PUNTO FINAL
Moncada: Fidel and the Power of Faith
Published on Sunday, July 28, 2013 08:30
Written by Ricardo Alarcón de Quesada
fidel-castro
A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann.

On March 10, 1952, former dictator Fulgencio Batista seized power in Cuba again. This happened eighty days before the elections in which he would have received the least votes. 

With one blow, he overthrew the president, abolished the constitution, disolved parliament, crushed unions, student and guild organizations, took control of the media, unleashed a brutal repression and set up a regime of corruption and plunder which C. Wright Mills characterized as “capitalism run by gangsters and the mafia”. Washington gave Batista quick recognition and always supported him, until the tyrant and his henchmen escaped on January 1st, 1959.

The 1952 coup d’état greatly shocked Cuban society. Beyond its political consequences, it cut deep into the national conscience. The overthrown president sought refuge in the Mexican Embassy, the political forces supporting him were paralyzed; the forces in the opposition, including those of Marxist inspiration, were not able to defend legality nor organize resistance; they became entangled in endless debates on strategy and tactics with only one thing in common: inaction. 
 

Frustration and disbelief grew among the population. Their democratic aspirations were defeated once again.  All the political parties had lost credibility and public trust. Only among the young people and students was there still a spirit of rebellion, seeking their own path outside the failed structures. To steer that rebelliousness they needed and exceptional leader. They found it in Fidel Castro.

Fidel chose a group of young people who looked to him as an example and pr
epared them for armed struggle. It was a group without a name or political affiliation. The action on July 26, 1953 was, in military terms, a double failure: the attempts to take by assault two main army garrisons in Eastern Cuba: Moncada in Santiago de Cuba and Carlos Manuel de Cespedes in Bayamo. In both, the assailants were defeated and most of them murdered after the battle.   

The Movimiento 26 de Julio was born losing its first battles and under the almost unanimous attack of the political forces, the media and other institutions of Cuban society. But that day was, in true fact, a rebirth. It began a process of moral rescue which allowed the people to recover strength and start the long and difficult march to victory. The starting point was the recovery of trust. That day reached many, and gave impulse to the creation of a movement that would keep growing provided it could preserve faith.     

Compelled by popular pressure, Batista was forced, in 1955, to give amnesty to Fidel and his comrades in prison. Fidel travelled to Mexico and promised to return before the following year was over to conduct the final battle. Once again he was betting on popular trust.

Meanwhile, the dictatorship launched a campaign to create distrust. This was supported by many sectors in the opposition which were against armed struggle. The pro-Batista media made fun of Fidel’s promise and kept publishing the countdown on their front pages. The arrival of the rebels took place on December 2, and it was another military catastrophe. The failure of the expedition made big headlines in the Cuban press and far beyond.   

The 82 men who arrived in the Granma yacht faced a far superior military force equipped, armed and trained by The United States. The twelve survivors scattered in the forest with no weapons or resources, managed to regroup in the Sierra Maestra. Months of disinformation and anguish followed. In the remote mountains, backed by their followers in the city, the guerrilla contingent was formed step-by-step. In the cities, the clandestine fighters who supplied the guerrillas and resisted brutal repression also had to fight the permanent “peacekeeping” maneuvers of the political opposition. 

Two years later, the movement had spread to the entire country and the dictatorship was defeated. This was five years, five months and five days after the foundational action.

Those were hard and difficult years. But they brought freedom and happiness to a people emancipated forever. As expressed in the lyrics of a song that we have all been singing for many years now: “
The 26 is the happiest day in history”. 



Published in “Punto Final”, edición Nº 786, July 26, 2013
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    PUNTO FINAL
Moncada: Fidel y el poder de la fe


Publicado el Domingo, 28 Julio 2013 08:30
Escrito por Ricardo Alarcón de Quesada
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El 10 de marzo de 1952 el ex dictador Fulgencio Batista se adueñó otra vez del poder en Cuba, a ochenta días de las elecciones en las que habría sido el candidato menos votado.

De un manotazo destituyó al presidente, abolió la Constitución, disolvió el Parlamento, aplastó sindicatos, organizaciones estudiantiles y gremiales, asumió el control de la prensa, desató una feroz represión e instauró un régimen de corrupción y saqueo que C. Wright Mills calificaría como “capitalismo mafioso y gangsteril”. Washington le dio rápido reconocimiento diplomático y lo apoyó siempre, hasta que el tirano y sus secuaces escaparon, el 1º de enero de 1959.

El golpe de Estado de 1952 provocó una honda conmoción en la sociedad cubana. Más allá de sus consecuencias políticas hirió en lo profundo la conciencia nacional. El presidente derrocado se refugió en la embajada mexicana, las fuerzas políticas que lo apoyaban quedaron paralizadas; las corrientes opositoras, incluyendo las de inspiración marxista, no fueron capaces de defender la legalidad y mucho menos encauzar la resistencia, se enredaron en debates interminables sobre estrategia y tácticas coincidiendo sólo en un punto: la inacción.

En el pueblo cundía la frustración y el descreimiento. Otra vez sus aspiraciones democráticas eran derrotadas. Todos los partidos políticos habían perdido credibilidad y la confianza pública. Sólo entre los jóvenes y estudiantes se mantenía un espíritu rebelde en busca de cauces propios, fuera de estructuras fracasadas. Para madurar esa rebeldía necesitaban un conductor excepcional. Lo encontraron en Fidel Castro.

Fidel seleccionó un puñado de jóvenes que lo tenían a él como referente y los preparó para la acción armada. Era un grupo sin nombre ni filiación política. La operación, el 26 de julio de 1953, fue, militarmente, un doble fracaso: los intentos de tomar por asalto dos cuarteles claves del ejército en el oriente cubano, el Moncada, en Santiago de Cuba y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. En ambos los asaltantes fueron derrotados y la mayoría asesinados después del combate.

El Movimiento 26 de Julio nació perdiendo sus primeros combates y sometido además al ataque casi unánime de las fuerzas políticas, de la prensa y otras instituciones de la sociedad cubana. Pero en verdad ese día fue un renacer. Comenzó un proceso de rescate moral que permitiría al pueblo recobrar fuerzas y emprender la marcha, aún larga y trabajosa, hasta la victoria. El punto de partida fue reencontrar la confianza. Aquel día conmovió a muchos, y dio impulso a la creación de un movimiento llamado a crecer siempre que fuera capaz de preservar la fe.

Forzado por la presión popular, Batista se vio obligado, en 1955, a amnistiar a Fidel y a sus compañeros de prisión. Fidel se marchó a México, prometiendo regresar antes de concluir el siguiente año para dar la batalla final. Apostaba otra vez a la confianza popular.

Mientras, la dictadura desataba una campaña para revivir la desconfianza a la que se sumaban no pocos sectores de la oposición, reacios a la lucha armada. Los medios de prensa batistianos se burlaban de esos planes, recordando cotidianamente, en primera plana, los días que faltaban para el cumplimiento de su promesa. Esto se produjo finalmente el 2 de diciembre, y fue otro descalabro militar. El fracaso del desembarco ocupó grandes titulares en Cuba y más allá.

Los 82 hombres del yate Granma enfrentaron una fuerza militar incomparablemente superior, toda ella equipada, armada y asesorada por Estados Unidos. Los doce sobrevivientes, dispersos por los montes, desprovistos de armas y recursos, lograron al fin agruparse en la Sierra Maestra. Siguieron meses de desinformación y angustia. En las lejanas montañas, con el apoyo del aparato urbano, poco a poco, se levantaba el destacamento guerrillero. En las ciudades los luchadores clandestinos, que sostenían a la guerrilla y resistían la brutal represión, debían combatir también las incesantes maniobras “pacifistas” de la oposición política.

Dos años después, el movimiento abarcaba todo el país y la dictadura era derrotada, a cinco años, cinco meses y cinco días del acto fundador.

Fueron años duros, difíciles. Pero trajeron libertad y felicidad a un pueblo emancipado para siempre. Como dice una canción que desde hace años todos cantamos por acá: “El 26 es el día más alegre de la historia”.



Publicado en “Punto Final”, edición Nº 786, 26 de julio, 2013

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