LA jIRIBILLA
A COMMITTED Artist
An episode in Siqueiros’s life
Lisandro Otero •
Havana
The year
1968 started with the Culture Congress in Havana, attended by 483 foreign
participants including prominent people like Julio Cortázar, Roberto Matta,
Jules Feiffer, Antonio Saura, Blas de Otero, Ives Lacoste, Michel Leiris,
Edouard Pignon, André Pieyre de Mandiargues, Vasarely, Siné, Giulio Einaudi,
Arnold Wesker, Luigi Nono, Giangiacomo Feltrinelli, Francesco Rossi, Aimé
Cesaire, David Alfaro Siqueiros, Hans Magnus Enzensberger, Mario Benedetti
and Roman Karmen, as well as a substantial representation of intellectuals
from Asia, Africa and the then-called socialist countries.
Before the Congress there was a Preparatory Seminar in one of the beach resorts west of Havana, where it became manifest that tension and conflicting trends among the various cultural sectors had increased. There were heated discussions about the number of guests at the seminar: each organization was vying for the largest number of members from its tribe. Fierce rivalry for cultural hegemony underlay the event: the old clashes were still there, only with new contenders.
The Seminar became a battlefield. An astonishing unity of surrealists, Trotskyists, communists, Catholics, guerrillas, pacifists, Masons and Freudians to proclaim that the key conflict of our times is between the Third World and imperialism was the most important legacy of Havana’s Cultural Congress. These men of thoughts and creation would provide the new avant-garde called to overthrow the traditional structures and replace them with innovative procedures. Yet, the invasion of Czechoslovakia put paid to this alliance. As detached and restricted as it was, the stance taken by the Cuban government led to relations being broken off. The Culture Congress in Havana died seven months after its birth.
Not that it was meager in colorful incidents. One of such developments helped me make friends with one of Latin America’s great painters, David Alfaro Siqueiros. A cultural complex was opened at a downtown corner in Vedado, its foyer decorated with a mural painting made by the eminent French artist Pignon.
On opening night, as the front steps crowded with guests waiting to go in, I saw French-Egyptian poetess Joyce Mansour approaching the first rows. I knew her, for I had personally invited her in Paris at a suggestion of Jean Pierre Faye and the Tel-Quel group. They had told me she was immensely rich and lavished her fortune among genuine creators, so her patronage made her appealing. At the time she struck me as a little delirious, her ravings bordering on overblown surrealism. Beside her, Matta the painter looked like a prodigy of reasonable self-control.
Ms. Mansour moved behind Siqueiros, gathered up some impulse and kicked him hard while she yelled, “This is for Trotsky!", referring to the failed assassination attempt in which the Mexican painter took part. Siqueiros turned around in surprise, but his astonishment lasted only a few seconds. Used to all kinds of scandals and challenges, he rapidly assembled a political rally where he called his attack an imperialist provocation. Amid discreet laughter and shy getaways by those reluctant to get involved in quarrels of old, the incident finished as the opening act began.
That evening I treated Siqueiros and his wife Angélica Arenal to dinner to try and make him forget the insult. Siqueiros said nothing about the episode, behaving as if it had never happened. As a first course, they ordered noodle soup. Siqueiros filled his spoon to the brim, in such a way that every time he took it to his mouth a few drops would drop onto the dish and splash his tie. Angélica reprimanded him: "David, be careful about your tie!" Unmindful of her endless warnings, Siqueiros kept on eating his soup and sprinkling his garment. On her third objection, a laid-back Siqueiros took off his tie and dipped it into his soup until it was soaked, then put it aside, grabbed his spoon once again, and continued sipping the soup impassively as he asked his wife: ‘Will you relax now?’
Such feature of his character made him definitely likable to my eyes. Seven months later I arrived in Mexico and called him right away. He invited me to visit him in Cuernavaca, where he was about to finish the mammoth metal structures of the Poliforo in a vast empty space next to his residence with the help of a team of assistants.
Siqueiros embodied the committed intellectual, the artist who embraces popular revolutionary causes. Except for some obscure episodes that cast a shadow over his biography, he led a radiant life as a pure fighter and a prolific creator.
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Artista comprometido
Un episodio en la vida de Siqueiros
Lisandro
Otero •
La Habana
http://www.lajiribilla.cu/noticias/n0015.html
El año
1968 comenzó con el Congreso Cultural de La Habana y la presencia de 483
participantes extranjeros entre los cuales se contaban figuras del relieve de
Julio Cortázar, Roberto Matta, Jules Feiffer, Antonio Saura, Blas de Otero, Ives
Lacoste, Michel Leiris, Edouard Pignon, André Pieyre de Mandiargues, Vasarely,
Siné, Giulio Einaudi, Arnold Wesker, Luigi Nono, Giangiacomo Feltrinelli,
Francesco Rossi, Aimée Cesaire, Davidvid Alfaro Siqueiros, Hans Magnus
Enzensberger, Mario Benedetti y Roman Karmen, así como una cuantiosa
representación de intelectuales asiáticos, africanos y de los entonces llamados
países socialistas.
Antes de efectuar el Congreso se realizó un Seminario Preparatorio en uno de balnearios del oeste de La Habana. Allí se comprobó que las tensiones y pugnas entre los diversos sectores de la cultura se habían incrementado. Hubo fuertes discusiones por el número de invitaciones al seminario: cada organización competía por una participación mayoritaria de los miembros de su tribu. Subyacía una fiera rivalidad por la hegemonía en la cultura: los viejos enfrentamientos no habían cesado, sólo se cambió de antagonistas.
El Seminario fue un terreno de combate. El legado más importante que dejó el Congreso Cultural de La Habana fue la asombrosa unidad de surrealistas, trotskistas, comunistas, católicos, guerrilleros, pacifistas, masones y freudianos para proclamar que el conflicto principal de nuestra época ocurre entre el Tercer Mundo y el imperialismo. Estos hombres de pensamiento y de creación constituirían la nueva vanguardia que propiciaría una subversión contra las estructuras tradicionales y su sustitución por procedimientos innovadores. Pero la invasión de Checoslovaquia aniquiló esta alianza. La posición asumida por el gobierno cubano, por muy distanciada y restringida que fuese, precipitó la ruptura. El Congreso Cultural de La Habana murió a los siete meses de nacido.
El evento no fue exiguo en incidentes pintorescos. Uno de ellos me hizo entablar amistad con uno de los grandes pintores latinoamericanos, David Alfaro Siqueiros. En una céntrica esquina del Vedado se inauguró un complejo cultural y el eminente pintor francés Pignon decoró el vestíbulo con un mural.
La noche de la apertura los invitados se agolpaban ante la escalinata esperando que se abrieran las puertas cuando advertí que la poetisa franco-egipcia Joyce Mansour se acercaba a las primeras filas. Conocía a la Mansour, puesto que la había invitado personalmente en París por sugerencia de Jean Pierre Faye y el grupo de Tel-Quel. Me informaron que era inmensamente rica y prodigaba su fortuna entre auténticos creadores, así que su mecenazgo la hacía apreciable. Me pareció entonces un poco delirante, con desvaríos que bordeaban un surrealismo superado; al lado de ella el pintor Matta parecía un prodigio de razonable ecuanimidad.
La Mansour se situó detrás de Siqueiros y tomando impulso le propinó una fuerte patada mientras gritaba: "¡Esto es por Trotsky!", aludiendo al atentado frustrado en el que participara el pintor mexicano. Siqueiros se volvió sorprendido pero su estupor duró segundos. Habituado a todo tipo de escándalos y desafíos, de inmediato improvisó un mitin en el que acusó de provocación del imperialismo la agresión que sufría. Entre risas discretas y tímidas escapatorias de quienes no querían verse comprometidos en una vieja pendencia, el incidente se diluyó al comenzar el acto inaugural.
Esa noche invité a Siqueiros a cenar con su esposa Angélica Arenal, intentando hacerle olvidar el insulto. Siqueiros no habló del episodio; se comportó como si no hubiese ocurrido. El primer plato que ordenaron fue una sopa de fideos. Siqueiros colmaba demasiado su cuchara de manera que al llevarla a la boca siempre un chorrito se desbordaba sobre el plato salpicando su corbata. Angélica le llamó la atención: "David, ¡cuidado con tu corbata!" Siqueiros continuaba imperturbable ingiriendo la sopa y rociándose la prenda; ella no cesaba en sus advertencias. En la tercera ocasión en que le reconvino, Siqueiros deshizo el lazo con toda parsimonia y sumergió íntegramente la corbata en la sopa hasta impregnarla, la situó a un lado y empuñando la cuchara de nuevo continuó imperturbable sorbiendo la sopa mientras le decía a su mujer: "¿Te estarás tranquila ahora?"
Este rasgo de su carácter me lo hizo definitivamente simpático. Siete meses más tarde llegué a México y lo llamé enseguida. Me invitó a visitarlo en Cuernavaca, donde terminaba de pintar las gigantescas estructuras metálicas del Poliforo en un inmenso espacio adjunto a su residencia, con la asistencia de un equipo de ayudantes.
Siqueiros encarnó al intelectual comprometido, al artista que abraza las causas populares y revolucionarias y, fuera de algunos episodios oscuros que ensombrecen su biografía, vivió una existencia radiante de combatiente puro y creador fecundo.