LATIN AMERICA AND THE CARIBBEAN: A ZONE OF PEACE
By Manuel E. Yepe

A CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann.

The Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) [Community of Latin American and Caribbean States], at its Second Summit Meeting on 28-29 January 2014, held in Havana, solemnly proclaimed, as its most transcendental agreement, Latin America and the Caribbean as a Zone of Peace.

This is a political statement of enormous geopolitical and historical significance when we consider that the region lies directly on the southern border of the only superpower in our times whose military doctrine stems from aggressive concepts which advocate hegemonism, the right to use force and threats in international relations -including the use of nuclear and mass destruction weapons- against Third World countries.

Composed of 33 countries noted for their varied and heterogeneous interests, but moved by a spirit of solidarity, complementarity and coordination, CELAC bases its strength on the need for unity based on the recognition and respect for their diversity.

Fully aware of its importance as part of the whole hemispheric community, Latin America and the Caribbean are committed through this proclamation to: banish forever the use of force and the threat of using force in the region; peacefully resolving their disputes; strictly complying with the obligation not to intervene, directly or indirectly, in the internal affairs of any other state; observing the principles of national sovereignty, equal rights and self-determination of the peoples; encouraging friendly relations and cooperation between themselves and with other nations regardless of the differences in their political, economic and social systems or development levels; living in peace as good neighbors, practicing tolerance and respect for the right of each state to choose its political, economic, social and cultural system, as an essential condition to ensuring peaceful coexistence between nations.

These principles have emerged from the experience of a region which, after getting rid of colonialism, has seen its right to peace violated through aggressions and threats by the most powerful imperialist superpower known to humankind.

Peace imposed by war cannot be, in this Third Millennium, a passive outcome of war. Humankind today has enough culture and experience to set peace as a conscious goal. Latin America and the Caribbean are doing so.

But today peace is only possible framed in the demands of diversity and founded on solidarity, true democracy – both at a national level and in relations between states- and real justice as an expression of the significance of the social and individual rights of human beings and peoples.

Humankind has reached sufficient maturity to avoid its own extinction as a species. With a culture of peace reflecting the real values of its nature, it is able to save its destiny; despite the incredible madness of the present actions of the imperialist superpower.

Building a culture of peace means that each nation in its relations with other countries prioritizes the prevention of conflict; the peaceful resolution of disputes; the promotion of dialogue, negotiations, understanding, collaboration and human intelligence.

It means excluding the philosophies of war and plunder in international relations and replacing these with solidarity and friendship among the peoples; standing categorically against the doctrine of preventive warfare and the idea that a country may proclaim and exercise with total impunity a right –nobody has given– to change the government of another country.

A culture of peace is reflected in the demand from the citizens to their rulers of a strict compliance with the fundamental principles of international law, such as the free determination of all peoples; respect for the full sovereignty over their own natural resources and wealth; friendship and cooperation in the relations among states; and the respect of all states, rich and poor, for the human rights enshrined in the Charter of the United Nations and other treaties on the economic, social, cultural, civil and political rights. There can be no peace among nations without sovereignty.

The culture of peace which needs to be built among peoples, as a contribution to the most endearing human aspirations, must be based on sincere cooperation and unconditional solidarity with other peoples who need assistance or support, as well as on a military doctrine whose premise is always that to avoid a war is better than to win it.

February 1st, 2014.

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AMERICA LATINA Y EL CARIBE SON ZONA DE PAZ

Por Manuel E. Yepe

La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, en su segunda reunión cumbre celebrada los días 28 y 29 de enero de 2014 en La Habana, proclamó solemnemente, como su acuerdo más trascendental, a América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Se trata de una declaración política de enorme significación geopolítica e histórica cuando se valora que esa región se sitúa directamente en la frontera sur de la superpotencia única en nuestros días, cuya doctrina militar parte de conceptos ofensivos que preconizan el hegemonismo, el derecho al uso de la fuerza y las amenazas en las relaciones internacionales -incluyendo el uso de armas nucleares y de destrucción masiva- contra países del Tercer Mundo.

Integrado por 33 países que destacan por su heterogeneidad y variedad de intereses pero movidos por una vocación solidaria de complementación y concertación, la CELAC basa su fuerza en la necesidad de su unidad a partir del reconocimiento y respeto de su diversidad.

Con la conciencia de su peso específico en el conjunto de la comunidad hemisférica, América Latina y el Caribe se comprometen con esta proclama, a desterrar para siempre el uso de la fuerza y la amenaza de la fuerza en la región; resolver de manera pacífica sus controversias; cumplir estrictamente con la obligación de no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de cualquier otro Estado; observar los principios de soberanía nacional, igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos; fomentar las relaciones de amistad y cooperación entre sí y con otras naciones independientemente de las diferencias entre sus sistemas políticos, económicos y sociales o sus niveles de desarrollo; convivir en paz, como buenos vecinos, practicando la tolerancia y el respeto al derecho de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la pacífica convivencia entre las naciones.

Estos preceptos han surgido de la experiencia de una región que luego de lograr liberarse de colonialismo ha tenido su derecho a la paz conculcado por la superpotencia imperialista más poderosa que haya conocido la Humanidad, con sus agresiones y amenazas.

La paz impuesta por las guerras no puede ser, ya entrado el Tercer Milenio, un pasivo fruto bélico. La Humanidad tiene hoy cultura y experiencia suficientes como para trazarse la paz como un objetivo consciente y así lo están haciendo América Latina y el Caribe.

Pero la paz en nuestros días solo es posible enmarcada en imperativos de diversidad fundados en la solidaridad, democracia verdadera tanto en el ámbito nacional como en las relaciones entre estados, y justicia real como expresión de la vigencia de los derechos sociales e individuales del hombre y los pueblos.

La Humanidad ha alcanzado ya madurez suficiente como para evitar su propia extinción como especie y, con una cultura de paz que refleje los reales valores del género, es capaz de salvar su destino, no obstante la increíble locura con que actúa en nuestros días la superpotencia imperialista.

Construir una cultura de paz supone elevar al primer escalón de los intereses de cada nación en sus relaciones con otros países la prevención de conflictos, la solución pacífica de controversias, el diálogo, la negociación, el entendimiento, la colaboración y la inteligencia humana.

Significa excluir las filosofías de la guerra y el despojo en las relaciones internacionales y sustituirlas por la solidaridad y la amistad entre los pueblos; pronunciarse categóricamente contra la doctrina de las guerras preventivas y la idea de que un país proclame y ejercite impunemente un derecho a cambiar el régimen de otro país que nadie le ha conferido.

Una cultura de paz se refleja en la exigencia por parte de la ciudadanía a sus gobernantes de un estricto cumplimiento de los principios fundamentales del derecho internacional como son la libre determinación de los pueblos; el respecto a la plena soberanía de éstos sobre los recursos y riquezas naturales propios; la amistad y la colaboración en las relaciones entre los estados, y el respeto por todos los estados, ricos y pobres, de los derechos humanos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y en los tratados sobre derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos. No puede haber paz entre naciones sin soberanía de los pueblos.

La cultura de paz que es necesario forjar en los pueblos como contribución al más entrañable anhelo humano, ha de estar sentada en colaboración sincera y solidaridad irrestricta con otros pueblos necesitados de asistencia o justo apoyo, así como en una doctrina militar cuya premisa sea siempre que evitar una guerra es mejor que ganarla.

Febrero 1º de 2014.