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A cargo de
Mileyda Menéndez

25 de febrero de 2006

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No tan oculta, y sí ineludible

La cara oculta de la Luna, serie que transmite actualmente la Televisión Cubana, es una valiente iniciativa que aborda temáticas sociales de gran complejidad desde una mirada  frontal

José Luis Estrada Betancourt
y Randol Peresalas
Fotos: Geni

joselestrada@jrebelde.cip.cu

¡Que las sorpresas no acaban, caballero! ¿Quién diría que una novela cubana de actualidad levantaría
ronchas a estas alturas, y no precisamente por su insuficiencia estética? Desde que comenzara a transmitirse La cara oculta de la Luna, dirigida por Cheíto González, Virgen Tabares y Roberto Puldón, los teléfonos y correos de JR no dan abasto para las quejas sobre la “excesiva crudeza” de esta valiente iniciativa de la Televisión Cubana. Ya en el capítulo de presentación, los criterios allí expresados dejaban entrever que estaríamos ante una serie polémica.

Un médico de 54 años de la provincia de Camagüey, y quien habló en nombre de sus colegas, decía sentirse preocupado por el “desviado” patrón de conducta que este serial le brinda a sus dos hijas adolescentes. “¿Es para que una muchacha como Amanda sea la protagonista de la telenovela?”, nos preguntaba.


Amanda (Saily Cabezas, izq) es resultado de la falta de comunicación y la sobreprotección. Ella, Néstor y Yamina (Kelvin Espinosa y Ariana Álvarez, abajo), no son solo obra de la fértil imaginación del guionista.

Otra doctora, esta vez en Ciencias Sociales, se comunicaba asimismo alarmada. “Esa no es nuestra juventud. Nuestros jóvenes no son así: tan promiscuos y con tan escaso sentido de la lealtad y la amistad. ¿No va a escribir JR al respecto?”, exigía.

Por suerte, no todos los criterios andan por esa cuerda. Una vecina de Cojímar, muy campechana ella, se lamentaba mientras esperaba por una pizza, porque no iba a poder ver el capítulo de esa noche: “A mí me gusta. La veo muy instructiva (usó esa palabra, lo juramos). Es una pena que los muchachos no la sigan, pero yo siento a mi hija conmigo y le suelto toda una conferencia”. 

Es curioso ver las reacciones de algunos ante las supuestas escenitas “fuertes” de la fiesta. ¿Alguien puede explicarnos de dónde proviene semejante mojigatería? Se sabe que los tabúes no se extinguen de golpe y porrazo, pero de ahí a lecturas como esa de que la conducta de Amanda incita a las “niñas” a escaparse de sus hogares, ¡por favor!

La cara... es una serie oportuna, necesaria, en la cual, lejos de maquillajes e idealismos, los individuos pueden constatarse, y rectificarse. No nos engañemos: los conflictos allí esbozados no son obra de la fantasía de su autor: están en la calle, en nuestros hogares... Darles la espalda, lejos de protegernos, lo que nos hace es más daño.

La actitud de la señora de la pizza debería multiplicarse. El médico, en lugar de sonrojarse, debería actuar, dialogar, reflexionar con sus hijas, mostrarles lo bueno y malo de la vida, decirles: “mira, eso que está haciendo Amanda, es lo que ustedes deben evitar”. Ah, y no encasquillarse con la muchacha: Amanda es producto de una situación lamentable cuya base es fácil de percibir en la sobreprotección.  

NO ES PERFECTA, MAS...

La cara oculta de la Luna no es una telenovela, es una serie. Y no es lo primero en tanto no maneja los códigos propios del género y su nivel de idealización con respecto a la realidad es casi nulo. Esa particularidad le permite a La cara... abordar temáticas de gran complejidad, no desde una mirada lateral, sino frontal.

No obstante, y amén de que consideramos que cumple exitosamente su función social, es bueno apreciarla en toda su dimensión, y, tratándose de un producto dramático, la estética es fundamental.

Sus logros en este sentido son parciales. Evidentemente La cara... no apostó, en lo formal, ni por lo vanguardista —estilo Doble juego—, ni por lo clásico, que es igualmente defendible: se quedó en un punto medio algo difuso. Tanto la musicalización, como el montaje y la fotografía, por poner tres ejemplos, están lejos de mostrar la sutileza que exigen los mensajes allí manejados. Sin embargo, otros dos aspectos salvan la propuesta: el guión y la sorprendente respuesta del elenco.

La labor de Freddy Domínguez es plausible, sobre todo, en el diseño de personajes y la elocuencia de los diálogos —incluso aquellos que demandan su cuota de didactismo: los de la profesora de Amanda, digamos—. Estos dan la justa medida de los protagonistas y abren la brecha a sus acertadas improvisaciones.

En cuanto a la estructura, para optar entre el paralelismo de las historias y el desarrollo de estas por separado, es muy pronto para opinar. De momento, las entradas y salidas de los personajes centrales en este primer relato están bastante dosificadas.

Cuando decimos que el reparto respondió adecuadamente, no pensamos solo en el balance general —que dicho sea de paso, es muy favorable—, sino también en los desempeños particulares, donde los más jóvenes entonan con los más experimentados de modo encomiable. Ariana Álvarez (Yamina) y Ketty de la Iglesia (Margarita), quienes tuvieron a su cargo, quizá, los roles más próximos a la exageración, supieron dotarlos de matices suficientes como para que esta no se convirtiera en un defecto.

María Esther Monteluz (la madre de Léster) no solo ajustó bien a su personaje, sino que, especialmente en los primeros capítulos, remontó una altura francamente envidiable. Lo mismo consiguieron Alejandro Cuervo (Léster), Kelvin Espinosa (Néstor), Fernando Echevarría, Tamara Castellanos, Aramís Delgado, Aimee Despaigne, Mirtha Lilia Pérez, y, por supuesto, Saily Cabezas (Amanda), quien singularizó a su tímida adolescente con una sobriedad típica de actrices maduras. 

¿MIEDO A QUÉ?

Sería iluso creer que nuestros jóvenes, protagonistas de tiempos distintos a los de sus padres, viven en una urna de cristal. El mundo ha cambiado. Ahora son más independientes, les encanta probarse, experimentar, descubrir, y eso tiene sus riesgos. Mas no por ello dejan de ser estudiosos, entregados, fieles y capaces de ofrecer amor con igual arrojo.

La cara oculta de la Luna no es para nada un mal ejemplo. Al contrario, es profilaxis a pulso, en tanto desenmascara las actitudes negativas mediante su reflejo directo, con valentía; no con miedos y prejuicios que no conducen a ninguna parte. 

Desde Doble juego, la Televisión Cubana no proponía un acercamiento tan agudo al mundo de los jóvenes —por cierto, uno de los sectores menos atendidos en los dramatizados—. Y es una lástima que teniendo en la mano una herramienta tan eficaz para comunicarse con ellos, como lo es La cara oculta de la Luna, haya decidido cambiar su frecuencia, y ubicarla los sábados, justo cuando la juventud aprovecha para abrirse a la vida nocturna. Aunque parezca mentira, Señora del destino, una propuesta también estimable, ha salido favorecida, cuando debió ocurrir lo contrario.

Y hay otro punto. La televisión tiene el deber de escuchar a su público, de satisfacer sus necesidades, pero ello no implica que se amarre de pies y manos cuando también existen otros intereses de alcance social y político.

El VIH/SIDA es una realidad, y es deber afrontarlo con todas las armas disponibles. Si con la primera de las historias se ha creado tal algarabía, es bueno saber que las próximas serán igual de “crudas”, pero ineludibles.

 

 

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