por Doménech (hijo de españoles) está conformado por 16 jugadores negros o afrodescendientes, y solo siete futbolistas son blancos; sus principales figuras, Zidane y Henry, son franceses hijos de inmigrantes de Argelia y la isla caribeña de Guadalupe, respectivamente. Cuatro de sus integrantes nacieron en otros países: Makelele en la república del Congo, Boumsong en Costa de Marfil, Vieira en Senegal y Maloudá en la Guayana francesa.

Este mosaico de nacionalidades y de orígenes provocó que el político ultraderechista Jean Marie Le Pen declarara al diario L Equipe que los franceses no se sienten "completamente representados" por su selección porque "quizás" el director técnico "ha exagerado la proporción de jugadores de color".

Le Pen es un político que ha hecho de la xenofobia una bandera partidaria y tuvo en las elecciones del 2002 un buen caudal de votos en las urnas. Es la expresión que, larvada y oculta pero próxima a salir a la superficie en cualquier momento, está presente en la sociedad francesa.

Quien le contestó al admirador de Hitler fue el moreno zaguero central de la "blue", Lilian Thuram: "Lo que me sorprende es que hace ya bastantes años que esta persona se presenta a las elecciones presidenciales sin conocer la historia de Francia", aseguró, demostrando un saludable grado de madurez política y añadió, que "si alguien le ve, que le diga que el equipo de Francia está muy orgulloso de ser francés, y si tiene algún problema con el hecho de que seamos franceses, nosotros no. ¡Viva Francia, pero no la Francia de Le Pen!".

Claro, sería bueno que un fontanero, un obrero de la construcción, un estudiante o un desocupado tengan las mismas posibilidades que en Francia —y en toda Europa— le dan a los futbolistas estrellas para conseguir con premura sus nuevas nacionalidades. ¡Pero qué desprevenidos que somos!, si los trabajadores están en el negocio del fútbol solo como consumidores y para ellos no necesitan pasaporte comunitario.

Pero las diferencias también se expresan a nivel del Estado francés. A finales del año pasado miles de jóvenes empobrecidos, la mayoría inmigrantes o hijos de inmigrantes de las márgenes de París iniciaron una violenta protesta quemando coches e instalaciones de "los blancos" por más de dos semanas, en represalia al maltrato social que los adolescentes sufren por parte de las autoridades, adolescentes esos que en los papeles tienen los mismos derechos que el resto de los franceses, pero en los hechos son discriminados y criminalizados.

En esa oportunidad fueron reprimidos brutalmente por la policía enviada por el ministro del Interior Nicolás Sarkosy, quien los calificó como "la escoria canalla de los barrios periféricos". Dos muchachos muertos huyendo de los uniformados fue el detonante del estallido que conmovió Francia.

En el festejo popular por la llegada gala a la final, ante el Arco del Triunfo el último miércoles, muchos de los ciudadanos que se consideran franceses pero no olvidan su origen árabe, tunecino, marroquí o caribeño expresaban que el triunfo de su selección en Alemania debería ser un ejemplo de integración social para el gobierno conservador del presidente Jacques Chirac.

Los que no discriminan, al menos a la hora de hacer negocios son las dos marcas deportivas transnacionales que se "enfrentaron" el pasado domingo, Adidas y Puma; ellas jugaron su propio partido, muy lejos del honor y la gloria futbolística.

Mueven miles de millones de dólares en todo el planeta al ritmo de la globalización, el "marketing", la inoculación de mensajes propagandísticos y sus relaciones con el organismo que maneja el deporte más popular del mundo, la FIFA.

Adidas, que vistió al equipo francés, y Puma, que proveyó de indumentaria a los italianos, son —¿casualmente?— empresas de origen alemán. De hecho el enfrentamiento será netamente "familiar" ya que los hermanos Dassler son los fundadores de esas firmas.

Luego de la semifinal en que los galos superaron a Portugal unas 500 000 casacas se vendieron en Francia, algo similar ocurrió en la península Itálica, sin contar las millones que están en las vitrinas y en los cuerpos de los fanáticos de cualquier lugar del planeta. Es que tener la ropa de los "ganadores" es algo que siempre da prestigio; lucir el número 10 del romano Francesco Totti o el 12 del moreno "Titi" Henry puede hacer hasta que una patadura con la pelota en los pies se sienta un miembro más del Monte Olimpo junto a Zeus, Maradona, y Pelé.

(Tomado de Rebelión)