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Feria Internacional del Libro de La Habana
Literatura femenina
Mirta Yáñez
Mirta Yáñez, feminista de actitud y pensamiento
Helen Hernández Hormilla • La Habana, Cuba
Cuando en
el 2011 cumplió 15 años la antología
Estatuas de Sal. Cuentistas cubanas
contemporáneas, compilada por Mirta Yañéz
y Marilyn Bobes, las organizadoras del espacio de debate sobre género y
cultura Mirar desde la
sospecha1 decidimos convocar
un
homenaje. La idea de reconocer a las gestoras del primer panorama de
narrativa femenina cubana resultaba un pretexto para repasar el camino
desandado desde entonces en pos de legitimar la escritura femenina en la
Isla, en el cual mucho ha tenido que ver la labor de Mirta Yáñez.
Ella ha narrado varias veces los motivos del nacimiento de esta
antología. Harta de reclamar a oídos sordos por la exclusión de las
mujeres en jurados, congresos, consejos editoriales, ferias y
publicaciones, bajo el supuesto criterio de que la presencia literaria
femenina en Cuba era menor en cantidad y calidad, la mejor respuesta fue
documentar esa existencia, con el mérito añadido de sumar al corpus
literario nacional, por primera vez en la etapa revolucionaria, autoras
que residían fuera de Cuba.
Estatuas de Sal asestó una estocada a
quienes pretendían negar la tradición de las escritoras cubanas y se
convirtió, como señaló en su momento la crítica literaria Zaida Capote
Cruz, en “un texto de imprescindible referencia cuando se trate de
verificar cuánto hemos avanzado en el reconocimiento del lugar de la
mujer en las letras cubanas”2.
Esa tradición que marca una necesidad de actuar, de decir, de dejar
constancia de la labor cultural y social realizada por las mujeres, ha
sido una de las premisas del movimiento feminista. Mirta Yáñez, desde su
literatura, su ensayística y periodismo, pero también a partir del
activismo intelectual, ha sabido comprender el profundo sentido político
y humanista que lleva consigo la adhesión a esta ideología.
La relación entre feminismo y literatura se localiza en la propia
génesis del movimiento, pues fue sobre la base de textos literarios y en
buena medida a partir del análisis de estos que se produjeron las
primeras teorías feministas. Por otra parte, muchas creadoras notables
formaron parte de los debates y luchas por la situación social
desventajosa de las mujeres en el patriarcado. Como en su momento lo
hicieron desde esta misma Isla
Gertrudis Gómez de Avellaneda, Aurelia Castillo, Mari Blanca Sabas
Alomá,
Mirta Aguirre, Camila Henríquez Ureña, entre muchas otras “damas de
las letras” que elevaron su voz a favor de las reivindicaciones sociales
de su género, Yáñez ha comprendido que toda labor creativa supone un
posicionamiento ideológico y, aunque el camino elegido le gane una que
otra zancadilla, continúa arremetiendo contra los molinos del machismo y
la misoginia.
Comienzo nombrando Estatuas
de Sal pues allí se localiza uno de los
precedentes de este libro. El amplio ensayo3 que introduce la
antología resulta una toma de postura frente a la exclusión femenina de
la literatura cubana. Como aclara en su primera línea: “a veces, la
rabia que produce la marginación puede cambiar el rostro del mundo”4,
una pasión justiciera con la que Yáñez reacciona ante la subvaloración
de la capacidad intelectual de las mujeres y que mantiene a lo largo de
su producción investigativa.
“Y entonces la mujer de Lot
miró…” es uno de los seis textos que
integran el volumen Cubanas
a capítulo, publicado por la Editorial
Oriente en el año 2000 y, obviamente, antecesor del que ahora leemos.
Desde un sólido andamiaje teórico y conceptual en cuestiones de género,
Mirta Yáñez visibiliza y defiende la obra creativa producida desde ese
espacio de alteridad que constituye la experiencia femenina. Tanto al
rescatar textos y autoras fundamentales en la tradición literaria
nacional como al deconstruir los mecanismos androcéntricos desde los que
se ha sostenido la historiografía literaria, la ensayista aporta una
mirada compleja e integradora a la producción de las mujeres en el
universo cubano de las letras.
A poco más de una década de aquel libro, propone una segunda temporada
de textos, aludiendo a que, como en las populares series televisivas,
habrá similares protagonistas pero conflictos renovados. La preocupación
por las inequidades de género presentes en el campo cultural cubano es
eje de ambos volúmenes; mas, si en el primero testimoniar e incluir la
contribución de las mujeres a la literatura cubana contemporánea resulta
una de las inquietudes fundamentales, en este se dilucidan las
condiciones, conciencia, retos y ambigüedades que han venido incidiendo
sobre esa participación.
Mirta Yáñez destapa cuestiones capitales para comprender las dinámicas
de la literatura escrita por mujeres en Cuba: la identidad como elemento
unificador, la negación del feminismo, el miedo al
ghetto,
la incultura y facilismo de cierta zona de la narrativa contemporánea,
la construcción de un canon literario nacional androcéntrico, la
necesidad de promover el género como eje de análisis en la crítica
literaria y la urgencia de recuperar la memoria de la tradición cultural
feminista cubana. No olvida además que las autoras de hoy forman parte
de un contexto literario en el cual las leyes del mercado editorial
internacional, unido a cierta relajación intelectual del oficio, han
dejado su saldo negativo, con obras centradas en una cotidianidad
anecdótica e intrascendente, sin profundizar en los conflictos humanos
de esa propia realidad. Como es usual en su prosa y actitud vital, no
teme hurgar en la herida, llama las cosas por su nombre e inclina la
balanza de la crítica hacia nuevos derroteros.
Las escritoras en Cuba hoy “brillan por su ausencia”, aclara la autora
en varios momentos de la obra. Efectivamente, resulta imposible soslayar
la rica producción narrativa y poética femenina, ostensible además con
solo revisar el listado de premios y publicaciones de la primera década
del siglo XXI. Podría parecer que con eso es suficiente, que existen las
mismas posibilidades de acceso al mundo de las letras para uno y otro
género y que solo queda entonces competir en los términos de la “gran
literatura”. Pero, bien lo sabe Mirta Yáñez, mientras no se destierre el
machismo de las subjetividades humanas; mientras “lo trascendente” siga
despreciando el universo de la espiritualidad, de los afectos y las
relaciones cotidianas; mientras se mantenga el sexismo, la herencia
feminista permanezca olvidada y las mujeres deban realizar el doble de
obligaciones y sufrir las cargas sociales de la subvaloración, todo lo
alcanzado puede convertirse en castillos de arena. “El
cuarto propio woolfiano,
amén de las cuatro paredes que resguarden la independencia de la
escritora, es la exigencia de un espacio de creación y del
reconocimiento de un lenguaje, en efecto, propio”, sostiene Mirta, con
lo cual expone el verdadero sentido de la búsqueda de una escritura
femenina.
El género, como categoría interdisciplinar, aporta a los estudios
literarios un andamiaje gracias al cual es posible desmontar la
literatura según hoy la conocemos y determinar la influencia de esa
realidad desigual en el lenguaje y la creación. Mirta reconoce la
validez de esta herramienta para los estudios literarios, sin por ello
considerar que sea un medidor estético. Se trata de un rasgo de la
identidad y, por otra parte, un elemento en la conformación del canon.
Si bien por una parte vale analizar los condicionantes de la experiencia
vital de quien escribe, tampoco es despreciable que en la construcción
de lo valorado como estéticamente eficaz, positivo, trascendente, se
parte de una concepción patriarcal. Yáñez sugiere que para documentar la
proyección actual de las narradoras cubanas no puede perderse de vista
el fuerte componente androcéntrico de la cultura y los obstáculos en la
práctica diaria para aceptar las diferencias entre los seres humanos.
Una de esas barreras se encuentra en la pobre asunción del feminismo,
palabra maldita en nuestro contexto, asociada por lo general con sus
tendencias más radicales mientras se obvia el sentido revolucionador que
para el pensamiento social y cultural contemporáneo ha significado dicha
ideología. Parece “el lobo” de la historia a juzgar por el temor que
suscita incluso en aquellas personas que, con su praxis cotidiana,
defienden los presupuestos básicos de equidad entre los géneros.
En Cubanas a capítulo.
Segunda Temporada Mirta denuncia las
tácticas de esta anulación: “recobrados del susto, acuden a distintas
estratagemas, desde pretender desmantelar su vigencia alegando que han
desaparecido las supuestas ‘desigualdades’ o rebajando la valía de los
argumentos con paternalistas bromas, e incluso hasta una histérica
negación de la presencia de escritoras dentro del panorama de la
narrativa cubana”. En franco desafío, la autora se reconoce como una
feminista y expone las razones que la llevan a defender esta postura,
contrapuesta a la de algunas colegas que deslegitiman el pensamiento
gracias al cual disfrutamos hoy de ciertos derechos y oportunidades. Con
oportuna perspicacia se pregunta: “¿Qué se esconde detrás de esos
aborrecimientos?”.
Varias respuestas podrán aventurarse después de leer los seis textos que
componen este volumen, pues se imputan aquí las distintas variantes del
neomachismo
cultural contemporáneo. La interconexión y coherencia de las ideas
sostenidas en cada uno de los epígrafes —aunque están redactados de
manera independiente, a partir de la intervención en eventos, la
presentación y reseña de libros, o las entrevistas que la narradora ha
venido concediendo en los últimos años—, ofrecen una imagen depurada de
su pensamiento crítico.
Tanto en “Narradoras cubanas: identidades al borde del ataque de nervios”
como en “Feminismo
y compromiso. Ambigüedades y desafíos en las narradoras cubanas”, la
autora comparte criterios sobre la evolución de la narrativa femenina
cubana a partir de la década del 90 hasta el presente, donde ya se
aprecian nuevas tendencias ideotemáticas y estilísticas. Pasados 20 años
es posible avistar con mirada más objetiva lo que dejaron los 90 a la
literatura cubana, así como la manera en la cual, poco a poco, la
narrativa femenina ha ido explorando nuevas búsquedas de la imagen
poética.
En el primero de los artículos, examina la narrativa escrita por mujeres
en la pasada década, teniendo en cuenta sus aciertos y evoluciones, pero
también sus vertientes negativas. Las muestra como parte de una
generación creativa donde, a pesar de las visiones anticipadas de la
crítica, se ha caído en cierta reiteración y “vanagloria de la incultura”.
Para ello, define lo que reconoce como literatura, teniendo en cuenta
que convencer es, sobre todo en el presente, una palabra de orden:
En épocas de una bárbara relajación del oficio literario, de negaciones
de conceptos como el género, de la pérdida del gozo del entretenimiento
y de preeminencia de la banalidad, todas estas manifestaciones que
hicieron su eclosión en la última década del siglo pasado, concibo a las
artes literarias como placer, comunicación, individualidad creativa,
trascendencia, sinceridad, sutileza y perfección del lenguaje. Y en la
narrativa, un requerimiento esencial: CONTAR UNA HISTORIA”.
Pese a que en los 90 la literatura cubana se vio oxigenada con la
irrupción de un discurso posmoderno, la representación de una realidad
social en crisis, de espacios y sujetos marginales, la apertura a nuevos
sistemas de pensamiento, el retorno de la subjetividad individual,
además de la eclosión narrativa femenina; lo avistado desde fecha
temprana por la crítica no respondió en muchas casos a un verdadero
rigor creativo y, con el tiempo, fue mostrando sus rasgos de desaliño.
Para Mirta en esta etapa existieron también “imposturas y remedos,
bravuconadas y desplantes, escudados en un —a veces— mal entendido
posmodernismo”.
Al desmontar los supuestos hallazgos de esta promoción, la autora asesta
a nombrar una de las principales debilidades de nuestra prosa de ficción:
“Es más fácil hablar de la miseria del día a día que hurgar en las
heridas profundas de las ideas o del alma”. Sus opiniones en torno a
los 90 expresan el proceso por el cual la prostitución, el homoerotismo,
la emigración, las drogas, lo cotidiano, el disfrute de sexualidades no
tradicionales, entre otros tópicos transgresores, se convirtieron en
norma temática. “Lo excéntrico”, asegura, se volvió un estereotipo.
El tema regresa ampliamente en “Feminismo
y compromiso…”, ponencia que fue presentada en el XXVII Congreso de la
Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA: Latin American Studies
Association) celebrado en Montreal, en septiembre del 2007. Aquí apunta
además la responsabilidad que en esta situación tomaron los editores
extranjeros, imponiendo fórmulas y arquetipos con el objetivo de vender
“el tema Cuba”. Por otra parte, la crítica literaria se adelantó al
desarrollo de autores y autoras muy jóvenes, presa de “deslumbramientos
con ‘descubrimientos’ donde no ha sido oro todo lo que ha relumbrado5.
Alcanzar una formación culta y una voluntad de estilo que rebase el
facilismo se presenta para Mirta como uno de los desafíos de las autoras
cubanas que, en los 2000, han venido a desprenderse de dicha influencia.
La identidad constituye a su juicio un rasgo definitorio del campo
literario actual, teniendo en cuenta que esta significa “el
reconocimiento de la diferencia”, en un momento histórico dado y, por
tanto, susceptible de evolucionar, de transformarse. El gesto más
visible de esta tendencia resulta el discurso de lo nacional, mas la
ensayista percibe también la identidad sexual y de género como condición
de la escritura femenina contemporánea. Al respecto añade que no “debe
declinarse el mero hecho de que ser mujer supone una problemática más
agresiva y lacerante”.
Su análisis ofrece una valoración inquietante sobre la narrativa de las
mujeres en la década del 90: la disolución en sus obras de la identidad6.
Según Mirta, no existe en esta promoción una expresión clara de la
condición de género del o la sujeto que escribe. Sin embargo, dicha
situación comienza a revertirse a finales de la primera década de este
siglo donde ya no existen corrientes homogéneas sino una diversidad
enriquecedora.
En el segundo texto, la autora manifiesta la existencia de renovados
lazos “entre literatura y compromiso, entre funcionalidad y estilo,
entre identidad y lenguaje, entre ética y estética” en las escritoras
cubanas. Su papel, concluye, resulta “dinamizador” dentro de la
literatura cubana, en tanto logran ahondar en conflictos humanos
verdaderamente trascendentes.
La aparición de “la loca” como personaje en obras de Margarita Mateo,
Aida Bahr, Nancy Alonso, Ena Lucía Portela, entre otras autoras,
representa para Mirta uno de los aspectos más interesantes de la actual
narrativa de mujeres en Cuba. Le produce, en sus propias palabras,
cierta “carcomilla indagadora”. Según expone en “Narradoras cubanas:
identidades al borde del ataque de nervios”, la subversión no se
encuentra solamente en la existencia demente, sino en la manera en que
estas mujeres libres del raciocinio tradicional opinan sobre su realidad
y peculiares condiciones de vida. La tesis de Yáñez admite esta
presencia como reflejo de un “espíritu en carne viva” que se declara
cuando ya el cuerpo femenino —bello, victimizado, autónomo— ha sido
ampliamente tematizado por la narrativa de los 90.
La sinrazón como señal emancipada y expresión del ser femenino resulta
una interpretación por demás perspicaz, sobre todo si atendemos a un
contexto de crisis sostenida en el cual hemos vivido las mujeres y
hombres de Cuba en los últimos 22 años, pero que ha tenido costos
significativos para la mitad femenina. No olvidar que también fueron
tildadas de locas y brujas aquellas que antaño renunciaron al matrimonio,
que eligieron disfrutar el placer, amar a otras de su mismo sexo o
defender su derecho al conocimiento. Tal vez en ese aparente “no estar
en el mundo” que permite decir las verdades sin temor, se encuentre,
como advierte la ensayista, el verdadero camino de una identidad genuina
en las escritoras cubanas contemporáneas, en quienes también se observa
una voluntad de estilo, intención culta y búsqueda de autoreconocimeinto.
Las autoras han tenido que enfrentarse a la tarea de conformar un
discurso obligado a romper con la mirada del otro, ya sea el hombre, el
blanco, el exógeno, el cuerdo, un lenguaje obligado a inventarse a sí
mismo, a mi modo de ver, algo más allá que transgredir lo tradicional
femenino, sino procurar la vía de expresar la peculiar interacción entre
la realidad privada de la mujer y la pública, desde una visión
individual de la literatura, donde ética y estética no dejen de andar a
la par.
En otro orden, Mirta se preocupa por la incongruencia de algunas autoras
contemporáneas que niegan su relación con el feminismo, pero no dudan en
beneficiarse de los congresos, antologías y editoriales creados para
promocionar la labor de las mujeres. Pareciera que su ser femenino
representase una minusvalía para entrar en la “gran literatura”, aquella
que “no tiene sexo”; pero resulta maniobra eficaz para introducirse en
un mercado en el cual el enfoque de género se ha puesto de moda, muchas
veces sin que quienes lo nombren sepan un milímetro de lo que se
refieren. Así lo sentencia:
La adopción por el mercado y otros poderes del discurso del marginado es
la mejor forma de su neutralización: dinero, viajes, grandes editoriales,
promoción con trompetas celestiales,
homenajes. La “maravilla” posmoderna de la celebridad hace que
viejos gays, amas de casa con la lengua sucia, polluelos caídos de sus
nidos, se vean de la noche a la mañana en la cúspide de una fama que los
compra y los anula.
Mirta confiesa sentir vergüenza y consternación al escuchar las
declaraciones de mujeres que buscan escribir a la manera de hombres,
“como si en el lenguaje existiese neutralidad”. Afianzada en que cada
quien concibe su obra desde lo que es y a partir de su experiencia de
vida, deja al descubierto la ignorancia y prepotencia de manifestaciones
antifeministas que, a su vez, expresan “el rechazo ignorante y la
utilización deshonesta”.
El feminismo no es un “club”, ni una desviación sexual, ni una gripe, ni
tan siquiera una religión como para que sea necesario librarse de la
sospecha o declarar públicamente que no se participa de ello. No debe
olvidarse nunca que el feminismo, movimiento complejo y todavía no
estudiado debidamente en Cuba, tuvo entre sus filas a figuras
respetabilísimas del rango de Camila Henríquez Ureña, Dulce María
Borrero, Loló de la Torriente, Mariblanca Sabas Alomá,
Mirta Aguirre y Vicentina Antuña.
Este llamamiento a recuperar la tradición feminista, especialmente
aquella vinculada a la literatura, pone al descubierto una de las deudas
de nuestras generaciones. Gracias a esas mujeres podemos hoy ser
ciudadanas de derecho, podemos abortar en condiciones seguras, escogemos
libremente nuestra pareja, asistimos a la universidad, ocupamos cargos
públicos. Entonces, “¿a qué se debe que solo algunas de las grandes
mujeres cubanas de todos los tiempos nos ayuden a ejemplarizar los
valores necesarios para la formación de ciudadanos como paradigmas de
una ética y una clara identidad cubana?”.
La interrogante aparece en el texto “Aurelia Castillo: una escritora de
armas tomar”, en el cual la biografía de esta intelectual funciona como
pretexto para abrir el debate sobre la construcción de nuevos referentes
para las cubanas y cubanos y el rescate de históricas figuras femeninas
con un marcado carácter humanista. El pensamiento de Aurelia Castillo,
una mujer antidogmática y justiciera, reviste “estremecedora vigencia”
por su mirada ética y la imbricación de las ideas feministas con las
principales luchas sociales y políticas de su tiempo. Mirta lo sintetiza
de la siguiente manera: “Sus ansias de progreso, sus ideas liberales, su
patriotismo y sus reivindicaciones feministas se sumaron en un conjunto
armónico, inteligente, moderno, en un espíritu libre, de esos que, por
fortuna, resultan polémicos y suelen molestar”.
“Dos reseñas para Esther”, el texto que le sigue, mantiene esta noción
de revertir la amnesia histórica acentuada por la misoginia. Al comentar
los dos libros más recientes de Esther Díaz Llanillo:
Cambio de vida
y Entre
latidos, hace justicia a una de las obras
más genuinas de nuestra literatura fantástica, silenciada por un
paradigma de corte realista asentado en la década del 70. Cuando publicó
su primer libro, El Castigo,
en el año 1966, Esther despuntaba como una de las autoras fundamentales
de la naciente promoción literaria de la Revolución. Sin embargo, “los
años duros” de la literatura impusieron un tipo de creación más apegada
a la épica, y la cuentista dejó de publicar, como en un largo sueño. Fue
en 1996, luego de su incorporación en
Estatuas de Sal,
que volvió a despertarse su interés por la ficción y regresó a escribir
historias de ambientes oníricos, fantasmales, absurdos, “pesadillezcos”,
con una prosa que trasmite “talento, erudición, gracia, dominio del
lenguaje, un estilo propio, una cubanidad esencial que se aleja de la
inmediatez, aunque sin dejar de tomarla en cuenta”.
La intención de ponderar el valor de una autora como Esther atestigua la
tenacidad de Mirta Yáñez en pos de transformar la unilateralidad del
campo literario patriarcal, tema que se refuerza en “¿Canon cubiche? Una
mirada a La nación íntima
y a otras pendencias del ‘doble rasero’”, cuando analiza un libro de
ensayos de Zaida Capote Cruz7. La ensayista atestigua el
proceso en que la discriminación social de las mujeres se instauró en el
desarrollo intelectual cubano, pues no ha existido paridad en el acceso
al poder y la promoción de la literatura. Sin embargo, esto no significa
que ellas estuvieran ausentes.
Nombrar las luchas de las feministas en las primeras décadas del siglo
XX y la participación de las escritoras en las mismas, resulta una
manera de reconocer que “esa rica, progresista y sólida presencia de la
intelectual cubana se hizo patente en el desarrollo histórico de nuestra
literatura”. Pero esta existencia es soslayada de manera constante desde
ese doble rasero que evalúa de manera diferente la producción cultural
de hombres y mujeres. Yáñez propone entonces los estudios de género como
antídoto para esa “táctica marginadora del silencio”, un señalamiento
sustancial en tanto reivindica la necesidad de fomentar un tipo de
crítica distinta a la habitual logofalocéntrica.
En otro orden, avista la inexistencia de un referente femenino dentro
del canon literario nacional tras lo cual las autoras contemporáneas
deben fundarse uno propio, “a partir de ese vacío de herencia y de
autoridad textual que le ha sido impuesto por la marginalidad”. La
memoria amputada de las mujeres de hoy debe refundarse desde nuevos
referentes, un tema que retorna a la cuestión raigal de la identidad de
quien escribe. Mirta concluye entonces con una declaración de principios
que conecta con el pensamiento de Capote Cruz: “las escritoras
permanecen en un limbo más o menos insulso, al margen de las discusiones
culturales importantes. Quizá a algunas les guste estar en ese limbo
irresponsable, cómodo, donde solo oyen cánticos de elogio. A otras no
nos gusta, aunque en esa corrida nos toque algún que otro ramalazo de
infierno”.
La frase que presenta la selección de fragmentos de las entrevistas
concedidas por la autora en los últimos años resume el sentido complejo
que habita estas páginas. La noción de que “todo fundamentalismo es
antintelectual”, resulta una lección tanto para las personas que
pretenden cegar los aportes del feminismo como para las que analizan de
manera esencialista la obra creativa de las mujeres. De lo que se trata
es de terminar con la marginación; que las mujeres tengan iguales
oportunidades y expandir el lenguaje y la creación, no cercenarlos:
Lo más difícil no es el tener cuarto propio, educación, tiempo para
escribir, lo más difícil es el reconocimiento, que no “se olviden” de
que existimos y tener acceso a actividades colaterales a la literatura,
muy difícil es para la mujer no solamente en la literatura sino en
general acceder a un cargo de dirección, desde donde pueda ejercer una
influencia y tomar decisiones.
Desde una visión mucho más personal y ética se muestra la autora en este
conjunto de opiniones sobre el enfoque de género, el feminismo, la
inclusión de las mujeres en la literatura cubana, entre otros asuntos
que redondean los planteamientos anteriores. Mirta Yáñez es una persona
justiciera, inconforme, polémica e incendiaria si fuera preciso, por eso
llama a mantener la vigilancia ante el sexismo que emerge en los
espacios culturales cubanos, aún cuando esto haya traído costos para su
propia existencia:
A estas alturas de mi vida, prefiero resultar incómoda. A veces eso me
ha impedido cumplir con algún sueño, como el de dirigir una revista,
pero es el precio que hay que pagar por tener una voz independiente o un
criterio que no concuerda con el oficial. A mí me han cuidado tanto que
no me han permitido equivocarme, no me han dado la oportunidad de “meter
la pata” y luego “tronarme”. Y, por si hay confusión, naturalmente que
estoy siendo irónica...
Es esta capacidad de disfrutar de la ironía, de presentar las más crudas
realidades sin perder el desenfado y el humor, una de las ganancias de
la narrativa de Yáñez, pero también de su prosa reflexiva. A la
subvaloración y el desprecio ignorante del machismo, ella lanza una
carcajada esplendente y enumera entonces los espacios arrebatados a
fuerza de talento por sus colegas femeninas: “Cuando se trata de poner
en evidencia la exclusión de género al tratarlo en género de ensayo, en
el periodismo, en la vida práctica, en el mundillo intelectual, ahí sí
quisiera permanecer en la primera línea de fuego, como dinamitera”. La
defensa de este espacio desde la literatura es también una manera de
incidir en la creación de nuevos imaginarios, en los que se refleje un
orden universal verdaderamente equitativo, sin supremacías,
discriminaciones ni violencia.
Decía Camila Henríquez Ureña, la gran intelectual latinoamericana y una
de nuestras feministas más sobresalientes que “la primera prueba de
capacidad cultural que puede dar una mujer es la seriedad en el trabajo
y en la vida”. Así podría resumirse la potencialidad indagadora de este
libro. Y, aunque Mirta Yáñez, como buena cubana, no renuncia a reírse
hasta de su propia experiencia, la defensa del legado cultural de las
mujeres en su obra ensayística reviste una constancia de pensamiento
desde la cual también se desentrañan tensiones ancestrales de la nación
y su cultura.
Prólogo a
Cubanas a capítulo. Segunda
temporada (Letras Cubanas, 2013). Sala
Alejo Carpentier, Fortaleza San Carlos de La Cabaña.
La Habana, 17 de febrero de 2013.
Notas:
1- Convocado desde el año 2011 los segundos jueves de cada mes en la
UNEAC por el Programa Género y Cultura del Grupo de Reflexión y
Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), coordinado por la académica
Danae C. Diéguez y las periodistas Lirians Gordillo Piña y Helen
Hernández Hormilla.
2- Capote Cruz, Zaida. “Saborsal”. En:
La Gaceta de Cuba…
3- Ver “Y entonces la mujer
de Lot miró…”, introducción a
Estatuas de Sal. Cuentistas cubanas
contemporáneas. (Compilación de Mirta
Yáñez y Marilyn Bobes).
La Habana. UNIÓN. 1996.
4- Ibídem.
5- En otro momento del ensayo Yáñez sostiene: “Cuando pase algún tiempo
podremos ver con más claridad que en los noventa imperó, por una parte
una narrativa que quiero llamar
callejera,
apuntando al falso éxito y a la moda, a los facilismos de mostrar de la
manera más grotesca y soez posible la sordidez de ciertas áreas de
nuestro mundo real, y por otra, una narrativa supuestamente de
“experimentación” y ansias crípticas, en algunos con una pretensión
infantil de desconcertar con cultismos, profusión de palabras en otros
idiomas, palabras rebuscadas sacadas de un heroico diccionario de
sinónimos, literatura esta ante la cual, como en la fábula del
sastrecillo valiente, pocos se atreven a decir que “ese autor va desnudo,
me aburre, no entiendo nada”.
6- “Buena parte de la narrativa escrita por mujeres (y eludo
intencionalmente el uso de “femenina”) de la pasada década de los
noventa poseía, sin dudas, ímpetu creativo, mas también, como ya he
apuntado, enajenamiento de la identidad”, refiere en el primer ensayo.
7- Capote Cruz, Zaida. La
nación íntima.
La Habana. UNION. 2009.
http://www.lajiribilla.cu/articulo/3554/mirta-yanez-feminista-de-actitud-y-pensamiento
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