¿La
mirada? Donde corresponde
José Luis Estrada Betancourt y Randol Peresalas
joselestrada@jrebelde.cip.cu
Foto: Roberto Suárez
«Ese no es un tema para nosotros», dijo una de
las dos mujeres, mientras esperaba a que su hija
concluyera la clase de teatro. «Es verdad, la
apoyó la otra. A mí también me parece que se les
fue la mano. Nada más estoy esperando a ver cómo
van a resolver lo del sexo entre los dos».
«Mira, insistió la primera: Yo me divierto
muchísimo con una serie española que he visto en
video llamada Aquí no hay quien viva, donde
salen unos gays simpatiquísimos... Pero de eso a
poner una relación de un homosexual con otro en
la televisión... ¡Es demasiado!...».
No es improbable este diálogo sobre la segunda
etapa de La cara oculta de la Luna. De hecho, es
completamente verídico. Y es que la teleserie de
Rafael (Cheíto) González, Roberto Puldón y
Virgen Tabares, sigue generando polémica. Sin
embargo, y para asombro nuestro, no ha llegado a
niveles «escandalosos», como sucedió con la
historia de Amanda. ¿Por qué será? ¿Acaso aborda
algo que resulta indiferente?
No es que esperáramos un rechazo total por parte
de los que, gentilmente, se comunican con
Juventud Rebelde, expresando, por lo general,
criterios muy favorables sobre la necesidad de
mostrar conflictos en torno a la bisexualidad y
al amor “imposible” por la diferencia de edades.
Pero resulta curioso que escenas como la
descrita al inicio, se repitan continuamente en
el lugar más inesperado. Eso indica, a nuestro
juicio, que se está dando una especie de
distanciamiento —del tipo ¡ese no es mi problema!—,
que podría resultar contraproducente a los
efectos que persigue la serie: demostrar que el
VIH/sida no diferencia entre inclinaciones
sexuales.
Nos parece que los comentarios recogidos en
estas semanas, se limitan a ver el fenómeno como
algo específico de un sector de la población, y
la idea no es esa. Los objetivos de La cara
oculta... trascienden lo meramente sexual e
implican la urgencia de respetarnos, de
consolidar los valores que nos definen como
buenos seres humanos. Tanto se ha fijado la
atención en el «trauma» de Yassel o en la «debilidad»
de Mario, que se han perdido de vista otros
mensajes de gran valía.
Un ejemplo de lo que estamos planteando lo
expone Lázaro Andrés, de Villa Clara. «Son
horribles los comentarios que he escuchado de
personas que afirman que no ven esa ‘novela de
flojos’, y consideran una vergüenza que se
transmita en nuestra Televisión».
Yalili Gesen Llata, financista de 39 años, apoya,
de cierto modo, este criterio. «El
homosexualismo en toda su extensión es muy
incomprendido, bastante rechazado, inclusive por
la propia familia, donde debiera existir, por
encima de todo, el respeto a la individualidad».
NO ES PERFECTA, PERO ADEMÁS...
De Amanda a Yassel, la teleserie, desde el punto
de vista estético, no ha variado mucho. La
fotografía sigue adoleciendo de vuelo artístico,
no vemos avances en la musicalización —pues
muchas veces esta propicia la caída del ritmo
interno de las escenas—, y el montaje se antoja
un tanto caótico innecesariamente. Tampoco las
actuaciones han encontrado una altura común,
salvo algunas excepciones. Entre ellas habría
que destacar las de los fogueados Rafael Lahera
(Yassel), Luisa María Jiménez (Belkis), Néstor
Jiménez y Tahimí Alvariño (Leticia), y un aparte
para Yerlín Pérez (la madre de Danilo), quien
luego de haberse encasillado en papeles
humorísticos, ha resultado eficaz en el drama
que enfrenta.
También la solidez mostrada por el guión de la
primera parte, se resiente un poco. Está claro
que Freddy Domínguez es un excelente dialoguista,
pero incluso esta vez no pudo evitar ciertos
bocadillos de tono sentencioso que le restan
naturalidad a la acción de los personajes. No
obstante, hay algo que supo manejar con
habilidad: el contrapunteo entre los
estereotipos. Por un lado, tenemos la historia
de Yassel —quien no aparenta ser bisexual, y lo
es—, y por otro, la del joven Danilo —quien
aparenta serlo, y no lo es—. Esa fue una idea
muy inteligente.
Nuestro criterio es que, en efecto, era
necesario tocar ese sector de la sociedad,
porque las cifras indican que actualmente la
propagación de la epidemia del sida ha aumentado
por causa de las relaciones desprotegidas entre
hombres. De cualquier forma, insistimos: La cara
oculta de la Luna no podía darle la espalda a
este tipo de conflicto, pues su valor radica,
entre otros muchos, en procurar una conciencia
colectiva sobre la responsabilidad sexual, y no
en fustigar preferencias de cualquier tipo.
POR ESTA VEZ, SÍ VALE LA
INTENCIÓN
No por saber que esta serie pone en práctica una
forma de producción inusual en nuestro medio,
hay que justificar sus incorrecciones. A fin de
cuentas, es un producto audiovisual y está
sujeto a múltiples análisis. Pero, con todas sus
virtudes y defectos, La cara oculta... sigue
interesando a todos.
Las oportunas valoraciones de la lectora Duchy
Man Valderá, de Ciudad de La Habana, resumen
envidiablemente lo dicho hasta aquí: «Me
preocupa que muchas opiniones se enfocan
únicamente en el sexo cuando, de lo que se trata,
esencialmente, es de la incomunicación, del
egoísmo, la incomprensión y la falta de respeto
a la individualidad entre miembros de una misma
familia. Se habla en nombre de la ‘moral’ y
nadie se refiere al sentido común o a la
integridad. Los conflictos que aparecen en la
serie pueden comprenderse únicamente a través de
la reflexión íntima.
«¿Por qué no aplaudimos el esfuerzo de la TVC,
que ha logrado, en medio de tantas carencias,
ofrecernos un producto digno? El peor enemigo no
es el sexo, ni las ITS o el VIH, sino la
indiferencia y la hipocresía, para las cuales
los condones son cada vez menos eficaces»,
concluye la lectora.
¿Qué les parece esta opinión? Nada, que está de
más decir que la apoyamos. |