El síndrome de la Caperucita Roja (I)

A diferencia de otras pandemias, el VIH/SIDA afecta a quienes le abren voluntariamente las puertas de su vida. Muchos de los casos diagnosticados en los últimos años dominaban los conocimientos necesarios para evitar el contagio, pero no creyeron tener “tan mala suerte”

http://www.jrebelde.cubaweb.cu/2006/enero-marzo/mar-26/index-elsindrome-cuba.html
Mileyda Menéndez, Julio Martínez y Mayte María Jiménez

mileyda@jrebelde.cip.cu

Caperucita Roja avanza despreocupada. Su mamá le advirtió muchas veces acerca del Lobo Feroz, pero ella no piensa renunciar a los placeres de atravesar el bosque. De todas formas, su “destino” es ir a casa de la abuelita.

¿Que hay otro camino más seguro…? Sí, está bien, pero no es tan bonito como este, ni tan apasionante, ni tiene el innegable atractivo de lo prohibido, que dispara la adrenalina por su impulsivo cuerpo adolescente.

 Además, con tantos kilómetros cuadrados de floresta ¿va a dar la casualidad de que el lobo esté por aquí en estos momentos? Bien boba es su mamá si cree que ella no va a reconocer a esa horrible fiera desde mucho antes de que se le acerque, y entonces ¡zas!, ella saltará a un lado con pericia para evitar la mortal mordida, y lo dejará pasmado en el sitio…

El clásico diálogo envolvente entre Caperucita y el lobo ha sido materia de plagio en centenares de chistes, obras de teatro o dibujos animados, y en todos la imprudente niña se salva de su ¿perseguidor? por un golpe de suerte.

Tal vez por eso el intento de transmitir a las nuevas generaciones la moraleja del cuento —que no es otra que la de evitar riesgos innecesarios desconfiando de las apariencias—, se ve tristemente opacada por el inoportuno cazador, aparecido “de la nada” para deshacer un enredo que cualquiera con dos dedos de frente sabe irreversible.

En la vida real, un nuevo virus-lobo, simulador y voraz, engatusa a sus víctimas a través del placer y esconde su fea nariz tras el ropaje de seres cercanos o deseables, supuestamente tan inocentes como una abuelita... ¿Y quién salva entonces a los desprevenidos frente al VIH/SIDA?

FALTA INTERIORIZACIÓN

Que la principal vía de contagio para los cubanos es la relación sexual desprotegida, lo sabe más del 95 por ciento de quienes vivimos en esta Isla, según demuestran varios estudios aplicados a lo largo del último lustro.

También se sabe que las formas de evitarlo son el sexo seguro, el sexo protegido con preservativos, la pareja cerrada y fiel, o la abstinencia voluntaria.

Pero ese conocimiento no está aún suficientemente interiorizado, según refleja el comportamiento no siempre responsable de la población sexualmente activa (entre 15 y 49 años).

 Aun cuando la tasa global de prevalencia de VIH/SIDA no rebasa el 0,1 por ciento, más de la mitad de las 6 975 personas diagnosticadas desde 1986 (año en que empezó el programa) hasta el pasado diciembre, se contagió después de 1999, según precisó en reciente visita a JR la doctora María Isela Lantero, jefa del Programa Nacional de ITS/VIH/SIDA del Ministerio de Salud Pública.

Entre 15 y 24 años la prevalencia es del 0,05 por ciento. El crecimiento en este sector poblacional no se ha detenido, pero tampoco se ha disparado en el último quinquenio. Tal “meseta” en la curva indica que tantas campañas no han caído en saco roto, solo que es necesario redireccionarlas.

Pero el conocimiento no basta como vacuna: la realidad demuestra que la percepción de riesgo ante el VIH/SIDA es aún muy baja, sobre todo entre adolescentes. La mayoría lo ve como cosa de “otros”, y no teme por su propia vida.

Quienes recién se inician en las relaciones sexuales priorizan el placer antes que la salud. Los varones, sobre todo, se creen “a salvo” del contagio porque dicen tener “buen ojo” para escoger parejas sexuales sanas.

 Ellos están más expuestos, pero ellas son más vulnerables: los patrones machistas censuran a una mujer que proponga el condón como parte del juego amoroso, sobre todo en parejas estables, so pena de ser tomada por transgresora o “ligera”, y antes de perder la relación, muchas prefieren cruzar dedos y encomendarse a la suerte.

¿AUDACIA O INOCENCIA?

Más allá de las cifras de quienes se arriesgan, estimadas por especialistas a lo largo de todo el país, para estos reporteros resultó significativo el contenido de las respuestas obtenidas durante la investigación, porque prueban que aún existen lagunas, no solo informativas, sino en cuanto a la manera de relacionarse con los demás.  

 En la ciudad de Cienfuegos se entrevistó a estudiantes de la Enseñanza Secundaria y Tecnológica, escogidos al azar, cuyas edades oscilan entre los 13 y los 16 años. Al preguntárseles si se consideraban en peligro de contraer el VIH/SIDA, contestaron:

Paula: “No lo creo, no tengo novio siquiera, y no me apena decir que soy virgen”.

Alina: “No me parece probable… solo he mantenido relaciones sexuales con mi novio, que tiene 16, y es dos años mayor que yo, pero él no ha tenido sexo con otra desde hace tres años, cuando me conoció”.

Juan Carlos: “Solo ha habido dos mujeres en mi vida, una era señorita, como dicen los viejos, y la otra es mi actual novia, que no lo era, pero solo tuvo otras dos parejas hace ya años”.

Pedro: “Mire, periodista, yo disfruto mi juventud, y a la que me hace ji le paso la cuenta. Pero me cuido. Me lo enseñó mi papá, con quien no tengo pena alguna en compartir estas cosas. Jamás dejo de llevar un condón en el bolsillo, por lo que pueda presentarse”.

Las dos muchachas y el primer varón no supieron o no quisieron responder cómo puede saberse si alguien es portador del virus. El cuarto opinó: “Supongo que esa persona, si lo sabe, sea capaz de decírtelo”.

En cuanto a lo que significa una relación estable y protegida, ellas declararon: “Mantenerse unido a alguien y serle fiel”, y “no cambiar de pareja con frecuencia… si lo haces, al tener relaciones íntimas con la nueva, utilizar preservativos hasta tanto compruebes que no tiene ninguna infección”.

Juan Carlos considera que “si te sales de la estabilidad, momentánea o temporalmente, tienes que protegerte más. No solo en la penetración vaginal sino también en la anal, porque tengo entendido que esta variante no solo puede trasmitir el VIH a cualquiera de los dos, sino además otras enfermedades como gonorrea, sífilis, herpes o hepatitis”.

A Pedro le pareció más peligroso el sexo oral, “porque no tienes cómo protegerte… Cuando la muchacha traga el semen infectado, este llega a la sangre y se contagia. Si es al revés creo que también hay riesgo, pero no estoy muy seguro”.

CONDÓN ATLÉTICO

A petición de este diario, la profesora Magalys Carvajal y varios de sus colegas de la Facultad de Cultura Física de Manzanillo, provincia de Granma, aplicaron una encuesta a estudiantes y atletas entre 18 y 26 años de edad.

 De manera general, las 84 respuestas asociaron al VIH con una sexualidad irresponsable o el intercambio de sangre contaminada, además de reconocer al preservativo y las relaciones estables como aliados en su protección.

Una de las jóvenes mencionó la necesidad de hacerse análisis de sangre periódicos, mientras otra sugirió ver todos los programas de televisión sobre el tema para estar al día, y una compañera de la misma aula afirmó que hay “varias formas de disfrutar sin llegar a la penetración”.

En las respuestas masculinas destaca un joven que definió al VIH como una forma de “llevar a la muerte y desgraciar a otra persona”. Otro defiende la “fidelidad en la pareja y la conversación franca” como medidas preventivas, y un tercero afirma que “saber pensar” ayuda a no contagiarse.

 No obstante, recibimos también algunas sorpresas, como un varón de 19 años que supone a las pastillas anticonceptivas como protectoras frente al VIH, otro de 20 que aconseja desinfectar todos los objetos utilizados por quien padece el virus, y un tercero de 26 que define al SIDA como una enfermedad que “le cae” a cualquiera. Incluso hay quienes dan por sentado que “algunas personas pueden infectar y otras no: simplemente portarlo”.

 Frases como “a golpe seguro”, “no a la promiscuidad”, “vive tu vida”, “abstinencia”, “juegos sexuales sin penetración”, y “si es con Vive, mejor” demuestran la pegada de las campañas criollas.

Pero falta más compromiso personal. De hecho, solo seis encuestados varones y dos muchachas respondieron en primera persona: “Yo lo uso siempre”, “Me puedo” o “Nos podemos” infectar, proteger, cuidar… El resto lo planteó como algo más bien ajeno, en varios casos calificándolo como un asunto de “homosexuales”, o de “países africanos”.

VÍA E-MAIL

A través del correo electrónico se sumaron también a esta investigación varios asiduos lectores del diario. A pesar de ser de provincias diferentes, sus mensajes tuvieron un denominador común: el VIH existe en el imaginario de nuestra juventud, pero aún no es un tema que les quite el sueño.

Por eso nuestros intermediarios escucharon criterios de muchachos y muchachas que reconocían tener relaciones sexuales sin protección con una persona que acababan de conocer por la sencilla razón de que “se dejaron llevar por los impulsos”, aunque después el remordimiento les quitara la tranquilidad. C.E., universitario holguinero de 25 años, nos transmitió las siguientes opiniones: “Una muchacha de un preuniversitario interno me planteó que le tiene mucho miedo a esa enfermedad por todos los horrores que se hablan de ella en la calle, así que exige a su pareja el uso del preservativo.

“Pero dice que le resulta incómodo porque se pierde —según ella— la magia de las caricias y el contacto genital, y por eso le ha pasado por la cabeza no protegerse, a sabiendas de que puede coger además otras enfermedades.

“Una pareja me planteaba que usan el condón en el primer coito, pero si lo realizan por segunda vez en el día ya no lo utilizan. Ellos reconocen que eso no cumple ninguna función y que es una práctica de riesgo.

“Esta otra opinión me dejó pasmado, no pensé que alguien pudiera pensar así”, destaca C.E. “Se trata de un joven que tiene 24 años y decía que no le preocupaba contraer el SIDA porque, en definitiva, si le tocaba, los centros de atención tenían condiciones como para no coger lucha, que uno hasta podía casarse allí.

“Creo que las enfermedades sexuales están a la vuelta de la esquina esperando un paso mal dado”, cierra su mensaje este joven: “El uso del condón, quizá el que más protege, lamentablemente no ha llegado todavía a muchos jóvenes. En mi caso me resultó bastante difícil adaptarme, pero pude superarlo cuando comprobé que incluyéndolo en los juegos sexuales tenía otros resultados”.

Estudiantes de nivel medio y universitario respondieron a nuestros colaboradores que “no se puede pensar mucho en la protección cuando se tiene una relación duradera”.

 En determinado momento dejan de usar el preservativo y se preocupan solamente por no tener que enfrentar un embarazo no deseado, aun cuando están concientes de que tuvieron parejas en el pasado que pudieron estar infectadas, o que la fidelidad “no se cotiza muy bien en estos tiempos”.

A CADA CUAL SU MEDIDA

No solo en Cuba la adolescencia es tan inestable en materia de comportamiento sexual. Expertos del mundo, y en especial de Iberoamérica, han unido sus voces en el interés de que se elaboren campañas más efectivas y se dé más protagonismo a la promoción entre pares, para que las nuevas generaciones se convenzan entre sí de que son responsables de sus cuerpos y deben aprender a cuidarlos.

Un interesante punto de vista es el que aporta la psicóloga colombiana Gloria Pedraza, quien afirma que la noción de riesgo se construye desde el útero materno: cada paso de avance del ser humano implica asumir nuevos riesgos circunstanciales y extender el espacio vital o “área de protección” hacia otros familiares, la casa, la escuela, el barrio, la nación…

Así se crean prolongaciones afectivas con una gran carga de subjetividad, al punto que lo conocido, lo que cumple “mis” parámetros, no se suele entender como riesgoso, estima ella: “Yo no soy un riesgo para mí, ni mi novio, ni mi amigo, ni el primo de mi amigo... por eso no me cuido”.

La doctora Susana Guijarro, presidenta de la Asociación de Atención a la Adolescencia en Latinoamérica (ALAPE), es partidaria de poner límites en esas edades, pero aceptando que las relaciones sexuales forman parte de su desarrollo psicosocial, y por tanto es importante que sepan no solo a qué se exponen, sino también cómo pueden decir no, mantener el control y dar una mirada adulta a un hecho que compromete su futuro.

La familia es un factor protector reconocido incluso por sus integrantes más jóvenes, quienes preferirían recibir la información y el ejemplo necesario en la casa.

“Para enseñar a ‘cuidarse’ hay que fomentar la capacidad de tomar decisiones y mejorar la autoestima, dar herramientas que permitan sopesar oportunidades y riesgos”, insiste la doctora Rosaida Ochoa, directora del Centro Nacional de Prevención de ITS/VIH/SIDA.

También el sexólogo español Félix López alerta que jóvenes y adolescentes no son siempre vulnerables en el mismo grado: ni siquiera se parecen entre sí, o a lo que fueron meses atrás o serán meses después, por lo que a la hora de establecer programas hay que tener en cuenta esta realidad. 

Por eso la doctora Natividad Guerrero, directora del Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ), valora la educación sexual a púberes como un reto científico que implica no solo sugerirles comportamientos, sino también educarles sobre sus derechos sexuales y reproductivos.

Y mientras más temprano, mejor, pues en las primeras edades resultan muy relativos conceptos como estabilidad de pareja, amor, fidelidad y placer, tal como comprobamos al enfrentar este reportaje.

Según estudios del centro que ella dirige, un alto por ciento de adolescentes no se siente con la preparación necesaria para enfrentar las relaciones sexuales, lo cual hace mayor su vulnerabilidad ante las ITS, aun cuando sea este el tema que más conozcan en materia de sexualidad, seguido del riesgo de un embarazo indeseado.

En sus encuestas han recogido igualmente respuestas erradas respecto al VIH, como que cualquier anticonceptivo puede detenerlo, aunque no sea de barrera, y que las personas que viven con VIH (PVVIH) deberían portar identificación para cortar la epidemia.

También la profesora argentina Lucía Weiner llama la atención sobre el hecho de que adolescentes y jóvenes tienen información real sobre el virus, pero no sobre la vida que enfrentan estos pacientes, conocimiento que tal vez pudiera llevarlos a la reflexión y a establecer pautas más responsables en su conducta sexual.

Según sus pesquisas, la mayoría adquiere nociones de la temática sexual mediante productos comunicativos ajenos a su realidad sociocultural (como las películas del sábado, en el caso de Cuba), y que por tanto no son eficaces para la prevención o la promoción de estilos saludables de vida en el contexto de cada nación, localidad o grupo etáreo.

De un modo u otro, cada especialista hace referencia al llamado “pensamiento mágico” en la adolescencia, o sea: al convencimiento de que nada les va a pasar, y que lo más importante es vivir el “aquí y ahora”, porque muerte y enfermedad son cosas de la adultez.

Es tal el grado de inmunidad subjetiva que sienten, que en algunos casos hasta han aprendido a dar respuestas “adecuadas” para quitarse de arriba a los adultos mientras en la práctica asumen actitudes azarosas e irresponsables.

 Viven con la certeza de que no hay que tenerle “miedo al lobo”, pues si acaso se ven realmente en apuros, ya aparecerá una vacuna-cazador que conjure el peligro a que se enfrentan, tantas veces como sea necesario.

El síndrome de la Caperucita Roja (II)

Yahily Hernández, Zenia Regalado, Mileyda Menéndez, María Bárbara Hernández, Hugo García y Cinthia Oviedo

corresp@jrebelde.cip.cu

http://www.jrebelde.cu/2006/abril_junio/abril-2/cuba_sindrome.html

A veces, las consecuencias de un comportamiento sexual poco responsable en edades tempranas se perciben demasiado tarde. Baja autoestima, desconocimientos y falta de compromiso con la propia vida pueden conducir por el camino del VIH a personas de cualquier orientación sexual
Sus palabras entrecortadas, silenciadas por un dolor muy adentro, desvían nuestra atención hacia la mirada de esta quinceañera camagüeyana, fija en su pequeño hijo.

 Minutos convertidos en siglos, hasta que un gesto suyo de resignación deja escapar lo que tanta incertidumbre nos produce. Alarga su mano y toma el inflado muñeco azul que permanece junto al bebé dormido. Muy bajito, quizá para no despertarlo, susurra:

“Dicen que los delfines protegen a los niños. He escuchado que cuando están en peligro los cuidan como si fueran sus críos… por eso él tiene el suyo. Mañana a lo mejor no podré estar a su lado. Si me permitieran escoger, preferiría que mi bebé viva muchos, pero muchos años más que yo. Solamente así sería feliz.

“¿Quién me asegura que viviré para cuidarlo? Paso horas y horas enteras velando su sueño, imaginando su futuro, pidiéndole a la vida que le dé la oportunidad que yo no tuve y lo deje vivir en paz, sin este susto que te mata por dentro”.

—¿Por qué no vives en paz?

—Tal vez otros enfermos de VIH puedan, pero yo no. Solo de imaginar que él tenga que pasar por las cosas que yo he pasado… por los desprecios, los maltratos, y este miedo a la muerte que no acaba… ¿Quién puede vivir en paz? ¿No imaginas lo que mi niño sufriría?

 “Y me comparo: yo tengo a mi madre, a mi padre, a mi hermana, a mi familia que me quiere y me cuida... Pero ¿y él? Su padre ni lo ha inscrito, no quiere saber nada de su hijo. Y yo, que soy su madre, que pudiera protegerlo, no sé lo que me depara el futuro.

“He sufrido… y mucho. Y estoy sufriendo por lo que pueda venir. Es en lo único que pienso: el niño está en estudio. Si verifican que está enfermo… ¿cómo serán nuestras vidas?”. 

UN AÑO ATRÁS 

Catorce años tenía Caridad. Estaba becada en la EIDE en el deporte de taekwondo, cuando conoció a su primer novio, con quien comenzó a tener relaciones sexuales.

“Las cosas no funcionaron como debían y nos peleamos. Después, en una fiesta, estuve con otro muchacho. Todavía no sé quién es él ni recuerdo lo que pasó entre nosotros. Más tarde conocí al que sería el padre de mi hijo”.

—Y cuando te diagnosticaron la enfermedad…

—Me parecía un sueño, una equivocación. Aún no entiendo por qué tuve que ser yo. Por mi mente nunca pasó que pudiera contagiarme con el VIH y mucho menos tener un hijo a los 14 años con la posibilidad de desarrollar la enfermedad.

“Siempre pensé que eso que ponían en la televisión eran cosas de otros países y no de Cuba. Oía hablar del sida y para mí era algo tan lejano… de gente que no tenía nada que ver conmigo. A veces recuerdo cómo mis amiguitas y yo no le hacíamos caso a los programas, y la mayoría de las veces ni los veíamos”.

—¿Por qué se te ocurrió ir al médico?

—Nunca me protegí, y quedé embarazada. Estaba en séptimo grado. Yo no sabía, no me daba cuenta de lo que me pasaba. Cuando empezó a crecerme la barriga tuve miedo de perder la escuela, que me criticaran… hasta que se lo dije a mami y fuimos al médico, pero ya era tarde, tenía cinco meses de embarazo y no pude hacerme el legrado.

DESPRECIOS, MALTRATOS Y SOLEDAD

“Cuando me diagnosticaron como seropositiva me ingresaron en el Sanatorio por temor a que cometiera una locura. Allí estuve hasta los nueve meses.

“El agua parecía coger su nivel. Empezaba a adaptarme a la nueva situación, pero choqué con una realidad que aún me destroza por dentro. Comenzó el nuevo curso y volví a mis estudios, pero decidí abandonarlos, y para siempre”.

—¿Qué te hicieron para que tomaras esa decisión?

—Lo que te cuente es poco… Es tanto el desprecio y el dolor. Es como si no vivieras en este planeta.

—¿Ofensas…?

—Ninguna cara a cara… Mis compañeros más o menos me trataban y se iban adaptando, los profes me ayudaron. ¡Pero los padres…! Ellos hicieron hasta lo imposible por separarme de la escuela.

“Llegaron a escribir varias veces a la dirección de Salud y a la de Higiene y Epidemiología aquí en mi municipio. Muchos firmaron las cartas que exigían mi separación inmediata de la EIDE. Otros me lo insinuaban… Pero la escuela se puso dura y empezaron las reuniones donde explicaron cada detalle de la enfermedad.

“Lo que más me marcó fueron las continuas lágrimas de mi madre. ¡Cómo lloraba! Entonces decidí marcharme, a pesar de oponerse la escuela. Yo sentía que no era la misma: Se podía respirar la hipocresía y la falsedad con que algunos me trataban. ¡Y cómo ha llovido desde entonces!

“Creo que el ser humano se acostumbra a todo, hasta al desprecio... Ya no hago caso a nada. ¡Y mira que me han hecho! Un día caminaba por la acera y había un grupo de niños jugando al trompo. Yo quise pasar y no me dejaban: me gritaron tantas cosas que la gente se paró a escuchar. Pero nadie hizo nada… allí comprendí que dondequiera que me metiera, sufriría humillaciones.

“Mi madre fue hasta la escuela de los niños, habló con el director… Eso ayuda, pero no resuelve, porque en el lugar que menos esperas te hacen un gesto desagradable”.

MÁS ALLÁ DE LO VIVIDO

“Si pudiera escoger mi pasado, sería una muchacha mucho más precavida: no estaría con nadie sin protegerme. Creo que cambiaría mi vida por completo… ¡menos a mi hijo!

A él lo quiero, más que a mí misma. Lo volvería a tener, solo que con mucha más salud y más amor. No de mí, sino de su padre, al que aún no conoce en 11 meses de vida.

“Quisiera, por ejemplo, poder abrir mis ojos y que todo fuera un mal sueño… Si esos niños me humillaron, ¿qué le espera a mi bebé? ¿Tendrá amigos como los demás? ¿Lo aceptarán con una madre como yo?

“Son tantas las cosas que pienso... Si pudiera, con gusto entregaría mi vida a cambio de alejar la enfermedad de él”.

—Pero hay grandes esperanzas de que no la desarrolle…

—Cada tres meses se chequea y hasta ahora todo está normal. Hay que seguir esperando, porque aún está en tiempo. Siempre quedan esperanzas, y yo lo suplico una y otra vez…

No puede con tanto. Sus lágrimas corren. En el cuarto, el llanto de su hijo la devuelve a su inquietante realidad, que por casi una hora ha compartido con JR. Lo acaricia. Lo besa. Le habla de sueños futuros.

El primero —señala con el dedo una bella foto de quinceañera— ya fue cumplido: sus 15 primaveras no pasaron inadvertidas.

Otros: Seguir estudiando es lo primero, pero algo tan normal como ingresar al Preuniversitario Vocacional Máximo Gómez Báez, de Camagüey, puede ser el detonante para que la historia comience de nuevo.

¿Cómo la acogerán en esa escuela o en cualquier otra beca? Aún no tiene respuesta a esa pregunta, y a tantas otras que se presentan en  su corta y ya trastornada existencia.

Sin embargo, ella no renuncia. A pesar del miedo a experimentar de nuevo todos esos amargos ratos u otros semejantes. Y mientras se debate entre tanta incertidumbre, sus sueños permanecen en pie.

INFIERNO PRECOZ

“¿VIH? ¡sida! ¿Cómo que yo? No puede ser... ¡Imposible, doctora!”. Alain recuerda aún sus gritos, y vuelve a sentir deseos de que la tierra se lo trague.

“¡Es que no puedo creerlo!”, dijo, mientras una lágrima corría por sus mejillas. Como de muy lejos le llegaban las preguntas sobre la identidad de las personas con las que había tenido relaciones sexuales.

“Es que son muchas… ahora no sé”, respondió entonces con la voz entrecortada, y se dispuso a contar su historia, la misma que hoy repite a este diario con el afán de ayudar a otros adolescentes como él.

“Esto empezó cuando fui a una fiesta y me uní a un piquete de amigos de la escuela que estaban hablando de con cuántas muchachas se habían acostado. Cuando me tocó a mí dije que con una sola, y con protección, y todos empezaron a reírse, se ‘conectaron’ conmigo hasta que me fui de allí ‘berreado’. Me llamaban estúpido, cobarde… alegando que el condón quita placer y crea desconfianza.

“A partir de ese día, influenciado por aquellos comentarios, decidí ‘pasarle la cuenta’ a cualquier chiquita con la que me tropezara: linda o fea, flaca o gorda, blanca o negra… no me importaba, con tal de probar mi hombría ante mis amigos.

“Estuve hasta con mujeres mayores —ya con hijos—, e incluso llegué a estar un par de veces con un tipo ahí que me trataba bien y me dejaba jugar atari en su casa…

“¡Pero yo no soy un flojo, fíjense! A mí me gustan las mujeres, pero él me dijo que me iba a enseñar mucho de sexo, para volverlas locas y ganarle a todos mis amigos”.

Alain estruja la punta de su camisa y mira por la ventana, como tratando de ver en este paisaje habanero una salida a su bochorno.

“Si yo hubiera sabido entonces todo lo que sé ahora… Aunque no crea: en el Sanatorio conocí gente que sabía muchísimo de este tema, pero se confiaron y ya usted ve…

“Uno que ahora es mi amigo dice que su error no estuvo en creer en los demás: su peor falla fue creer en él mismo, en que era un bárbaro con tremenda suerte para ligar a las ‘niñas’, y lo que ligó fue esta desgracia, que no perdona edad ni sexo, ni se puede dejar, como el cigarro, cuando te quieres empezar a tomar la vida en serio”. 

LUZ EN EL PONIENTE

“Me llamo Joel. Soy promotor de salud hace cuatro años, desde que me infecté con el VIH. Mi familia, sobre todo por parte de madre, me viene a aceptar bien ahora. Me tratan, pero por lástima, porque estoy enfermo.

“Estoy estudiando y quiero seguir haciéndolo. Mucha gente, hasta de mi familia, me decía que si yo ya estaba enfermo para qué iba a matricular... Pero yo insistí y empecé en el curso de superación integral para jóvenes.

“En Educación me ayudaron muchísimo. Allí estuve cuatro años y ahora quiero continuar estudios universitarios.

“Tengo vecinos que siempre están al tanto de si tomo los medicamentos cuando me tocan, cómo me alimento y cosas así... también por eso soy promotor de salud y hago este trabajo en las comunidades pinareñas”.

—Tres deseos…

—Que mi familia me comprenda más, que pueda ejercer la carrera que me gusta, que los homosexuales seamos mejor comprendidos por el resto de las personas”.

—Mensaje para los jóvenes…

—No solo para los jóvenes, sino para todas las edades, porque yo me contagié con una persona que tiene 47 años. Él sabía que tenía la enfermedad y sin embargo tuvo relaciones conmigo.

“Yo llevaba siete años con una pareja estable, le fui infiel y mira lo que me ocurrió… No usé el condón y me infecté. A todos, entonces, les aconsejaría que antes de llegar al sexo, primero lean, se instruyan y piensen en sí mismos”.

—¿Síntomas?

—A los seis meses de saber que tenía la enfermedad tuve un cuadro diarreico prolongado durante meses. Ahora tomo varios antirretrovirales que me han subido las defensas…

—¿Qué quisieras cambiar en tu vida?

—Si no hubiera sido infiel, no estaría enfermo. Ser promiscuo es un error… Además yo creo que no debiera existir la homosexualidad. Quisiera que la vida fuera como Adán y Eva, todo el mundo heterosexual: el hombre para la mujer… pero eso uno no lo puede determinar.

“¡Quién sabe lo que yo pude estudiar! Cuando estaba en sexto grado me captaron para ballet y mi mamá no me dejó. Después, en noveno grado me captaron para la EIDE, en esgrima, y ella dijo que no. Parece que al ver mi inclinación a la homosexualidad tenía miedo de que me alejara de la casa, y fue peor.

“Siempre me controló más a mí que a mi hermana. A ella le gusta que yo esté dentro de mi casa las 24 horas. ¡Si ella supiera cuánto he sufrido por eso!”.

—¿Cómo te sientes en tu centro de trabajo?

—Laboro en el Centro de Prevención de ITS y VIH/sida. Todos son maravillosos y tienen mi misma lucha: frenar la epidemia. Trabajar me hace sentir bien, despejado, útil.

“No busco eso de que ‘vamos a comer y a dormir porque mañana me voy a morir’. Yo no veo las cosas así: No soy un vegetal. Por eso estudio y trabajo. Así no tengo tiempo para pensar en la muerte”.