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Propuestas vía Cuba
Cuba: ¿Iglesia católica versus Revolución?
(Ensayo publicado
por la Red de Libertades Laicas. Programa Interdisciplinario de Estudios
sobre las Religiones (PIER), El Colegio Mexiquense, A.C. México,
septiembre de 2007)
“El problema no
es darle un hacha al dolor y hacer leña con todo y la palma/ El problema
vital es el alma/ El problema es de resurrección/ El problema, señor,
será siempre sembrar amor”/
Silvio Rodríguez
Las revoluciones
no son paseos por hermosos prados y la iniciada en Cuba, en 1959,
tampoco es excepción. Proceso tan radical generó pasiones encontradas e
incidió en el proceder de mujeres y hombres sumergidos en él. Esto dejó
su huella en las relaciones Iglesia Católica- Estado, cuya dinámica
contradictoria respondió a la gradual conversión del orden socio-
económico y político existente, y a los compromisos y articulación
social de una institución eclesiástica preconciliar i, sin instrumentos
para el reacomodo.
El déficit de
asideros teológicos y el vínculo con las clases afectadas por los
cambios incidió en el acercamiento de la alta jerarquía católica a los
sectores más retrógrados, en un ámbito marcado por el avance del
diferendo Estados Unidos- Cuba, del cual es imposible sustraerse al
evaluar la cuestión. El apego de los obispos al anticomunismo motivó
discursos coincidentes con los emitidos desde Washington y ello impulsó
la confrontación entre ambos polos. A su vez, en la problemática ejerció
notable influencia la difusa religiosidad del cubano y el despliegue de
posiciones sectarias, relacionadas con la impronta del ateismo
sovietizado, supuestamente científico.
La trayectoria de
la institución eclesiástica en los años cincuenta suele inducir a sobre
dimensionar la influencia del catolicismo en el país, pues casi todo
apunta a un florecimiento de sus estructuras organizativas por efecto de
un ambiente favorable para la actuación de sus miembros. Sin embargo, la
Encuesta sobre el sentimiento religioso del pueblo cubano ii. y el
Informe a la I CELAM: Resumen de las respuestas del Episcopado de Cuba
al cuestionario de la Sagrada Congregación Consistorial para la
Conferencia de Latinoamérica en Río de Janeiro: La Habana, 30 de marzo
de 1955iii, ofrecen elementos para una evaluación más equilibrada.
El primero
conserva plena vigencia por lo que aborda en materia religiosa y acerca
de la situación social entonces. Para los seguidores del tema, la
Iglesia nunca volvió a realizar una pesquisa de tamaña envergaduraiv.
Esta sugirió que ser católico era una suerte de moda que permitía a
muchas personas estar a tono con su estamento social o familia;
solucionar o al menos desahogar sus problemas; secundar la tradición
familiar, o resultado de una repetición impensada v. Ello, en
correspondencia con lo que afirman varios autores, que la religiosidad
de cubanas y cubanos es una amalgama de ritos, creencias y costumbres,
donde lo formal tiende a diluirse y dar paso a la espontaneidad a tenor
de las circunstancias.vi
El Informe al I
CELAM (1955) reflejó lo que, trascurrido medio siglo de la ruptura con
el Patronato Realvii, recuperó la institución en materia oficial,
educacional e infraestructura. Igual demostró que, pese al intento de
cubanizar la Iglesia luego de la independencia de España, la presencia
de extranjeros en ella era mayoritaria aúnviii.
Antes de 1959,
estaban radicadas en Cuba las Órdenes Terciarias franciscana, dominica,
carmelita y servitaix, y el apostolado seglar se practicaba por la
oración, las Congregaciones Marianas (Hijas de María, Agrupación
Católica Universitaria, etcétera), la Asociación de Caballeros Católicos
de Cuba, los Escuderos de Colón, las Damas Isabelinas, la Legión de
Cristo, la de María, la Conferencia de San Vicente Paúl, el Movimiento
de Profesionales e Intelectuales Católicos, los Médicos Católicos, los
Artistas Católicos, y por una Acción Católica italianizada. Al mismo
tiempo, comenzaban los Cursillos de la Cristiandad.
Para la formación
sacerdotal, la institución contaba con tres seminarios menores, en La
Habana, Matanzas, y Santiago de Cuba, y con un seminario mayor: el de
San Carlos y San Ambrosio. También tenía tres noviciados masculinos: el
jesuita, el salesiano y el franciscano, y dos noviciados para religiosos
docentes: el La Salle y el de los Maristas. Funcionaban a su vez 212
escuelas católicas- incluidas las parroquiales y las de varias órdenes
religiosas-, a las cuales asistían 61 mil 960 alumnos de ambos sexos,
cifra equivalente al 2,5 por ciento de la población en edad escolar, es
decir dos millones de seres entre 7 y 18 años. El 30 por ciento de ellos,
del sexo masculinox.
Entre las
propiedades de la Iglesia, en vísperas de 1959, estaban además tres
universidades católicas, de los hermanos La Salle, los pp. Jesuitas, y
los pp. Agustinos. En esta última, conocida como Santo Tomás de
Villanueva, estudiaban mil alumnos, mayormente de las capas altas de la
sociedad habanera.
El listado de la
época incluye 20 asilos de niños, 21 de ancianos, un orfanato, 3
hospitales de adultos y 2 infantiles, un sanatorio psiquiátrico, un
leprosorio, una clínica para damas y varios dispensarios y consultorios
médicos, donde los pacientes gozaban de cierta gratuidad en dependencia
de su extracción social.
Centenares de
cofradías estaban diseminadas por el territorio; la del Santísimo
Sacramento, la de la Virgen de Loreto, de Fátima, del Santísimo Rosario,
de Nuestra Señora de la Caridad y otras, donde las actividades eran
sufragadas por sus miembros y sólo en ocasiones excepcionales recibían
un extra de la jerarquía, las órdenes religiosas o el clero. Esto, unido
a la escasez de agentes de pastoral y su concentración en las ciudades,
fue esgrimido para justificar porqué las obras eclesiásticas nunca
abarcaron a toda la población. No obstante, algunos autores hacen notar
que lo que apartó progresivamente a amplias masas populares de la
Iglesia fue su tendencia a radicarse en los barrios de los más
adinerados- única posibilidad de agenciarse cuantiosos fondos que
costearan y hasta hicieran rentable su labor pastoralxi
El informe a la I
CELAM, sin embargo, desconoció el resultado de la encuesta de la ACU, al
destacar las “fuertes raíces” del catolicismo en la nacionalidad cubana,
en base a 90 % de personas autoproclamadas creyentes sin considerar que
no eran consecuentes en la práctica del evangelio, ni poseían una
adecuada formación doctrinalxii. Aspecto que no debe soslayarse es el
modo en que el Episcopado catalogó sus relaciones con el Estado:
“a pesar del
laicismo imperante…el Estado ofrece a la Iglesia un trato especial, por
ser la religión mayoritaria del pueblo cubano, prestándole incluso ayuda
económica para la construcción de templos y escuelas y para sus obras de
beneficencia, aunque esta ayuda no es regular ni se incluye en el
presupuesto nacional”xiii.
1.1- La
Iglesia Católica frente a la dictadura militar
El clima
distendido de las relaciones entre ambos polos derivó de la actitud del
Episcopado ante el Golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
Investigadores y testigos coinciden en que cuando llegó al poder el
General Fulgencio Batista Zaldívar, la institución estaba liderada por
el mejor conjunto de Obispos de su historia, tanto por la calidad de su
pastoral, como por el nivel científico o intelectualidad de algunos de
ellosxiv.
Esta peculiar
jerarquía procuró mantenerse al margen de los acontecimientos, sin
reparar en lo que ello podía repercutir en la visión futura sobre la
Iglesiaxv. Mientras, cientos de laicos y sacerdotes se enrolaron en
actividades revolucionarias. Muestra de eso son las declaraciones de la
Federación Estudiantil Universitaria, de la Asociación de Estudiantes de
Derecho, y el encauzamiento de fieles cristianos como el profesor Rafael
García Bárcena, quien organizó el primer intento insurreccional contra
la dictadura militarxvi.
Desde 1952,
amplios sectores sociales defendieron los fundamentos jurídicos de las
acciones contra Batista y ello incidió en la ampliación progresiva el
consenso político acerca de la legitimidad de los cubanos de arrancar
por la violencia al gobierno resultante del “madrugonazo”xvii. Nadie
preguntaba, a nadie importaba cuántos eran católicos o habían sido
preparados en colegios dirigidos por religiosos.
El
distanciamiento del Episcopado del acontecer nacional apenas fue
interrumpido ante la carnicería desatada por el Ejército contra los
asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de
Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953, pero
únicamente trascendieron los llamados de Mons. Enrique Pérez Serantes,
Arzobispo de Santiago de Cubaxviii.
El Cardenal
Arteaga fue impelido para que intercediera por la vida de Fidel Castro y
de otros jóvenes, y en respuesta, organizó una comisión para que
indagara al respecto en nombre de la instituciónxix. En ese contexto,
los policías irrumpieron en la sede cardenalicia, en la capital, y
vejaron al máximo representante de la Iglesia. Al asumir su defensa, el
líder de la insurrección denunció el hecho y aludió al modo en que los
militares sumieron al país en un estado de terror, al perpetrar la mayor
masacre en la Cuba republicana- 70 jóvenes asesinados, torturados, y
mutilados.xx.
A partir de estos
acontecimientos, la oposición al régimen se hizo más virulenta y
numerosas parroquias, locales de asociaciones laicales y otros sirvieron
de escenario para la labor conspirativa con la anuencia de sacerdotes y
religiososxxi Cierto que los curas no alentaron a los jóvenes contra la
dictadura militar, pero algunos incluso escondieron a los perseguidos.
Igual, muchos de los documentos surgidos en el transcurso de la guerra
de liberación, incluyeron frases alusivas a Dios. Más, tales
pronunciamientos no pueden asociarse a una postura cómplice de la
jerarquía católica con el proceder revolucionario. Invocar al
“todopoderoso” era costumbre en la época y puede comprobarse en
correspondencias personales, oficiales, publicaciones y testimonios
individuales. Algunos de los principales dirigentes de esta lucha
también estudiaron en colegios católicos o pertenecían a familias
cristianas y su principal pretensión era aunar esfuerzos para pelear por
la patria, igual que un siglo atrás lo intentara José Martí “con todos y
para el bien de todos”.xxii.
1.2-
Desatada la tormenta, discrepancia de opiniones
Cuando
hacia 1954, Batista convocó a elecciones presidenciales, cobró impulso
el debate acerca de la disyuntiva elección o Revolución. La Quincena,
órgano de prensa de los franciscanos, estuvo en el centro de la polémica
y defendió la solución pacífica para evitar mayores derramamientos de
sangrexxiii. Pero luego, la dirección de la publicación, encabezada por
el pp. Ignacio Biaínxxiv, comprendió que toda iniciativa de esa
naturaleza era ineficaz ante la postura del gobierno, en el poder por la
ausencia de alternativas políticas reales y por el apoyo de las Fuerzas
Armadas, asesoradas por la misión militar estadounidense en el país.
Diversas son las
opiniones acerca de la contribución de la Iglesia a la derrota de la
dictadura militar, pero es indudable la ausencia de una política oficial
respecto al problema cubano y de métodos afines para enfrentarloxxv.
Obispos, dirigentes laicos, religiosos y hasta el Nuncio Apostólico,
Mons. Luis Centoz, defendieron criterios opuestos sobre al papel que
debía desempeñar la instituciónxxvi.
La heterogeneidad
de posiciones frente al conflicto puede delimitarse en tres grupos de
los cuales, el más minoritario, abogaba por el cambio ante la situación
que atravesaba el país y estaba integrado por laicos que recibieron el
visto bueno de Mons. Pérez Serantes, de los Obispos Evelio Díaz Cía
(Pinar del Río) y Alberto Martín Villaverde (Matanzas), de la dirigencia
de la Juventud Católica y de la Juventud Obrera Católica y de la mayoría
de los párrocos y seglares cubanos. Contrario a esta posición, estaba el
bando liderado por el Obispo de Camagüey, Mons. Carlos Riu Angles,
español de nacimiento, y su homólogo en Cienfuegos, Mon. Eduardo
Martínez Dalmauxxvii. La tercera posición pretendía defender la
estabilidad de la Iglesia y por ello, permaneció de espaldas a la
agudización del conflicto, de acuerdo con el Cardenalxxviii.
La contribución
de la reducida minoría del primer grupo, donde aparecen los pp.
Francisco Beristaín y Jorge Vez Chabebe- Moisés o Madrigal, tesorero del
26 de julio en La Habana- y Ribas Canepa, Maximino Bea, Lucas
Iruretagoyena y el “Comandante” Guillermo Sardiñasxxix- capellanes del
Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, hacia 1958-; demostró que la
religión era compatible con el espíritu revolucionario en política,
cuestión minimizada a raíz de la dicotomía Iglesia- Estado.
Si desajustado
resulta enaltecer con ribetes de leyenda lo que en definitiva fue una
prolongación del accionar de un pueblo entero, válido es reconocer que
esos representantes del clero y otros tantos que a nivel de parroquias
apoyaron la insurrección fueron, tal vez sin proponérselo, precursores
del movimiento progresista que cobró vida dentro de la Iglesia Católica
en Latinoamérica en los sesenta a través de la vinculación de algunos
religiosos a las luchas de sus pueblos y de la estructuración de un
nuevo modo de interpretar la palabra de Dios, la Teología de la
Liberación.
La inexistencia
de un consenso entre los jerarcas eclesiásticos en Cuba frente a la
insurrección sólo fue relegada a un segundo plano en febrero de 1958,
ante la urgencia de lograr una solución al conflicto nacional. Con ese
fin, estos propusieron el “diálogo cívico” entre los políticos
tradicionales y las instituciones del país. La “Exhortación del
Episcopado”xxx precedió a la creación de una “Comisión de Concordia”,
orientada a establecer los contactos pertinentes con los partidos
opositores, las fuerzas guerrilleras y el gobiernoxxxi.
El ente logró que
la dirigencia del Partido Nacional Revolucionario, del Movimiento de
Liberación Revolucionaria, del Partido Revolucionario Cubano (auténtico)
y otros- pese a algunos pronunciamientos discordantes-, aceptaran la
iniciativa y propusieran el establecimiento de garantías genuinas, la
amnistía política y el regreso de los exiliadosxxxii. En cambio, Fidel
Castro, líder del Movimiento 26 de Julio, rechazó lo que calificó de
“tibieza de los Obispos” y exigió mayores precisiones, a través del
noticiero de la emisora radial CMKC, de Santiago de Cuba, el 9 de marzo
de 1958.xxxiii
La respuesta dejó
entrever el ambiente de inconformidad que avanzaba frente a las
posiciones conciliatorias de los prelados y su silencio ante la
ilegalidad y los crímenes de la dictadura. Sin embargo, el Episcopado no
se dio por aludido y dejó la iniciativa al Conjunto de Instituciones
Cubanas, que defendió la solución pacífica de la crisis y propuso
sustituir al gobierno por uno provisional, integrado por “prestigiosos
ciudadanos”. Representantes de 43 asociaciones religiosas, fraternales,
profesionales, cívicas y culturales, firmaron la solicitud, que incluyó
varias condiciones a cumplir para revertir la situación, agravada por la
guerra. Pero las autoridades evitaron declaraciones oficiales y
reforzaron la persecución a los dirigentes de esas agrupaciones.xxxiv
1.3-
Imaginario anticomunista en vísperas de 1959
El
modo de expresarse una sociedad en determinada etapa conserva y recrea
las determinaciones del pensamiento cotidiano, manteniendo inalterable
el sentido primario mas no su significado, que con los días tiende a
alejarse o a semejarse distinto del original. Por ser la reiteración lo
que marca hábitos y costumbres, la traducción lingüística tiende a
erigirse como transmisor de tales rutinas, confiriendo a cada grupo
social una identidad específica. Pero la cotidianeidad dista de la
pureza, y más bien a partir de ella puede palparse la cultura en la que
se inscribe, pues en su andar también se fijan los patrones valorativos
predominantes. Esto ocurre porque su ámbito natural es la sociedad
civil, refugio de las tradiciones, hábitos, costumbres y conceptos que
el grupo dominante proyecta como estereotipo a imitar y que no parecen
guardar relación alguna con el Estado o los mecanismos de reproducción y
consecución del poder.
La aparente
uniformidad que ofrece esta, esconde la ruptura que significa la
existencia de diferentes grupos, clases y estratos sociales, cada uno de
los cuales genera una refracción valorativa propia, de acuerdo con sus
condiciones de vidaxxxv.
Diversos son los
factores influyentes en la formación del imaginario de las personasxxxvi,
mas pese a los riesgos que implica una generalización, asumimos que en
la conformación de un sentimiento anticomunista entre cubanas y cubanos,
hacia 1959, incidieron la difusión de las prácticas injustas contra los
católicos en los países socialistas de Europa y China, al calor de la
“Guerra Fría”xxxvii; la mayoritaria presencia de religiosos españoles,
marcados por los acontecimientos de la guerra de 1936 en su país, y por
los dogmas de una Iglesia Católica preconciliar; y la Doctrina Social
Católica (DSC) difundida en el período.xxxviii
Estos y otros
acontecimientos impactaron en el actuar de los católicos y en el de
otros sectores poblacionales, que tarde o nunca asimilaron el
enrutamiento al socialismo del Gobierno Revolucionario y mucho menos,
las medidas que dieron un vuelco radical al panorama nacional en todos
los órdenes.
El análisis de
estos factores puede contribuir a una valoración más ecuánime de quienes
dedicaban loas a las medidas de carácter social decretadas a partir de
enero de 1959, al mismo tiempo que censuraban el restablecimiento de los
nexos con los países socialistas, facilitándole argumentos
justificativos a los enemigos de la Revolución consciente o
inconscientemente, según sea el caso a analizar.
1.4-La
Iglesia Católica en el epicentro de las transformaciones
La
ausencia de posiciones radicales por parte del Episcopado ante la
represión- algo que muchos exigían a finales de 1958-, aceleró la
identificación paulatina de los creyentes con el ideal revolucionario,
cuestión que cobró impulso de forma progresiva con la adopción inmediata
de leyes y decretos democráticos y populares.
El proceder
ambiguo de la oficialidad eclesiástica fortaleció los rumores sobre una
supuesta simpatía de ella con el batistato e incluso, algunos condenaron
tal silencio al compararlo con las valientes posturas asumidas por sus
homólogos en Argentina, Colombia y Venezuela, contra las dictaduras
militares.
“El cubano se
fija mucho en las fotografías de los diarios y juzga por lo que en ellas
ve. El recuerdo de la figura del Cardenal junto al Presidente de la
República General Batista o de la Primera Dama en actos oficiales, su
asistencia a recepciones en el Palacio Presidencial, se les antojan hoy
a muchos cubanos, incluso a muchos católicos, manifestaciones de
colaboración con el régimen que detestaban...”xxxix
Si tenemos en
cuenta esas variables, la criminalidad exhibida por la dictadura y que
la Iglesia siempre aspira a “la libertad para celebrar la misa,
administrar los sacramentos y, sobre todo, para impartir educación
religiosa a los jóvenes [y] conseguir mejores condiciones para cumplir
esa misión en los diferentes Estados, cualquiera que sea su matiz”xl,
entenderemos en cierta medida porqué la jerarquía eclesiástica saludó el
advenimiento de la Revolución tras el último "¡Salud, salud!” de
Batista, en Cuba.
Pocas horas
después de la fuga de éste, la madrugada del 31 de diciembre de 1959,
los espacios de La Habana se redujeron ante la avalancha de barbudos y
trajes de verde olivo, incluso recién estrenadosxli. Hombres y mujeres
de disímiles sectores y credos prodigaron múltiples muestras de simpatía
a los recién llegados, haciendo caso omiso de las diferencias
precedentes frente a la superación del estado de terror.
El respaldo al
Gobierno Revolucionario constituyó la respuesta de casi el 95 por ciento
de la población, cifra de la que se excluyen los elementos más cercanos
al poder político, la sacarocracia y otros sectores acaudalados,
mayoritariamente ligados al capital estadounidense y permeados de un
profundo maniqueísmo hacia el american way of life. Una vuelta a la
encuesta realizada por la ACU, en 1954xlii, sugiere que entre los que
aplaudieron el triunfo del Ejército Rebelde estaban numerosas personas
que reconocían la existencia de Dios, pero que con posterioridad,
siguieron derroteros diversos: algunos se marcharon, (1)confiados en un
pronto regreso, sujeto a la actuación de Washington ante la Revolución o
(2)decididos a no regresar jamás, convencidos del rumbo socialista que
seguiría esta. Otros se quedaron: (3) enquistándose para preservar su
catolicismo de las influencias turbulentas del proceso o (4) sumándose a
la consecución de los proyectos sociales de corte humanista. En este
segundo grupo podemos hacer dos distinciones también: (4.1) una parte se
alejó progresivamente de la Iglesia, sumergida en las complejas labores
de transformación, y (4.2) otra, la más consecuente con su fe, defendió
sus convicciones religiosas sin apartarse de la construcción de un
modelo más justo de sociedad.
Protagonistas de
todo lo “hermoso, desagradable, duro y fuerte que puede ser una
Revolución”xliii; los católicos que se montaron en el tren arrollador
del primero de enero sortearon por más de dos décadas los desafíos de un
proceso de profunda justeza, orientado hacia el comunismo
“intrínsecamente perverso”, y tuvieron que defender sus convicciones
religiosas ante la áspera crítica contra el “opio del pueblo”, derivado
de la expansión del marxismo sovietizado y el desencuentro Iglesia-
Estado, alimentado por la hostilidad de la jerarquía católica y el
sectarismo de algunos mal llamados revolucionarios.
3.1- Los
obispos que asistieron al triunfo de la Revolución
“Convengamos que
de entre las muchas cosas que destruyen las revoluciones, algunas quedan
bien destruidas. Las revoluciones acaban con rutinas retardatarias, con
muchos estilos del “orden” que eran desórdenes, con instituciones que
exhibían epítetos brillantes, pero que eran del todo ineficaces, con
estados de conciencia que se habían anquilosado y no supieron entender
la señal de los tiempos”xliv
La entrada del
Ejército Rebelde en La Habana implicó el inicio de un movimiento llamado
a barrer con numerosas rutinas que frenaban el desarrollo del país y por
ende, no pocos se cuestionaron el desacuerdo de los Obispos con estos
cambios. Quienes dirigían la Iglesia Católica en enero de 1959 eran los
mismos que desempeñaron el papel de “pastores espirituales” por más de
una década en una sociedad estructurada a partir de las diferencias
interclasistas, de la cual ellos formaban parte.
Más que el
compromiso con los gobiernos liberales, conservadores, auténticos o
dictatoriales, estos respondieron siempre a los compromisos
preestablecidos con sus “compañeros de sociedad”, garantes del sostén
necesario para el ejercicio de sus labores pastorales. Asimilar la
radicalidad de las transformaciones que sobrevinieron tal vez sería
pedirles demasiado, porque en su mayoría estaban prejuiciados además
contra el fantasma del comunismo.
La condición
personal de los prelados ejerció una notable influencia en la amalgama
de colores que adoptó el abanico de actuaciones de los miembros de la
Iglesia ante los sucesos que precedieron al triunfo y después de él.xlv
Mons. Martínez Dalmau fue el único de ellos que prefirió alejarse, para
evadir cualquier responsabilidad por sus vínculos abiertos con las
autoridades batistianas. Este huyó a la capital cuando las tropas de
Ernesto (Che) Guevara avanzaron sobre Cienfuegos (diciembre, 1958), y el
triunfo lo sorprendió “hospedado” en el palacio cardenalicio. Al ser
interpelado por varios jóvenes católicos allí, respondió:
_“Yo me tengo que
ir de Cuba, yo he sido como el mercenario y no como el pastor. Me fui
ante el peligro porque me asusté y acepté además la oferta de los
militares de Batista de traerme para La Habana por mi seguridad física.
Yo no tengo cara para volver a Cienfuegos más nunca en mi vida. Sé que
yo tengo que irme del país en cuanto pueda y se acabó, pase lo que pase”
xlvi.
La vacante dejada
por éste en la diócesis cienfueguera fue atenuada con la designación de
Mons. Müller Sanmartín, antiguo Obispo Auxiliar del Arzobispo de La
Habana. Ese puesto lo asumió Mons. Díaz Cía (Pinar del Río) y Mons.
Manuel Rodríguez Rozas, ocupó el dejado por él. Ante la complejidad que
adquirió la mitra capitalina, fueron nombrados a su vez dos Obispos
Auxiliares: Mons. José Maximino Domínguez y Mons. Eduardo Boza Masvidal-
luego rector de la Universidad Santo Tomás Villanueva y expulsado por el
Gobierno Revolucionario, acusado de actuar contra él.xlvii
La sagacidad
demostraba por el Episcopado frente a los gobiernos anteriores, para
sortear las dificultades que pudieran presentarse en el ejercicio de su
labor, perdió terreno desde 1959. El proceso transformador implicó un
reto para el pensamiento católico en Cuba, pero sobre todo, para quienes
se empeñaron en asirse a una DSC conservadora, en crisis a escala
universalxlviii.
El ente
eclesiástico evitó declaraciones públicas ante la sustitución progresiva
de la maquinaria de poder. Sin embargo, una vez más, el Arzobispo de
Santiago de Cuba, cuya jurisdicción fue sido la más afectada por la
guerra, rompió con esa postura. La participación de Mons. Pérez Serantes
en el acto efectuado en el santiaguero Parque Céspedes, para proclamar
la victoria de las fuerzas rebeldes, es apreciado como muestra de una
posible posición conciliatoria de la jerarquía, pero otra cosa sugiere
el mensaje de salutación y concordia transmitido por el prelado.
El documento
llamó a las autoridades a tomar en cuenta la importancia de Dios,
propiciar que la ciudadanía rindiera culto a este y a que los infantes
recibieran una eduación cristiana en el hogar y en la escuela, entre
otras cuestionesxlix. Esto no fue más que una nueva manfiestación del
empeño de la jerarquía, de revertir el carácter laico del Estado,
cuestión defendida hasta el cansancio frente a la Consituyente de 1940l.
La Revolución
Cubana removió desde sus cimientos el andemiaje sobre el cual se sutentó
la vida republicana y la Iglesia Católica no pudo sustraerse de la
zacudida, sólo que la recepción del movimiento fluctuó de diversas
maneras en cada una de sus estructuras. Jerarquía, clero y laicado,
miraron con ojos disitntos lo que aconteció e, incluso, entre cada uno
de esos eslabones las posiciones no fueron homogéneas.liPero ni siquiera
la omisión de la polémica frase “Así dios me ayude” en el juramento del
Presidente de la República, Manuel Urrutia Lleó, el 3 de enero de 1959,
sacó de su política conciliatoria a los principales representantes del
catolicismo en el país, en concordancia con el ambiente popular. Por
mucho tiempo, estos se desatendieron de los rumores insidiosos acerca de
una posible intención anti- religiosa de las autoridades y sólo faltaron
a esa estrategia ante el roce de las medidas que afectaron sus intereses
de manera directa.lii
3.2-
Desencuentros iniciales
En
1959, el camino que adoptaría el Gobierno Revolucionario era una gran
incógnita. Salvo sus principales dirigentes, tal vez, pocos imaginaban
el rumbo político que este seguiría y se mostraban escépticos por temor
a una asonada de corte dictatorial similar a otras ocurridas en América
Latina.
Uno de los temas
que alentó las diferencias iniciales entre jerarcas católicos y
autoridades fue la condena y ajusticiamiento de los criminales de guerra,
culpables de la muerte de más de 20 mil personas durante la dictadura
militar. Aunque la campaña mediática contra estos procesos judiciales
trató de mostrar a la Revolución Cubana como una reedición de los
acontecimientos más tenebrosos de la historia de la humanidad, Mons.
Pérez Serantes insistió en que la aplicación de condenas a pena de
muerte a unos 400 torturadores no era reprochable ateniéndose a las
razones que asistían para elloliii. La Orden de los Caballeros Católicos
de Colón secundó al obispo y contribuyó a la “Operación Verdad”,
organizada por las autoridades para desmentir las tesis acerca del
supuesto “baño de sangre” que ocurría en el país.
El Cardenal y el
Obispo Auxiliar de La Habana, sin embargo, mostraron sus diferenciasliv.
Tal vez guiados por el rechazo católico a toda forma de violencia- lo
que escasamente se manifestó ante los crímenes de la dictadura una
década antes- tanto uno como otro condenaron públicamente los
fusilamientos. -“Nunca dije que los casos de pena de muerte en Cuba
estaban justificados”- aseguró el Cardenal, mediante una carta, al
periódico, Tribuna de Miami (abril, 1959) lv.
Uno de los
recuentos más ilustrativos de lo que sucedía por esos días, legado por
el periodista estadounidense, Richard Pettee, señaló: “miles de personas
bien intencionadas han amoldado sus convicciones en una causa común,
pero es inevitable que una vez que se levante la tapa vuelvan a la
superficie las rivalidades y divergencias de opiniones...”lvi
Casi al unísono
de la polémica por los ajusticiamientos contra los criminales de guerra,
comenzó el intercambio de opiniones acerca de la posible nacionalización
de la enseñanzalvii. Ello respondió a la primera tentativa gubernamental
de revertir la situación en el sector, con la declaración de la “Ley
Once”, del Ministerio de Educación. Esta implicó la anulación de los
títulos académicos emitidos por el Estado desde el 30 de noviembre de
1956 y de las calificaciones o notas de las universidades privadas, casi
todas, católicas.
La iniciativa-
acogida por quienes tuvieron que abandonar sus estudios ante el cierre
de la Universidad de La Habana o al enrolarse en la lucha revolucionaria-,
provocó el rechazo de los estudiantes de los centros católicos, que
nunca cerraron sus puertas, y despertó la suspicacia del Episcopado.
“¿Será cierto que
de espaldas a la mayoría católica abrumadora del pueblo de Cuba se gesta
una reforma educacional…? ¿Serán ciertos los rumores de unificación
escolar, las amenazas de control estatal excesivo, las exigencias de
títulos de capacidad negándose en la práctica la facilidad de obtenerlos;
el desconocimiento de los procesos internacionales de equiparación; la
negación de los derechos adquiridos y el efecto retroactivo
anticonstitucional de leyes que parecen inmediatas?...Afirmamos una vez
más que confiamos en el recto criterio de los gobernantes delegados del
pueblo de Cuba, pero también exhortamos al mismo pueblo…, que sepa
exigir de sus gobernantes que no traspasen los límites de la función
educadora del Estado: vigilar, proteger, defender, promover y hasta
suplir la iniciativa privada en la enseñanza, pero nunca absorber la
enseñanza privada… La Ley Once tiene varios tristes privilegios, el más
trágico es el de introducir una profunda división entre los jóvenes
cubanos a los 13 días de la liberación nacional”lviii
Mons. Pérez
Serantes tampoco cayó en esta coyunturalix, en la que los medios de
comunicación avivaron la controversia. Tal fue el caso del periódico,
Noticias de Hoy, órgano de los comunistas. Este cuestionó la enseñanza
privada e insistió en lo elevado de las cuotas para matricular en los
colegios católicos, en especial en la Universidad de Santo Tomás de
Villanueva.
Las declaraciones
del Episcopado y del prelado de origen vasco sentaron las pautas de uno
de los debates más fuertes Iglesia- Estado que, unido a la agudización
de las acciones contrarrevolucionarias desde escuelas y universidades
privadas, incluyendo las católicas, redundó en la nacionalización de la
enseñanza, en junio de 1961. En medio del contrapunteo, cobró fuerza la
opinión de que los comunistas influían en la actuación de las
autoridades y con tal de ganar consenso contra el laicismo, los Obispos
esgrimieron un supuesto papel protagónico de los cristianos en la lucha
de liberación nacional e impulsaron la aprobación de una declaración en
defensa de la enseñanza privada y de la potestad de los padres de
escoger la educación para sus hijos al margen de los intereses
estataleslx.
Aunque para la
fecha, el Papa Juan XXIII convocó al II Concilio Ecuménico Vaticano, la
pronta celebración del Sínodo de Roma y la revisión del Código de
Derecho Canónico, era evidente que la dirección católica en Cuba no se
adhería a los renovadores aires que soplaban desde Roma.
3.3-
Arremetida del fantasma del comunismo
De acuerdo con el
imaginario de la época, y aún en gran parte del continente, un
movimiento tendiente al nacionalismo de izquierda era identificado como
comunista y las medidas adoptadas en favor del pueblo, despertaban los
recelos. Fieles al prejuicio, las Asociaciones Católicas manifestaron su
desacuerdo con cualquier intento de acercamiento a los países socialista,
mientras en el exterior, el Jefe del Estado Mayor del Ejército de EE.UU.,
el General Maxwell Taylor, declaró que la Revolución podía ser el
preludio de una serie de convulsiones en el subcontinente, las cuales
podían abrir el camino a los comunistas hacia posiciones de poder en la
región. Por extensión, los embajadores estadounidenses en los países
caribeños y centroamericanos calificaron al proceso que se gestaba en
Cuba de comunista y exigieron acciones enérgicas a su gobierno (El
Salvador, 1959). Los seguidores y admiradores de la Revolución en otras
partes del área, en tanto, procuraron desterrar el prejuicio,
insistiendo en la raigambre martiana y humanista del proyecto.
La Iglesia
Católica en Cuba no estaba preparada para asimilar los cambios
impulsados bajo la égida revolucionaria, por el vínculo que sostenían
sus guías con las clases poseedoras, el origen español de la mayoría de
sus representantes, y el apego de estos a los recuerdos de la guerra
civil en su país y a una pastoral conservadora. Pese a no ser
latifundista por excelencia- como algunas de sus homólogas
latinoamericanas-, la posible intervención de sus propiedades,
amenazaría su influencia sociallxi. Ello explica también las ambiguas
reacciones de la jerarquía, sobre todo frente a una previsible reforma
de la enseñanza y ante la primera Ley de Reforma Agraria.
La medida,
aprobada el 17 de mayo de 1959, limitó la posesión de tierras de
nacionales y extranjeros, entre los que estaba la United Fruit Company,
pero el beneficio que supuso para millones de campesinos fue reconocido
por Mons. Díaz Cía, quien criticó a sus detractores y llamó a los que
siempre habían disfrutado de la holgura a ceder ante los intereses que
el bien común requería: “la Reforma Agraria en sus justas intenciones y
en su necesaria implantación en nuestra patria se ajusta
fundamentalmente al pensamiento de la Iglesia en cuanto a su principio
de Justicia Social”, enfatizólxii.
Mons. Martín
Villaverde, publicó un artículo en Bohemia, el 5 de julio de 1959, donde
reconoció el bien implícito en la reforma del agro, más remarcó el daño
que significaba para las minorías afectadaslxiii. Por su parte, Mons.
Pérez Serantes rubricó “Las Aclaraciones: La Reforma Agraria y el
Arzobispado de Santiago de Cuba”, pronunciamiento final de la jerarquía
al respecto, orientado de modo similar a aplaudir la reforma y alertar
sobre la velada amenaza “del totalitarismo comunista”.lxiv
La dirección de
la Revolución, sin embargo, soslayó este aspecto y más bien, resaltó las
manifestaciones de beneplácito con la ley, preludio del
desencadenamiento de las acciones descubiertas de EE.UU. contra la
Revolución.
En tanto, la
deserción del ex Comandante, Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la Fuerza
Aérea Rebelde, y sus posteriores acusaciones sobre una infiltración
comunista en las altas esferas estatales; la crisis gubernamental
generada con la renuncia de Fidel Castro a raíz de similares
declaraciones del Presidente, Manuel Urrutia; y la abortada sedición
encabezada por el ex Comandante Hubert Matos Benítez, jefe militar del
Segundo Distrito, Camagüey; estimularon las campañas tendientes a crear
la incertidumbre acerca de la ingerencia de los comunistas en el
gobierno.
El I Congreso
Católico Nacional, iniciado el 20 de noviembre de 1959, constituyó un
momento culminante en ese sentido. Este fue el más importante
acontecimiento del catolicismo en Cuba y la única ocasión en que se
reunieron los creyentes de forma multitudinaria hasta la visita del Papa
Juan Pablo II, en 1998. Aunque en las jornadas preliminares, Obispos y
dirigentes laicales aseguraron que la celebración sería apolítica, la
posición oficial de la institución eclesiástica ante el fenómeno
revolucionario quedó explícita en la frase coreada por los integrantes
de las cuatro ramas de la Acción Católica Cubana (ACC): “Justicia
social, sí; Comunismo, no”lxv.
Previo a la
procesión nocturna, que puso fin al encuentro, estos realizaron una
Asamblea en el Stadium Tropical, en la que centraron los análisis en el
anticomunismo y en la conciliación clasista, defendieron con vehemencia
la propiedad privada y el apoliticismo de la Iglesia, y el derecho del
hombre al trabajo y a un salario justo, sin afectar los intereses de las
empresas correspondienteslxvi.
“El comunismo y
en general todo régimen totalitario socialista, convierte a todos los
hombres en desposeídos ya que existe un propietario único, que es el
Estado. Un orden social ideal sería aquel que permitiera a todos los
hombres en una u otra forma pudiesen en la más plena acepción de la
palabra sentirse propietarios.…Queremos pues que toda Cuba siga bien
claramente en este día y sepa para siempre que si la Iglesia en todas
partes se opone a las ideologías de tipo comunista, no es por defender
privilegios injustos, que ella misma no podría aprobar sin negar sus más
esenciales principios, sino por mantener la dignidad del hombre… Y nada
de abusar de la palabra pueblo. El pueblo no son sólo los obreros y los
campesinos. Somos todos. Una nación donde se clasifique los ciudadanos
está al borde de la guerra civil..."lxvii
Manuel Fernández
Santelices, director del periódico de la rama juvenil de la Juventud
Masculina de ACC, admitió que la iniciativa de celebrar un evento de
este tipo “era insólita” en el país, “en un momento especialmente
delicado de su evolución política, al término del primer año del régimen
revolucionario, cuando aún no había definido su contenido ideológico ni
marcado claramente su rumbo económico social”lxviii.
Pese al reto, las
autoridades brindaron todas las facilidades para la celebración y hasta
el Jefe de la Revolución y el presidente, Osvaldo Dorticós Torrado,
asistieron a la procesión y misa de clausura en la Plaza Cívica (actual
Plaza de la Revolución). Junto a católicos y no católicos, estos
escucharon el mensaje del Papa Juan XXIII, quien pidió a todos mantener
“respeto mutuos, una actitud interior, un diálogo continuado, un perdón
sin distingos, una reconciliación que se ha de construir día a día y
hora a hora, sobre las ruinas del egoísmo, de la incomprensión”.
Pero para el
Episcopado, esas jornadas tuvieron otro sentido: "en el Stadium Tropical
se proclamó la Doctrina Social de la Iglesia sobre la justicia, la
caridad y la confraternidad…Tal contenido doctrinal convertido en norma
de vida constituye el único obstáculo insuperable al comunismo…La
llamada fue para todos. Para pueblo y gobierno. La hora no es de alarma
pero si de vigilancia. No queremos para Cuba las angustias soportadas en
Polonia, en Hungría y en otros países donde el comunismo no ha matado la
fe, pero la asfixia con sus métodos brutales de gobierno. Que no nos
coja descuidados como a otros países infelices...”lxix
En esos días
también sesionó el X Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba,
primer evento de carácter nacional en el cual los miembros del Partido
Socialista Popular trataron de desplazar a importantes dirigentes
católicos, distinguidos en la lucha contra Batista. Fidel Castro
intervino a favor de uno de ellos, David Salvador, pero eso no impidió
que los católicos quedaran prácticamente fuera de la dirección sindical.
Lo acontecido tuvo su prolongación en las posiciones sectarias de
quienes, en nombre de la Revolución, fomentaron la división social y
marginación de personas por sus creencias religiosas, orientación
sexual, u otras, en etapas posterioreslxx.
Desde que Mon.
Arteaga asumió como el primer Cardenal de las Antillas y América Central
(febrero, 1947), La Habana devino sede de importantes eventos
internacionales de orden religioso y alcanzó el reconocimiento de la
comunidad católica regional. Parte de la estrategia desarrollada por el
Episcopado estuvo destinada a fortalecer la imagen exterior de la
institución con la organización de memorables ceremonias y congresos y
con el envío constante de cuantiosas sumas de dinero a Roma, “su nueva
casa matriz”, con lo cual alimentó esa imagen de la “Cuba católica” que
confundió a muchos en los primeros tiempos del proceso revolucionario.
Esto, unido a la
confrontación ideológica acrecentada por la radicalidad de las medidas
adoptadas desde la primera Reforma Agraria (1959) hasta la segunda
(1964) y el despliegue de un proyecto social tendiente al socialismo,
despertó los recelos de los jerarcas católicos en el área por el
probable resquebrajamiento de la supuesta hegemonía ideológica de la
Iglesia. La introducción y difusión del marxismo y del ateismo, al
estilo soviético, sugirieron a muchos la ausencia de espacios
alternativos de diálogo entre ambas partes más allá de lo formal y
motivaron expresiones encontradas en la región. Por ejemplo, el IV
Consejo Episcopal Latinoamericano (Fomeque, Colombia), insistió en "los
engaños del comunismo”, "la incompatibilidad del comunismo y el
cristianismo" y la "verdadera cara del comunismo", entre otros.
La reacción de
los Obispos latinoamericanos ante el fenómeno revolucionario cubano
coincidió con la de los sectores de poder en la zona, reflejada en la
Declaración de San José (Costa Rica, agosto de 1960), documento que
condenó a Cuba de la inestabilidad en el Caribe e implicó su expulsión
de la Organización de Estados Americanos. Sólo México se negó a firmar
esa resolución, aprobada en la VII Reunión de Consulta de Cancilleres.
Como respuesta a
esa acción, atribuida al gobierno estadounidense por las autoridades
cubanas, se aprobó la Primera Declaración de La Habana (2 de septiembre
de 1960)lxxi, casi al mismo tiempo que Mons. Pérez Serantes denunció las
constantes provocaciones contra los católicos. La culpa de tales
enfrentamientos, ocurridos por lo general a la salida de los templos o
durante los actos litúrgicos, recayó en la membresía del Movimiento Con
la Cruz y con la Patrialxxii , aunque otras personas estuvieron
enroladas, por el empeño en mostrar su apego a la Revolución.
El enfrentamiento
ideológico llegó a su máxima expresión al finalizar el segundo año, en
el cual se concretó la unificación de las fuerzas revolucionarias con la
creación de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (4 de abril), la
Federación de Mujeres Cubanas (23 de agosto) y los Comité de Defensa de
la Revolución (28 de septiembre). En esta fase, las transformaciones
cerrarron con la Ley de Reforma Urbana (14 de octubre de 1960), que
eliminó las rentas prohibitivas aumentadas al libre albedrío por los
propietarios, favoreció la adquisición de la propiedad a los residentes
en las viviendas, anuló los contratos de arrendamiento y
subarrendamiento sobre fincas urbanas y expropió, sin indemnización, las
cuarterías, casas de vecindad y ciudadelas en beneficio de los
inquilinos. Esa disposición granjeó al Gobierno Revolucionario el
respaldo de la mayoría de la población urbana, pero afectó de algún modo
la economía de la Iglesia, porque cortó una de sus más modestas fuentes
de ingreso y en cierta medida, su autonomía.
La radicalidad de
esa lesgilación y de otras adoptadas antes, mas los choques fuera de los
templos católicos, impulsaron las críticas de la jerarquía, encabezada
para entonces por Mons. Boza Masvidal, quien publicitó sus opiniones a
través de La Quincena (30 de octubre de 1960). En ese artículo, el
Obispo resaltó la similitud entre algunos cambios revolucionarios y la
práctica social cristiana, pero insistió en otros aspectos que en su
consideración, mellaban los intentos por alcanzar el ideal cristiano.
La
nacionalización de las empresas extranjeras y la intervención de las
nacionales sentaron las bases para la agudización de la lucha de clases
y el desencadenamiento de las agresiones desde territorio norteamericano,
en la misma proporción que profundizaron la polarización social, pues
latifundistas criollos y representantes de las compañías estadounidenses
formaron causa común contra la Revolución. La recuperación de las
relaciones con los países socialistas, unido a estas disposiciones,
también exacerbó la confrontación, reflejada en la guerra de las
pastorales (1960).
El detonante fue
la circular Por Dios y por Cuba, de Mons. Pérez Serantes (mayo, 1969),
cuyo tono anticomunista poco se distinguió del acuñado en su otra
circular Ni traidores ni parias (24 de septiembre), que respondió a
quienes buscaban la relación entre los Obispos y la estrategia
desestabilizadora fomentada por EE.UU. Mientras la primero catequizó:
“Los campos están
ya deslindados entre la Iglesia y sus enemigos...No puede ya decirse que
el enemigo está a las puertas, porque en realidad está dentro, hablando
fuerte, como quien está situado en propio predio. No en vano, algunos
avisados, de percepción más fina andaban ya hace algún tiempo alarmados
y cautelosos, disponiéndose a luchar con los que tratan de imponer, sin
más ni más, el pesado yugo de la nueva esclavitud!”.lxxiii
La segunda,
refrendó: “a los funcionarios de Norteamérica no nos ligan vínculos de
sangre, de lengua, de traición, de conciencia o de formación..los
funcionarios de Norteamérica no han ejercido ni una sola vez, directa o
indirectamente, influencia alguna sobre Nos, como no la han ejercido
jamás los falangistas, con los cuales nunca hemos tenido relaciones de
ninguna clase...pero no tenemos rubor en decir, y nos parecería cobardía
no decirlo, que entre norteamericanos y soviéticos, para nos no cabe
vacilar en la elección...Por amor a Cuba estamos dispuestos a que nos
llamen contrarrevolucionarios y traidores. Eso sí, siempre diremos: Cuba
sí, comunismo, no”lxxiv
Este documento
delimitó como ningún otro, tras la Circular Colectiva del Episcopado
Cubano (7 de agosto de 1960), la inconformidad de los jerarcas católicos
y fue el preludio de decenas de acciones de protestas contra la Iglesia.
En el Encuentro Nacional Eclesial, celebrado en 1987, los máximos
representantes de la institución admitieron que “a mediados del sesenta,
empiezan los obispos a manifestarse contra el giro marxista de la
Revolución, a la que habían apoyado públicamente en sus primeras
reformas socio- económicas. Esto, unido a la creciente participación de
católicos en actividades de oposición a la Revolución y una cierta
utilización de la Iglesia por parte de grupos de choque situados frente
a las iglesias y conventos, la presentación negativa en los medios de
comunicación de figuras e instituciones eclesiásticas, la
desaparicióndebido a la unificación estatal de la información- de
programas radiales y televisivos católicos, y las presiones sobre
líderes laicos, hasta la detención de obispos, sacerdotes y laicos,
durante la fracasada invasión de Playa Girón en abril de 1961 y la
declaración del carácter socialista de la Revolución” derivó en que “la
inmensa mayoría de las religiosas y religiosos dedicados a la enseñanza
abandonaran el país…dejando asilos, conventos, hospitales y otras casas
religiosas. De los aproximadamente 800 sacerdotes que había, quedaron
poco más de 200. Igual número de religiosos quedó de los casi 2000 que
trabajan en Cuba…muchas estructuras sobre las que la Iglesia tenía
establecida su pastoral- asociaciones, colegios, publicaciones, misiones…-
desaparecieron o fueron suprimidas como consecuencia del cambio político-
social.”lxxv
En igual medida,
la oposición política utilizó los templos para editar propagandas y
convirtió a varias organizaciones laicas en estructuras orientadas a
disputar la influencia revolucionaria en centros laborales y
estudiantiles. Entre mayo y junio de 1959, por ejemplo, surgió el
Partido Demócrata Cristiano, liderado por el laico y profesor de la
Universidad de Santo Tomás de Villanueva, José Ignacio Rasco, vinculado
a los jesuitas y quien nutrió su membresía de las filas de la Agrupación
Caballeros de Colón.
Otras
organizaciones contrarrevolucionarias, cuyo núcleo inicial se gestó
dentro de la Iglesia, fueron creadas en estos años como el Directorio
Revolucionario Estudiantil, articulado por dirigentes de la Juventud
Estudiantil Católica y de la Agrupación Católica Universitaria; la
Agrupación Médica Anticomunista Católica, la Agrupación Revolucionaria
Anticomunista Católica, el Cristianismo Contra Comunistas, la Juventud
de Acción Católica Anticomunista, por sólo citar algunas.
El anuncio del
carácter socialista de la Revolución (abril, 1961) alentó a la Iglesia
institucional regional a sumarse al frente anticomunista diseñado desde
Washington, junto a los ejércitos y gobiernos latinoamericanos. En
Nicaragua (1962), los Obispos centroamericanos secundaron el proyecto
norteño de crear una fuerza militar continental “para acabar con Fidel
Castro”, que derivó en la constitución del Consejo de Defensa
Centroamericano (CONDECA, 1962)lxxvi.
3.4 El
camino inconcluso hacia la unidad
Pese a las
acciones desestabilizadoras desplegadas dentro y fuera del territorio,
en las que estuvieron enrolados los católicos, los dirigentes estatales
atacaron sistemáticamente toda forma de discriminación que atentara
contra la unidad e insistieron en no privilegiar credo alguno, algo que
de modo paradójico, negaron las Tesis y Resoluciones sobre la Religión,
la Iglesia y los Creyentes, aprobadas en el I Congreso del Partido
Comunista de Cuba (1975), vigentes todavía.
La guerra sin
cuartel contra el “oscurantismo religioso”, anunciada en el pleno
constitutivo del PCC (1965) y legitimada por los congresos siguientes,
marcó la práctica política en las décadas iniciales. En el caso cubano,
una decisión partidista de tal envergadura conformaba un patrón a seguir
por las restantes estructuras y se tradujo en asedio cuestionable hacia
los seguidores de cualquier religión, pero en especial, hacia los
católicos. Testigos de esos años todavía recuerdan las desgarraduras
provocadas por el envío de creyentes a campamentos agrícolas junto a
marginales y presos comunes; las obligadas planillas o preguntas que
tuvieron que responder para acceder a una beca, centro laboral u
organización de masas; la oposición descarnada a incluirlos en las
nóminas de las organizaciones políticas, entre otroslxxvii.
Al margen de esos
errores, causados casi siempre por la incomprensión en niveles
intermedios de la verdadera política estatal, la dirección política de
la nación procuró sumar a los creyentes a la construcción del socialismo
con la búsqueda de soluciones para actuar respecto al fenómeno
religioso. La celebración del IV Congreso del PCC (1992), en el cual se
modificaron los Estatutos y se eliminaron las ambiguas formulaciones que
permitían interpretar la no aceptación de los creyentes en las filas de
esa organización política, constituyó un momento trascendental en ese
orden.
El encuentro
promovió varios cambios constitucionales, como la precisión explícita
del carácter laico del Estado, la libertad religiosa en tanto derecho y
la no discriminación por razones religiosas. En consonancia, quedó fuera
de la ley cualquier impedimenta al ejercicio del culto, con agravantes
si el delito es practicado por un funcionario, con lo cual se desterró
cualquier posibilidad de abuso de poder.
En 1987, la
jerarquía había coincidido en que, “después de las primeras
confrontaciones (años 60 y 61) y, gracias a diversos factores…, ha
habido una lenta y progresiva distensión en las relaciones Iglesia-
Estado. La Iglesia pasó de una aceptación de la realidad del carácter
socialista de la Revolución...hasta la coincidencia en los objetivos
fundamentales en el campo de la promoción social…Por su parte, el
Gobierno Revolucionario da signos de reconocer el valor y vigencia de la
Iglesia”lxxviii.
Largo resulta el
camino por recorrer, pues este movimiento no se opera de forma homogénea
ni acelerada y tropieza con la resistencia al cambio en diferentes
niveles de la sociedad, marcados por estereotipos y prejuicios
contrarios a esas intenciones unitarias, oxigenadas con motivo de la
visita del Papa Juan Pablo II.
La estancia en el
país del extinto Karen Wojtyla reforzó la autoridad de la Iglesia local
e impulsó la apertura del espacio de los católicos en el contexto
nacional, mediante la multiplicación de publicaciones periódicas e
instituciones dedicadas a divulgar el accionar católico y el respeto a
su DSC, posterior al Concilio Ecuménico Vaticano II.
De forma
paralela, la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del
PCCencargada de las relaciones oficiales con las organizaciones
religiosas desde los años sesenta continúa propiciando el acercamiento a
instituciones y grupos religiosos nacionales y extranjeros y evidencia
el afán por superar distancias.
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i Relacionado con
el Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado el 25 de enero de 1959 por
el Papa Juan 23 y que se extendió hasta 1962
ii Encuentro
Nacional sobre sentimientos religiosos en el pueblo de Cuba, Buró de
Información de la Agrupación Católica Universitaria, La Habana, 1954.
Carlos Manuel De Céspedes- uno de los sacerdotes cubanos más
prestigiosos y reconocido por sus posiciones nacionalistas, profesor del
Seminario de San Carlos y párroco de San Agustín, Playa, Ciudad de la
Habana-, comentó a la autora: “La información sobre la encuesta circuló
bastante y se vendió en los kioscos y en toda la Universidad...Fue muy
abarcadora, muy ambiciosa...creo que fue hecha con seriedad y con los
medios que tenía la Agrupación…creo que la encuesta fue objetiva, tanto
en los niveles de la práctica religiosa y algo que tal vez haya sido
sorprendente para muchas gentes en la Iglesia también es que se
recibieron respuestas de muchos católicos, más o menos practicantes, que
iban en contradicción con la doctrina oficial de la Iglesia, digamos en
materia de divorcio, matrimonio y cosas de ese tipo. Amén de un nivel de
información religiosa bastante bajo en la población media católica, un
nivel de escuela primaria no de personas adultas, sobre todo en el
campo. Otras encuestas ha realizado la Iglesia, pero ninguna como esa.”
iii Kirk, John M.
Frente al volcán la Iglesia católica en Cuba Pre-revolucionaria,
Delhousie University Halifax, Nova Scotia, Canadá, 1985. Anexo.
iv Tampoco fue
posible hacerlo con esa profundidad, pese al intento de 1957, pues la
situación se complicó con la guerra interna. Luego, el desenvolvimiento
del conflicto Iglesia- Estado restó espacio.
v “Es preciso
aclarar que la palabra católico debe entenderse en todos estos trabajos
con un sentido de auto clasificación. Esas cifras comprenden a todos los
que dijeron ser católicos. Cuando se analizan las prácticas religiosas y
los criterios dogmáticos de tales sujetos, la cifra de verdaderos
católicos se reduce notablemente....Por consiguiente, al valorar ese
72,5 por ciento de la población cubana que dijo ser católico, podríamos
aplicar la famosa frase de “no son todos los que están, ni están todos
los que son”. Varios. Encuentro Nacional sobre sentimientos religiosos
en el pueblo de Cuba, op.cit.
vi Al respecto,
pueden consultarse los artículos de Carlos Manuel de Céspedes y Aurelio
Alonso Tejada, publicados en Revista Temas No 4, 13-22, octubre-
diciembre, La Habana, 1995
viiEl Patronato
Real, supervisado a través del Consejo de Indias, derivó de seis bulas
emitidas por Alejandro VI, prolongación de la Inter Caetera
(3.mayo.1493), que concedieron autoridad a los reyes católicos españoles
para proponer dignatarios eclesiásticos, determinar los aspectos de la
legislación canónica a aplicar en el Nuevo Mundo, percibir los diezmos,
sostener a la Iglesia en las colonias y otros.
viii De los 200
sacerdotes diocesanos que oficiaban, sólo 95 eran cubanos, mientras que
de los 461 religiosos sacerdotes únicamente 30. De mil 549 religiosas de
coro, 441, y de 323 Hijas de la Caridad 115. Kirk, J. M. op. cit La
inmensa mayoría de estos provenían de la España franquista, por lo que
era enemigos confesos de cualquier tendencia pro-izquierdista de
pensamiento. Por ser una prioridad de la Iglesia la educación, mil 661
estaban dedicados a ella en los numerosos colegios, centro y catequesis
y, junto a los fundamentos de la Doctrina Social Católica y otros
conocimientos, transmitían sus prejuicios al respecto.
ix Compuesta por
franciscanos y franciscanas de raza negra, imposibilitados de pertenecer
a la Orden Terciaria de San Francisco por su color.
x Un comentario
de la época alerta sobre lo que ocurría en muchos de estos colegios:
“las escuelas católicas son las más costosas. Todo lo pagan los alumnos.
Las niñas y niños que asisten como becados, por ser pobres, son tratados
con diferencias humillantes: se les obliga a salir y entrar por puerta
distinta de la principal”. Sosa Quesada, Alfonso. ¿Hacia dónde conducen
a Cuba el catolicismo y la embriaguez, Editorial Hércules, La Habana,
1954, p. 4
xi Gómez Treto,
Raúl. La Iglesia católica durante la construcción del socialismo en
Cuba. Tercera edición. CEHILA, La Habana, 1994. p. 22-23. También Sosa
Quesada refiere que para muchos constituyó fue una afrenta la
construcción de “siete iglesias a pleno lujo” en los predios capitalinos
de Miramar y hasta la distante Playa de Santa Fe, resultado de la
inversión de un millón de pesos y con “curas que viajan en automóviles
propios, todo lo cual ha sido obtenido con la caridad mal entendida de
nuestras familias acomodadas y la de la clase media”, mientras numerosos
niños andaban descalzos, parasitados y durmiendo algunos de ellos “en un
saco de yute, en un cajón o en el suelo”. Sosa Quesada, A. op.cit.
xii Sin embargo,
el informe permite comprender la visión que tenía la Iglesia sobre otros
grupos sociales y religiosos como el protestantismo, que hacía “un gran
esfuerzo para lograr cada día más conquistas en el pueblo cubano”; el
espiritismo predominante, considerado “un catolicismo adulterado con
diversas prácticas supersticiosas”…”sobre todo entre las personas de
color, los campesinos y las clases pobres menos cultas de la población”;
la masonería, similar a la de otros países y sin “espíritu de hostilidad
agresiva en contra de la Iglesia católica”, pero esforzada “por mantener
en alto los errores del indeferentismo religioso, del laicismo estatal y
educacional”; y el comunismo, que pese a los tabúes sobre el tema y la
ilegalidad decretada por las autoridades, era aceptado por algunos por
lo que varios de sus líderes “lucharon por su mejoramiento económico y
social...”. Kirk, J. M. op.cit. Anexo
xiii Ibidem.
xiv Entre ellos
sobresalía el cardenal e historiador Mons. Eduardo Martínez Dalmau, gran
conocedor de Biblia y de Saber y Cultura, asignatura de la cual escribió
un texto y otros comentarios de reconocido valor “a tal punto que siendo
profesor de cultura por los años 60 aquí en La Habana, en un viaje que
di a Bélgica, a la Universidad de Lovaina la católica, pregunté que
textos me recomendaban para los alumnos y me respondieron: -“Parece
mentira que un cubano me pregunte eso. El mejor texto para los alumnos
es el que escribió el antiguo obispo de Cienfuegos que está ahora en
Estados Unidos”. De Céspedes, Carlos Manuel. Entrevista concedida a la
autora.
xv El primer
signo de esa estrategia conciliatoria fue un telegrama de reconocimiento
formal al gobierno inconstitucional, dirigido a Batista y rubricado a
menos de un mes del golpe por el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt. Ver
en: Diario de la Marina, 20 de marzo de 1952
xvi Bárcena,
filósofo cubano, autor del tratado Redescubrimiento de Dios, donde
procuraba establecer la relación entre los avances de la ciencia y sus
creencias religiosas, encabezó la “Conspiración del Domingo de
Resurrección” (5 de abril de 1953), en la cual participaron numerosos
jóvenes, empeñados en avanzar sobre la posta 13 del Campamento Militar
de Columbia, en Marianao para derrocar a Batista. Hart Dávalos, Armando.
Aldabonazo. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1997, pp 37-39
xvii Íbidem, p39
xviii “Los
trágicos sucesos del domingo pasado han hecho estremecer la ciudadanía
toda de un extremo a otro de la Isla. Oriente y sobre todo Santiago,
...han experimentado una sacudida tan violenta e inesperada, tan
desgarradora y dura, que ha llenado de dolor los hogares de
todos...Pulsada la opinión pública...;hechas las diligencias
conducentes, podemos asegurar a nuestro amado pueblo que estos justos
anhelos [piedad para los vencidos] se han de ver plenamente cumplidos.
Tenemos la promesa personal y formal del Jefe del Ejército de esta
Región, y confiamos en su pundonor militar y en su palabra de
caballero...”. Pérez Serantes, Mons. Enrique. Pastoral “Paz a los
muertos”, 29 de julio de 1953. En La voz de la Iglesia en Cuba, 100
documentos episcopales, Obra nacional de la Buena Prensa, México, D.F.,
1995, pp.34-35 También el 30 de julio, el obispo dirigió una misiva al
coronel Río Chaviano, jefe del Regimiento No. I Antonio Maceo, a cargo
del mando militar de la provincia, ofreciéndose a buscar a los
asaltantes fugitivos y agradeciendo las facilidades brindadas por las
autoridades para ello: Pérez Serantes, Mons. Enrique “Carta al Coronel
Río Chaviano”, 30 de julio de 1953. En la voz de la Iglesia...pp.36-37
xix Miembro de
esta comisión fue el periodista fallecido, Juan Emilio Friguls, quien
había sido delegado de la Federación de la Juventud de Acción Católica y
llevaba la Sección Católica del Diario de la Marina, donde se mantuvo
hasta el cierre de la publicación, en 1961. Este señaló a la autora: “Yo
no puedo decir que haya ido oficialmente en nombre del laicado...Me
llamaron del arzobispado el 28 de julio de 1953...era Raúl del Valle,
secretario personal del Cardenal...que por favor, fuera para allá...Me
recibió el Cardenal..., que si estaba dispuesto a cualquier gestión, que
él ya no tenía edad para ir allá y que eso pertenecía a Mons. Pérez
Serantes...Que le habían preguntado a él si quería que yo fuera como
mediador y el dijo que sí, con una condición... de que no interviniera
nadie del gobierno..., que fuera una cosa eminentemente de la Iglesia y
por eso pidió dos laicos, para confirmarlo”.
xx “Y no voy a
referirme aquí a los centenares de casos en que grupos de ciudadanos han
sido apaleados brutalmente sin distinción de hombres y mujeres, jóvenes
o viejos. Todo eso antes del 26 de julio. Después se sabe, ni siquiera
el Cardenal Arteaga se libró de actos de esta naturaleza. Todo el mundo
sabe que fue víctima de los agentes represivos. Oficialmente afirmaron
que era obra de una banda de ladrones. Por una vez dijeron la verdad,
¿qué cosa es este régimen?”. Castro Ruz, Fidel. La Historia me
absolverá, Ediciones políticas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana,
1973, p. 137
xxi Hart Dávalos
Armando. Op.cit. pp.121-122
xxii Íbidem pp.
198, 199 . Ejemplos: Textos de la Declaración de la FEU a los cuatro
días del cuartelazo, la protesta de la Asociación de Estudiantes de
Derecho del 28 de marzo de 1952, el Manifiesto del 13 de marzo de José
Antonio Echevarria y de otros documentos que claman por que “quiera
Dios”, “la voz del pueblo es la voz de Dios”, “con el favor de Dios”,
etc.
xxiii “Situarse
de espaldas a la solución electoral es aceptar o el ostracismo o la vía
conspirativa. El continuismo por elecciones unilaterales significa la
guerra civil. Y eso hay que evitarlo de todas maneras, porque los
llantos, la sangre y los odios que conlleva no tendrían sino una
ridícula compensación, un menguado provecho en el caso de que la
revolución triunfara. No se habrán resuelto los problemas fundamentales
del país, pero se arrojaría un daño inmenso a la paz ciudadana...Los
suspicaces ven en este juego electoral una trampa a la que se quiere
atraer a la oposición, dividiéndola y utilizándola para sus fines. Si
esta intención macabra existe, será descubierta a tiempo, cuando la
oposición fije las condiciones ineludibles y lógicas con que ha de estar
asistida una consulta popular...”. editorial ¿Solución en dos etapas?,
La Quincena, Editorial, año II, no. 13, La Habana, 22 de julio de 1956,
p.34-35
xxiv Figura
prominente del catolicismo en el período. Acerca de su pensamiento y de
otros personajes que pueden ubicarse en ese listado, consultar Trujillo
Lemes, Maximiliano. El pensamiento católico en Cuba entre 1959-1961.
Tesis de Maestría, Universidad Central de las Villas Martha Abreu, 8 de
marzo de 2000.
xxv “la falta de
unidad entre los dirigentes eclesiásticos fue un rasgo típico del rol
político de la Iglesia durante el año anterior a la victoria de Fidel
Castro. Al mantener la jerarquía una interpretación claramente
contradictoria con respecto a las responsabilidades de los católicos
frente a los continuos abusos de Batista (hasta cierto punto su deseo de
proteger sus propios intereses), los obispos perdieron la oportunidad de
crear una nueva posición de contacto con el pueblo, especialmente dada
la contribución de muchos laicos y sacerdotes seglares quienes, al ver
la naturaleza del conflicto, ya habían asumido plenamente esos
compromisos morales. Para muchos católicos resultó inaceptable que,
frente a la represión y el asesinato repetidos (y hay que recordar que
murieron 20 000 cubanos en la lucha contra Batista), la jerarquíacon la
excepción notable de Pérez Serantes- no emitiera ninguna declaración
firme respecto a esa situación”. Kirk, J. M. op.cit. pp. 342
xxvi Kirk, John
M., op.cit. También recogida en Historia General de la Iglesia en
América latina, tomo IV Caribe, Ediciones Seguema, S.A, Salamanca,
España, 1995. pp.340
xxvii La
coincidencia de intereses con la tiranía marcó los derroteros por los
cuales encaminaron sus pasos estos y sus seguidores con tal de mantener
el status quo que los beneficiaba. Pueden insertarse también en esta
corriente la mayor parte de los religiosos españoles radicados en Cuba,
algunos líderes de la influyente Agrupación Católica Universitaria,
administrativos de la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva,
hacendados, ganaderos y el núcleo fundamental de la burguesía urbana.
xxviii Casi todos
los católicos secundaron a su máximo representante, quien intentó hasta
el último momento la reconciliación entre los principales grupos en
pugna con tal de allanar el camino hacia una solución negociada sin
mayores consecuencias.
xxix Este es el
único que suele ser reconocido como tal y al que varios autores
dedicaron valiosas obras, porque luego del triunfo de la Revolución, se
mantuvo en primera plana, junto al gobierno y formó parte de
delegaciones oficiales que recorrieron el mundo, entre otros. Al
respecto consultar: Portuondo, Yolanda. Guillermo Sardiñas. El sacerdote
comandante. Editorial Cultura Popular, La Habana, 1987.
xxx “Cargados de
graves responsabilidades ante Dios y los hombres por nuestra condición
de jefes espirituales de nuestro pueblo, sentimos la obligación de
tratar por todos los medios a nuestro alcance de que reine la caridad y
termine ese triste estado de nuestra Patria…Guiados pues por esos
motivos, exhortamos a todos los que hoy militan en campos antagónicos, a
que cesen en el uso de la violencia, y a que, puestos los ojos única y
exclusivamente en el bien común, busquen cuanto antes las soluciones
eficaces que puedan traer de nuevo a nuestra Patria la paz material y
moral que tanta falta le hace...”. Exhortación del Episcopado cubano,
“En favor de la paz”, 25 de febrero de 1958. En La voz de la Iglesia en
Cuba...op.cit. pp. 40-41
xxxi La propuesta
es atribuida a Mons. Pérez Serantes, quien procuró validar su posición,
más radical que la de sus homólogos: “Yo creo que el documento está
bastante claro...Un gobierno de unión nacional debería ser un gobierno
distinto. Tendría que ser un nuevo gobierno.(...) Creo que está dicho
todo”, Bohemia, Sección En Cuba, La Habana, 16 de marzo de 1958.
xxxii Esto
demostró la falsedad de una supuesta ansiedad de los cubanos de
participar en la justa electoral y puso en alerta al régimen- pese a la
cautela mantenida por los miembros de la Comisión de Concordia, que en
ningún momento solicitaron abiertamente la renuncia del dictador-, pues
documentos similares contribuyeron a derrocar las dictaduras militares
establecidas por Gustavo Rojas Pinilla y Marcos Pérez Jiménez, tras ser
emitidos por los Obispos de Colombia y Venezuela, respectivamente.
Ibarra Guitart, Jorge Renato, El fracaso de los moderados, Editora
Política, La Habana, 2000.pp. 30-34
xxxiii Fidel
demandó: “1) que el episcopado debe definir qué se entiende por
“Gobierno de Unidad Nacional”, 2) que la alta jerarquía eclesiástica
debe aclarar al país si considera posible que algún cubano digno y que
se respete a sí mismo, esté dispuesto a sentarse en un Consejo de
Ministros presidido por Fulgencio Batista, 3) que esta falta de
definición por parte del Episcopado está dando lugar a que la dictadura
trate de canalizar su gestión hacia una componenda entreguista y
contrarrevolucionaria, 4) que, en consecuencia el Movimiento 26 de julio
rechaza de plano todo contacto con la Comisión de Conciliación, 5) que
al Movimiento 26 de Julio solo le interesa exponer su pensamiento al
pueblo de Cuba, y reitera, por tanto, sus deseos de hacerlo ante una
comisión de representantes de la prensa nacional 6) que habiendo
transcurrido una semana de nuestro emplazamiento público sin que la
misma (...) haya dado respuesta alguna fijamos de plazo hasta el 11 del
corriente, para que el tirano diga sin más dilación ni rejuego, si
permite o no el tránsito de los periodistas por el territorio que
dominan sus tropas, 7) que vencido ese plazo, el Movimiento 26 de Julio
hará un pronunciamiento definitivo al país, lanzando las consignas
finales de la lucha, 8) que a partir de este instante el pueblo de Cuba
entero debe estar alerta y poner en tensión todas sus fuerzas. Las
cadenas están al romperse”. Bohemia, sección “En Cuba”, La Habana, 16 de
marzo de 1958, p. 7
xxxiv Bush, Luis
M. Gobierno Revolucionario: génesis y primeros pasos, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1999, pp.15-16. El cuestionamiento a los
propósitos reelectorales y el peligro de una campaña de descrédito por
parte de los guerrilleros, motivaron la rápida maniobra del primer
ministro, Emilio Núñez Portuondo, quien logró la cancelación de las
gestiones de la “Comisión de Concordia” al expresar a la opinión pública
que el “gobierno de unidad nacional” estaba reflejado en el gabinete
ministerial bajo su mando, cuyo objetivo fundamental no difería de las
propuestas del Episcopado. Bohemia, 16 de marzo de 1958, p. 76
xxxv Díaz
Castañón, María del Pilar Ideología y Revolución. Cuba 1959-1962.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p.71. En el capítulo 2
de esa obra, la autora realiza un pormenorizado estudio del proceso de
formación de la ideología revolucionara y su influencia en el actuar de
los cubanos ante los cambios iniciados en 1959.
xxxvi Preferimos
el término imaginario, ese conjunto de concepciones no sistematizadas
científicamente que suele revelarse en las reacciones ante determinados
procesos u acontecimientos que tocan de cerca a los individuos en su
desenvolvimiento diario, para expresar la combinación de los tipos de
pensamientos teórico, mítico y cotidiano y establecer una diferenciación
del pensamiento católico propiamente dicho, con el fin de hacer más
comprensible las razones que inclinaron a los católicos y a gran parte
de la sociedad cubana de la época a rechazar abiertamente cualquier
manifestación pro comunista o comunista.
xxxvii Mientras
algunos autores marcan el inicio de esta política en el lanzamiento de
las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, otros lo
relacionan con el discurso hostil emitido por Winston Churchill, en la
Universidad de Fulton, EEUU., en el año 1946, donde señaló: “De Sttetin,
en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, una cortina metálica ha
descendido sobre la mitad del continente europeo. Detrás de esa línea,
se hallan todas las capitales de los viejos países de la Europa central
y oriental, vale decir, Varsovia, Berlín, Praga, Budapest, Belgrado y
Sofía. Todas esas históricas ciudades y sus respectivas poblaciones
están sometidas, en una forma u otra, a la influencia de Moscú, sujetas
al dominio del Kremlin en alto grado y en proporción siempre creciente.
Tan sólo Atenas, con sus glorias inmortales, es dueña de decir sin
trabas sus destinos en comicios libres, garantizados por observadores
británicos, norteamericanos y franceses”.
xxxviii Soto
Mayedo, Isabel. Revolución: un reto para el pensamiento católico en
Cuba. Red Latinoamericana de Libertades Laicas. Programa
Interdisciplinario de Estudios sobre las Religiones (PIER), El Colegio
Mexiquense, A.C., México, 2005
xxxix Lojendio,
Juan Pablo. Despacho muy reservado sobre “Actuación de la Iglesia y
organizaciones católicas cubanas durante el período revolucionario”, La
Habana, 18 de marzo de 1959. En: Manuel de Paz Sánchez, La Iglesia
católica y la revolución cubana: Un informe del embajador Lojendio. En
Cubanuestra, sábado 20 de abril de 2002, pp.14 www.cubanuestra xl
Rodees, Anthony. El Vaticano en la era de los dictadores (1922-1945).
Conclusiones, Everes, Barcelona, 1975, p.323-324
xli Nos referimos
a los “revolucionarios del 2 de enero”, como calificara la opinión
pública entonces a los que procuraron sacar partido del cambio
agenciándose méritos ajenos xlii Recordar que en ella constaba que, de
los 6 millones de habitantes que tenía Cuba en ese entonces, el 96,5 por
ciento aceptaba la existencia de Dios
xliii Piñera,
Walfredo, miembro de Acción Católica hasta su desarticulación.
Periodista y crítico cinematográfico, miembro del Centro Católico de
Orientación Cinematográfica (CCOC), hoy OCIC- Cuba, desde 1946. Crítico
de las revistas La Quincena y Cine Guía, que dirigió entre 1960 y 1961.
Trabajador del Departamento de Medios Audiovisulaes de la Universidad de
La Habana y de su Departamento de Extensión Universitaria hasta 1993,
año en que se jubiló. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista
CEHILA y católico consecuente. Entrevista de la autora.
xliv Biaín,
Ignacio, El reverso de las revoluciones, Semanario Católico, La Habana,
No. 1195-96, mayo 9-15 de 1954, p. 23
xlv Lojendio,
Juan Pablo de. Op.cit. pp.15,16, 17 xlvi “Tras establecerse en Estados
Unidos, Martínez Dalmau trabajó como profesor de Saber y Cultura en un
seminario de la Florida y escribió varios textos sobre el tema, del cual
era un reconocido especialista”. Céspedes, Carlos Manuel, Entrevista
concedida a la autora. xlvii Gómez Treto, Raúl. La Iglesia católica
durante la construcción del socialismo en Cuba. Tercera edición. CEHILA,
La Habana, 1994, pp. 28 y 29
xlviii Recuérdese
que para la fecha la Iglesia estaba encabezada por Juan XXIII, el “Papa
Rojo”, y primaba en su seno la corriente renovadora que desembocó en el
Concilio Ecuménico Vaticano II xlix Pérez Serantes, Enrique. Circular
“Vida Nueva”- Arzobispo de Santiago de Cuba-3 de enero de 1959. La voz
de la Iglesia en Cuba…op.cit. pp.56-59 l Soto Mayedo, Isabel. Un
recorrido ineludible: la Iglesia católica en la Cuba republicana,
Capítulo I, de la monografía inédita de la autora sobre el tema objeto
de análisis. li Trujillo Lemes, Maximiliano. El pensamiento católico en
Cuba entre 1959-1961. ob cit.
lii Bush
Rodríguez, Luis M. ob.cit. liii Pérez Serantes, Mons. Enrique “Circular
“El justo medio”. La Voz de la Iglesia..op.cit. p.60 liv Tanto en
Tribuna de Miami, como en Noticias de Washington aparecieron las
opiniones del Cardenal y de Mon. Muller Sanmartín
lv Tribuna de
Miami, Florida, sábado abril 25, 1959. No obstante la cifra considerable
de juicios realizados en la primera etapa de los Tribunales
Revolucionarios, sólo se registraron en La Habana 55 fusilados. Y para
1962, tres de los sancionados a pena de muerte por fusilamiento estaban
pendientes de ejecución, 15 permanecían pendientes de apelación, lo cual
revela que no habían sido fusilados. Entre junio de 1960 y abril de 1961
abrió la segunda etapa de estos procesos por la proliferación de actos
terroristas y sabotajes por parte de la contrarrevolución. Una relación
de los condenados entonces refleja que en Santiago de Cuba fueron
fusilados 13, en Camagüey tres y en Las Villas sólo 12 por “delitos
contra los poderes del Estado o “contra la seguridad colectiva”
lvi Las gestiones
de los laicos rindieron sus resultados en marzo, cuando la principal
publicación de esa organización fraternal católica internacional,
Columbia, reprodujo las opiniones del profesor de la Universidad de
Laval, Pettee, Richard Revista Columbia. Washington, Marzo 1959.
lvii Recordar las
posiciones de la institución eclesiástica frente a las Constituyentes de
1901 y 1940 y la importancia conferida a la creación de nuevos colegios
católicos durante la etapa anterior a la Revolución. Soto Mayedo,
Isabel. Un recorrido ineludible: la Iglesia católica en la Cuba
republicana, op.cit.
lviii Episcopado
de Cuba. Carta Circular al Pueblo de Cuba, La Habana, 18 de febrero de
1959. La voz de la Iglesia en Cuba…op.cit. pp. 70-74 lix Pérez Serantes,
Enrique. La Enseñanza Privada, febrero de 1959. La voz de la Iglesia en
Cuba...Op.cit. pp.64.69
lx El documento,
rubricado por los representantes de las Asociaciones de Padres de
Familia de los Colegios Católicos, surgió en una reunión celebrada en el
Colegio de Belén (28 de febrero, 1959).
lxi En Cuba, el
sustento de la Iglesia provenía de los donativos de los creyentes, de la
explotación de sus colegios y en menor medida, del cobro de rentas por
el alquiler de viviendas bajo su control. La educación era a su vez el
principal mecanismo de reproducción de la fe.
lxii Díaz Cía,
Evelio. Diario de la Marina, 30 de mayo de 1959 y pastoral La Iglesia
católica y la Nueva Cuba, 31 de mayo de 1959. La voz de la Iglesia en
Cuba...Op.cit. p. 77-80
lxiii Martín
Villaverde, Alberto. La Reforma Agraria Cubana y la Iglesia católica. La
voz de la Iglesia en Cuba...pp. 80-83 lxiv Pérez Serantes, Enrique.
Aclaraciones: La Reforma Agraria y el Arzobispado de Santiago de Cuba,.
La voz de la Iglesia en Cuba...pp.84-86
lxv Gómez Treto,
Raúl. La Iglesia católica durante la construcción del socialismo en Cuba
op.cit. lxvi Berges, Juana; Torreira, Ramón y Ramírez, Jorge
Antecedentes de la actuales proyecciones sociopolíticas de las
jerarquías y élites católicas, Departamento de Estudios
Sociorreligiosos, CIPS, La Habana, 1999 (inédito)
lxvii El concepto
pueblo en este caso, niega el defendido por Fidel Castro al pronunciar
su autodefensa, durante el juicio por el Asalto al Moncada, al englobar
en él a los propietarios. Castro, Fidel, La historia me absolverá.
Op.cit. P. 59 lxviii Fernández Santelices, Manuel. Religión y Revolución
en Cuba. Veinticinco años de lucha ateísta. Saeta Ediciones, Miami,
Florida, EE.UU., 1984.
lxix Citado por
Bergues, Juana, Berges, Juana; Torreira, Ramón y Ramírez, Jorge
Antecedentes de la actuales proyecciones sociopolíticas de las
jerarquías y élites católicas. Op.cit.
lxx Fornet,
Ambrosio. El quinquenio gris: revisitando el término. Revista Casa de
las América, No. 246, La Habana, 2007. Conferencia leída el 30 de enero
de 2007 en la Casa de las Américas durante la sesión inaugural del ciclo
La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión,
organizado por el Centro Teórico Cultural Criterios, con motivo de la
polémica acerca de lo acontecido en estos años
lxxi Cinco
documentos, Ediciones Políticas, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1971, p. 115.
lxxii Grupo de
laicos católicos liderado por Antonio Pruna y Lula Horstman cuyo fin era
defender a ultranzas la Revolución desde posiciones católicas y de
enfrentamiento con las asociaciones laicales oficiales y los Obispos.
Surgió en los primeros meses de 1960 y ante el escaso apoyo recibido,
cedió terreno a otras asociaciones similares Avanzada Radical Cristiana
y la Asociación de la Juventud Revolucionaria. La espontaneidad y
reducida organización de sus acciones los denuncian como grupos de
choque de escasa profundidad. (Fernández Santelices) Para el sociólogo
cubano, Juan Clark, autor de Cuba Mito y realidad, esta era una
organización manipulada por el Gobierno- fue el último intento de crear
una Iglesia nacional. Mientas, otros autores coinciden en que estaba
compuesta por comunistas infiltrados en el catolicismo. Lo cierto es que
a pesar de su corta duración, mostró la fragmentación de la Iglesia
católica en Cuba por la alienación de la jerarquía, proclive a los
intereses de los expropiados y contraria a los de la mayoría de los
creyentes. l
xxiii Pérez
Serantes, Mons. Enrique. La voz de la Iglesia en Cuba....op.cit. p. 107
lxxiv Ibidem. p.
126 lxxv Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Documento Final e
instrucción pastoral., La Habana, 1987. p. 41
lxxvi Soto
Mayedo, Isabel. Visión liberadora desde la Teología en Latinoamérica.
Ensayo presentado al X Simposio de Pensamiento Latinoamericano.
Universidad Martha Abreu, Las Villas, Cuba. Julio,2006 lxxvii Rauber,
Isabel. Con el corazón abierto. Testimonio de la Pastora Clarita Rodes
González. Editorial caminos, La Habana, 1996, p. 43 y Suárez Ramos,
Raúl. Cuando pasares por las aguas. Editorial Camino, La Habana, 2007 l
xxviii Encuentro
Nacional Eclesial Cubano. Documentos Final …op.cit.
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