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La Revolución
Este
texto fue publicado en mayo de 1966 en forma de conferencias
mimeografiadas destinadas exclusivamente a los alumnos de la Universidad
de La Habana como instrumento de trabajo para un cursillo que impartió
el destacado revolucionario y dirigente político Carlos Rafael Rodríguez,
cuyo centenario acabamos de celebrar. Carlos Rafael, envuelto en
distintas responsabilidades revolucionarias, trató de explicar
argumentadamente el Período de Transición de la Revolución Cubana. En
1979, la Editora Política publicó aquellas conferencias en un libro
titulado Cuba en el tránsito al socialismo, 1959-1963
Carlos Rafael Rodríguez
Cuando en medio de la alegría y el desbordamiento nacionales más grandes
de nuestra historia Fidel Castro entraba en La Habana, el 8 de enero de
1959, puede afirmarse que ni las clases sociales que habían dominado
durante medio siglo la vida cubana ni los imperialistas de Washington
tenían la menor sospecha del destino que aquella revolución deparaba a
su hegemonía.
Una
enorme masa campesina sin créditos, con precios ruinosos y agobiada por
los intermediarios vivía un proceso alternativo de miseria absoluta y
atenuada durante casi medio siglo.
Como Luis XVI, confundieron la revolución con la revuelta, y pensaban
que les resultaría fácil encauzar a los victoriosos de la Sierra Maestra
por la misma ancha y fácil avenida de acomodamiento en la que hasta
entonces habían venido a disolverse todas las sucesivas esperanzas
revolucionarias de la América Latina.
Cuba, sin embargo, necesitaba una revolución.
¿Cuál era la diferencia entre lo uno y otro? ¿Qué tipo de revolución
correspondía hacer a quienes no quisieran disolverse en una forma "democrático-representativa"
de gobierno, entregada al reformismo vocinglero y a la supuesta
honestidad administrativa, para terminar ingloriosamente bien a manos de
un golpe militar reaccionario o de un modo más abyecto, absorbidos
también, como los frustrados jefes de 1933, por el mismo régimen al que
en apariencia había derrotado?
Los cambios revolucionarios que resultaban imperativos en Cuba desde
antes de 1930, devinieron aún más inaplazables, como resultado de la
tiranía batistiana. La subordinación al imperialismo se había hecho, si
cabe, más completa.
El cuadro de las inversiones directas de los Estados Unidos en Cuba
hasta 1954 ofrecido por el Departamento de Comercio de los Estados
Unidos muestra cómo la estructura fundamental de esas inversiones no
había variado durante el período: 1
INVERSIONES |
(En
millones de
Pesos) |
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1929 |
1936 |
1946 |
1950 |
1953 |
1954 |
Agricultura |
575 |
265 |
227 |
263 |
265 |
272 |
Petróleo |
9 |
6 |
15 |
20 |
24 |
27 |
Manufactura |
45 |
27 |
40 |
54 |
58 |
55 |
Servicios
Públicos |
215 |
315 |
251 |
271 |
297 |
303 |
Comercio |
15 |
15 |
12 |
21 |
24 |
35 |
Otras
Industrias * |
60 |
38 |
8 |
13 |
18 |
21 |
Totales: |
919 |
666 |
553 |
642 |
686, |
713 |
· No incluye las
inversiones directas del Gobierno de los Estados Unidos en Minería (Nicaro).
Puede verse que al cabo de treinta años los inversionistas
norteamericanos siguieron viendo a Cuba como simple base para la
obtención de azúcar barato, fácil de transportar y a precios
convenientes, sobre todo en los momentos de tensiones bélicas. Durante
los años de la Segunda Guerra Mundial, y aprovechando la transitoria
mejoría de las condiciones azucareras, los imperialistas norteamericanos
traspasaron a manos cubanas algunas unidades azucareras —las más viejas
e ineficientes— y mantuvieron sólo las mayores y eficientes, capaces en
un momento dado de producir una zafra grande.
El incremento en las inversiones industriales no azucareras es a todas
luces ridículo si se le compara con el crecimiento de la población y de
la economía cubanas de los años 30.
En el auge de la postguerra y el que surgió con el ataque a Corea,
algunas empresas norteamericanas crearon subsidiarias en la producción
de neumáticos y gomas o controlaron, como la "Procter and Gamble" y la
"Palmolive", la fabricación de perfumes, jabones y detergentes, etcétera.
Pero no emprendieron ningún plan de industrialización en escala
apreciable. La razón alegada, según el libro Investment in Cuba —destinado,
como otros similares sobre México, Colombia, Perú, etc., a explicarles a
los inversionistas potenciales de Estados Unidos las posibilidades de
inversión en la América Latina— resumía la renuencia de los
inversionistas a desarrollar proyectos en la industria cubana con estas
palabras: "Hasta hace poco las condiciones para esa inversión no han
sido muy favorables". Y anunciaba que en la siguiente década se
preparaban inversiones norteamericanas por un valor de 205 millones de
pesos en energía eléctrica, refinación de petróleo, minería y
manufactura.2
Por lo visto, los imperialistas norteamericanos creyeron que la
presencia de Batista y su política antinacional y antiobrera
garantizaría "las condiciones favorables" que en los años anteriores
habían echado de menos.
La única variación significativa en este panorama había ocurrido
precisamente para agravarlo. Pocos años antes de la caída de Batista,
grandes ganaderos norteamericanos asociados al "King Ranch" de Texas,
comenzaron a ver en nuestra poco aprovechada tierra de pastos una
posibilidad de explotación. Surgió así un proyecto que la Revolución
cortó a tiempo pero que habría reafirmado, en la crianza de bovinos, la
concepción extensiva de la agricultura que se nos había impuesto a
través del latifundio cañero.
En lo que se refiere al desarrollo mediante el empleo de los recursos
nacionales, el período de la postguerra y en particular la etapa
batistiana se caracterizaron por el empleo de los recursos financieros
en forma que condujo al fomento de inversiones que lejos de contribuir
al verdadero desarrollo de nuestra economía se tradujeron en presiones
inflacionarias de las que se derivó —por la vía de las importaciones— la
pérdida de todos los recursos en divisas acumulados como consecuencia de
la Segunda Guerra Mundial y de las alternativas favorables para el
azúcar surgidas durante el ataque imperialista a Corea. A la vez surgió,
con una fuerza que hacía lucir angelicales a los viejos políticos del
pasado, el capitalismo burocrático, constituido mediante el robo directo
y la especulación aventurera por los políticos gobernantes y sus
asociados.
A fin de comprender mejor la situación que heredaba la Revolución el
Primero de Enero de 1959, es conveniente resumir las alternativas
económicas principales del período que la precedió inmediatamente.
El Gobierno de Prío disfrutó en los años 1950 y 1951 un período de breve
prosperidad que, como dijéramos, derivó de la agresión imperialista a
Corea. El peligro de guerra ocasionó, como siempre, una demanda
extraordinaria de azúcar para los contingentes de reserva. La producción
de azúcar pasa a ser de 5,4 millones en 1950 a 5,6 en 1951. Ese
incremento fue acompañado de un aumento en los precios del mercado
mundial. En junio y agosto de 1950 el precio se elevó a 4,21 centavos y
5,83 centavos por libra inglesa, determinando un promedio mundial de
4,98 centavos.
En 1951 el precio ascendió a 5,68 centavos, mayor que el de 5,07
centavos al que se vendieron nuestros azúcares en el mercado de Estados
Unidos. Esto determinó que el valor de la producción azucarera (incluidas
las mieles) fuera de 630 millones en 1950 y y llegara a 730 en 1951. En
junio de 1951 en el llamado mercado mundial el azúcar obtiene su precio
máximo: 7,41 centavos.
En 1952, sin embargo, se produce una situación totalmente anormal. En
una torpe política, el Gobierno de Prío lleva la producción azucarera a
los 7,156 millones de toneladas, determinando así un colapso del mercado
internacional de azúcar ante la presencia de enormes excedentes que la
liquidación del proceso militar de Corea hacen innecesarios. Ya en
diciembre de 1951 el precio había bajado hasta 4,84 centavos, y en
diciembre de 1952 descendió a 3,83 centavos.
La situación hizo indispensable extraer de los mercados internacionales
el excedente calculado de 1 millón 750 mil toneladas largas españolas,
que fue financiado a los productores por los bancos comerciales —con el
respaldo del Banco Nacional— a un precio de pignoración de 3,08 centavos
la libra, estableciéndose que los excedentes serían colocados en la
cuota norteamericana del próximo quinquenio en partes anuales de 350 mil
toneladas.
De este modo se producía en la economía nacional una contradicción
evidente. Mientras la producción de la zafra azucarera más alta en toda
la historia cubana incrementaba los ingresos de los trabajadores y
colonos, las exportaciones cubanas disminuían respecto a 1951 y 1950,
ascendiendo a sólo 4,86 millones. El descenso de precios originaba
también que el valor de la zafra de 1952, pese a ser 1 millón 400 mil
toneladas mayor que la de 1951, determinara ingresos para los
empresarios productores de sólo 717,9 millones, cuando la de 1951 les
había significado 730,2 millones. Comenzó así una declinación azucarera
que continuaría en los siguientes años. Las siguientes zafras serían de
5 millones en 1953, 4,7 en 1954, 4,4 en 1955 y 4,6 en 1956. A su vez,
los precios promedios de las exportaciones bajaron a 4,11 centavos en
1953; 3,99 centavos en 1954 y 3,95 centavos en 1955, lo que determinó
que el valor de las zafras descendiera a 498,7 millones en 1953; 464,3
en 1954; 447,9 en 1955 y 494,9 en 1956.
Ese descenso de la variable principal de la economía cubana habría
determinado una contracción de los ingresos populares que sin llegar a
los límites catastróficos de 1930 a 1933 podría haber producido, junto
al fenómeno permanente del desempleo en masa, una situación política aún
más explosiva que la suscitada por la actuación de la tiranía batistiana.
Para evitarlo concurrieron no sólo las limitadas inversiones
norteamericanas que la presencia de Batista había provocado, sino
también la política que recogiendo las aportaciones keynesianas y
postkeynesianas (la política de "gasto compensatorio"), pusieron en
práctica bajo la dirección de Joaquín Martínez Sáenz los consejeros
financieros de la tiranía.
El Banco Nacional se dedica a la expansión del crédito interno,
aumentando los redescuentos y anticipos que otorgó a la banca privada. A
la vez, incrementó sus inversiones en valores del Estado, elevándolas
hasta 36,5 millones en 1952. Asimismo, la Tesorería crea dinero en ese
propio año por la suma de 43,5 millones de pesos.
Todo esto sirvió a los empresarios cubanos para dedicarse a una política
de inversión fácil y barata. El proceso se muestra hasta en las
actividades agrícolas. Aumentan las producciones de café, arroz y tabaco
en rama, de tal modo que la producción agrícola no cañera se incrementa
en 19,9 millones en 1953 con respecto a 1952, asciende a 37,4 millones
más en 1954 y sube en otros 47,8 millones en 1955. 3
Las edificaciones van asimismo experimentando incrementos que
constituyen saltos considerables respecto a 1950. Los estimados de
edificaciones hechas por el Banco Nacional para el período son:
1950 |
62,7 |
1951 |
76,2 |
1952 |
68,5 |
1953 |
70,5 |
1954 |
91,7 |
1955 |
83,3 |
1956 |
94,9 |
1957 |
99,9 |
También la producción manufacturada, principalmente la dedicada al
consumo corriente, experimentó un aumento del 21 % entre 1953 y 1957. Si
se compara con el año 1950, el aumento fue del 28,7 %.
A la vez, el consumo de electricidad y gas había aumentado en un 47,5 %
entre 1953 y 1957, y prácticamente el 100 % entre 1950 y 1957. Esa cifra
del consumo de energía servía al mismo tiempo como dato valioso para
entender el contenido del crecimiento aparente de la economía cubana
durante estos años. Según la confesión de los organismos oficiales, el
incremento en el consumo eléctrico se debió principalmente a la
extensión del consumo privado y sólo en pequeña parte a la instalación
de nuevas capacidades industriales. Se pone así de relieve la naturaleza
inflacionaria del crecimiento que tendremos oportunidad de sustanciar
aún más.
Por razones distintas, crecieron también la producción minera y las
exportaciones de minerales. La causa principal del crecimiento fue el
desarrollo acelerado de la producción del níquel a partir de 1952 y por
las crecientes necesidades de ese mineral, que determinaron a
inversionistas norteamericanos a reactivar la producción de Nicaro e
instalar la moderna planta de Moa, con una inversión superior a 120
millones de dólares. También hubo incremento en la producción de cobre y
manganeso. En el conjunto las exportaciones cubanas de minerales pasaron
de 12,5 millones en 1950 a 49,6 millones en 1957.
Esos aumentos en la producción agrícola, industrial y de edificaciones
lejos de constituir el resultado de un crecimiento orgánico y natural de
la economía cubana fueron por el contrario la resultante de una
deliberada política expansionista el objetivo de la cual era doble: de
una parte promover gastos en salarios y sueldos que mitigaran los
desastrosos efectos de la caída en la producción azucarera y de la otra
crear márgenes ilícitos que permitieran a los gobernantes y sus socios
de la burguesía empresarial un enriquecimiento fácil y rápido.
El instrumento utilizado para ello fue —sarcásticamente— el Banco
Nacional, propugnado durante décadas por la burguesía cubana y los
sectores más progresistas del país como una de las palancas para el
sólido desarrollo de la economía y para echar las bases de nuestra
independencia y que, de modo paradójico, venía a ser utilizado en forma
del todo opuesta.
El Banco Nacional, en efecto, utilizando como hemos dicho antes el
redescuento inmediato y fácil de los créditos que otorgaba a los "empresarios"
la banca privada, estimuló esa política expansionista. Pero además el
Gobierno imprimió la misma actividad a los organismos paraestatales de
crédito que ya existían o que creó específicamente con ese objetivo (BANDES,
Nacional Financiero, Fondo de Hipotecas Aseguradas, Banco del Comercio
Exterior). Los préstamos bancarios privados pasaron de los 356 millones
anuales en 1951 a 452 en 1955, y llegaron a ser en 1958 de 566 millones.
Si en el año 1951 la banca privada sólo prestaba el 59,5 % de sus
depósitos, ya en 1955 había llegado a utilizar el 74,2 %, es decir
prácticamente su máxima capacidad legal, fijada en el 75 % de los
depósitos.
Más importante si cabe, en el volumen de esta política expansionista,
fue la contribución del Estado mismo a través del gasto público dirigido
fundamentalmente a obras improductivas que tenían el doble fin ya
anunciado de crear empleos y proporcionar ganancias ilícitas,
permitiéndole además al Gobierno ufanarse de la táctica política "constructiva"
con que han encubierto su enriquecimiento y sus crímenes los más
notorios tiranos de la América Latina.
El gasto público, cubierto mediante déficits presupuestarios y
empréstitos financiados no por la población sino por el Banco Nacional,
creció en 40 millones entre 1951 y 1953, llegando la diferencia a 80
millones en 1955, para alcanzar una diferencia superior a los 150
millones en 1957, año en que el gasto público corriente fue de 370
millones de pesos y los pagos realizados por inversionistas públicos con
cargo a empréstitos de 138,4 millones.
Esa política expansionista tuvo resultados parciales en cuanto a uno de
sus propósitos y cumplió plenamente el otro. En efecto, los personeros
de la tiranía y sus socios en el aparato económico nacional extrajeron
en cortos años enormes beneficios, la mayor parte de los cuales fueron
previsoramente transferidos al extranjero. También el incremento de
empleo en construcciones públicas, edificaciones, inversiones y limitada
expansión industrial, unido a la burocratización masiva del aparato
estatal, mitigó, sin eliminarlos, los efectos de la contracción
azucarera. En 1955 calculamos 4 que esa política compensatoria
cubrió el 53 % de la caída del ingreso azucarero con respecto a 1951.
Esa táctica económica del Gobierno impidió que estos años se
convirtieran en un período crítico para el conjunto de la economía
nacional. Además, la existencia de la cuota azucarera norteamericana con
precios entre 5,42 centavos por libra (1953) y 4,99 centavos (1955) para
exportaciones promedio de 2,4 millones de toneladas, impidió que la
caída llegara a los niveles desastrosos de 1930 a 1933. Ni los empleados
públicos ni los obreros industriales no azucareros sintieron las
consecuencias de la brusca contracción económica.
Otra fue sin embargo la situación de los obreros azucareros agrícolas e
industriales y de los colonos de caña. Si los salarios pagados al sector
azucarero habían sido de 338,4 millones en 1951, cayeron en 1955 a los
200 millones. Del mismo modo, los ingresos totales de los colonos
descendieron de 329 millones en 1951 a 204 en 1955.
Esto determinó además las conocidas consecuencias del desempleo
estacional, pues la zafra se redujo de 93 días en 1951 a 68 en 1955, y
los crecimientos limitados en la agricultura (arroz, café) no añadían
empleos a más del 10 % de la mano de obra agrícola, por lo cual la
miseria en el campo fue durante estos años ostensible.
Esa situación en el interior del país se reforzaba por el hecho de que
la política inversionista en edificaciones y promoción industrial se
concentraba principalmente en La Habana, por lo que los efectos
expansionistas hacia los trabajadores del resto del país eran menores.
Así, mientras las edificaciones en La Habana aumentaban en 12 millones
en 1953, en 9 millones más en 1954 y eran en 1955, 16 millones más que
en 1952, se mantenían a un nivel estacionario en el resto del país. El
conjunto de los salarios en las provincias de Matanzas, Las Villas,
Camagüey y Oriente descendía asimismo en 1955, para aumentar más de 15
millones en la provincia de La Habana.
El efecto más lesivo para la economía nacional de toda la irresponsable
política de la tiranía batistiana y su predecesor fue el resultado de la
misma en lo que concierne a las reservas de divisas y su dispendio
criminal.
Las características de la economía cubana que ya hemos analizado
conducía inexorablemente a que la expansión de los ingresos personales
no acompañada por un crecimiento simultáneo de la producción nacional
para el consumo —puesto que, según viéramos, la producción industrial
cubana apenas satisfacía una parte mínima de la necesidad en productos
duraderos y bienes manufacturados de consumo corriente— produjera de una
parte la inflación de los precios internos y de la otra disparase
aceleradamente el mecanismo de la llamada propensión a importar.
Los defensores de la política económica de la tiranía explicaban ese
fenómeno echando mano de la propensión a consumir del pueblo cubano de
acuerdo con la habitual terminología keynesiana. Ya entonces
replicábamos explicando cómo esa "elevada propensión a consumir" no era,
como se quería hacer aparecer, índice de prosperidad sino manifestación
del retraso económico, pues significaba que el nivel económico de la
población era demasiado bajo, "que sus ingresos corrientes son
insuficientes, que todo lo que recibe lo necesita para el consumo
corriente, que no puede ahorrar". 5 Y añadíamos que la propensión
a consumir era más alta en los países más retrasados y en los sectores
sociales más explotados, los cuales no consumían más sino "una
proporción mayor de sus ingresos que los países más desarrollados y las
capas sociales privilegiadas". Ese aumento del consumo se reflejó en los
incrementos de precios pero sobre todo en el aumento de las
importaciones de bienes de consumo.
Cuba había venido teniendo en la mayor parte de sus cincuenta años del
siglo una balanza comercial altamente favorable, unida a un balance de
pagos negativo.
El intercambio comercial favorable surgía precisamente del comercio que
desarrollábamos con el resto de los países del mundo, pues mientras
nuestras relaciones comerciales con Estados Unidos producía, por ejemplo,
déficit de 53,9 millones en 1948 y 74,8 en 1951, en esos mismos años el
comercio con el resto de los países nos dejaban saldos favorables de 137
y 200,7 millones, respectivamente.
La caída de los precios azucareros en el mercado mundial durante el
período que examinamos determinaba que se redujeran los ingresos por
exportaciones de azúcar en aquellos países, mientras que el aumento de
la demanda de productos industriales que generaba la política
inflacionaria de la tiranía incrementaba nuestras exportaciones de los
Estados Unidos.
De este modo, el balance de pagos negativo fue ascendiendo de 15
millones en 1952, a 83,6 millones en 1954, 111 millones en 1955, 75,8
millones en 1956 y 126 millones en 1957.
La tiranía malbarataba así en sus siete años de imposición las reservas
monetarias internacionales de Cuba, perdiendo 513,3 millones y
encontrando la Revolución el Primero de Enero sólo una reserva neta de
84,4 millones. A la vez, los déficits presupuestales y el financiamiento
deficitario incrementaban la deuda pública de Cuba, haciéndole ascender
a 788,1 millones de pesos.
En ese saldo final, el año económico de 1957, que pudo ser utilizado
mediante una política previsora para remediar los desajustes originados
por la precedente contracción azucarera, sirvió por lo contrario para
aumentar los efectos expansionistas hasta conducirlos al resultado final
que acabamos de consignar. En ese año el precio del azúcar en el mercado
mundial se elevó a 5,16 centavos, a la vez que el precio del mercado
norteamericano se mantenía estable. La producción pudo aumentarse en
casi 1 millón de toneladas, pasando a los 5,5 millones, y el valor de la
zafra aumentó en 200 millones de pesos; pero, lejos de reducir el gasto
público, el Gobierno lo mantuvo prácticamente a los niveles de 1956 o
sea casi 200 millones más que en 1951, mientras que las inversiones
privadas aumentaban en 127 millones respecto al año anterior.
En su conjunto, el ingreso nacional se elevaba, por la concurrencia de
factores reales y factores expansionistas, a 2 835 millones, o sea 442,6
millones más que en 1951. Ese crecimiento quedaba reflejado en la
correspondiente balanza de pagos negativa que aumentó también durante
1957.
Cuando se examina el complejo económico cubano de 1950 y 1959 se
advierte con toda claridad que tras el espejismo de un crecimiento
económico que se manifiesta en las cifras del ingreso nacional, que no
sin oscilaciones anuales se eleva de 1 610 millones en 1950 a 2 320,5 en
1957, se encubre una política ajena por completo a los fines del
desarrollo y dirigida a expansionar los ingresos personales a costa de
la deuda pública y de las reservas financieras internacionales del país.
La capacidad industrial instalada creció sin duda durante ese período,
pero salvo las inversiones directas realizadas por el capital financiero
norteamericano a que antes nos referimos, la mayor parte de las
inversiones emprendidas en esos años tuvieron un carácter especulativo y
buscaban sobre todo el enriquecimiento fácil de los gobernantes y sus
socios industriales.
El método era tan simple como cínico. Las organizaciones paraestatales
de financiamiento ya mencionadas facilitaban préstamos cuantiosos con
destino a supuestos planes industriales. Con los fondos estatales los
"inversionistas" adquirían maquinaria de uso o ineficiente, que llevaban
a los libros con evaluaciones exageradas, realizando operaciones
lucrativas por algunos millones de pesos. Lo que menos importaba era el
funcionamiento de la empresa misma, pues una vez puestas en marcha las
instalaciones los empresarios no se preocupaban por los balances anuales
negativos derivados de la ineficiencia, pues en definitiva si el Estado
se incautaba la empresa el verdadero negocio se había realizado ya en la
propia operación inversionista, de la cual se deducían los márgenes
exigidos por los funcionarios que amparaban el ilícito negocio.
En otros casos —como en el típico de la Rayonera de Matanzas— el
proyecto era lucrativo a corto plazo y el plan consistía en venderle al
Estado las instalaciones una vez que el período de explotación
provechosa hubiere transcurrido.
Por ello, el supuesto crecimiento industrial de estos años era en gran
parte ficticio y en definitiva la Revolución tendría que hacerse cargo
de los problemas de desajuste funcional y de desproporciones creados por
esta política aventurera y que trasladaría a la Revolución nuevas
dificultades.
De aquí que el panorama nacional, al tomar el poder las fuerzas
revolucionarias en 1959, pudiera ser definido por los siguientes rasgos:
1ro. Completa dependencia del imperialismo norteamericano, que
controlaba la industria exportadora fundamental (1 millón 200 mil
hectáreas de tierra incluyendo, según confesión propia, el 25% de las
mejores tierras agrícolas), la energía eléctrica, parte de la industria
lechera, el abastecimiento de combustible y, en medida importante, el
crédito bancario.
2do. Una estructura económica predominantemente agrícola, pues la más
importante industria, el azúcar, era una producción primaria de base
agrícola y el resto de la industria representaba un volumen poco
significativo, aunque fuere en cierta medida superior al de los países
subdesarrollados de Asia, África y cierto número en la América Latina.
3ro. Una economía agrícola extensiva, latifundiaria tanto en las
propiedades de las compañías extranjeras como en las de una minoría
opulenta cubana, con 114 grandes propietarios en el control del 20 % de
las tierras, mientras una enorme masa campesina sin créditos, con
precios ruinosos y agobiada por los intermediarios vivía un proceso
alternativo de miseria absoluta y miseria atenuada durante casi medio
siglo.
4to. Un desempleo y subempleo permanentes y masivos en proporción muy
superior al de otros países de la América Latina, llegando a más del 25
% de la fuerza de trabajo, con más de 600 mil desempleados en el período
de "tiempo muerto" y de 300 mil desocupados permanentes. Todo ello a
consecuencia de una estructura económica que tendía a prolongarse y
acentuarse.
5to. Una economía totalmente abierta, en que a cada peso de producción
bruta correspondía entre 25 y 28 centavos de importaciones inevitables y
suponía a la vez un porcentaje igual de exportaciones. Una
monoexportación azucarera que alcanzaba el 80 % del total exportado. Y
una concentración geográfica de las exportaciones e importaciones,
dependiendo el 60 % de las primeras y del 75 al 80 % de las segundas del
mercado de los Estados Unidos.
El compendio de todas estas notas nos definía a la Cuba de 1959 como un
país semicolonial o, si se prefiere la nueva terminología,
neocolonizado. La Revolución que tenía que realizarse suponía en primer
término la liberación nacional, es decir había que lograr casi 60 años
después lo que al terminar la guerra con España no se había obtenido por
la interferencia norteamericana. La primera característica de la
Revolución tenía que ser, pues, su contenido antimperialista. El lema de
Mella: "¡Dellenda est Wall Street!" estaba vigente tres décadas
después de su muerte.
Pero para realizar la revolución antimperialista hasta el fin era
indispensable quebrar antes de emprenderla, o simultáneamente a su
realización, el poder interno de la oligarquía de los latifundistas,
hacendados y comerciantes importadores. Un simple cambio de gobierno que
no eliminara completamente tanto los instrumentos de poder de esa
oligarquía como su base económico-social, y sobre todo el latifundio,
conduciría en un período de tiempo relativamente corto, antes de poder
llevar a la práctica una revolución antimperialista verdadera, a que el
esfuerzo conjugado de los imperialistas y los oligarcas se impondría
sobre las fuerzas revolucionarias, reproduciendo la situación cubana de
1933 y las que en toda la América Latina creaban los golpes de Estado
reaccionarios que castraban aun los más tímidos esfuerzos progresistas y
nacionalistas.
En este sentido, se trataba de completar la revolución
democrático-burguesa, que también quedara frustrada con la presencia del
imperialismo en la política cubana a partir de 1899. Muchos aspectos de
la revolución democrática se habían logrado, por lo menos formalmente,
en los últimos treinta años: el voto popular, la reducción en la jornada
de trabajo, la igualdad jurídica de la mujer, el salario mínimo,
etcétera. Pero al mantenerse intactas y aún extenderse las bases del
retraso industrial y el latifundio agrario, unidos a la dependencia
económica del exterior, aún esas conquistas formales estaban en
precario. Sólo una revolución agraria profunda podría quebrantar el
sustrato económico-social de la oligarquía.
De ahí la segunda nota esencial del proceso revolucionario que Cuba
requería: la revolución agraria.
O sea que, al iniciarse en 1959 lo que Cuba tenía ante sí era la
necesidad y la posibilidad de llevar adelante su revolución
democrático-burguesa de liberación nacional, una revolución, por su
contenido, agraria y antimperialista.
Una revolución así —lo ha visto la historia contemporánea muy
claramente— no podía desarrollarse en esta segunda mitad del siglo bajo
la dirección de la burguesía nacional. Mucho menos, a causa de todo lo
que llevamos explicado, por la débil burguesía nacional cubana.
En los análisis habituales de los movimientos revolucionarios en los
países subdesarrollados se llegó a la conclusión de que para completar
en nuestro tiempo una revolución agraria y antimperialista frente a
fuerzas dominantes encabezadas por el imperialismo norteamericano, se
hace indispensable la presencia a la cabeza de la revolución de la clase
obrera y de un partido radical que la represente, con la firme ideología
del marxismo- leninismo.
Desde los días anteriores a la Revolución Rusa de 1905, al analizar
Lenin la forma de llevar adelante en aquella situación especial una
revolución que no sería todavía socialista pero que siendo burguesa, en
cuanto a las relaciones de producción que mantenía, se hacía sin embargo
radical por su carácter popular, porque la presencia en ella de las
masas obreras y campesinas sería decisiva, como no lo había sido en el
período inicial de la Revolución Francesa de 1789, surgió la fórmula de
la "dictadura democrática de obreros y campesinos", como el poder capaz
de llevar adelante las tareas de la revolución democrático-burguesa de
nuevo tipo.
La Revolución Cubana iba a seguir otro camino. A su frente no aparecería
un Partido Comunista, y sin embargo la revolución agraria y
antimperialista se realizaría a plenitud. Pero no sólo eso, la
Revolución no se detendría en esta su primera fase: puesta en la
alternativa de detenerse y perecer o seguir adelante y consolidarse,
forzada por el imperialismo a rendirse o desafiarlo y profundizarse, la
Revolución Cubana pasaría con toda rapidez, como la que Lenin guiara en
la Rusia de los Zares, de su breve etapa democrático-burguesa a
convertirse en una revolución socialista. Lo haría bajo la dirección de
un grupo no definitivamente proletario, que no estaba organizado en
partido marxista-leninista. A Fidel Castro y sus compañeros les
corresponde el mérito de haber realizado esa gran faena histórica. Y
resulta conveniente indagar cómo fue posible, determinar si la
experiencia cubana constituye una excepción del pronóstico
marxista-leninista o si, por el contrario, lo confirma.
1
La brusca declinación en el valor de las inversiones americanas,
principalmente en azúcar, entre 1929 y los años siguientes se debe no a
una pérdida de dominio real sobre los medios de producción sino a una
revaluación puramente financiera efectuada como resultado del "crack"
bancario norteamericano de 1929. Del mismo modo, el aumento de 215 a 315
millones de pesos en las inversiones de servicios públicos obedece no a
un incremento real de las inversiones sino a una diferencia de
evaluación, tomándose en un caso el valor del mercado y en otro el valor
en libros. En la realidad no hubo inversiones norteamericanas en
servicios públicos entre 1929 y 1936. (Observaciones de Paul D. Dickens:
American Direct. Investmem in Foreing Countries, 1936, y Soban,
Investment in Cuba).
2 Investmen in Cuba, p. 11.
3 Un análisis más completo de este período se encuentra en el
estudio realizado en septiembre de 1956 por Jacinto Torras, Oscar
Pino-Santos y el autor de este trabajo, y publicado por el Buró
Ejecutivo del PSP en octubre de ese año con el título "La actual
situación económica de Cuba y sus perspectivas". Consultarse asimismo,
para el período hasta 1959, el "Informe del Ministerio de Hacienda del
Gobierno Revolucionario al Consejo de Ministros", 1959.
4 "De La actual situación económica de Cuba", p. 26.
5 Trabajo citado.
http://www.granma.cubaweb.cu/2013/06/21/nacional/artic01.html
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