COLOMBIA: HAS THE LAST STRONGHOLD FALLEN?
By Manuel E. Yepe

A CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann.

The electoral victory of President Juan Manuel Santos in last Sunday's elections, which many political scientists and historians described as the closest in the history of Colombia, transcends that nation to become a likely turning point in the history of Latin America.

Despite its legendary tradition of indomitable defiance, Colombia had become the principal stronghold of imperialist domination of the United States in Latin America.

Without risk of exaggeration, it can be said that Colombians have waged and won a crucial battle against US interference on the continent.

When, in the final year of the 1950s, the popular guerrilla in Cuba overthrew the tyranny of General Fulgencio Batista, the humble peoples of Latin American did not see it as an historical accident, but rather as the successful completion of a necessary common struggle with which they identified.

Fed up with the humiliating alienation of their sovereignty by the imperial power, which they identified as the main source of their woes, many peoples of the continent generated patriotic leaders determined to give their lives fighting in their countries for a success similar to what Cuba had achieved.

That was the historical context in which the Armed Forces National Liberation of Colombia (FARC) were born in January 1960, led by Commander Manuel Marulanda Vélez.

Against the almost simultaneous uprisings throughout the continent, Washington, which at the time controlled the Latin American military at will, reacted violently.

Tens of thousands of the best sons of many peoples of the continent were victims of murder without trial, torture in prison or exile in a period characterized by coups and military dictatorships. The imposition of a dangerous  “peace of the graveyard” and, to a large extent, the refusal by many honorable military personnel to continue the slaughter against their own peoples, led to an era of "representative democracy" on the terms of the oligarchies and imperialism.

But, perhaps to the surprise of the very promoters of the new climate, as soon as the peoples gained access to a system of participation in the election of their leaders, the most progressive candidates and supporters of national independence and Latin American integration began to be elected.

Except for a few cases, when Washington interfered through dirty manipulations, several of the former leaders of the rural or urban guerrillas who led the revolutionary struggles, were elected presidents or to other high offices, precisely in light of their patriotic records in life and action. In any case, it became clear that adherence to the dictates of Washington by any candidate to elective government posts reflected negatively on their chances of winning.

In the case of Colombia, the revolutionary guerrilla struggle could not be liquidated as in other nations. By the intensity of their popular bases, imperialism was forced to wage --by means of the national oligarchy and also by direct involvement-- a war which has lasted for over half a century, and has left more than 200,000 people killed and millions of displaced population.

Regardless of how successive governments, with false excuses of ending banditry or drug trafficking, killed people using undercover agents and paramilitaries in the context of a supposed preventive war against communism, the guerrilla forces organized "mass self-defense."

But direct support from the U.S. --in the form of weapons and material supplies, financing, training, tactical and strategic guidance, and even troops from military bases on Colombian territory-- made this an endless war by the inexhaustible financial and material resources of one side, against the moral and patriotic resources of the other.

The re-elected President Juan Manuel Santos is not an option of the left; but whose stance in favor of peace and sponsorship for peace talks with the guerrillas in Havana earned him the support of the electoral left and other popular forces. These led him to electoral victory against the candidate sponsored by former president Alvaro Uribe, a well-known go-between and spearhead of the U.S. in Latin America, a "distinction" which he shared for some years with former Mexican President Vicente Fox

For the time being, in perhaps the last stronghold of imperialist domination in Latin America, Colombians are living what could be considered a new dawn of insertion, as one more member, in the Big Motherland.

June 18, 2014.
   
    ¿HABRÁ CAIDO EL ÚLTIMO REDUCTO?
Por Manuel E. Yepe

La victoria electoral del presidente Juan Manuel Santos en los comicios del pasado domingo, considerados por muchos politólogos e historiadores como los más disputados en la historia de Colombia, trasciende a esa nación para convertirse en un probable punto de viraje en los anales de América Latina.

Pese a su legendaria tradición de indomable rebeldía, Colombia se había convertido en reducto principal del dominio imperialista de Estados Unidos en Latinoamérica.

Puede decirse, sin temor a exageración, que los colombianos han librado y han ganado una batalla crucial contra la injerencia estadounidense en el continente.

Cuando en los años finales de la década de los años 1950 la lucha guerrillera popular en Cuba culmina con el derrocamiento de la tiranía del general Fulgencio Batista, aquello no fue visto por los pueblos humiles latinoamericanos como un accidente histórico sino la culminación exitosa de una lucha común necesaria con la que se sentían identificados.

Hartos de tan humillante enajenación de sus soberanías por la potencia imperial, que consideraban fuente principal de sus males, muchos pueblos del continente generaron patrióticos líderes decididos a entregar sus vidas luchando por un éxito para sus países similar al que había logrado Cuba.

Ese fue el contexto histórico en el que nacieron en enero de 1960 las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Colombia encabezadas por el comandante Manuel Marulanda Vélez.

Contra el levantamiento casi simultáneo en muchas tierras del continente, Washington, que a la sazón controlaba a su antojo los mandos militares de Latinoamérica, reaccionó con violencia.

Decenas de miles de los mejores hijos de muchos pueblos del continente fueron víctimas de asesinatos sin juicio previo, torturas en prisión o exilio en un período caracterizado por los golpes de Estado y las dictaduras militares. La imposición de una paz de los sepulcros de peligroso pronóstico y, en buena medida, la negativa de muchos militares pundonorosos a continuar la masacre contra sus propios pueblos, condujeron a una época de “democracia representativa” en los términos de las oligarquías y el imperialismo.

Pero, quizás para sorpresa de los propios promotores del nuevo clima, tan pronto como los pueblos comenzaron a tener acceso a un sistema de participación en la elección de sus líderes, comenzaron a ser elegidos los candidatos más progresistas y más partidarios de la independencia nacional y la integración de Latinoamérica.

Salvo en contados casos en que Washington ha podido impedirlo mediante sucias manipulaciones, varios de los antiguos dirigentes de las guerrillas rurales o urbanas que encabezaron antes las luchas revolucionarias, resultaron electos presidentes o en otros cargos de alta envergadura, acreditados precisamente por sus patrióticas historias de vida y acción. En cualquier caso, se hizo evidente que la adhesión a los dictados de Washington por parte de cualquier candidato a cargo electivo de gobierno ejercía influencia negativa en sus posibilidades de victoria.

En el caso de Colombia, la lucha revolucionaria guerrillera no pudo ser liquidada como en otras naciones. Por la intensidad de su fundamentación popular, el imperialismo se vio obligado a librar, por intermedio de la oligarquía nacional e involucrándose directamente, una guerra larga de más de medio siglo que ha dejado más de 200 mil muertos y millones de desplazados.

Por mucho que los gobiernos de turno, con falsas escusas de acabar con el bandolerismo o con el narcotráfico, mediante agentes encubiertos y paramilitares, mataban gente en el marco de una supuesta guerra preventiva contra el comunismo, las fuerzas guerrilleras organizaban la “autodefensa de masas”.

Pero el apoyo directo Estados Unidos en forma suministro de armas y otros recursos materiales, financiamiento, entrenamiento y dirección táctica y estratégica, incluso con envío de tropas desde bases militares ubicadas en el territorio colombiano, convirtió esta guerra en interminable por lo inagotable de los recursos financieros y materiales de una parte, y los recursos morales y patrióticos de la otra.

El reelecto presidente Juan Manuel Santos no representa una opción de izquierda, pero el discurso por la paz y su patrocinio de las conversaciones de paz con la guerrilla en La Habana le valió el apoyo de la izquierda electoral y otras fuerzas populares que le llevaron al triunfo comicial contra el candidato patrocinado por el ex presidente Alvaro Uribe, reconocido recadero y punta de lanza de Estados Unidos en America Latina, “mérito” que durante algunos años compartió con el ex presidente mexicano Vicente Fox.

Por lo pronto, los colombianos están viviendo, desde lo que pudiera ser el último reducto de la dominación imperialista en America Latina, algo así como un nuevo amanecer de inserción, como uno más, en la Patria Grande.

Junio 18 de 2014.