Foto: Roberto Suárez, enviado especial
Foto: Roberto Suárez, enviado especial

Las últimas horas en Dirkot

Recuento de la despedida a los médicos y paramédicos cubanos en uno de los lugares de la Cachemira paquistaní, donde difícilmente podrán ser olvidados

Alina M. Lotti, especial para JR

http://www.jrebelde.cu/2006/abril_junio/abril-6/mundo_ultimas.html

Mientras la tienda de campaña se echaba al piso, las estacas se sacaban de la tierra y todos recogían sus pertenencias, varias mujeres paquistaníes se secaban las lágrimas con los propios shalls, con los cuales cubren el rostro.

Sentadas en el terreno de la casa, donde también desde diciembre último comparten las angustias y las alegrías con los colaboradores, a todas les parecía increíble lo que estaban viendo: ¡Los cubanos se marchaban!

Mimi, la niña inquieta, bautizada así por los médicos, que el día de la llegada tenía fiebre por una amigdalitis y hubo que inyectarla, también estaba nerviosa. Corría con una bandada de muchachos de una a otra tienda y reía, simulando una felicidad que, seguramente, no tenía.

Los pequeños, con un precario inglés, pedían les tiraran fotos y extendían sus manitos para que los médicos, sobre todo la doctora Yudeynis Díaz, les dieran gavas (guayabas), maltas (mandarina), y galleticas. A todo esto los habían acostumbrado.

El ajetreo en el hospital de campaña ubicado en Dirkot, un pueblo de la Cachemira, era incesante. Dos días atrás, en la calma de la noche, había llegado la noticia del repliegue.

Cuentan que el director, el cirujano Rafael Cuan, entró callado en una de las tiendas donde la gente dormía. Hacía solo unos instantes le habían informado, y cuando dijo la sorpresa, quienes allí estaban dieron un salto en la cama y brincaron de júbilo.

Más de cuatro meses en una tierra lejana multiplica las nostalgias por la Cuba querida y por la familia que espera con ansiedad. Ese domingo, víspera de la partida hacia Islamabad, la capital, había en todos una mezcla de satisfacción y dolor.

Cuando en la mañana los líderes religiosos de la comunidad organizaron una singular despedida, muchos colaboradores no pudieron contener las lágrimas.

Pese a una traducción del urdu al español nada aceptable, todos comprendieron con absoluta claridad que allí son amados y venerados.

No hacía falta entender aquellas palabras para descubrir sentimientos de amor en esas personas para quienes nuestros médicos y enfermeras han sido los  «enviados de Alá».

Los pobladores de Dirkot reconocieron, con la sencillez de los humildes, que nuestro personal de la Salud recorrió miles de millas para ayudar a su pueblo, dejaron familias enteras, soportaron el frío y las nevadas, las grandes alturas de las montañas, abandonaron las comodidades de las ciudades. Un gesto  generoso y desinteresado.

Calificaron el servicio de excelente y se refirieron decenas de veces al agradecimiento profundo, al amor infinito, que por siempre sentirán por los hombres y mujeres de nuestra tierra.

Uno de ellos dijo: «no sé si reír o llorar», mientras un anciano de barba blanca no perdía la oportunidad de regalar pequeños ramos de flores silvestres a las mujeres. ¡Todo resultaba poco para estos cubanos!, quienes llegaron a Paquistán en noviembre último y se instalaron en una comunidad nombrada Birpani, donde no había corriente eléctrica ni agua potable.

Unos días después, y por estos motivos, se trasladaron a Dirkot y allí comenzaron a entretejerse historias humanas de indiscutible valor, como la de Jorge Luis Palomino y Yudeynis, médicos unidos en la vida, quienes aprendieron a amar esta tierra de pastores con esos niños que lo acompañaban muchas tardes mientras él hacía las compras del campamento en el pueblo, y ella terminaba sus faenas en la consulta.

Así el pequeño Akash, que Palomino conoció como vendedor en un puesto de verduras, se convirtió en su más fiel acompañante e, incluso, este lo ayudaba muchas veces en la rebaja de precios con los comerciantes del pueblo. Hoy el niño ya responde por el apellido del médico y muchos lo consideran su hijo.

Esta es apenas una pincelada de las historias memorables del personal de la Salud cubana en Dirkot. Cientos de vidas salvadas, intervenciones quirúrgicas, y casos vistos no expresan en su total magnitud la felicidad que los médicos han traído a esta tierra.

Bienestar y tranquilidad han brindado, pero han aprendido además de un pueblo maravilloso y generoso como el que habita en esta otra parte del mundo.

Era domingo en Dirkot. Caía la tarde y una llovizna fina tensaba los nervios, pensando en un posible mal tiempo para el regreso. Mientras, Osbel Díaz y Yorgel Sariol, médicos que han trabajado en la retaguardia desde los inicios, especialistas en el despliegue y repliegue de hospitales, trabajaban incansablemente junto al personal de allí para dejar apenas lo necesario, pues el personal quirúrgico y los fisiatras permanecerán más tiempo. 

Esa noche algunos tuvieron que dormir en la edificación que se utilizaba como hospital, puesto que las tiendas de campaña ya se habían retirado.

El lunes, cuando la caravana de autobuses pequeños se disponía a emprender el viaje hacia Islamabad, los abrazos entre cubanos y paquistaníes no sorprendían. Una fuerte amistad se había formado en estos meses. Zaimí Montalvo, una de las fisiatras decía entre lágrimas «¡y llegó el día!», mientras Marleni San Juan, una médica con diplomado en Rehabilitación, que tampoco se marcha ahora, se aferraba con cariño a su colegas Idalmis Bubaire, Juan Carlos Hung y Osmany Rodríguez.

Era bien temprano y aún muchos pobladores dormían. No todos conocían del regreso de los cubanos. Pero quienes lo sabían no perdieron tiempo, y el domingo hasta altas horas estuvieron dando muestras de gratitud.

En Dirkot no hubo corriente eléctrica aquella noche. Las luces no alumbraron para disfrutar, como siempre, de la belleza de aquellas montañas. ¿Casualidad o tristeza? Todavía la doctora villaclareña Oliday Díaz tiene esa duda.