La soplona

A cargo de:
Rosa Miriam Elizalde

 

 

http://www.jrebelde.cu/2006/abril_junio/abril-25/print/cartas.html

Hay reglas que son legales, pero no son morales.

 Ernesto Che Guevara

La prensa dice que ha cumplido 61 años, pero ella está lejos de aparentarlos, al menos en la fotografía que muestra hoy con cierto morbo la prensa norteamericana. A esta rubia teñida y sonriente es difícil imaginarla enchufada a un detector de mentiras, sudando frío mientras dirime su conflicto ético ante la pregunta de un colega de la CIA: ¿Entregó información secreta al Washington Post?

Respondió que sí y Mary McCarthy se ha convertido en el primer funcionario de la CIA en décadas amenazada con terminar en los tribunales norteamericanos por pasar a la prensa información altamente sensible sobre las cárceles clandestinas —y eventualmente campos de tortura— de la Agencia en Europa.

Nadie cuestiona la veracidad de la información, pero a la administración Bush no le interesa el asunto ético, sino la infracción de la ley, zarandeada ahora con furia para tapar a toda costa las filtraciones de datos veraces, que ponen en crisis la credibilidad del sistema. Un sistema que prueba que no es monolítico, porque no escasean los funcionarios que escuchan los dictados de su conciencia y prefieren arriesgarlo todo, antes de comprometerse con la mentira y la conducta criminal de sus jefes. El domingo, por ejemplo, el ex agente Tyler Drumheller habló hasta por los codos en el programa informativo de mayor audiencia en Estados Unidos, 60 Minutes. Dijo que altos funcionarios de la Casa Blanca desestimaron la información de que Iraq no tenía armas de destrucción masiva, con el argumento de que la guerra ya estaba decidida. 

Pero la administración norteamericana aprendió la lección de Watergate. Para detener las filtraciones ha desempolvado la teoría del enemigo interno como caldo de cultivo del caos social, argumento favorito de la Doctrina de Seguridad Nacional aplicada en los 70 y 80 por las dictaduras latinoamericanas, obedientes de Washington. Han agitado como entonces el fantasma de la traición, y Mary McCarthy ha terminado siendo el chivo expiatorio, porque tuvo contactos no autorizados con Dana Priest, la periodista del Washington Post que el pasado noviembre destapó la historia de las cárceles extrajudiciales de la CIA. Sin embargo, el hecho de que tímida o tajantemente las denuncias parten de los mismos funcionarios, quiere decir que detrás hay algo más que paranoias republicanas. Por tanto, el castigo es un acto de desesperación. Alguien debe pagar y muy caro, aunque la Casa Blanca tenga que tragarse las preguntas que llegan a continuación de este desproporcionado acto de legalidad: ¿Y los torturadores? ¿Y los creadores de los campos de concentración en Europa del Este? ¿Y los que mintieron para desatar la guerra en Iraq? Bien, gracias.

John D. Negroponte, director general de Inteligencia estadounidense, no ha dicho una sola palabra sobre los abusos que los colegas de la mujer han cometido en medio mundo y mucho menos sobre las «patrióticas» tareas encomendadas a 100 000 agentes que en estos momentos «trabajan» fuera de casa, como él mismo revelara la pasada semana en un encuentro con la prensa.  

Desde poco después del 11 de Septiembre y mucho antes de que la MacCarthy se lo soplara al Washington Post, medios de comunicación, organismos humanitarios, asociaciones defensoras de los derechos civiles y familiares de víctimas venían denunciando los secuestros de la CIA y las escalas de sus aviones en aeropuertos tanto civiles como militares europeos, además de la existencia de centros de detención clandestinos. Cuando algunos líderes dieron grititos formales presionados por la opinión pública, Bush envió en diciembre de 2005 de gira por Europa a su secretaria de Estado, Condoleezza Rice. ¿Y qué pasó? Que todos se quedaron muy satisfechos con las «garantías» que ella les dio de que EE.UU. «jamás tortura a los prisioneros» y que esos vuelos trasladaban prisioneros a países donde no se les torturaba.

La administración Bush no solo mintió a los europeos, sino que siguió secuestrando, torturando y matando impunemente. En el colmo del cinismo, nos dicen además que las reglas son las reglas y que Mary McCarthy debe pagar por violarlas. La administración Bush ha lanzado una siniestra advertencia: quien dé de comer verdades a la prensa será considerado un enemigo interno, un flagrante violador. Y todos, desde la gente honesta que ostente un cargo gubernamental, pasando por los periodistas, deben aprender de las paradojas: las violaciones de los derechos humanos no son graves en Estados Unidos. Lo peligroso es decir la verdad