VTV - 23 de marzo de 2015
El imperio no sólo es prepotente, también es soberbio / Habrá que examinar muy cuidadosamente todo lo que Washington haga y diga en los próximos días / En pocos días sabremos quienes están en uno u otro lado
Foto Archivo VTV
Caracas, 23 de
marzo de 2015.- Los
cancilleres de la UNASUR debían haberse reunido en Montevideo
hace poco más de una semana. Un áspero entredicho, ocasionado
por una insólita declaración del vicepresidente uruguayo que
puso en duda la afirmación del gobierno bolivariano sobre la
injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de
Venezuela, dinamitó la reunión. Alguien propuso que la misma
debía posponerse hasta el 23 del corriente mes pero el
presidente Rafael Correa, consciente de la extrema gravedad de
la amenaza que se cierne sobre Venezuela, enmendó tamaña
insensatez y convocó a una reunión extraordinaria de cancilleres
en la sede de la UNASUR, en Quito. Como resultado de esas
deliberaciones la organización emitió dos comunicados: en uno
compromete el apoyo de su Secretaría General para continuar el “
más amplio diálogo político con todas las fuerzas democráticas
venezolanas, con el pleno respeto al orden institucional, los
derechos humanos y el estado de derecho” a la vez que
manifiestan su apoyo a la celebración de las próximas elecciones
parlamentarias. En el otro rechazan al Decreto Ejecutivo firmado
por Obama el 9 de marzo por constituir “una amenaza injerencista
a la soberanía y al principio de no intervención en los asuntos
internos de otros Estados” a la vez que “solicita la derogación
del citado Decreto Ejecutivo.”
Teniendo en cuenta la heterogeneidad del mapa sociopolítico
sudamericano, con gobiernos de izquierda, progresistas y de
derecha, ambas declaraciones constituyen casi un milagro, sobre
todo la segunda. Pero queda un sabor amargo en la boca porque
ante un Decreto Ejecutivo que en los casos de Libia, Siria,
Ucrania, Irak, Irán, Costa de Marfil, Liberia, Somalía y Sudán
del Sur precipitaron gravísimas agresiones militares no hubo
consenso entre los jefes de estado de la UNASUR para convocar a
una cumbre presidencial extraordinaria para emitir una
declaración conjunta que, sin duda, habría resonado con mucha
más fuerza en Washington. Sorprende el mutismo de algunos
presidentes de la región: o no perciben la gravedad de la
iniciativa de la Casa Blanca -una larvada “declaración de guerra”
contra el gobierno bolivariano y el pueblo venezolano- o, peor
aún, sí la perciben pero no parecen tener la voluntad política
necesaria como para rechazar con contundencia este enésimo
capítulo del intervencionismo norteamericano.
¿Qué hacer ahora? La UNASUR se expidió y solicitó la derogación
del Decreto Ejecutivo? Es harto improbable que Obama preste
oídos a esta petición. El imperio no sólo es prepotente, también
es soberbio. Por lo tanto se abren dos senderos. Uno, si la Casa
Blanca aceptara derogar su decreto. Esto descomprimiría la
situación en Venezuela porque quien atiza el fuego de la
sedición es más Washington que la débil y desprestigiada
oposición vernácula, víctima de una fenomenal orfandad de ideas
y cada vez más mimetizada con el modus operandi del
paramilitarismo, lo que por cierto disgusta y mucho a los
venezolanos, aún a quienes se oponen al gobierno. Pero el
objetivo estratégico de Washington es precisamente perpetuar la
crisis en Venezuela, para lograr el “cambio de régimen”,
eufemismo por “golpe de estado”, blando o duro, poco importa.
Por consiguiente, lo más probable será que Obama opte por el
segundo camino y reafirme su postura inicial, antelo cual los
gobiernos de la UNASUR, y por extensión de la CELAC, aunque sea
como producto de su instinto de conservación, deberían responder
elevando la apuesta anunciando que en tal caso desistirían de
asistir a la próxima Cumbre de las Américas programada para
tener lugar en Panamá entre el 8 y el 10 de Abril próximos.
Sería un alarde de ingenuidad suponer que lo que hoy Estados
Unidos está haciendo en Venezuela no lo repetiría con cualquier
gobierno que sea percibido como poco dispuesto a inclinarse ante
sus órdenes. De donde se desprende un serio desafío para los
pueblos y los gobiernos de Nuestra América: ¿qué hacer si la
previsible escalada que siempre han desatado decretos como el
que firmara Obama se traduce en una agresión norteamericana
antes de la cumbre? Por ejemplo, un embargo financiero que
paralice la operación de PDVSA o perturbe el flujo del comercio
exterior; un bloqueo de los puertos (como hicieron en la
Nicaragua sandinista) o una “zona de exclusión aérea”, como en
Libia; o una oleada de atentados terroristas como las que
perpetraron en Cuba, Chile y Nicaragua. En cualquiera de estos
dos escenarios, la amenaza o la agresión, ¿qué sentido tendría
asistir a un diálogo bajo estas circunstancias? ¿Quién se sienta
a una mesa de negociaciones cuando uno de los actores apunta con
un arma a la cabeza de otro? La UNASUR y también la CELAC
deberían enviar un claro mensaje a Washington afirmando que sin
la derogación del decreto las condiciones mínimas para realizar
una constructiva conferencia internacional están ausentes y que
la cumbre de Panamá deberá suspenderse hasta nuevo aviso. Para
Obama sería un serio revés ya que pondría en evidencia el
repudio regional que suscita su política belicista y, tal vez,
podría llegar a revisar su postura.
No caben dudas de que la Casa Blanca programó cuidadosamente sus
dos movidas en el ajedrez geopolítico regional: la “apertura” en
relación con Cuba y el endurecimiento de su trato a Venezuela,
ambas efectuadas en vísperas de la cumbre. Sabe que la
simultaneidad de ambas políticas, precisamente por su
contradicción, puede crear profundas fisuras dentro de la UNASUR
y la CELAC. Algunos serán seducidos por la “política cubana” de
Obama y en ausencia de una agresión física contra Venezuela con
anterioridad a la cita en Panamá serán propensos a creer, por
enésima vez, en las rosadas promesas del imperio. Otros
desconfiarán de sus intenciones, como ya lo han hecho saber Evo
Morales y Rafael Correa. Es imposible –y temerario- olvidar que
el objetivo que Washington busca sin pausa desde que Hugo Chávez
lanzara su cruzada bolivariana ha sido mantener la fragmentación
y balcanización de Latinoamérica y destruir la UNASUR y la CELAC. Divide
et impera es un viejo adagio de los romanos cuya vigencia se ha
encargado de recordar una y otra vez quien hoy es el mayor
pensador del imperio, Zbigniew Brzezinski. Gracias al “huracán
Chávez” América Latina y el Caribe dieron grandes pasos por la
senda de la integración y la unidad, provocando hace casi diez
años la gran derrota el ALCA. Washington sabe que esos avances
integracionistas son incompatibles con sus designios. Por eso
trabaja activamente para implosionar la UNASUR y la CELAC. Hay
que frustrar esos planes del imperio y mantener la unidad
lograda con tanto esfuerzo, pero también es preciso impedir que
con la tranquila realización de la cumbre, al desestimarse el
grave peligro que se cierne sobre Venezuela, Obama consiga una
“carta blanca” para después de ese cónclave, y con su foto
rodeado de sonrientes presidentes de la región, la maquinaria de
guerra de su país descargue toda su furia contra la patria de
Bolívar y Chávez.
Algunos aducirán que dado que no parece haber consenso dentro de
la UNASUR es mejor esperar. ¿Esperar qué cosa? ¿Que el imperio
haga su próxima movida en el ajedrez geopolítico regional, que
seguramente no será solamente verbal, luego de lo cual podría
ver la luz un comunicado post bellum lamentando los daños
causados y las vidas perdidas a causa de la prepotencia
imperial? ¿O es que creen que los “poderes reales” de Estados
Unidos-no Obama, sino esos que nunca aparecen en la superficie,
que nadie elige y que ante nadie rinden cuenta- que montaron
este fatídico escenario bélico no han pensado ya las sucesivas
movidas que harán en el tablero regional con el propósito de
subordinar a toda la región a los dictados de un poder imperial
consciente de haber iniciado su inexorable decadencia? En
términos políticos la pasividad de la UNASUR, y también de la
CELAC, significaría que Washington, gracias a los “caballos de
Troya” que con su apoyo medran en estos organismos para
neutralizar su accionar, se saldría con la suya, imponiendo
gracias a la regla de la unanimidad y su capacidad de veto la
indiferencia o el mutismo ante la más seria amenaza proferida
por la Casa Blanca en contra de un país de América Latina y el
Caribe en décadas. De ser así los “proxis” de Estados Unidos
ocasionarían una parálisis que progresivamente conduciría a la
inexorable defunción de ambas organizaciones. Si el silencio
cómplice fuese la opción triunfante los gobiernos que dicen ser
solidarios con Venezuela se enfrentarían a dos alternativas:
legitimar con su pasividad la embestida de la Casa Blanca o dar
un paso al frente sin más demoras para no convalidar, con el
pretexto de preservar la unidad de los gobiernos del área, la
agresión norteamericana que, huelga decirlo, no es sólo contra
el gobierno bolivariano. Nadie puede llamarse a engaño: el
derrocamiento de Nicolás Maduro se inserta en un plan más
general con el que Washington intentará rediseñar el mapa
sociopolítico de América Latina y el Caribe. La agresión a
Venezuela desencadenaría un “efecto dominó” que, más pronto que
tarde, arrasaría con todos los gobiernos de izquierda y
progresistas de la región. Argentina y sobre todo Brasil ya han
estado probando algunas dosis de esta medicina.
Conclusión: habrá que examinar muy cuidadosamente todo lo que
Washington haga y diga en los próximos días, y si una semana
antes de la cumbre el decreto no ha sido derogado, la mejor
opción para Nuestra América será abstenerse de acudir a esa cita.
Vivimos tiempos muy peligrosos: basta con echar una mirada a
Medio Oriente (Siria, Irak, el Estado Islámico) y Europa (la
crisis ucraniana) o África (Nigeria, especialmente) para
comprender que en su fase de declinación Estados Unidos no será
detenido por ninguna consideración moral. La UNASUR y la CELAC
no escapan a las trágicas determinaciones de la época y tendrán
que armarse ideológica y políticamente para repudiar y rechazar
los designios de la Casa Blanca. Como ocurre con todas las
crisis, esta también hará lo que le es propio: iluminar con
potentes luces la escena política regional y comprobar quienes
son los gobiernos que de verdad apoyan al proceso bolivariano en
Venezuela -y, por extensión, a las luchas emancipatorias de toda
Nuestra América- y quienes lo hacen de la boca para afuera, es
decir, mientras Washington no emita una orden en contrario. Los
primeros salvarán su honor como patriotas latinoamericanos; los
otros, por su indiferencia, silencio o cobardía, se hundirán
para siempre en la deshonra. En pocos días sabremos quienes
están en uno u otro lado.
* Por razones de espacio un muy breve resumen de este artículo fue publicado en la edición del 21 de Marzo del 2015 en el diario Página/12.