Piratas del siglo XXI
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Todos los días ocurren ataques de piratas en el mar. Víctimas de la moderna tecnología, los buques que transportan el 90 por ciento de la mercadería mundial son vulnerables

Nyliam Vázquez García
nyliam@jrebelde.cip.cu

Las aguas rompen en la proa del barco como si quisieran expulsarlo. Esa bandera negra con una calavera delata seguras ambiciones, posibles crímenes... Están listos para un nuevo ataque.

¡Al abordaje!!!!!!!!!

La piratería, tan antigua como la navegación misma y contrariamente a lo que muchos podrían pensar, nunca ha dejado de existir. Pero los piratas modernos son sutiles, ya no usan una bandera que los descubra y mucho menos lanzan gritos en alta mar, que pondrían sobre aviso a sus víctimas. Ahora sorprenden en sus lanchas rápidas, provistos de armas de fuego. No se trata de los personajes aventureros y míticos de que nos contara Emilio Salgari, sino de verdaderas bandas criminales.

Roban, matan y cometen toda clase de fechorías, como aquellos que les han antecedido en los últimos 4 000 años. El mayor auge de los piratas marítimos fue en los siglos XV al XVIII, cuando algunos se hicieron leyenda y eran los verdaderos señores del mar. Entre el XIX y XX se redujeron los ataques a zonas de mucho tráfico marítimo o donde se hizo difícil hacer cumplir la ley. Sin embargo, con la globalización esa práctica ha cobrado una vigencia suprema. Un grave problema si se tiene en cuenta que, aunque ya no se trata de baúles llenos de oro y plata, el 90 por ciento de la mercadería se transporta por mar.

Según informes elaborados por la Oficina Marítima Internacional (IBM, siglas en inglés), en la última década los ataques a naves de transporte y turismo se incrementaron en un 500 por ciento. De 52 casos denunciados en el año 1995, ya para el 2005 fueron 245 los registrados. ¿Cuántos más habrán quedado en silencio?

EL ATLANTIC PRIDE

A las dos de la madrugada del 13 de agosto de 2001, el vigilante en cubierta del Atlantic Pride —originario de Chipre— dio la alarma. Al barco, que esperaba su turno para entrar en el puerto de Guayaquil, a unas veinte millas náuticas (aproximadamente 37 kilómetros) de la costa, se le acercaba, sospechosamente, una embarcación. Según trascendió, los primeros en llegar fueron el capitán y el electricista, quienes trataron de repeler el ataque con las mangueras contra incendio. Solo lograron hacerlos retroceder un poco, pero los piratas estaban bien armados.

El capitán recibió tres tiros en el pecho y uno en la pierna. Quedó en el piso. A escasos dos metros, el electricista trató de protegerse de un machetazo y perdió su brazo derecho.

Atrincherados tras la puerta que daba a los camarotes, los miembros del resto de la tripulación aguantaron las embestidas de los cuatro atacantes por 30 minutos. Ante la resistencia, los asaltantes terminaron tomando solo parte de la carga de cubierta.

Todos los tripulantes del Atlantic sobrevivieron para contar la historia, pero aseguran que casi fue un milagro.

El Centro de Información de Piratería, ubicado en Malasia, apunta que a diario ocurren varios asaltos en todo el planeta. De acuerdo con la Cámara Internacional de Comercio (ICC), los principales objetivos de los abordajes modernos son robar la caja del barco, secuestrar el navío para obtener un rescate y robar parte de la carga o el barco completo, en cuyo caso toda la tripulación corre serio peligro de muerte. No ha variado mucho la mentalidad de enriquecerse a costa de la ilegalidad.

En ocasiones, tras lanzar a los tripulantes y pasajeros al mar, conducen la embarcación hasta algún “puerto amigo”. Allí esta es repintada, “maquillada” y dotada de nueva documentación. Entonces la nave pirateada inicia una nueva vida. Lo más grave es que en algunos países es posible adquirir la documentación marítima con poco dinero, por medio de funcionarios portuarios corruptos.

TECNOLOGÍA IGUAL A VIOLENCIA

Con una tendencia ascendente no solo en el número de hechos, sino en la violencia utilizada, queda claro que se trata de un negocio rentable cuando los piratas modernos pueden asaltar por sorpresa, desde un helicóptero sofisticado o navegando una lancha “invisible”. A menudo hasta usan ametralladoras y granadas propulsadas por cohetes. De todas formas persiste la intimidación con el arma blanca de antaño. No pocos mueren.

“Normalmente registramos anualmente entre 300 y 400 casos de ataques a embarcaciones por parte de los piratas, lo que significa más de un ataque al día”, comentó a EFE Noel Choomg, director del Centro de Información de Piratería. La misma institución dio cuenta de 56 ataques piratas en todo el mundo durante el primer trimestre de este año, frente a los 79 casos registrados en el mismo período de 2005.

El argentino  Adalberto C. Agozino, Doctor en Ciencias Políticas, apunta que los mencionados son solo los casos que se han denunciado porque, como señala su texto, “algunas empresas afectadas instruyen a su personal para que eviten efectuar la denuncia de estos ataques, y evitar largas tramitaciones que inmovilizan a sus buques en los puertos. Especialmente, porque estas denuncias rara vez permiten recuperar la carga y otros efectos robados por los piratas”. De cualquier forma, lo grave es la amenaza que hoy constituyen estos personajes, que nada tienen de fantásticos.

Otro problema es que han proliferado las áreas sin ley, bien a causa de inestabilidad política, como es el caso de las aguas de Somalia —las segundas más peligrosas del mundo— o porque los países no logran acuerdos para una verdadera cooperación al respecto.

“En el resurgimiento de la piratería también ha influido la existencia de un creciente comercio ilegal de armamento y equipos militares, así como la proliferación de mercenarios y ex combatientes con gran experiencia de combate y sin posibilidades reales de reinserción en la vida civil. Estos equipos y mano de obra especializada permiten a las organizaciones criminales conformar bandas delictivas que operan como verdaderos ejércitos privados, saqueando el comercio internacional allí donde es más difícil el control de la navegación y su protección”, asegura Agozino.

En las aguas de Indonesia, territorio conformado por 17 508 islas, tienen lugar anualmente un tercio del total de ataques piratas denunciados. La zona del Estrecho de Malaca —que separa el norte de la isla de Sumatra en Indonesia, de Malasia y Singapur— constituye un área focal de piratería. Unos 50 000 buques de carga o cisterna transportan al año la mitad del suministro del petróleo mundial y un tercio del comercio global, y ello es suficiente para que cuenten con el récord de ataques. También se consideran como áreas marítimas sin ley las aguas próximas a Jamaica, y se han registrado casos cerca de Perú, Venezuela y Haití.

SOLUCIONES Y PRETENSIONES

Si antes el blanco de los ataques eran los barcos cargados con joyas y especias (de ahí la llamada Ruta de las Especias), hoy lo son los grandes petroleros. Por la liberación de las naves cargadas del oro negro exigen hasta 100 000 dólares.

Ante las pérdidas y el incremento de la violencia, los países han intentado medidas sin lograr un acuerdo que unifique posiciones. A veces han sido extremas.

Una empresa inglesa propuso contratar de “guardaespaldas” a los gurkas, mercenarios nepaleses ya retirados del servicio británico, dotados de una temible fama. Otra, que también podría ampliar el número de víctimas, es una iniciativa alemana de equipar a sus buques con un cerco de seguridad electrificado con 9 000 voltios.

Queriendo aprovechar la oportunidad, Washington ha intentado desplegar patrullas y tropas en Malaca, lo cual le garantizaría estar en una zona estratégica; pero ha encontrado el rechazo de los supuestamente beneficiados.

“La seguridad en el estrecho es una cuestión que solo atañe a los estados ribereños: Malasia, Indonesia y Singapur”, dijo el ministro de Defensa malasio, Najib Tun Razak, en una conferencia dedicada a analizar la seguridad asiática, y añadió: “No invitaremos a Estados Unidos a que se una a la vigilancia en la región”.

En ese contexto, los países del área aceptaron la ayuda internacional, sobre todo en medios técnicos, pero rechazaron cualquier intención de imponer decisiones unilaterales que violaran su soberanía y quebrantasen las leyes del mar.

Hay quienes no cejan en el empeño y tratan de sacarle provecho al problema para ocupar posiciones en la estratégica región Asia-Pacífico. Pero por esta vez se encontraron con potentes barreras.

El peligro en el mar continúa. Los piratas existen y hasta podría decirse que cuentan con una patente de corso (antiguo permiso) bien poderosa: un mundo todavía patas arriba. Las condiciones parecen dadas para que los nuevos piratas sigan gritando, aunque de distinto modo… “¡Al abordaje!”.