Opiniones:
Cómo salvar la vida con canciones
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Enviado el Viernes, 12 de Mayo del 2006 (21:10:09)
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Vivió apenas 36 años, pero es el barco insignia de un
género que conquistó el mundo. Robert Nesta Marley se
convirtió en contraseña universal
Eduardo Fabregat
“El único caso en el planeta que puede reivindicar las
palabras world music es Bob Marley. Es un
pasaporte en cualquier parte del mundo: en África,
Argelia, donde sea, en cualquier barrio de América
Latina donde te pueden acuchillar, una chapita de Marley
te puede salvar la vida.” (Manu Chao, 1997)
Hacer la cuenta da un poco de bronca. El hombre nació el
6 de febrero de 1945 en Nine Miles, St. Ann’s, Jamaica,
y murió el 11 de mayo de 1981 en Miami, Estados Unidos,
hace hoy un cuarto de siglo. Era demasiado joven, pero
aun así ya llevaba tres cambios de nombre: apenas unos
meses antes de morir se había convertido al Rastafarismo
Cristiano en la Iglesia Ortodoxa Etíope, en Kingston,
con su correspondiente bautismo. Es decir que el que
llegó al mundo como Robert Nesta Marley se fue como
Berhane Selassie.
Y en el medio, claro, estuvo Bob.
¿Qué es lo que convirtió a ese muchacho, nacido y criado
en un entorno tan desafortunado, en el pasaporte
universal al que refirió Manu Chao en este diario? La
música, claro. Bob es uno de los grandes responsables de
que la gente ame la música. Bob es un amigo: ponerlo en
el equipo supone un efecto feelgood inmediato, y
es un efecto que va mucho más allá del consumo de
marihuana. El reggae según Bob hace bien al alma y punto.
Reconforta el espíritu de éste y aquél, de la nena de
jardín y de la abuela que se mata con Valeria Lynch,
pero no puede evitar que con One Love o
Natural Mystic se le mueva la patita. Bob tiene esas
cosas.
Pero ni siquiera la música, ese legado de una decena de
discos para el sello Island, álbumes de la era
jamaiquina y una montaña así de recopilaciones, termina
de explicar por qué Bob es Bob.
Marley está lejos de ser el único artista de reggae, ni
tampoco fue el primero, pero catalizó como nadie la
esencia de un lenguaje musical universal. Para ello,
también en su vida artística no fue uno solo, sino
varios Marley. Hubo un Bob precámbrico que se crió en
Trenchtown, la villa de Kingston siempre amenazada por
los disturbios políticos, las razzias, los
enfrentamientos de ghetto y, sobre todo, la miseria.
Pero su cumbia villera no habló de chicas a las que se
les ve la tanga o con aliento a leche, sino que apuntó a
cambiar el entorno, construir una civilización basada en
la fe, el amor, la comprensión, la unión... y la ganja.
Junto a sus compinches Neville O’Riley “Bunny”
Livingston y Peter McIntosh (el mismo Peter Tosh que
luego grabaría el himno marihuanero Legalize it),
Bob tuvo una primera etapa consagrada al ska enérgico
que predominaba en la isla, y a las influencias
estadounidenses que llegaban por las radios que
transmitían desde New Orleans. Así grabó un himno como
Simmer Down, y así le dio forma a un primer
capítulo de su obra junto al productor Clement “Sir
Coxsone” Dodd, que exprimió las posibilidades de esos
Wailing Wailers (luego The Wailers) primigenios.
Pero el ska agotaba rápidamente sus recursos, y en la
vida del joven Marley se operaron cambios que influyeron
en su arte. Su acercamiento a la filosofía expresada por
Marcus Garvey –el retorno a África de la raza negra
explotada– y profundizada por Ras Tafari Makonnen (a)
Haile Selassie, emperador de Etiopía, llevó su lírica a
nuevos caminos.
De lo demás se encargó el legendario productor Lee
“Scratch” Perry, que terminó entregando a los Wailers a
dos integrantes centrales de sus Upsetters: Carlton y
Aston “Family Man” Barrett. Con la mejor dupla bajo/batería
que dio Jamaica y un par de indicaciones de Perry (que
Marley dejara de sobreexigir su garganta en tonos altos
innecesarios, que la banda tocara como si estuviera
sobre papel engomado), el segundo Bob se alimentó del
rock steady y puso la piedra fundamental de lo que todo
el mundo reconoce hoy como reggae.
De a poco, modelando su manera de entender la música y
el mensaje que debía contener, los Wailers comenzaron a
asomar la cabeza fuera de Jamaica: el contacto con el
cantante afroamericano Johnny Nash trajo una gira por
Europa que se trabó en Londres, y allí fue donde Bob se
cruzó con Chris Blackwell, propietario del sello Island
que se encargaría no sólo de la difusión planetaria del
reggae, sino también de hacer grabar al grupo por
primera vez en estudios profesionales, adelantarle 4 mil
libras... y convertirlo en Bob Marley & The Wailers. De
Catch a Fire (1973) en adelante, el tercer Bob
fue el que se convirtió en estampita, el motor de
clásicos indestructibles como No Woman no Cry,
Is this Love, Get up, Stand up, I Shot the
Sheriff, Lively up yourself, Redemption
Song, Stir it up, Three Little Birds,
Exodus...
De manera increíble, el cáncer originado en algo tan
nimio como una lesión del fútbol en el dedo gordo truncó
una de las carreras artísticas más ricas de la historia.
Pero desde la miserable y orgullosa Trenchtown, Bob
influyó a ingleses célebres como Joe Strummer (The
Clash) y a pibes de acá a la vuelta, en los ’70 y la
semana pasada. Para estudiosos, espíritus aventureros o
simples curiosos de la moda y la remerita, Bob es
simplemente indiscutible.
A Robert Nesta Marley, Berhane Selassie, simplemente
Bob, le hicieron el funeral con todos los honores en
Kingston y lo llevaron a su pueblo natal, pero no lo
enterraron. En una iglesia etíope que es considerada
tierra sagrada, el mausoleo se sitúa dos metros por
encima del suelo. ¿Excesivo? Puede ser. Pero allí está
el cuerpo del profeta, y los que van están a los pies
del mausoleo y a los pies de Bob. No era necesario: hace
rato que el mundo se dejó caer por esa música magnética,
que conquista los oídos, la mente y el cuerpo en
cuestión de segundos.
El reggae nunca suena inoportuno, y es siempre una buena
oportunidad para alimentar el alma. En Africa, Argelia,
donde sea, en cualquier barrio de América latina donde
te pueden acuchillar, Bob te puede salvar la vida. En el
living de casa también.
Marley vive.
Tomado de
Página/12
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