Francia puso en marcha una operación de seguridad. Foto: AFP
París se ha convertido en la “capital mundial” contra el terrorismo yihadista. Luego del atentado contra el semanario satírico Charlie Hedbo, donde murieron asesinadas 12 personas, el primer ministro francés, Manuel Valls, señaló a la Asamblea Nacional que su país está en guerra contra el terrorismo, subrayando que la lucha es contra el yihadismo y los islamistas radicales.

Valls también aclaró que la batalla  no es contra el Islam y que se necesitaba una mayor vigilancia de los sospechosos de terrorismo, pero también más educación para dejar en claro los peligros de la radicalización.

Precisamente la guerra contra el terrorismo fue la bandera de la administración Bush, que provocó dos guerras —en Irak y Afganistán— que hoy siguen latentes, y causó miles de muertos, cárceles secretas y la implementación de tortura sistemática por parte de la CIA.

Francia puso en marcha una operación de seguridad interior donde más de 10 000 militares se desplegarán por el país. En este contexto, las reacciones de la clase política y mediática francesa  y europea hacen augurar un auge de la islamofobia y del odio contra los musulmanes.

Esta mala asociación del Islam, del mundo musulmán y la población de los países árabes  con los grupos y milicias que practican el terrorismo fundamentalista es una ideología que cobró fuerza sobre todo luego de los ataques del 11 de septiembre del 2001. Desde el fatídico 7 de enero pasado las tensiones alrededor del Islam han aumentado considerablemente como si todos sus fieles hubieran disparado contra los caricaturistas del periódico.

Cuando Francia aún llora a sus muertos y casi cuatro millones de personas salen a las calles para condenar la masacre, incluidos líderes de casi 50 naciones, la extrema derecha institucional y neonazi comenzó a frotarse las manos gracias a esta campaña de miedo.

Organizaciones de extrema derecha en Alemania, EE.UU. y Francia, promovieron manifestaciones racistas dirigidas contra las comunidades musulmanas de estos países en nombre de la masacre. Tales iniciativas ahora tienden a multiplicarse.

Partidos de derecha de toda Europa han aprovechado el shock creado por el ataque para canalizar aún más un sentimiento racista contra los confesionarios del profeta Mahoma.

Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, dijo ante las cámaras de la televisora France 2 que su país debía declarar la guerra al fundamentalismo. También propuso una serie de medidas relacionadas con el control de las fronteras, refuerzo de la seguridad policial y privación de la nacionalidad francesa a los inmigrantes.

Esta radicalización contra el mundo islámico, terrorista o no, es compartida por varios diputados de la derecha parlamentaria francesa.

Desde Alemania, el movimiento extremista alemán Pegida  (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), bajo el pretexto de solidarizarse con las víctimas del ataque terrorista a la sede de la revista, convocó a una manifestación contra la “extensión y conquista del Islam” en Europa.

Tras la fachada de condena al atentado de París, los partidos europeos de extrema derecha y antinmigración, autodenominados “antislamización”, disfrazan en la mayor parte de los casos proclamas abiertamente xenófobas y racistas.

Esta guerra declarada al fundamentalismo ha sido secundada, además, por ataques a mezquitas en todo el territorio francés. La mayoría de los musulmanes y sus lugares de culto, han sido el blanco de la ira desencadenada hacia un grupo de terroristas que cree hablar en nombre de todo el Islam, mientras en realidad representan apenas una ínfima minoría.

Los terroristas responsables del atentado contra el Charlie Hebdo son personas concretas, que pertenecen a una organización takfirita concreta: la red Al Qaeda en Yemen, que reivindicó en un video la autoría del ataque. Extender esa culpa hacia religiones, etnias o grupos nacionales supone fomentar la injusticia y la barbarie.