Justo Planas
Tribunales de la apariencia

NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, del 1 al 6 en La Rampa y del 21 al 27 en Infanta, Sala 2

Justo Planas
 


Muchos han subrayado, y como esenciales, aquellas problemáticas de la sociedad iraní que se entrevén en Una separación; sin embargo, el director Asghar Farhadi parece detenerse en lo más universal que contiene su historia persa. Por encima de particularidades religiosas, maritales, económicas..., una dimensión de lo humano se disecciona aquí con paciencia metódica y en ella quedamos atrapados todos, de norte a sur, de oriente a occidente.

No es casual que las escenas que abren y cierran la película se atrincheren en la tumultuosa e impersonal región de un juzgado, ni que allí se decida sobre un sentimiento tan poco reglamentado como el amor. En las obras de Kafka, el mundo de las oficinas era una criatura amenazante y ajena a la lógica del protagonista; sin embargo, los personajes de Una separación las aceptan sin rebelarse. Nada de surrealismo hay en esta película de Farhadi; es tan real la situación que nos cuenta que llega a conmocionarnos como si fuera propia, porque podría serlo.

Aunque en el Oscar y el Globo de Oro que ganara el director con este filme se han señalado intenciones políticas, es más probable que el jurado se dejara persuadir por la capacidad que tiene Una separación para involucrarnos con los conflictos de sus personajes, como si se tratara de vecinos nuestros, de uno mismo. ¿Quién no ha seguido las altas y bajas de un matrimonio y la hija que sufre en medio... las razones y consecuencias de un divorcio? ¿Quién no sabe de ancianos que necesitan, por problemas de salud mental y física, una persona que se consagre a ellos?

La historia se complejiza aún más con un choque entre familias de diferentes clases sociales, con formas distintas de ver la vida y reaccionar ante ella. Sin embargo, Asghar Farhadi apuesta por la naturaleza humana que pervive más allá de posiciones económicas y niveles culturales. Y cuando el conflicto va a parar al juzgado, termina de redondear ideas sobre la relación del individuo con la sociedad.

Los protagonistas de Una separación no parecen buscar verdad alguna en los tribunales, solo el reconocimiento oficial de que actuaron bien. No tenemos aquí al hombre que cree en la justicia como reparadora de faltas. Todos los personajes, incluso el propio juez, ven la ley como un procedimiento (con normas y rituales a cumplir) capaz de ofrecer o negar a quienes se someten a ella cierta apariencia de respetabilidad.

El director desplaza entonces el interés no ya hacia el resultado del juicio o el desenlace de un conflicto matrimonial que se nos menciona desde el mismo comienzo; sino hacia las verdades que conoce cada personaje más allá de lo que dice y cómo actúa. Los protagonistas están convencidos de que lo importante no es cómo son, sino cómo los ve el mundo. De esta filosofía no está exenta ni siquiera la niña, quien culpa a su padre por obligarla a mentir, pero no quiere que en la escuela conozcan sus problemas domésticos, aunque ellos formen parte también de su verdad.

Como vemos, Una separación es una película hecha a la medida de sus personajes y cuanto más ellos se empeñan en esconder sus intenciones, más nos esforzamos nosotros por hurgar en sus naturalezas y comprenderlos. La historia está organizada de tal forma que no existen puntos muertos. En cada escena, se nos introduce un dilema moral que los individuos del filme resuelven muchas veces no atendiendo a su conciencia, sino a cómo la sociedad podría juzgarlos. Es comprensible entonces que se pueda seguir amando a la pareja aunque se le pida el divorcio, o que se sepa uno culpable y vaya a juicio como inocente.

El director Asghar Farhadi no ofrece en Una separación moralejas de fábula. Podremos explorar a fondo el abismo entre apariencia y esencia, y comprobar que en cada uno de sus bordes tenemos mucho que perder y que ganar.

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