http://www.lajiribilla.co.cu/2006/n260_04/260_09.html


 

Entre la pelota, el sexo y la tele
Mario Jorge Muñoz La Habana


Somos lo máximo. Tal parece ser la definición más cercana a lo que nos creemos los cubanos sobre nosotros mismos, aunque “por modestia” no lo repitamos a los cuatro vientos. Creo que ese complejo de “ombligo del mundo” tiene que ver mucho con la insularidad, esa realidad con olor a rumba y sabor a mar, esa frontera ineludible que junto a la irreverencia ante los designios del Norte nos hacen un tanto únicos, diferentes.

Pero ese sentimiento se desborda, en especial, entre los “machos, varones, masculinos”, tesis que sustenta la manera en que debemos ser, según nos han venido repitiendo durante décadas nuestros padres, cuando de patrones de sexualidad se trata. De sexualidad y no de sexo, porque del primero no se conoce y discute todo lo necesario, pero del segundo se chacharea y teoriza como del béisbol, convencidos de que tenemos la última palabra. Sin duda, pelota, sexo y tele están entre los primeros pasatiempos nacionales.

Entre esos prejuicios crecí, los que rodearon a nuestra generación de los 60 y un poco más atrás. Y no solo un poco, sino mucho más atrás, porque esas obsesiones y complejos nos llegan vía cromosómica en el transcurso de cinco siglos de confluencias de sangres españolas, africanas y otras pocas que también tienen su espacio en el mapa cultural identitario.

Hablo de los 60, porque los conozco algo; entonces “a las fiestas íbamos con botas”, al decir del juglar Carlos Varela, lo que ejemplifica la sencillez que rodeaba la vida juvenil de aquellos tiempos, pero solo quien los vivió puede entender que esas “botas” sintetizan además todo un universo, imposible de comprender sin las escuelas en el campo —las becas que nos trajeron la soñada independencia de nuestros padres, la mayoría entregados a la carrera de la Revolución—, las primeras novias, las fiestas de quince... Barry White, Silver Convention, Bee Gees, K.C. and the Sunshine Band, Led Zeppelin, Kansas... Qué música esa.

Tampoco creo que las cosas hayan cambiado mucho en los últimos años, a pesar de que el 70 por ciento de los cubanos nacieron después de 1959, lo que significa que somos los padres y madres de la mayoría de los habitantes de esta Isla, que como hijos nuestros supuestamente debieran ser más “abiertos” y “comprensivos” que nosotros.

Sin embargo, eso de que “los hombres no lloran” o “tuve que hacer el papel de hombre”, hoy lo he seguido escuchando en discusiones, riñas callejeras y pases de cuenta en más de una esquina de La Habana que, como es lógico, terminan con las peores consecuencias. En más de una oportunidad, esa prueba de dureza que en ocasiones le impone la cotidianidad al varón cubano le ha hecho perder luces y hasta la vida.

Dura también continúa siendo la visión social de la homosexualidad, el respeto a la diferencia, lo mismo en el seno de la familia cubana que en el medio laboral. La supuesta moralidad, los prejuicios siguen dibujando el retrato de “pureza” del cubano, obviando los verdaderos y más sagrados valores del ser humano. Más de diez años han llovido desde que Titón (Tomás Gutiérrez Alea) estrenara la mítica Fresa y Chocolate, y la intolerancia en Cuba todavía podría brindar unos cuantos metros de cintas por cortar.

Igual sigue ocurriendo con la formación de los menores: soy padre de dos bellas niñas, hembras, femeninas —para seguir en la misma cuerda—, y eso me ha permitido concluir que, al menos en Cuba, mi experiencia me dice que es más fácil criar, educar, modelar a una pequeñita.

Me explico: si mi hija juega a la pelota con su primo no pasa nada, a nadie se le ocurre tener malos pensamientos en cuanto a su futura inclinación sexual. Pero si es el primo el que se entretiene con las muñecas, es tremendo el “bateo” que le arman, y no precisamente vinculado con el béisbol, sobre todo si el que lo descubre es uno de esos padres trogloditas que todavía adornan, cual reliquia prehistórica, no pocos hogares cubanos.

Algunos conocidos no me miran con buenos ojos cuando les cuento que lo mismo le cambio el culero a Marcela, la más pequeña, que peino a Daniela, la mayor, aunque reconozco que ya esta última no me deja incursionar mucho en su copiosa cabellera.

Una encuesta realizada por la revista Bohemia en el año 2000, entre 335 personas de todas las provincias del país, señalaba que el 34,6 por ciento de los entrevistados —más las mujeres que los hombres— coincidieron en que formamos parte de un pueblo machista. No obstante, las investigaciones reportan indicios de mejoría. El sondeo indica que 195 cubanos se identificaron como enamorados, aunque primero se consideraron solidarios, alegres, bailadores, patriotas, luchadores y trabajadores.

Entonces, la psicóloga Natividad Guerrero, del Centro de Estudios sobre la Juventud, advertía que lo de enamorado “es una fantasía alimentada básicamente en el varón, desde la misma infancia”. Pero subrayaba también que hemos escalado algo en el difícil medallero de la sexualidad, “nuestra sociedad se ha ido despojando de tabúes como el culto a la virginidad o la crítica a las madres solteras. La mujer ya no está atada económicamente y eso la hace más libre de decidir en las relaciones de pareja”.

Así y todo, resulta evidente que todavía queda mucho por andar —solo hay que andar para darse cuenta—, sobre todo en un país que se vanagloria, con razón, de sus avances educativos y culturales.