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La Habana,
marzo 17
de 2006
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La visita de los muertos
a la ciudad de los vivos |
Individuos fallecidos durante el gobierno zayista,
al visitar ahora la ciudad de sus desventuras o de
sus atracos la encontraban rápida y totalmente
cambiada en muchos de sus aspectos.
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¿A qué
hora ocurriría el suceso extraordinario? No puedo
precisarlo, pero lo cierto, lo que no me ofrece dudas de
ninguna clase, es que la visita tuvo lugar, y que un
grupo de muertos abandonó por breves horas el Cementerio
de Colón y se internó en la ciudad, recorriéndola
curiosamente.
Todos, parece eran muertos recientes, de un año a lo más,
ya que algunas personas que me han dado fe del suceso
afirman haberles oído repetidas exclamaciones de asombro,
como éstas:
–¡Parece increíble el cambio tan rápido que se ha
realizado!; ¡quién lo iba a pensar, en tan poco tiempo,
cómo ha variado! ¿Recuerdas cómo estaba esto hace unos
meses?
Eran individuos fallecidos durante el gobierno zayista
que al visitar ahora la ciudad de sus desventuras o de
sus atracos la encontraban rápida y totalmente cambiada
en muchos de sus aspectos.
–¿Qué es esto? –exclamó uno de los muertos– ¿Palacio?
¡No lo conozco! Y eso que fui visitante diario. ¿Dónde
están los chivos y las botellas que
pululaban por sus salas, corredores y cuartos? ¿Y las
conversaciones sobre negocios realizados o por realizar?
¿Y las rencillas solariegas que a veces estallaban con
gran escándalo y diversión de policías y sirvientes? ¿Y
las visitas de Crowder presentando memorandums y
notas, pacientemente soportados, con tal de
seguir medrando, que constituyen el baldón más grande
que como INRI ha podido ostentar un gobierno, ya
que en ellos se le acusaba claramente de falta de
honradez? ¡Y todavía el hombre del auto-estatua ha
pretendido hacerle creer al público que él acabó con la
ingerencia y restauró las libertades públicas! Si la
ingerencia terminó entre nosotros fue por causas ajenas
a la voluntad y actitud de ese Presidente; fue por el
cambio realizado en la política exterior norteamericana,
no solo en lo que se refiere a Cuba, sino también en
Santo Domingo, Nicaragua y otras Repúblicas. El auto-homenajeado
con la estatua se sometió a todas las imposiciones del
General Crowder, ante el temor de no seguir disfrutando
la breva presidencial, llegando en su sometimiento a
cambiar completamente un gabinete y nombrar otro,
visado por Crowder... Pero divago. Sigamos nuestro
camino.
–Mira: la Audiencia, los juzgados, el Supremo. Ayer
reinaba aquí el cohecho, la prevaricación, el abuso a
los infelices, el dinero y las influencias usados como
el más formidable considerando para decidir una
sentencia... Hoy, jueces y escribanos, empapelados,
magistrados acusados, sujetos a inspecciones o próximos
a ser jubilados... para salir de ellos. Males que se
acaban y otros en vías de terminarse.
–¿Ves el Presidio?... ¡Pero si los presos comen y se
visten ahora! ¿Habrán aumentado el presupuesto?
–No; han suprimido los robos y los abusos.
–Y han acabado también con los indultos.
–¿Con los indultos? ¡Pero si ese era uno de los mejores
negocios en nuestra época!
–¿Y esas dragas y lanchones junto al Morro? Tal vez
vayan a venderlo... Milagro que al Presidente de la
auto-estatua no se le ocurrió ese negocio.
–¿Vender el Morro? No; están dragando el puerto. Y van a
hacer avenidas y paseos y parques y edificios públicos.
–¡Claro, eso deja margen. Acuérdate lo que le dejó a...
–Chitón. No te vayas de la lengua, ni la hagas la
competencia a Alberto Lamar. ¿Margen? Secretarios y
contratistas que comían piedras y hasta carreteras y
puentes, ya eso pasó. Hoy creo que han puesto al frente
de la Secretaría de Obras Públicas a aquel escritor que
leíamos tanto de niños. ¿Te acuerdas? Julio Verne. Y
tiene proyectos fantásticos. La carretera central, el
Capitolio, grandes palacios, hospitales, ¡qué se yo
cuántas cosas! Figúrate que hasta se propone que el
Acueducto de Albear le dé agua a La Habana.
–¡Qué va; eso sí que no lo creo! Sería un milagro
demasiado grande...
–Y las calles ya se barren y se riegan. Y en breve las
basuras no adornarán a prima noche, a la salida
de los teatros, las aceras y las calles. Se van a
recoger en carros cerrados, a toque de campana...
–Mira; eso sí merece una estatua.
–No te parece –exclamó un muerto vivaracho y corretón–
que en lugar de estar dando vueltas y más vueltas, nos
fuéramos a echar una partidita de poker o a tirar
la bolita.
–¿Jugar? Para que nos metan en chirona. Ni te ocupes,
viejo. Hoy es muy difícil.
–¿Y...? ...tú me entiendes.
–Casi imposible. Todas han entrado a monjas.
–Pero, viejo, esto me está resultando más aburrido que
el propio cementerio. Y, allí mismo, este año, el día de
los difuntos, suprimieron aquellas juergas y
rascabucheos que tanto nos divertían en nuestra soledad
y abandono. Vámonos a un cine. Puede que nos toque una
buena chiquilla cerca...
–Y si te extralimitas, cargan contigo.
–Pero, bueno es lo bueno, más no lo, exagerado. ¿Esta
pobre gente que vive hoy en la Habana dónde se
expansiona? Y a los turistas, ¿con qué diversiones se
les va a atraer?
–Mira; a mí no me preguntes esas cosas. Ni tú tampoco te
preocupes. Nosotros no somos de este pueblo.
Vámonos a Colón.
–¿A la calle de Colón?
–No, hombre, al cementerio.
Y en tropel, allá se dirigieron los muertos. Y todos
ellos fueron sepultándose de nuevo en sus tumbas. Solo a
uno le fue imposible entrar en el hueco estrecho de la
sepultura. ¿Habían crecido o engordado sus huesos? No;
era un palaciego de los más íntimos del hombre de la
auto-estatua, que, al descuido y no pudiendo olvidar
costumbre inveterada, al pasar por el Parque de Maceo,
había cargado con un tinajón y una rana y se las
llevaba para su casa, sin acordarse de que ya no
habitaba en aquel espléndido chalet, fruto de sus
ahorros, sino en una tumba, «estrecha, húmeda y fría»,
que diría cualquier poeta laureado en juegos florales. Y
el pobre, tuvo que dejarlos fuera del sepulcro. ¡Fue
aquel el mayor dolor de su vida! ¡tener que abandonar
algo, producto que su habilidad! Era la primera vez que
le ocurría esa desgracia.
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http://www.opushabana.com/noticias.php?id_brev=492
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Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad
desde 1935 hasta su deceso en 1964.
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