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NURTURING UNITY IS THE FRUIT OF SOLIDARITY
By
Manuel E. Yepe
http://manuelyepe.wordpress.com/
A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann.
When
assessing the performance of
popular governments that
have come to power in Latin
America –against the
interests of national oligarchies and doing so
in the context of electoral
systems developed accordingly
to favor the options
of those interests–
a fatal rule is rarely taken
into account: that once
these leaders come to power
by popular will, they are forced to
alter their priorities and
give primacy to the struggle for
the survival of their
revolutionary projects.
In such
circumstances,
these young governments
face an internal enemy that
controls all the strings for the exercise of
power. This enemy does not even need to justify
its counterrevolutionary activity.
For
a revolution to be genuine, the first requirement is that it be able to
defend its survival. Consequently, when, immediately after coming to
power, attacks against it rage, revolutionary movements are forced to
revoke the precedence of their popular benefit programs and concentrate
on the political and military defense of the process.
In
fact, the initial pressures and threats faced by the popular processes
are in themselves aggressions, because they force those under assault to
relegate the rationale of the redemptive process, namely, to work for
the spiritual and material well-being of all people, especially the most
dispossessed.
Through intimidation, blackmail and impositions –evidence of the
convergence of the interests of the national oligarchy with imperialism–
the enemy tries to take away support for the liberatory project; or at
least prevent new factors from joining the flow of popular support for
the process of change which depends for its victory on the numerical
majority of its followers.
Actions aimed at hindering the work of the new progressive governments
include various forms of interference in the internal affairs of the
revolutionary country: among these are: media smear campaigns –both
within the nation and internationally– provocations, promotion of
betrayals and desertions, provoking conflicts in relations with their
allies, hostile diplomatic acts, and many others in which impatience
revolutionary leaders often serve the objectives of the aggressor.
Ultimately, the goal of this policy of pressure and threats is to reach
the people of the nation that has brought to government a progressive
movement. The campaign uses a message whose purpose is to make people
believe that the choice they face is not "to remain as they are or
aspire to the spiritual and material well-being promised by the
revolutionaries" but rather "to risk the little they have in order to
attain unreachable benefits"
Or –what is the same thing– to make them distrust their ability to
undertake the solution of the problems that hinder the economic and
social development of their homelands, because these depend on
unpredictable historical factors.
Recent political developments in our America
shows that the
revolutionary and progressive forces are
already capable of dealing with the confrontation
maneuvers and
pressures in the consolidation phase of their
power. This is so because to
their potential an additional force has
been added. This is the
force that emanates from reciprocal support. It
is a fact that there are already many
peoples who –to a greater or
lesser extent– with their independence,
are able to join in a common
effort.
Unity within our own ranks
and the union in solidarity
of the peoples –that in similar circumstances
choose common support
as their shield– requires, of course, great
serenity to avoid falling into
traps set by hegemonic powers.
Inter-capitalist
conflicts are always resolved
with capital as arbitrator. But
when it comes to differences
between sovereign equals, it will always be the
fundamental interests of the peoples that
should provide solidarizing solutions.
Hence,
it will never be time lost that devoted by the leaders of those nations
–newcomers
to the
exercise of true independence– to
cultivating and protecting
every advance on the way
to consolidating the
solidarity and unity of their
peoples as the main
guarantee for their common security,
regardless of the different circumstances
of each.
And
the support and trust given
to these governments –newcomers to the
real exercise of their national
sovereignty–
must
never be found wanting. So they can do their job
without intrusion or interference of
any kind in determining their
own paths.
April 29, 2015. |
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CULTIVAR LA UNIDAD QUE ES
FRUTO DE LA SOLIDARIDAD
Por Manuel E. Yepe
http://manuelyepe.wordpress.com/
Cuando se valora el desempeño de los gobiernos populares que han
llegado al poder en América Latina a contrapelo de los intereses de
las oligarquías nacionales y a despecho de haberlo hecho en el marco
de sistemas electorales elaborados en función de favorecer las
posibilidades de esos intereses, rara vez se toma en consideración una
regla fatal: que una vez que estos líderes han alcanzado el poder por
la voluntad popular, se ven obligados a alterar sus prioridades para
dar la primacía a la lucha por la supervivencia de sus proyectos
revolucionarios.
En tales circunstancias, éstos jóvenes gobiernos enfrentan a un
enemigo interno que controla todos los resortes para el ejercicio del
poder sin siquiera verse obligado a justificar sus acciones
contrarrevolucionarias.
Comoquiera que para que una revolución sea cierta el primer requisito
es que sea capaz de defender su supervivencia, cuando arrecian contra
ella los ataques en la etapa inmediata a su llegada al poder, los
movimientos revolucionarios se ven forzados a revocar la precedencia
de sus programas de beneficio popular para concentrarse en la defensa
política y militar del proceso.
De hecho, las amenazas y presiones iniciales que deben enfrentar los
procesos populares constituyen agresiones en sí mismas, porque obligan
a los agredidos a relegar a otro plano la razón de ser del proceso
redentor, que es la de trabajar por el bienestar espiritual y material
de toda la población, especialmente de los más preteridos.
Mediante intimidaciones, chantajes e imposiciones en los que se hace
evidente la convergencia de los intereses de las oligarquías
nacionales con los del imperialismo, se trata de restar apoyo al
proyecto libertador, o al menos evitar que se sumen nuevos factores a
la corriente de respaldo popular al proceso de cambios que se inicia y
que depende para su victoria de la ventaja numérica de los adherentes
a su causa.
Las acciones dirigidas a obstaculizar el trabajo de los nuevos
gobiernos progresistas abarcan diversas formas de intromisión en los
asuntos internos del país revolucionario: campañas mediáticas
difamatorias tanto en la propia nación como internacionalmente,
provocaciones, promoción de traiciones y deserciones, fomento de
conflictos en las relaciones con sus aliados, actos diplomáticas
hostiles y muchas otras en las que la impaciencia de los dirigentes
revolucionarios a menudo sirve a los propósitos del agresor.
En última instancia, el objetivo de esta política de presiones y
amenazas es tratar de llegar al pueblo de la nación que ha llevado al
gobierno a un movimiento progresista con un mensaje cuyo propósito es
hacerle creer que la disyuntiva que enfrenta no es “quedarse como está
o aspirar al bienestar espiritual y material que prometen los
revolucionarios” sino “arriesgar lo poco que se tiene en aras de
beneficios irrealizables”. O, lo que es lo mismo, llevarles a
desconfiar de la capacidad propia de asumir la solución de los
problemas que entorpecen el desarrollo político económico y social de
sus patrias porque tal cosa depende de factores históricos
imponderables”.
El desarrollo reciente de los acontecimientos políticos en nuestra
América muestra que las fuerzas revolucionarias y progresistas ya son
capaces de asumir el enfrentamiento a las maniobras y presiones en la
etapa de consolidación en el poder porque a sus potencialidades se ha
sumado la posibilidad de contar con la fuerza que emana de el apoyo
recíproco que les aporta el hecho de que ya son muchos los pueblos que
en mayor o menor medida, con su independencia, están en condiciones de
sumarse a un esfuerzo común.
La unidad de las filas propias y la unión solidaria de los pueblos
que, en similares circunstancias escogen el apoyo común como escudo
requiere, por supuesto, mucha serenidad para evitar caer en las
trampas de los poderes hegemónicos.
Los conflictos inter-capitalistas se resuelven siempre con el capital
como árbitro, pero cuando se trata de discrepancias entre iguales
soberanos, siempre serán los intereses fundamentales de los pueblos
los llamados a aportar las soluciones solidarias.
De ahí que jamás será tiempo perdido el que dediquen los líderes de
estas naciones recién llegadas al ejercicio de la verdadera
independencia a cultivar y proteger cada avance que se logre en el
camino de consolidar la solidaridad y la unidad de sus pueblos como
primera garantía de su seguridad común con independencia de las
circunstancias diferentes de cada uno.
Y jamás será demasiado el apoyo y la confianza que se brinde a estos
gobiernos recién llegados al ejercicio real de su soberanía nacional,
para que lo hagan sin injerencias ni intromisión de tipo alguno en la
proyección de sus propios caminos.
Abril 29 de 2015.
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