Granma
May 7, 2006

Grietas en el sistema

http://www.granma.cubaweb.cu/2006/05/07/interna/artic04.html

MIGUEL ÁNGEL UNTORIA PEDROSO

La llamada guerra contra el terrorismo del presidente George W. Bush, en vez de lograr los supuestos objetivos que proclama, golpea cada día más fuertemente al sistema.

Miles de muertos y heridos en combate, bochornosos escándalos por las torturas en las prisiones del imperio, fuertes críticas por la creación de cárceles secretas, malversación y robo de los fondos del Estado por grandes empresas que se enriquecen con las guerras en Iraq y Afganistán, despilfarro del dinero de los contribuyentes son algunos de los hechos que justifican que el apoyo al inquilino principal de la Casa Blanca haya descendido hasta el 32% de sus conciudadanos.

Ahora hay que sumar un nuevo escándalo: El anuncio realizado por el propio presidente Bush sobre la dimisión de Porter Goss a su cargo como director de la CIA, y su breve comentario señalando la gestión de Goss como “una dirección de transición”.

Los antecedentes inmediatos de este nuevo escándalo salieron a la luz pública, cuando el diario The New York Times publicó cómo decenas de oficiales de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fueron sometidos al detector de mentiras a partir de enero último.

La medida parece responder a la filtración de información a la prensa por un oficial de esa agencia, lo que desató el escándalo a nivel mundial por las cárceles secretas.

Pero el primer chivo expiatorio fue George Tenet, quien después de siete años al frente de la Agencia, fue acusado por demócratas y republicanos de manipular los informes de inteligencia que aseguraban la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, para tratar de limpiar la imagen de Bush.

Entre los oficiales a quienes recientemente se les cuestionó su “lealtad”, al someterlos al polígrafo, se encuentra el inspector general de la CIA, John L. Helgerson, supervisor de la oficial Mary O. McCarthy.

La oficial había sido separada recientemente de la CIA acusada de filtrar información a la prensa sobre las prisiones.

En el caso de Helgerson, analistas consideraron inusual que un funcionario de su rango, escogido directamente por el director de la CIA (el único que puede destituirlo) y encargado del control interno de la Agencia, fuese sometido al polígrafo.

Otras acciones de Goss, desde que asumió el poder, habían sido más drásticas, como la exigencia de la renuncia de la jefa de Análisis, Jami Miscik.

Según el diario The Washington Post, otros jefes importantes de la CIA también abandonaron sus cargos “porque no se sentían en un ambiente confortable con la nueva jefatura”, entre ellos, encargados de las divisiones en Europa y el Lejano Oriente.

En el caso del analista Michael Scheuer, depurado también, su delito consistió en atreverse a publicar un libro que cuestiona la guerra contra el terrorismo de Bush y sus halcones.

Además, renunciaron, por “motivos personales”, el segundo al mando de la CIA, John McLaughlin, así como el vicedirector de Servicios Clandestinos y su segundo, Stephen Kappes y Michael Sulick, respectivamente.

Las nuevas medidas para depurar la CIA incrementaron poco a poco la situación de tensión en el seno de la Agencia, y provocaron nuevas rencillas y odios personales, hasta desembocar en este nuevo escándalo, que hacen más profundas las grietas en el sistema.