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Granma
(25 de marzo de 2006)

Misterio en La Haya

ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ
elson.cp@granma.cip.cu 

La muerte del ex presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, estaba decidida desde el momento mismo en que Javier Solana, entonces secretario general de la OTAN, diera la orden de ataques aéreos contra la nación balcánica el 24 de marzo de 1999.

Durante 78 días y noches la aviación "aliada" cumplió lo decidido por Washington en Rambouillet, (afueras de París), en aquella reunión donde no estuvieron los representantes yugoslavos, y que fuera antecedida de imágenes que recorrieron el mundo, sobre una supuesta limpieza étnica por los serbios en Kosovo.

El estado mayor del imperio había decidido acabar con aquel "rezago" del socialismo europeo y, como era lógico, con su máximo representante en la nación yugoslava.

De esas jornadas de bombardeos continuos, los resultados pudieran resumirse en los casi 2 000 civiles yugoslavos muertos (entre ellos 81 niños) y 6 000 heridos; todos los puentes sobre el río Danubio destruidos y el propio río, el suelo y el aire del país, contaminados con uranio empobrecido desprendido de cohetes y bombas lanzados por la aviación agresora.

En la lista de devastación dejada por la guerra están además 59 monasterios y santuarios medievales, 15 monumentos históricos y museos, 32 hospitales y otros centros de salud, más de 400 escuelas y cientos de viviendas y edificios públicos, 14 aeropuertos, 3 500 industrias y empresas, así como 19 embajadas y misiones diplomáticas atacadas, entre otras.

A la acción criminal de las bombas, incluyendo las de grafito, lanzadas contra las instalaciones eléctricas, que dejaron sin energía al país, se unió el embargo petrolero y otras sanciones económicas adoptadas por la Unión Europea contra la Yugoslavia también europea.

Mientras la OTAN se vanagloriaba de haber realizado 22 000 incursiones aéreas de bombardeo, Yugoslavia denunciaba una masacre perpetrada por un avión norteamericano contra la población civil en Korisa, donde murieron 100 personas, entre mujeres, niños y ancianos; y en ese instante el costo de la agresión a la nación balcánica superaba los 100 000 millones de dólares, y el número de desplazados era de 745 000 personas.

Aunque ni Estados Unidos ni la OTAN se atrevieron a atacar por tierra por temor a la respuesta del ejército y el pueblo yugoslavos, la dirección del país cedió y aceptó la condición impuesta de que las fuerzas armadas serbias abandonaran Kosovo y que a esa provincia autónoma entraran entre 28 000 y 32 000 soldados de Estados Unidos y la OTAN —por unos seis meses se dijo entonces.

Esta concesión permitió lo que todos sabían: las tropas serbias y los cientos de miles de serbios desplazados no han podido regresar a Kosovo; los albaneses tomaron para sí las propiedades de los serbios; y las fuerzas foráneas se mantienen allí tras seis años de ocupación.

En el resto de la Yugoslavia bombardeada y destruida, los autores del genocidio no hicieron aporte alguno para su reconstrucción, y nuevas exigencias —esta vez para permitir el ingreso de Serbia y Montenegro a la Unión Europea—, hacen evidenciar que el Kosovo yugoslavo va a dejar de serlo para siempre por obra y gracia de Estados Unidos y la Unión Europea.

Slobodan Milosevic, máximo dirigente de esa Federación Yugoslava desintegrada y una provincia autónoma pasto de la rapiña albanesa y militarmente ocupada, comenzó a ser juzgado por el Tribunal Internacional creado por la ONU a instancias de Washington en La Haya, Holanda.

Recuerdo que entre las primeras exigencias que hizo Milosevic ante ese Tribunal fue la de que se juzgaran a los dirigentes norteamericanos y de la OTAN, y al secretario general de la Alianza en aquel momento, Javier Solana, por los bombardeos contra Yugoslavia y los crímenes cometidos contra su pueblo.

Ahora, murió en su celda, en controvertidas circunstancias, el reo que optó por asumir su propia defensa y que denunciara una y otra vez que lo intentaban asesinar en medio de ese circo farisaico inventado para satisfacer el poder imperial norteamericano.

Al velatorio del ex mandatario no pudieron acudir sus más cercanos familiares, impedidos de estar presentes por motivos de seguridad (¿serían secuestrados y juzgados también?).

En una ceremonia sencilla, en la localidad de Pozarevac, a 80 kilómetros de Belgrado, amigos y seguidores del ex mandatario yugoslavo echaron sobre su féretro la tierra que lo vio nacer. Antes, en pleno Belgrado, unas 100 000 personas le habían rendido homenaje póstumo.

Murió Milosevic y quizás nunca se sepa claramente de qué. Hay varias versiones sobre las causas de la muerte. Sea lo que sea, lo cierto es que algo anormal ocurre, como para preguntarse: ¿Es La Haya un misterioso lugar donde los reos, al parecer, no tienen todas las garantías para sus vidas?

Lo que ha ocurrido con Milosevic no es nuevo: anteriormente otros cuatro acusados por el Tribunal murieron también en circunstancias extrañas. ¿No es raro?