Iroel Sánchez
Dolió, por unas largas horas dolió. Como una pena sorda que se lleva
donde no se ve, anduve con la noticia pesada, incómoda… Tanto que no
tenía ganas de entrar a Internet. Recordé a
Cortázar -“No
sé escribir cuando algo me duele tanto“- y sentí que matábamos
un poco a
Chávez y el
Ché si aquello llegaba a concretarse: Hugo y
Ernesto serían dos perfumes, dos frascos para el glamour siempre
caro de las boutiques y las pasarelas.
Pensé en la maquinaria, en su orgía de titulares desatada a la
velocidad de la luz que viaja en fibra óptica. Y también en que en
relación con
Cuba pasan muchas cosas que se salen de lo
esperable de un país latinoamericano de once millones de habitantes
y constituyen el clásico hombre que muerde al perro y sin embargo no
llegan a los medios.
Por estos días La Habana es sede del Festival de Cámara
Leo Brower al que acuden varios de los mejores
músicos de buena parte del planeta. Sólo el gran Bobby McFerrin no
ha podido estar a tiempo en La Habana, son muchos los trámites que
le exige su gobierno para visitar un país a apenas 90 millas de sus
fronteras. A pesar de ello, son muy pocas las ciudades que pueden
presentar una programación como la que exhibirán las próximas dos
semanas los teatros y salas de conciertos habaneras en paralelo con
un Festival Nacional de Teatro que transcurre simultáneamente en
Camagüey, a más de 700 kilómetros de la capital cubana.
También en la Cuba de estos días, 15 000 trabajadores de la salud se
ofrecieron voluntariamente para atender los enfermos de
ébola en África occidental. 465 de ellos se entrenan ya
para partir en los próximos días hacia Guinea y Sierra Leona, luego
de que el gobierno de La Habana fuera el primero en responder al
llamado del Secretario General de la ONU a un reducido número de
países, entre los cuales Cuba es el único del Tercer Mundo, para
enfrentar la letal epidemia.
Cuba ha estado esta semana en los labios de más de 20 jefes de
delegaciones que han intervenido en la Asamblea General de la ONU,
pidiendo al gobierno de Estados Unidos que ponga fin a la política
de bloqueo económico contra la Isla que ya acumula más de cinco
décadas. En su intervención ante ese foro planetario el canciller
cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, reiteró las posiciones de
principio de la Revolución cubana, desde la independencia de
Puerto Rico, el reconocimiento de los
palestinos a un estado propio con capital en Jerusalén oriental, o
el derecho argentino a la soberanía sobre las Islas Malvinas.
Pero nada de lo anterior es noticia. Sólo aquello que sirva a la
trama ya escrita para convencer a las audiencias, y a nosotros
mismos, de que la Isla que resistió en solitario la larga noche
neoliberal en América Latina y el fin del socialismo en sus aliados
del Este europeo se dirige al capitalismo será difundido.
El empeño crece y crece de tal modo que en la prensa internacional
las noticias que (mal) interpretan los cambios económicos en Cuba
superan ya en cantidad y frecuencia la crónica social de lo que
hacen los empleados que para impulsar el “cambio de régimen” paga
Washington en la Isla.
¿Por qué si tal como dicen los columnistas de los grandes medios y
sus corifeos locales, el gobierno de La Habana se dirige al
capitalismo, EE.UU.
recrudece el bloqueo y aumenta la subversión?
El cable de la agencia AP sobre dos pequeños frascos etiquetados
irresponsablemente por una empresa de productos biológicos con los
nombres de dos figuras cimeras vinculadas a la historia de la
Revolución cubana traía para algunos la prueba definitiva de que el
mercantilismo rampante y la búsqueda de dinero a cualquier precio
son el derrotero inexorable del proyecto en el que creyeron hasta su
último aliento Hugo Chávez y Ernesto Guevara.
No fue “en el indio hecho de sueño y cobre. Y en el negro revuelto
en espumosa muchedumbre, y en el ser petrolero y salitrero, y en el
terrible desamparo de la banana, y en la gran pampa de las pieles”
donde se señaló al gobierno cubano como cómplice de semejante
barbaridad. Fue en algún perfil de la red social Facebook donde se
afirmó que un producto jamás registrado y mentirosamente dado como
validado por las familias de ambos héroes era la prueba de que “se
acabó”, por supuesto, no en el sentido del poema guilleniano que
alude al “cuero de manatí con que el yanqui te pegó”. En páginas
digitales donde se ha promovido una “liberalización
al estilo Big Bang” para Cuba y se ha pedido
moderación para el carácter antihegemónico de la política
exterior cubana se predijo que probablemente no habría “respuesta
clara” ante el disparate que un texto sin firma declaró parte de los
“nuevos consensos”.
“Con sus dientes de júbilo” Norteamérica rió pero
por poco tiempo. Contrario a lo anunciado, en la Cuba donde
supuestamente ya no quedan valores, donde dicen los jóvenes se
olvidaron de Chávez y el Che, y la gente está desinformada porque no
hay Internet para todos y se vive pendiente de un “paquete” made
in Miami, se levantó una ola de indignación respaldada por la
postura inmediata del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros
colocando las cosas en su sitio y reafirmando con una respuesta
clarísima que esos símbolos son sagrados.
Es de agradecer a los siempre pagados agoreros del ayer. Una vez más
el tiro les ha salido por su consabida culata. Independientemente de
que queda por ver cómo es posible que las organizaciones de base del
Partido y la Juventud Comunista de una empresa estatal socialista
hayan estado al margen de tan infeliz proceso de marketing,
protagonizado por especialistas y directivos de su entidad, lo
sucedido deja descolocados a quienes lucran diciendo que Cuba va en
vías de ser un país “normal”. Normal, como esos donde todo se vende
y sólo falta ponerle un precio.
La rapidez, nivel y energía de la reacción oficial pone la barrera
bien alta para las instituciones cubanas en su relación con la
opinión pública y en las muchas veces lenta respuesta a críticas,
rumores, dudas y también a campañas malintencionadas que se ceban en
los vacíos de una gestión comunicacional que esta vez los ha dejado
colgados de la brocha.
El capitalismo necesita a Cuba, la necesita derrotada, rendida a la
evidencia de que toda resistencia es inútil. Pero la Isla envía
señales incómodas para quienes se empeñan en mostrar que también
para nosotros todo es mercancía no sólo por denigrarnos sino sobre
todo para exhibir nuestra renuncia ante quienes reclaman que otro
mundo es posible.
Chávez y el Che forman parte ya del imaginario popular y su lugar
son los grafitis callejeros, las imágenes casi religiosas en las
paredes despintadas de las casas humildes, las canciones, los poemas,
los cuadernos de los niños y los pechos de los jóvenes que no tienen
dinero ni tiempo para gastarlo en glamour. Los llevan en el cerebro
y el corazón los médicos cubanos a punto de partir a hacia África
para combatir el ébola “como una estrella súbita, caída en medio de
una orgía…” Y para arrancarlos de allí hace falta algo más que
empresarios irresponsables, corresponsales entusiastas y
comentaristas que confunden sus deseos con la realidad.