EXPRESO CUBANO A MANHATTAN (II)

http://www.lajiribilla.cu/2002/n52_mayo/1319_52.html

Intento fructuoso de enlazar la cultura cubana y latinoamericana con el cosmopolitismo neoyorquino, el Havana Film Festival, en su tercera edición, significó otra fresca pincelada de color y fragor cubano a los habituales rigores del verano en La Gran Manzana Pero no solo el cine cubano estuvo de plácemes. También la música.


Joel del Río|
Nueva York
Enviado Especial

Películas cubanas de antes y de ahora: Miradas, Miel para Oshún y Video de familia junto a Manuela, El siglo de las luces, Mujer transparente, Quiéreme y verás y Las doce sillas, fueron exhibidas con éxito considerable de público y crítica en la tercera y más reciente edición (abril 18 al 27) del Havana Film Festival de Nueva York. Lo de “éxito considerable” es algo más que una frase complaciente para rellenar un lead, porque en términos concretos nuestros filmes encontraron un espacio modesto, generoso y aprovechable en el mismo corazón de una ciudad cuyos periódicos consagraban sus primeras planas al escándalo de los prelados pedófilos, y sus espacios de promoción cinematográfica al inminente estreno de Spider Man. Particularmente, Miel para Oshún y Video de familia provocaron cordiales aglomeraciones y cines colmados en las varias ocasiones en que se exhibieron, amén de los debates apasionados, las interrogantes prestas, y sobre todo la emoción que desataron ambas cintas en muchos hispano-neoyorquinos presas de la nostalgia, de la necesidad del reencuentro o de la voluntad de aflojar tensiones y apostar por la comprensión.

Humberto Solás

 

Las películas de este Festival, no competitivo, encontraron sede en los muy céntricos Clearview Cinemas, en el Cantor Film Center o en el Bronx Museum of the Arts. Los encuentros, recepciones y coloquios acontecían regularmente en el prestigioso National Arts Club, de Gramercy, y los cincuenta filmes de doce países incluidos largos y cortometrajes de ficción, documentales y animados se exhibieron durante nueve días, y se diseminaron por cuatro importantes avenidas de Manhattan, una del Bronx y otra en Queens, asentamientos donde radica la mayor parte de las diversas comunidades latino-neoyorquinas, público natural, que no el único, de este evento.

La inauguración tuvo lugar precisamente en el Clearview Cinema, de la Calle 59, con Miel para Oshún, que provocaría amén de las colas en sus varias exhibiciones súbitos estallidos de emoción, lágrimas y muy favorables comentarios del público. Al fin y al cabo, mil veces ha dicho su director que intentó realizar no más que una película sencilla, emotiva y popular. Con creces vio cumplidos sus objetivos también en Nueva York. Cuando le preguntaron sobre el significado del título del filme, aclaró que “los cubanos practicamos sin problemas una religiosidad que funde, y confunde, el catolicismo, las creencias africanas y el espiritismo. Entre los creyentes, la miel es señal de aprecio a Oshún, sincretizada con la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Por tanto, el título viene a ser una invitación a endulzar la nación, mientras la trama de la película detalla un viaje a la identidad, a las raíces, un viaje que culmina precisamente en Baracoa, la villa primada. El filme propone la unidad de todos los cubanos, los de afuera y los de adentro de la Isla, y más que todo exalta la solidaridad  y el arraigo a la cultura, a la historia, al patrimonio, como valores imprescindibles a cultivar por los cubanos de adentro”.

La obra de Humberto Solás fue uno de los ejes temáticos del Festival, pues además de que la inauguración se consagró a su más reciente filme, el célebre director cubano recibió también el homenaje del evento mediante la exhibición de Manuela (aquí la honra se hizo extensiva a sus protagonistas Adela Legrá y Adolfo Llauradó) y de El siglo de las luces, la grandiosa y fidelísima versión de Carpentier a la que, de seguro, le llegará su momento de revalorización a todos los niveles. En el homenaje que le dedicaran, Humberto Solás hizo gala de su proverbial e insondable cultura, al reconocer que “en algunas etapas he sido incomprendido, incluso vilipendiado por algunos, ahora se prefiere la exaltación de mi obra, que no es más que el resultado de mi personal obsesividad, fe, tozudez y  también del coraje, de mi fidelidad a iconos culturales como José Martí, Lezama Lima, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Servando Cabrera Moreno y Wifredo Lam”. Una extensa entrevista con el director, referida a todos estos tópicos, ocupó más de media página en la sección cultural de The New York Times el 18 de abril, pero no solo participó Solás en su condición de clásico vivo, sino que también con concentró la atención en los debates sobre cine-literatura y en el relativo al impacto de las nuevas tecnologías (“las cámaras digitales para el cine latinoamericano marcan la diferencia entre tener algún cine y no tener absolutamente ninguno”) y, además, presentó formalmente el Festival de Cine Pobre, que él preside, y que tendrá la primera edición en Gibara, durante el mes de noviembre.

Junto al consagrado, los cineastas noveles. Tal parece haber sido la divisa de Carole Rosemberg y Pedro Zurita, directores ejecutivos del Havana Film Festival a la hora de conformar un evento que alcanza cada vez una presencia más nítida y definitiva en la inabarcable marea de opciones culturales neoyorquinas. La obra de Solás alternaba en los predios festivaleros con la Enrique Álvarez (Miradas), Humberto Padrón (Vídeo de familia) y Ian Padrón (Motos), mientras la prensa se disputaba la conversación con Adela Legrá y Enrique Molina, o reconocía “en vivo” el rostro, y las opiniones, de las protagonistas de Miradas (Jacqueline Arenal, Raquel Casado).

Humberto Padrón

Los cineastas e intérpretes cubanos asistieron a numerosos encuentros con la prensa y el público que resultaron nobles y emocionados, otros fueron tensos y provocativos. Por ejemplo, a Humberto Padrón, el joven realizador de Vídeo de familia, (un mediometraje inspirado en el estilo del movimiento danés Dogma 95, que contiene la filmación “realista” de un video-carta a un emigrado) le preguntaron si su película estaba a favor de los cubanos que decidieron permanecer en la Isla, o de aquellos que optaron por el exilio en Estados Unidos. Sin inmutarse en lo más mínimo, totalmente convencido de lo que decía, respondió que él y su película no estaban en contra de nada ni de nadie, pero sí muy a favor de la familia cubana, de la comprensión, del acercamiento, de la tolerancia y la aceptación, pues como ya se sabe, esta obra no solo se refiere a la relación emigrados-residentes en Cuba, sino que también aborda temas como el homosexualismo, la rigidez y la doble moral. 

En el National Arts Club, un hermoso edificio en Gramercy, acogedor y victorianamente decorado, ocurrió el Encuentro con los directores, donde cualquiera que fuera el enfoque de las interrogaciones, terminó discutiéndose sobre los caminos y el futuro del cine latinoamericano. El chileno Sergio Castilla (Te amo Made in Chile) apuntó el desconocimiento que existe en nuestros países respecto al cine que realizan los vecinos de cultura muy similar, con lo cual se genera un desconocimiento de la identidad semejante que en nada contribuye a fortalecer la propia; el colombiano Lisandro Duque (Milagro en Roma, Niños invisibles) lamentó la reducción de fondos para el cine generada por el conflicto que vive su país, y a renglón seguido sentenció que las coproducciones con países europeos significan la desnaturalización del cine nacional mediante productos que catalogó de “excrecencias continuadoras del mito del buen salvaje”.

Al respecto, Solás discrepó, pues según su parecer, la coproducción es una fórmula que puede contribuir con las pequeñas cinematografías latinoamericanas, pero su resultado artístico final depende de la eticidad del realizador, y de su capacidad para negarse verticalmente a toda concesión simplificadora. Eliseo Subiela (El lado oscuro del corazón, Las aventuras de Dios) esbozó un panorama del cine argentino insistiendo en la diversidad de estilos, generaciones y propósitos, pero no eludió el hecho de que ahora mismo se ha estrangulado una gran cantidad de proyectos de los más jóvenes, y que una buena parte de las películas nacionales no llegan siquiera a ser estrenadas. No obstante, el autor de Hombre mirando al sudeste expresó su voluntad de sumarse a las nuevas tecnologías abaratadoras del proceso productivo con tal de continuar el cine latinoamericano, como excepción cultural, al modo en que lo han entendido sus grandes creadores.

Las intermitencias y manquedades de nuestras cinematografías, según el argentino-mexicano Fabian Hofman (Pachito Rex), tienen que ver más con las crisis económicas y con el empobrecimiento generalizado, que con los efectos de Internet y de la globalización, en tanto el brasileño Renato Falcao (La fiesta de Margarita) asoció la endeblez del cine en su país a la carencia de un sector empresarial fuerte y competitivo que lo apoye sostenidamente en términos de distribución y comercialización, pues las películas salen como proyectos personales, éticos de sus autores, sin el apoyo de una infraestructura publicitaria, lo cual les impide competir en buena lid con las superproducciones norteamericanas, por más que les interese al público local. Los cubanos Enrique Álvarez (Miradas) y Ian Padrón (Motos, Luis Carbonell después de tanto tiempo) insistieron, el primero, en la necesidad de recuperar ese aliento mítico, esa energía para perseguir la utopía que caracterizaba nuestro cine en los años sesenta, mientras Padrón compartió con el público tres sentencias: se recurre demasiado a las justificaciones para no hacer cine, hay demasiado interés en impresionar al mundo fuera de nuestras fronteras, y se piensa demasiado en el futuro y muy poco en el presente, en hacer las obras que demandan el aquí y el ahora.

De  Cuba,  no solo cineastas y actores convirtieron la primavera  neoyorquina en una  estación todavía más pintoresca y cosmopolita. Junto con las imágenes, en una convergencia casual, arribaron también a Nueva York importantes músicos nuestros. Amaury Pérez (catalogado por los fundamentalistas de Miami, junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés como uno de los tres artistas más “fusilables” y “asesinables” de la Isla) alcanzó impresionante éxito en su concierto único En un rincón del alma... Acuérdate de abril, junto con Alberto Cortez, en el repleto teatro United Palace, de Broadway. Esta presentación de ambos hacedores de la llamada Canción Pensante, desbancó en taquilla la presencia simultánea de Christian, Talía y Ricardo Montaner, todos estos reunidos el mismo día y hora que Cortez-Amaury, pero en el Madison Square Garden. El autor de canciones como Acuérdate de abril y Dame el otoño fue entrevistado por varias cadenas de radio y televisión latinas, como Telemundo y Univisión, y si bien no abundaron las interrogaciones sobre su obra, su poética, o la manera en que entiende la música pop, en alguna de tales comparecencias no faltaron preguntas frívolo-ridículas estilo ¿es usted jefe de protocolo de Fidel Castro?, o ¿usted y su amigo Fidel hablan de mujeres cuando se reúnen? Pero en general, según me relató el mismo Amaury, hubo mesura, amor por Cuba y ansias de conocer mejor la verdad de la Isla. Pocas horas antes que Amaury, también habían inundado la atmósfera neoyorquina Ibrahim Ferrer y Chucho Valdés. El primero se entronizó en el Beacon Theatre, Chucho ya es un habitual del famoso club jazzístico Blue Note.

Los American Friends de la Ludwig Foundation of Cuba (organizadores del Havana Film Festival), todos los amantes de la hispanidad en general, y de lo cubano en particular, tuvieron acceso a una primavera neoyorquina con las cuatro esquinas confirmadas a fuerza de cercanía, arte y buena voluntad.