José Martí sufrió los horrores del presidio sin claudicar, con apenas 17 años. Foto: Archivo

Las tropas racistas sudafricanas iniciaron su invasión de Angola el 23 de octubre de 1975 con el propósito de llegar a Luanda antes del 11 de noviembre e impedir la proclamación de la independencia y el nacimiento de la República Popular de Angola (RPA) bajo la presidencia de Agostinho Neto.

COMBATIENTES CUBANOS PRISIONEROS EN AFRICA

El primero de noviembre, con una fuerza de dos centenares de reclutas angolanos y 17 instructores militares cubanos, sostuvimos el  primer encuentro con los invasores del Apartheid, cerca del río Caporolo, provincia de Benguela.

Al día siguiente, otro destacamento menor de instructores y alumnos, sostiene combate en la dirección de Balombo. El saldo inicial de estos dos encuentros es de cuatro muertos, siete heridos y otros tantos desaparecidos por la parte cubana. Los angolanos tienen muchas más bajas en proporción a su mayor número.

Los sudafricanos pierden en el primer enfrentamiento seis blindados y otros medios. Sufren numerosas bajas. Sangre angolana y cubana se derramaba por primera vez en aquella región africana.

El 5 de noviembre se inició nuestra Operación Carlota. El 13 de diciembre, nuestras fuerzas capturaron a cuatro soldados enemigos. Se le dio inmediata publicidad ante la prensa internacional. Lo hicimos seguros de su repercusión en Sudáfrica, lo cual obligaría a Pretoria a respetar, en lo adelante, a nuestros compañeros prisioneros. Los nueve cubanos capturados por el enemigo antes de esa fecha, fueron asesinados, unos por los militares sudafricanos y otros por la UNITA.

Cuando Carlos Alberto Marú Mesa, Roberto Morales Bellma y Ezequiel David Garcés Mustelier quedaron en las garras del régimen del apartheid, el 17 de diciembre de 1975, no tenían an­tecedentes inmediatos del comportamiento digno y firme que se ha de tener en una situación tan inusitada, como prisionero de guerra en territorio enemigo.

Para los prisioneros sudafricanos que quedaron bajo custodia cubana —grupo que creció hasta ocho militares— se habilitó una edificación y se crearon las condiciones apropiadas para recluirlos en grupo, cumpliendo estrictamente la Con­vención de Ginebra sobre prisioneros de guerra. La Cruz Roja In­ter­na­cional los visitó cada vez que hubo de solicitarlo.

Aprovechando una visita a Angola en 1978, el entonces mi­nistro de las FAR General de Ejército Raúl Castro, vestido de civil y sin revelar su identidad, visitó a los prisioneros en su alojamiento y departió con ellos largo rato, en un clima afable y res­petuoso. No fue así el trato que recibieron Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel. Fue brusco, vejatorio, mas no fueron asesinados, ni torturados físicamente y recibieron atención médica: A Ro­ber­to se le amputó el brazo izquierdo. A Carlos Al­berto le ex­trajeron las balas de la pierna derecha herida.

Transcurrieron dos años. Iniciaban el mes 26 de cárcel de Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel cuando otro cubano se sumaba a la condición de prisionero de guerra en África. Mas no era en el cono austral sino en el nordeste del continente, en el llamado Cuerno de África.

El combatiente internacionalista Orlando Cardoso Villa­vi­cen­cio fue capturado el 22 de enero de 1978 en medio de una sangrienta emboscada por tropas somalíes en el Ogadén etíope. Herido y único sobreviviente de su pequeña unidad de exploración, fue trasladado desde Harar hasta Somalia.

Mes y medio después, el 7 de marzo, las tropas etíopes y los internacionalistas cubanos que peleaban junto a ellas lograron liberar de invasores el territorio nacional. Alcanzada la paz no hubo intercambio de prisioneros de guerra entre Etiopía y So­malia, hasta pasada una década. Nuestro compatriota fue so­metido al más cruel encierro durante más de diez años, un periodo del que da testimonio el Héroe de la República de Cuba en su libro Reto a la Soledad.


EL EJEMPLO A SEGUIR
En octubre de 1967, el Guerrillero Heroico, herido, siguió com­batiendo hasta que el cañón de su fusil fue inutilizado por un disparo. Prisionero de las tropas enemigas, se negó a discutir una sola palabra con sus captores, durante las horas que permaneció con vida en la escuelita de la Higuera boliviana convertida en prisión y cadalso. “¡Dispare! ¡No tenga mie­do!” arrojó al rostro de su verdugo.

Ejemplo supremo de valentía frente al enemigo y a la muerte. Tal sería la actitud a seguir si los racistas decidían martirizarlos y asesinarlos. Mas no parecía ser ese el objetivo de los carceleros de Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel: ocho militares sudafricanos estaban prisioneros en la RPA.

Existía el modelo de entereza y decoro de Pedro Rodríguez Peralta, combatiente internacionalista en Guinea Bissau, capturado herido por los colonialistas portugueses en 1969 y encerrado en una prisión en la metrópoli durante cinco años.

Peralta fue liberado en 1974 por la Revolución de los Claveles que derrocó a la tiranía colonial-fascista. El hecho no era conocido por estos nuevos héroes.


LA TRADICIÓN MAMBISA
El ejemplo más aplicable a su situación estaría en el siglo anterior, entre 1874 y 1886: los generales de las tres guerras in­dependentistas: Calixto García, Guillermo Moncada, José Ma­­ceo, Rafael Maceo, Quintín Bandera y Agustín Cebreco.
Calixto, cercado por el enemigo, para evitar la vergüenza del inminente cautiverio se hizo un disparo por la boca. Increíblemente sobrevivió a la acción suicida. En este primer destierro sufrió cárcel en España desde 1874 hasta la paz del Zanjón.

Guillermón, José, Rafael, Quintín y Agustín cayeron en una ignominiosa trampa del general Polavieja, quien violó descaradamente el acuerdo entre las partes beligerantes y ordenó a una cañonera española abordar el barco mercante inglés en que los jefes de la Guerra Chiquita en Oriente marchaban sin armas al extranjero, junto a otros oficiales mambises y familiares, a mediados de 1880. Fueron secuestrados y llevados al ilegal encierro en las cárceles de España.

Ninguno de estos seis jefes independentistas claudicó. Man­tuvieron enhiesta la dignidad de la Patria, por la cual habían dado su sangre y estuvieron de acuerdo en reanudar la contienda por la independencia de Cuba. La gesta del 95 los tendría entre sus más destacados jefes militares.

José, el más intrépido, intentó escapar una y otra vez. Su primer encierro fue en la cárcel de las Islas Chafarinas, donde su hermano, el General Rafael, conocido por Cholón, moriría de pulmonía, condecorado con 14 heridas en la Guerra Grande.

Luego de dos años, en 1882, se determinó su traslado a Ceu­ta. Mas en una escala en el puerto de Cádiz, se fugó en un bar­co y logró llegar a Tánger, territorio de la monarquía marroquí. Aquí obtuvo visa del cónsul norteamericano para ingresar a Estados Unidos. Cuando hizo escala en el Peñón de Gibraltar, posesión británica, la autoridad local lo entregó a España. Nue­vas prisiones. Algeciras, ciudad mediterránea frente al Peñón. De aquí con redoblada guardia, lo condujeron a Ceuta. Fue recluido en el castillo El Hacho.

En 1883, nuevo traslado a la cárcel de Pamplona, ciudad. Lue­go vendrían Estella, y Mahón, en las islas Baleares. En 1884 Jo­sé, en unión de Cebreco, escapó de nuevo hacia Ar­gelia, co­lonia francesa, cuyas autoridades los reconocieron co­mo asilados. Patriotas argelinos y progresistas españoles les fa­cilitaron el viaje hacia América vía París.

En octubre llegó a la ciudad de New York. Su hermano An­tonio había partido de esta rumbo a México. Estaba en marcha el plan Gómez-Maceo. En el verano de 1885 se encontró con Antonio en Kingston. El plan conspirativo fue aplazado pa­ra tiempos mejores. En ese mismo año, Moncada y Bandera son indultados en un autocrático gesto de gracia de la reina por el nacimiento de su hijo, el futuro rey Alfonso XIII.

Nuestros tres prisioneros del Apartheid tomarían de la leyenda heroica de los generales de las tres guerras, la dignidad y la firmeza ante el enemigo. De José Maceo Grajales, además, la audacia. A principios de septiembre de 1978 se logró su libertad, mediante un canje con los prisioneros sudafricanos en nuestro poder.

SECULAR CÓDIGO DE HONOR
A lo largo de 140 años se ha ido forjando una tradición, un código de honor: el patriota que tiene el infortunio de caer en medio del combate en las garras del enemigo, en cualquier territorio que ello ocurra, será firme y digno. No dirá una sola palabra que pueda favorecer a sus interrogadores, estará dispuesto a soportar las más graves torturas sin claudicar, preferirá morir antes de colaborar con sus guardianes. Mantendrá siempre el optimismo de la victoria fi­nal de nuestra justa causa, la certidumbre de que nuestro pueblo ja­más los abandonará. No olvidará ni un instante que encerrado en la más cruel bartolina, en la más sórdida ergástula, en el infame “hueco”, sus ideas justas pueden más que el ejército de sus carceleros.

Así lo hizo el joven José Martí, al denunciar en las entrañas de la metrópoli donde estaba desterrado por primera vez, el trato monstruoso que se daba a los reclusos de Isla de Pinos, en su obra El presidio político en Cuba.

Con pareja osadía, José Maceo utilizó todas las vías posibles para denunciar la infamia cometida contra él para prolongar su injusta prisión. En carta al periodista irlandés James J. O Kelly, al cual había conocido en la manigua oriental, José denunció la mendaz acción de las autoridades inglesas del Peñón, la violación del derecho de asilo.

O Kelly, líder de la oposición en la Cámara de los Comunes, hizo conocer a ese cuerpo legislativo la denuncia del general cubano. Randolf Churchill, jefe del gobernante Partido Con­servador en dicha Cámara y futuro ministro del Reino Unido se sumó a la protesta. El acuerdo parlamentario fue elevado a la Reina.

Asimismo, José repitió la denuncia ante el embajador británico en Madrid y logró que la prensa capitalina reflejara el caso en sus páginas. El rey Alfonso XII se vio obligado a considerar en su Consejo de Ministros el incidente diplomático con Londres. Se pronunció en contra de cualquier rectificación, mas la monarquía hispana quedó desprestigiada en Eu­ro­pa. Y al final, el general José ganó la batalla a la decadente Corona de Madrid, con su segunda fuga exitosa.

Julio Antonio Mella, al persistir en su heroica huelga de hambre, sacudió a la tiranía machadista, logró ganar la opinión nacional para su justa causa y promover la solidaridad con la lucha del pueblo cubano desde México hasta la Argentina.
Fidel Castro, en su alegato La historia me absolverá en el juicio por el heroico asalto al cuartel Moncada, clavó en la picota a la sangrienta tiranía y sus repugnantes crímenes y expuso el programa de la Revolución.

La inclaudicable, heroica postura de los patriotas cubanos frente a sus carceleros en los siglos XIX y XX, ha tenido su mayor connotación en el actual siglo.

Nuestros Cinco Héroes antiterroristas, quienes fueron encerrados en las cárceles de Estados Unidos, Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, aprovecharon con singular agudeza y arrojo cada momento y cada posibilidad que se les ofreció para denunciar su injusta condena, cada día propicio para comunicarse con su pueblo. Han devenido los presos políticos más universales del siglo XXI, cuya libertad es fruto de la más vasta y persistente campaña mundial que hayamos conocido jamás y que fue clave para su definitivo regreso a la Patria.

“Saldrán de Robben Island” afirmó en hermosa imagen Nelson Mandela.

“Volverán”, aseguró Fidel.

¡Volvieron!



http://www.granma.cu/cuba/2015-01-14/la-dignidad-inquebrantable
http://www.granma.cu/file/pdf/2015/01/15/G_2015011508.pdf