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La patria libre y próspera de José Martí
El socialismo ha tenido desde sus orígenes la premisa ética de luchar
contra la pobreza material y espiritual humana y, también, contra la
riqueza material mal repartida o mal obtenida, pero no contra la riqueza
en sí
Una educación de
calidad y gratuita, tal y como Martí lo soñó, es una de las grandes
riquezas del socialismo en Cuba. Foto: Calixto N. Llanes
Carlos Rodríguez Almaguer
digital@juventudrebelde.cu
21 de Enero del 2013 18:59:12 CDT
Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria,
se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un
huevo de águila.
José Martí, Lectura en Steck Hall, Nueva York, 24 de enero de 1880.
Vine al mundo en los campos que rodean a un pequeño batey en el límite
norte entre el Camagüey y Oriente, cuando ya la Revolución Cubana había
cumplido 12 años, en octubre de 1971. Año duro, como han sido casi todos
los años de una Revolución que no aceptó rendirse cuando las esperanzas
de que fuera «una revuelta más» se vinieron abajo, y los enemigos del
país vieron llegada la hora de estrangularla. La obra social que ya
desplegaba el nuevo proceso en el campo de la salud pública y gratuita
para todos, logró salvar «milagrosamente» la vida de aquel endeble bebé
que fui, nacido a destiempo, y que hubo de permanecer todavía en una
incubadora bajo los cuidados intensivos de médicos y enfermeras
solícitas por un período largo, hasta la sobrevida.
Mi madre, joven de 17 años, era maestra rural. Mi padre, obrero agrícola.
Mi casa siempre estuvo llena a la vez de libros y estrecheces. Lo que
soy y seré lo debo a la obra profundamente humana de la Revolución y a
sus hombres y mujeres, porque ella no es un ente abstracto, tiene
rostros y voces, tiene nombres que habrán de «tener siempre cubierto
libre en nuestra mesa» y altares cariñosos en nuestros corazones, como
pedía José Martí para los padres fundadores de la nación.
Cincuenta años, en tiempo histórico, es apenas un suspiro en la
inmensidad de los siglos para un pueblo que ha sido en los últimos 500
años, desde la llegada de los conquistadores españoles hasta hoy, 400
años colonia de España y otros 60, neocolonia yanqui. Hace muy poco
tiempo nos gobernamos a nosotros mismos, el tiempo que lleva en el poder
la Revolución de enero de 1959. Por eso Fidel ha llamado, con razón, «errores
de aprendizaje» a aquellos desaciertos que se han cometido en el
maremagnun de presiones a que se ha visto sometido el Gobierno
Revolucionario por los problemas internos heredados de cuatro siglos y
medio de expoliación extranjera, y por las descomunales presiones
externas venidas de los mismos que nos explotaron antes y nos quieren
ahogar ahora. Algunos de esos errores, por supuesto, han dependido más
de los hombres que ejecutan, que de los que prevén, pues que son más
aquellos.
En cambio, en tiempo humano, 50 años es más de media vida, y ello ha de
ser tenido en cuenta por los que representan con sus nombres y sus actos,
en cualquier lugar y época, a esa Revolución inspirada en los más
elevados principios éticos y humanistas que ha conocido la sociedad
humana hasta nuestros días. Con razón, también, Fidel expresó que «hemos
hecho una Revolución más grande que nosotros mismos». Nadie, ni joven ni
viejo, tiene el derecho de sentirse jamás por encima de la «revolución
de los humildes, por los humildes y para los humildes» por la que
marcharon dispuestos a morir miles de hombres, jóvenes en su inmensa
mayoría, hacia las arenas de Playa Girón, en abril de 1961. Muchos de
ellos entregaron allí, enfrentando a los odiadores de este mundo, sus
preciosas vidas.
Una patria próspera con ciudadanos prósperos y generosos
Hemos hecho los cubanos en todos estos años muchas cosas para hacer y
mantener a la patria libre de cualquier intromisión extranjera, tanto en
el espacio físico que la sostiene, como en el espacio cultural que la
compone, desde lo político hasta lo espiritual. Y Cuba es de una vez y
para siempre libre, independiente y soberana. En cambio, y a pesar de
todos los esfuerzos, muchos de ellos mal organizados y otros tantos peor
implementados, más las zancadillas perennes de las poderosas fuerzas
externas que no quieren que avancemos, no hemos logrado todavía hacer a
la patria próspera como soñó el Apóstol.
Somos los responsables de nuestro destino nacional e individual, y así
como la dignidad nacional no es sino la suma de la dignidad personal de
cada uno de sus integrantes, y como tampoco existiría la patria sin
patriotas que la sientan, la sufran y enaltezcan con su trabajo y con
sus vidas, tampoco tendremos patria próspera sin ciudadanos prósperos,
ateniéndonos al precepto martiano de «con todos y para el bien de todos»,
que solo excluye, según él, a quienes quieren o aceptan a Cuba sometida
a algún poder extranjero.
A veces pareciera que individualmente sentimos un rechazo natural a la
riqueza, que poseer es sinónimo de egoísmo y de maldad, cuando en verdad
los instintos biológicos de sobrevivencia están más a flor de piel en
aquellos que más privados se ven de satisfacer las necesidades naturales
básicas como comer, tener un techo y vestirse, como establecería, según
el propio Engels, el Prometeo de Tréveris, Carlos Marx. De igual forma
pareciera que ser pobre es sinónimo de sencillo, y por tanto la pobreza
devendría virtud y no la sencillez. La primera no es ni virtud ni vicio,
sino desgracia, de la que debe ser obligación humana esforzarse por
salir y a la vez ayudar a otros a que salgan de ella. La segunda,
responde a una actitud ante la vida y no al tamaño de la bolsa, y que
por tanto puede encontrarse en determinadas personas, independientemente
de la prosperidad de que gocen o la precariedad de que padezcan.
El socialismo en sí mismo ha tenido desde sus orígenes la premisa ética
de luchar contra la pobreza material y espiritual humana y, también,
contra la riqueza material mal repartida o mal obtenida, pero no contra
la riqueza en sí. Contra aquellas riquezas injustas habrá que luchar
siempre, como habrá que luchar contra el igualitarismo, también injusto,
que por proteger al holgazán desalienta al laborioso.
«Tener no es signo de malvado, y no tener tampoco es signo de que
acompañe la virtud», como ha dicho sabiamente el Trovador. De hombres y
de mujeres, prósperos y generosos, tenemos ejemplos sublimes en nuestra
propia historia, tantos acaso como los que tenemos de personas pobres y
mezquinas que, sofocadas por los apetitos, sin cultura ni instrucción
que les sirvan de freno, y solo con los instintos por brújula, han
sucumbido a las más bajas pasiones humanas y han cometido los más
horrendos crímenes en contra de la Patria y de sus hijos.
Por ello salté de alegría cuando, en la clausura de la pasada Asamblea
Nacional, con las mismas banderas de Yara y de Guáimaro presidiendo el
salón de sesiones, escuché a Raúl decir que «valoramos que la
actualización del modelo económico cubano, tras las medidas iniciales de
supresión de prohibiciones y otras trabas para el desarrollo de las
fuerzas productivas, marcha con paso seguro y se empieza a adentrar en
cuestiones de mayor alcance, complejidad y profundidad, partiendo de la
premisa de que todo lo que hagamos va dirigido a la preservación y
desarrollo en Cuba de una sociedad socialista sustentable y próspera,
única garantía de la independencia y soberanía nacional conquistadas por
generaciones de compatriotas en más de 144 años de lucha».
A los «retranqueros» de la nueva política económica que actualiza y
salva a la vez al socialismo y a la nación en Cuba, habrá que tenerlos
bien identificados y de cerca, para salvar al que quiera salvarse con la
patria, y apartar a tiempo, sin merma de su dignidad, a los que, aun con
una equivocada «buena fe», quieran salvarse a su costa o hundirse con
ella.
Temer a la liberación de las fuerzas productivas en una Revolución que
se ha encargado desde el primer momento de desarrollarlas y
fortalecerlas, es un suicidio. Temer a la acumulación de riquezas bien
habidas por los que la trabajan con sus manos o con su intelecto, bajo
la sospecha de que la prosperidad engendra el egoísmo, es no tener en
cuenta lo expresado por Martí de que «Ser bueno es el único modo de ser
dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de
la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno».
Trabajemos cada uno la parte de deber que nos corresponde, hacia la
patria y hacia la familia que es nuestra patria chica, y aprovechemos el
enorme caudal de conocimientos, bondad e ingenio que hemos acumulado en
estos años gracias a la Revolución que nos hicimos los cubanos, y que
hemos sabido conservar por más de medio siglo frente a todos los
peligros. Esa será una de las mejores maneras de honrar, en el
aniversario 160 de su natalicio, la memoria de aquel hombre solar que
nos enseñó que «el patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por
poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los
hombres».
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