La Habana. Año XI. 2 al 8 de JUNIO de 2012

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¿Morúa tenía la razón?
Tomás Fernández Robaina o La Habana

En el reciente curso libre sobre el pensamiento antirracista cubano ofrecido por el Instituto de Estudios e Investigaciones Cubanas Juan Marinello, se abordaron, de manera objetiva, algunas de las ideas de Martín Morúa Delgado, sin duda, una de las figuras relevantes de nuestra afrodescendencia.

No hay duda de que Morúa fue el pionero de los que llamaron la atención sobre la importancia de la mujer en la lucha social que libraban las sociedades negras del siglo XIX. Se destacó su labor periodística, su acercamiento a la clase obrera de entonces; opinaba que los ciudadanos debían integrarse en organizaciones obreras, más que en agrupaciones raciales. Aconsejó que los negros liberales y conservadores debían agruparse en sus respectivos partidos para presionarlos para la implantación de medidas que satisficieran sus demandas reivindicadoras. Su acción más popular fue la presentación en el congreso de su Enmienda, dirigida a la no existencia de partidos formados por personas de una sola raza. No puede pasarse por alto que en ese momento el Partido Independiente de Color era el único que calificaba para serle aplicada dicha enmienda. Pero en dicho texto no se le nombra.

Analizados fríamente esos criterios, se aprecia lo positivo del reconocimiento del papel que la mujer debía ejercer en la sociedad, de entonces, y ahora en la nuestra. En la misma dirección, está el develar la importancia de la incipiente clase obrera en Cuba como una fuerza luchadora y propiciadora de una sociedad más igualitaria desde el punto de vista social, educacional y cultural. La formación de grupos de presión en cada organización política era una medida muy atinada, realizable, que pudo haber dado frutos muy concretos.

La enmienda que ilegalizaba a las agrupaciones políticas formadas por una sola raza pudo ser algo muy positivo -realmente positivo- si hubiera ido en contra de un partido que demandaba privilegios para los de su raza. ¿Era ese el caso del PIC?

Recuérdense los alegatos de los que consideraron en el congreso, que esa enmienda era inconstitucional. No se tuvo en cuenta el hecho objetivo de que el PIC había surgido como consecuencia del fracaso de la propia tendencia preconizada por Morúa. Tendencia que se expandió eliminado el PIC y que, sin embargo, nada materializó en la denominada en estos tiempos "que república era aquella", y que nos hace reflexionar 54 años después de 1959, con mucho optimismo por lo que hemos hecho, y aún más con la certeza de todo lo que nos queda todavía por hacer.

Llama la atención que los ponderantes de la enmienda no hayan explicado las causas por las cuales ella no contempló medidas para hacer desaparecer parte o todas las condiciones que habían propiciado la creación del PIC. Tampoco nada hicieron en esa dirección los que apoyaron la enmienda. Y, por lo tanto, al darnos cuenta contemporáneamente de ese hecho, nos debe asaltar una duda, teniendo ya el consenso de que no eran racistas, de que no fueron intervencionistas, y mucho menos anexionistas, como se conoció en su momento, en no pocos artículos publicados en revistas y diarios de aquel momento que además la historiografía más actual ha corroborado. Por lo tanto, ¿qué era lo que realmente buscaba Martín Morúa Delgado con su enmienda? No resultará difícil hallar respuesta teniendo en cuenta lo expresado hasta aquí.

Valoremos de sus ideas las que abrieron posibles senderos para la lucha en pro de la equidad social. También debemos analizar la que pudo haber sido un aporte extraordinario, un aporte significativo, de haber sido objetivamente racista el PIC. Análisis que debe hacerse pensando más en todo lo positivo aportado por el PIC, no solo para la lucha social del negro en Cuba, sino también en otros países. ¿Por qué continuar enfatizando en el falso racismo, y en las calumnias de la posición intervencionista y anexionista del PIC? ¿Por qué tomar determinados documentos escritos en una contextualidad, donde la palabra de orden era lograr la sobrevivencia para continuar la lucha? Objetivamente, ¿qué se persigue con esa persistencia de presentarlos como enemigos de la Patria? En definitiva, no hubo intervención, no se concretó los que muchos de aquella época desearon y escribieron ampliamente sobre la conveniencia de la intervención y la anexión. ¿Quiénes fueron los racistas en 1912? ¿Un grupo de negros, que acatando el decir de muchos, cometieron el error de fundar el partido, y de irse a una protesta más simbólica que armada con el fin de concurrir a las elecciones, y desde la arena política combatir al racismo? o ¿los que desde la prensa y la represión militar sembraron la falsa idea del miedo al negro?

Está más que demostrado cuáles fueron las objetivas y dignas intenciones del PIC. ¿Por qué insistir todavía en esos supuestos errores de manera malévola, y no ponderar objetivamente la trascendencia del Programa del PIC, independientemente de lo que de forma individual haya podido expresar alguno, como repulsa al sentimiento de discriminación que sufrían? Su programa no fue elaborado para beneficiar y privilegiar a los negros. La demanda del acceso a los destinos oficiales de aquellos aptos para tales desempeños, era una medida muy conveniente y justa en contra de la marginalidad de la cual eran víctimas, principalmente en el cuerpo diplomático. Muy por el contrario, su programa era inclusivo o incluyente de todos los que conformaban ya nuestra nacionalidad, bien diferente de la limitada posición de los innegables fundadores de la nacionalidad, cuando negros, mulatos y homosexuales fueron excluidos de ese derecho, por pensarse e imaginarse, la nación a semejanza de ellos, portadores del poder eurocéntrico, con sus códigos económicos, culturales y éticos. No creo que sería descabellado considerar el programa del PIC como un elemento de consolidación de nuestra identidad nacional, en una muestra de su proceso de madurez, como lo fue la Protesta de Baraguá. Por lo tanto, concluiré mi breve intervención, formulándoles a ustedes la pregunta con la cual titulo mi ponencia. ¿Morúa tenía la razón?