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Mileyda Menéndez

25 de marzo de 2006

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Perla que no brilla

Yahily Hernández Porto

El principal móvil que conduce a los muchachos a utilizar tal proceder es la seguridad engañosa de que la “perla” garantiza un buen desempeño sexual y mayor placer a su pareja, sin descartar otros como el embullo y la imitación.

CAMAGÜEY.— La “perla”, como la nombran popularmente, no tiene nada que ver con alhajas ni joyas.

Es simplemente un objeto de varios milímetros de diámetro, hecho de diversos materiales como plata, oro, acrílico o plástico (el del cepillo de dientes es el más utilizado) que luego de ser moldeado “a gusto del consumidor” es introducido sin miramientos en el pene.

Quienes la usaron hace algunas décadas, aseguran que nació en las prisiones y en grupos de hippies de los años 60, pero no conocen cómo esta práctica se introdujo en el país.

Su actual auge en edades tempranas desconcierta a los especialistas (proctólogos, urólogos y ginecobstetras) quienes ya observan en sus consultas las consecuencias de este descabellado proceder.

SEGURIDAD INSEGURA

Miguel tiene 16 años. Su vida sexual activa comenzó hace varios meses, con una muchacha de 21 años, bajo una gran incertidumbre: ¿Sería él “bueno” en la cama?

En aquel momento optó por contar su dilema a los amigos, quienes le sugirieron acudir a la perla.

¿Cuántos jóvenes como él por desconocimiento e incorrecta educación sexual, acuden a tan agresiva práctica para paliar la inseguridad que esa “primera vez” provoca?

Miguel soportó, como todo un “hombre”, el dolor de la cortada, y se introdujo el objeto. La incisión en la piel no cerró como debía, la infección se extendió y cogió fuerza.

En una investigación de Sexo Sentido en esta ciudad, afloró como principal móvil que conduce a los muchachos a utilizar tal proceder, la seguridad engañosa de que la “perla” garantiza un buen desempeño sexual y mayor placer a su pareja, sin descartar otros como el embullo y la imitación.

La muestra se nutrió mayoritariamente de jóvenes entre 16 y 23 años de edad. El sondeo mostró, además, otros hechos preocupantes, como la falta de higiene al cortar la piel del pene, o que su colocación se ha extendido al barrio, las becas estudiantiles y otros espacios donde generalmente pasan una etapa corta de sus vidas, los varones.

También se exploró el criterio de algunas muchachas, quienes confesaron no encontrarse a gusto con esta práctica porque causaba dolor, ardor y otras molestias en su clítoris, y por tanto, renuncian a repetir el coito.

Muchas coincidieron en que sus compañeros llegaban a ellas ya con la “perla” y después que se estabilizaban como pareja se la retiraban, a pesar del dolor físico que esto ocasiona.

Todos los encuestados (de los cuales un 60 por ciento la ha usado por varios años) manifestaron desconocer las secuelas que ocasiona, lo que obligó a un reanálisis multidisciplinario de dicha problemática.

EL PENE IDEAL

Desde que el niño nace, la familia construye su identidad y lo “presiona” con gustos y preferencias que deberá asumir en correspondencia con su sexo.

Tendrá que ser, a toda costa, el “macho” que se espera de él, y para esto han creado en su mente un ideal de pene que responda a esa educación sexista.

Para el doctor Raúl Hernández, máster en Sexualidad, la “perla” es otra consecuencia de estereotipos que “forman” al adolescente varón en la creencia de que solo el tamaño del pene y la penetración son señales válidas de buen sexo.

La principal alarma que causa entre los especialistas es el riesgo que asumen quienes la practican, al desconocer los daños físicos que ocasiona.

“Si traumático es tener relaciones vaginales o anales —sin excluir ninguna orientación sexual— con un pene modificado, también lo es el trauma psicológico en que pueden verse envueltos cuando aparezcan los primeros síntomas”, opina el doctor Hernández

Lesbia Palacios, especialista de primer grado en Ginecobstetricia del Hospital Materno de esta ciudad, asegura que las fé­minas no permanecen al margen de daños, pues se observan lesiones en toda la zona del introito vaginal, del clítoris y de los labios mayores y menores.

Aseveró la ginecobstetra que “indiscutiblemente, es el clítoris quien lleva la peor parte, por recibir un roce para el que no está preparado”. Y añadió, que este órgano femenino tiende a ponerse áspero, con llagas a nivel del epitelio que luego dificultan la penetración.

 “A veces son heridas que no se ven, pero que pueden sentirse por el ardor antes, durante y después de la penetración”, aclara. “Tales lesiones pueden causar prurito, disuria (dolor al orinar) u otros trastornos, y de mantenerse no demorarían en aparecer callosidades y vulvitis (inflamación), incapacidad para experimentar el orgasmo, pérdida de la libido o deseo, y la infección se extendería hacia la vejiga y el recto”.

¡Y NO BRILLA!

¿Qué ocurre mientras la “perla” está colocada entre la piel flexible de la cara dorsal o superior del pene y los cuerpos cavernosos que se extienden desde el prepucio hasta el tronco?

La respuesta la obtuvimos en la consulta del especialista de primer grado en Urología, Ranfis Humberto Rodríguez, del Hospital Oncológico de Camagüey, quien en los últimos años ha retirado varios de estos objetos.

“Desde el mismo momento de la incisión aparecen las primeras complicaciones locales y sistémicas: sangramientos, infecciones, inflamación alrededor de la herida… además de ser una puerta de entrada a gérmenes externos y las ITS”.

Advierte él que la falta de atención inmediata origina complicaciones, incluida la Gangrena de Fournier (gangrena de los genitales) que aparece después de una sepsis local en abandono. En ese caso hay que eliminar todo el tejido necrótico de los cuerpos cavernosos y esponjosos, o sea, cortar parte del pene.

Este abandono ocasiona también abscesos locales que influyen en la erección pues conducen a la enfermedad del Peyrone o fibrosis que encorva el miembro, dificultando la penetración, que se acompaña de dolor.  

Otro trastorno es la parafímosis (el prepucio no puede desplazarse), susceptible de aparecer ante cualquier estímulo traumático del exterior, lo cual ocasiona un edema crónico y progresivo en los genitales, y requiere tratamiento quirúrgico.

Y mientras ese cuerpo extraño se en­cuentre alojado en el organismo, el peligro sigue latente: los golpes externos y el propio roce del objeto en los tejidos vascularizados del pene traen, a la larga, más angustia que placer.

 

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