A cargo de
Mileyda Menéndez

15 de abril de 2006

 

¿La mirada? Donde corresponde

José Luis Estrada Betancourt y Randol Peresalas
joselestrada@jrebelde.cip.cu

Foto: Roberto Suárez

«Ese no es un tema para nosotros», dijo una de las dos mujeres, mientras esperaba a que su hija concluyera la clase de teatro. «Es verdad, la apoyó la otra. A mí también me parece que se les fue la mano. Nada más estoy esperando a ver cómo van a resolver lo del sexo entre los dos». «Mira, insistió la primera: Yo me divierto muchísimo con una serie española que he visto en video llamada Aquí no hay quien viva, donde salen unos gays simpatiquísimos... Pero de eso a poner una relación de un homosexual con otro en la televisión... ¡Es demasiado!...».

No es improbable este diálogo sobre la segunda etapa de La cara oculta de la Luna. De hecho, es completamente verídico. Y es que la teleserie de Rafael (Cheíto) González, Roberto Puldón y Virgen Tabares, sigue generando polémica. Sin embargo, y para asombro nuestro, no ha llegado a niveles «escandalosos», como sucedió con la historia de Amanda. ¿Por qué será? ¿Acaso aborda algo que resulta indiferente? 

No es que esperáramos un rechazo total por parte de los que, gentilmente, se comunican con Juventud Rebelde, expresando, por lo general, criterios muy favorables sobre la necesidad de mostrar conflictos en torno a la bisexualidad y al amor “imposible” por la diferencia de edades. Pero resulta curioso que escenas como la descrita al inicio, se repitan continuamente en el lugar más inesperado. Eso indica, a nuestro juicio, que se está dando una especie de distanciamiento —del tipo ¡ese no es mi problema!—, que podría resultar contraproducente a los efectos que persigue la serie: demostrar que el VIH/sida no diferencia entre inclinaciones sexuales.

Nos parece que los comentarios recogidos en estas semanas, se limitan a ver el fenómeno como algo específico de un sector de la población, y la idea no es esa. Los objetivos de La cara oculta... trascienden lo meramente sexual e implican la urgencia de respetarnos, de consolidar los valores que nos definen como buenos seres humanos. Tanto se ha fijado la atención en el «trauma» de Yassel o en la «debilidad» de Mario, que se han perdido de vista otros mensajes de gran valía.

Un ejemplo de lo que estamos planteando lo expone Lázaro Andrés, de Villa Clara. «Son horribles los comentarios que he escuchado de personas que afirman que no ven esa ‘novela de flojos’, y consideran una vergüenza que se transmita en nuestra Televisión».

Yalili Gesen Llata, financista de 39 años, apoya, de cierto modo, este criterio. «El homosexualismo en toda su extensión es muy incomprendido, bastante rechazado, inclusive por la propia familia, donde debiera existir, por encima de todo, el respeto a la individualidad».

NO ES PERFECTA, PERO ADEMÁS...

De Amanda a Yassel, la teleserie, desde el punto de vista estético, no ha variado mucho. La fotografía sigue adoleciendo de vuelo artístico, no vemos avances en la musicalización —pues muchas veces esta propicia la caída del ritmo interno de las escenas—, y el montaje se antoja un tanto caótico innecesariamente. Tampoco las actuaciones han encontrado una altura común, salvo algunas excepciones. Entre ellas habría que destacar las de los fogueados Rafael Lahera (Yassel), Luisa María Jiménez (Belkis), Néstor Jiménez y Tahimí Alvariño (Leticia), y un aparte para Yerlín Pérez (la madre de Danilo), quien luego de haberse encasillado en papeles humorísticos, ha resultado eficaz en el drama que enfrenta.

También la solidez mostrada por el guión de la primera parte, se resiente un poco. Está claro que Freddy Domínguez es un excelente dialoguista, pero incluso esta vez no pudo evitar ciertos bocadillos de tono sentencioso que le restan naturalidad a la acción de los personajes. No obstante, hay algo que supo manejar con habilidad: el contrapunteo entre los estereotipos. Por un lado, tenemos la historia de Yassel —quien no aparenta ser bisexual, y lo es—, y por otro, la del joven Danilo —quien aparenta serlo, y no lo es—. Esa fue una idea muy inteligente.

Nuestro criterio es que, en efecto, era necesario tocar ese sector de la sociedad, porque las cifras indican que actualmente la propagación de la epidemia del sida ha aumentado por causa de las relaciones desprotegidas entre hombres. De cualquier forma, insistimos: La cara oculta de la Luna no podía darle la espalda a este tipo de conflicto, pues su valor radica, entre otros muchos, en procurar una conciencia colectiva sobre la responsabilidad sexual, y no en fustigar preferencias de cualquier tipo. 

POR ESTA VEZ, SÍ VALE LA INTENCIÓN

No por saber que esta serie pone en práctica una forma de producción inusual en nuestro medio, hay que justificar sus incorrecciones. A fin de cuentas, es un producto audiovisual y está sujeto a múltiples análisis. Pero, con todas sus virtudes y defectos, La cara oculta... sigue interesando a todos. 

Las oportunas valoraciones de la lectora Duchy Man Valderá, de Ciudad de La Habana, resumen envidiablemente lo dicho hasta aquí: «Me preocupa que muchas opiniones se enfocan únicamente en el sexo cuando, de lo que se trata, esencialmente, es de la incomunicación, del egoísmo, la incomprensión y la falta de respeto a la individualidad entre miembros de una misma familia. Se habla en nombre de la ‘moral’ y nadie se refiere al sentido común o a la integridad. Los conflictos que aparecen en la serie pueden comprenderse únicamente a través de la reflexión íntima.

«¿Por qué no aplaudimos el esfuerzo de la TVC, que ha logrado, en medio de tantas carencias, ofrecernos un producto digno? El peor enemigo no es el sexo, ni las ITS o el VIH, sino la indiferencia y la hipocresía, para las cuales los condones son cada vez menos eficaces», concluye la lectora.

¿Qué les parece esta opinión? Nada, que está de más decir que la apoyamos.

 

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