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Viernes, 26 Octubre 2012 10:17
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Café Fuerte
Ha
muerto en La Habana el ex comandante guerrillero Eloy Gutiérrez
Menoyo, a los 77 años. Combatiente revolucionario, opositor al
régimen de Fidel Castro, prisionero plantado por más de dos décadas
en las cárceles de la isla, exiliado y disidente pacífico en sus
días finales, Menoyo escribió una historia personal de hidalguía y
perseverancia que ni sus más enconados enemigos pueden dejar de
reconocer.
El documento que publicamos a
continuación es una suerte de testamento político y humano, dictado
en La Habana a su hija, la editora Patricia Gutiérrez Menoyo, en
conocimiento que el deterioro de su salud era irreversible y el
desenlace estaba próximo. Pidió que fuera publicado después de su
muerte.
Sus palabras para la posteridad nos
perfilan la imagen de un hombre que, equivocado o no en sus
estrategias políticas y fundamentos del cambio democrático, nunca
dejó de pensar en el futuro de Cuba.
TESTAMENTO POLITICO DE ELOY GUTIERREZ
MENOYO
El año 1959 registró un acontecimiento que
parecía marcado por la poesía: la Revolución Cubana. De aquella
Revolución, esparcidos por la isla y por el mundo, quedan hoy restos
dolorosos de un naufragio. En el 2003 regresé a Cuba. Enemigo en un
tiempo del Estado cubano y percibido así oficialmente, intentaba una
actividad pacífica que fecundara a favor de un espacio político.
Durante años, desde el exilio en visitas puntuales a Cuba, habíamos
dialogado con este gobierno con vista a una apertura política. Con
el país hecho añicos, sin el socorro de la desaparecida esfera
comunista, no le quedaba a Cuba otra salida que no fuera el cambio.
Así se lo manifesté a Fidel Castro en nuestros encuentros que
consideré breves pero sustantivos. Sin embargo, desde mi llegada
sorpresiva, no se me ha extendido el carnet de identidad ni se me ha
otorgado el espacio político que se discutió en un tiempo. Es cierto
que se ha tolerado mi presencia pero ello ha ocurrido bajo el ojo
orwelliano del Estado que se ha preocupado por observar de cerca a
nuestra militancia.
En el tiempo que he pasado aquí, he visto también la destitución de
sus cargos de algunos de los funcionarios oficiales que compartieron
conmigo y otros activistas de Cambio Cubano, no sólo la preocupación
por los problemas que asolan a nuestro pueblo, sino también la
urgencia de producir la necesaria apertura política. Esa apertura
política traería consigo grandes transformaciones que se hacen
impostergables y para las cuales no faltó en los momentos de
nuestras conversaciones cierto estímulo alentador por parte del más
alto liderazgo de este país.
Hoy día, sin perder mi fe en el pueblo cubano, denuncio que aquella
empresa, llena de generosidad y lirismo, que situaría de nuevo a
Cuba a la vanguardia del pensamiento progresista, ha agotado su
capacidad de concretarse en un proyecto viable.
Comparto esta realidad con los mejores factores del pueblo cubano,
estén en el gobierno, en sus depauperadas casas o en el exilio, y
asumo la responsabilidad de este tropiezo a la vez que me reafirmo
en las ideas que en su inicio suscitaron la admiración de amplios
sectores cubanos e internacionales. Hago esta declaración en medio
también de un diagnóstico médico en lo que va menguando mi salud
personal. Asumo la responsabilidad de esta batalla y no me amedrenta
el hecho de que algunos puedan calificarla de fracaso. La voluntad
de perpetuarse en el poder de Fidel Castro ha podido en este caso
más que la fe en la posible renovación de los mejores proyectos
cubanos desde fecha inmemorial. ¿Cuál es la Cuba a la que me
enfrento hoy en medio de mi enfermedad? Es una Cuba desolada en la
que el carácter ético del proceso de 1959 se ha hecho inexistente.
El ciudadano ha ido perdiendo consciencia de sí mismo: se resiste
aunque a veces no lo exprese y la juventud se sustrae y convierte el
deseo de escapar en una obsesión desmesurada. Grandes sectores de la
gente de a pie ya sabe de memoria que esta revolución ya no tiene
sentido moral. El cubano ha ido perdiendo su esencia. Sobrevive en
la simulación y en ese extraño fenómeno del doble lenguaje. Las
estructuras son irracionales. La extranjerización de la economía se
monta precariamente sobre una fórmula absurda y desbalanceada que
excluye el protagonismo y la iniciativa nacional.
El gobierno que pregonó ser del pueblo y para el pueblo no apuesta
por la creatividad y la espontaneidad nacional y el sindicalismo
brilla por su ausencia.
Me ha tocado vivir de cerca la ardua faena de intentar hacer
oposición en este país. He sido firme en mi posición independentista
y en mi llamado a marcar distancia de cualquier proyecto vinculado a
otros gobiernos. Pero el gobierno cubano ha sido tenaz en su
minuciosa labor de hacer invisible a la oposición, a la que se
coacciona y cohíbe de movilizarse y no se le permite insertarse en
las áreas importantes de las comunicaciones o la legislación.
¿Cómo indemnizar a un país a 50 años de disparates contra su
ciudadanía? ¿Cómo se indemniza a un pueblo de tantos daños directos
contra la colectividad y el ciudadano? ¿Cómo se le indemniza de los
errores por consecuencia?
El gobierno cubano no deja duda de su incapacidad de crear progreso.
Como resultado de esta realidad el cubano deambula sus calles como
un ciudadano disminuido, inquieto, triste e insolvente. En la
mentalidad de los que se aferran del poder a toda costa ese
ciudadano es el modelo y candidato perfecto a la esclavitud. La
constitución no funciona. El sistema jurídico es una broma. La
división de poderes no es siquiera una quimera. La sociedad civil es,
como el progreso, un sueño pospuesto por medio siglo.
¿Burla la justicia la madre desesperada que busca leche para su hijo
en la bolsa negra? Hace unos 60 años, Fidel Castro se dirigió a un
magistrado, en medio de una dictadura pero con prensa libre como
testigo, y explicó que si se le acusaba por uso de fuerza militar
revolucionaria, ese agravio, ese desacato a la ley, y aquella
querella oficial contra él, debían ser desestimados ya que el
gobierno existente era producto ilícito de un golpe de Estado.
Aquella lógica, inexpugnable y cierta, podría aplicarse hoy día, en
nombre de la oposición para decir que el gobierno cubano hace un
grosero uso del poder absoluto y que su consolidación a perpetuidad
es una intolerable disposición testamentaria. Se usaría bien aquel
planteamiento de Fidel ante un magistrado para decir que nadie puede
hacerse custodio eterno de un país ni llevar adelante una meticulosa
empresa de abolir la realidad y de paralizar el avance. También se
me ocurriría preguntar dónde está la dirección originaria del
proceso por el que murió mi hermano Carlos o cuándo terminará la
desazón de sentir que el futuro está hipotecado. Durante 50 años de
destreza política y control policiaco el cubano ha sido un verdadero
héroe de la subsistencia dentro de un laberinto dialéctico. Ha
manejado el desencanto y el extravío y el desdoblamiento y la fatiga.
¿Qué tiene de nuevo que decirle este gobierno a ese cubano acerca de
su destino incierto? Según los médicos, mi diagnostico es
irreversible. Voy sintiendo que cada día será más opaco y a la vez
más cierto en la brevedad de mi destino. No temo el diagnóstico que
parece ser una ruta y la caminaré con calma y con esperanza en el
futuro de Cuba, esta tierra de hombres y mujeres inigualables.
Quisiera decir que me reitero en las ideas que alentaron en mí y en
mis hermanos mis padres generosos; ni tamizo ni renuncio a mi
vinculo con la socialdemocracia, una vinculación que es, cada vez
más, a partir de la visión incluyente de la historia; las
posibilidades de éxito de cualquier visión política se engrandecen o
achican a partir de la generosidad y el sentido de compromiso
colectivo, la capacidad de acuerdo de sus portadores.
Si ofendí a alguien, si los fantasmas de las diferentes contiendas
me tentaron a faltarle a la generosidad, pido benevolencia, al igual
que olvido a quienes pudieron haberme juzgado de manera apresurada
hoy reflexiva. Creo haber servido a Cuba en diferentes etapas por
encima de los errores de mi autenticidad, de cualquier falta de
visión de mi parte o de cualquier terquedad en el camino. Durante la
revolución, creo haber sido una voz de humanismo que se manifestó
quizá mejor en el sentido de oponerme a los fusilamientos. Haber
vivido en mi infancia la guerra civil española me había preparado
para intentar al menos el dominio de las pasiones. No creo haber
sido de los que permitieron el reverso del sueño que acabó en
convertirse en la peor pesadilla. Alguien podría interpretar este
documento como un lamento pesimista. Sin embargo, no es ese su
propósito como no va en él ninguna forma de cólera aunque me haga
eco de estos duros quebrantos de la familia cubana a la que me uní
desde mi niñez al llegar a Cuba como miembro de una familia de
exilados españoles republicanos. Mi optimismo se basa en la fuerza
telúrica de esta isla; en la ternura infinita de la mujer cubana; en
el poder de innovación de su gente más sencilla. La herencia de
perdurabilidad de la Nación cubana resistirá todos los ciclones de
la Historia y a todos los dictadores. Varela es más que una seña.
Maceo es más guía que guerrero admirable. Martí no es una metáfora.
La suerte llegará. Cuando el último cubano errante regrese a su isla.
Cuando el último joven nacido en Madrid, en Miami o en Puerto Rico
se reconozca en la isla. Cuando sanen las heridas y desaparezca el
dolor habrá un pueblo que tendrá cautela de celebrar su nueva dicha
y de cuidarse de magos iluminados y de proyectos mesiánicos. Porque,
no importa cómo, la suerte llegará: delgada, silenciosa y frágil
como una mariposa llena de júbilo, como una señal para este pobre
pueblo que merece algo mejor. Yo sé que habrá una mariposa que se
posará en la sombra. Me habría gustado poderle decir que habría
querido dar más; acaso ella habría entendido que sólo pude dar mi
vida y que tuve el privilegio de ser parte de esta isla y de este
pueblo.