La
maldita circunstancia del agua por todas partes,
uno de los versos más dramáticos de la poesía cubana que
encabeza el poema “La Isla en peso”, de Virgilio Piñera, vale
para iniciar estas palabras con una paráfrasis: la maldita
circunstancia de la sangre por todas partes. Agua que nos
asfixia y libera, y sangre que desde la época de la conquista y
la colonización se derramó en nuestro suelo para abonar la
independencia de la nación.
Sangre
aborigen, sangre esclava de cimarrones que a la atadura de su
primer yugo se sublevaron en montes y cuevas; sangre de
conspiraciones como la de José Antonio Aponte, la de Carlota en
Triunvirato, la Escalera y otras más; sangre valiente vertida en
tres contiendas sucesivas, sangre de los alzados que empuñaron
el machete, el revólver o la tercerola para derribar los muros
de la ignominia y la discriminación. Sangre de los rebeldes en
montañas y llanos para derrocar la dictadura batistiana y
alcanzar la plena libertad de la Patria.
Nacida de
múltiples contradicciones la nación cubana, desde su etapa
primigenia, estuvo marcada por la sangre. Y es de un hecho de
sangre de lo que vamos a hablar.
Pesa y
avergüenza, como dijera José Martí, el pasado del que no se
habla. Y es a esa triste y ominosa página de nuestra historia, a
ese pasado, a lo que nos vamos a referir. Página que fue
escamoteada en la república plattista y mediatizada y a cuya
sombra quedó sepultado uno de los crímenes mayores que
acontecieron en la Isla y que aún hoy queda sin su justa
vindicación.
Seguramente
la más atroz masacre llevada a cabo por el poder hegemónico y su
casta militar a un numeroso grupo de cubanos que aspiraban a ver
sus ideales de justicia consumados en un partido, el de los
Independientes de Color, fundado en 1908, cuya plataforma
política y social fue la más avanzada de su época en este país.
El objetivo
de esos hombres, en su inmensa mayoría negros y mambises,
algunos con grados de oficiales, fue derogar la controvertida
Enmienda Morúa, que prohibía todo partido que fuera creado por
motivo de raza, nacimiento, riqueza o título profesional.
El Senado
aprobó la Enmienda y se produjo la protesta armada. Las masas
negras clamaban por sus derechos civiles y por la verdadera
igualdad que le había sido arrebatada por los partidos políticos
de liberales y conservadores.
José Miguel
Gómez, tiburón que se baña pero salpica, ejercía la Presidencia
de la República con visos demagógicos y tácticas populistas. Era
un liberal de gabinete pero en lo más íntimo de sus fueros, un
racista consumado que combatió a los líderes del alzamiento y a
sus seguidores con todas sus mañas y su poder militar.
Se alzaron,
sí, el 20 de mayo de 1912, en varios lugares de la Isla, sobre
todo en la zona oriental. No me toca a mí reconstruir los hechos
que ya se han develado de esa oscura y dolorosa zona de nuestra
historia. Ahí están los textos iniciales de Serafín Portuondo
Linares, Pedro Deschamps Chapeaux, Jorge Ibarra, Silvio Castro,
Tomás Fernández Robaina
y otros más recientes.
La memoria
colectiva, el imaginario popular, recuerda esos acontecimientos
con imágenes contradictorias e interpretaciones fantasiosas y
demoníacas, pero siempre con profundo sentido trágico. Los
nombres de Pedro Ivonet y de Evaristo Estenoz, las más
connotadas figuras de la Protesta, están inscritos en nuestra
historia social con tinta de sangre.
Oficiales
ambos de la Guerra de Independencia, empuñaron las armas y
reunieron a cientos de cubanos en el alzamiento o la
insurrección como queramos llamarle. “A mi mando —le escribe el
General Pedro Ivonet al Presidente José Miguel Gómez en carta
fechada en su cuartel de campaña, el 22 de mayo de 1912— tengo
cuatro mil independientes de color, y que no son todos
Independientes, ni son todos negros, pues también hay
blancos…”.
El terror se
impuso en los campos de Cuba.
Los hombres
del Ejército Permanente creado por el presidente Gómez, sobre
todo el sanguinario general José de Jesús Monteagudo y su
soldadesca, sembraron el pánico y, como expresa Silvio Castro en
su libro La Masacre de los Independientes de Color,
Monteagudo mismo reconoció que “en las batallas era imposible
precisar el número de muertos, porque los combates —le escribe
al Presidente— han degenerado en una carnicería dentro del
monte”.
La prensa de
inmediato se hizo eco de la rebelión. Calificativos como
forajidos, facciosos o criminales fueron los más comunes
aplicados a los alzados. Rumores totalmente falsos de saqueos,
mujeres blancas violadas, desmanes inimaginables se propagaron
en publicaciones periódicas.
La coyuntura
propició que la Constitución de 1901, que proclamaba la
igualdad jurídica y social fuera burlada. El general
norteamericano Leonard Wood, exgobernador de la Isla de Cuba,
declaró ante el Senado de los EE.UU.: “Muchos de los actuales
cubanos son el resultado de matrimonios entre negros y
representantes del viejo tronco cubano y tales matrimonios
producen una raza inferior”.
La ocupación
norteamericana alimentó los más espurios sentimientos racistas y
la prensa oficial no ocultó su postura cómplice. Tal situación
creó un ambiente en gran parte de la población blanca
totalmente desfavorable hacia cualquier reacción de la llamada
raza de color.
La
desventaja de los alzados era abismal con relación al poder
militar. La semilla del racismo, sembrada desde la esclavitud,
germinó una vez más. Balance necesario y portavoz de los
humildes lo fue el periódico Previsión, órgano del
Partido Independientes de Color. En él y con inspiración
maceísta Evaristo Estenoz argumentó: “La libertad no se pide,
la libertad no se mendiga, se conquista y el derecho, no se
despacha en ningún establecimiento, el derecho se ejercita…”. Y
continuaba en otro texto: “Errará quien piense que es posible
conservar instituciones viejas en pueblos modernos y hollar a
mansalva el derecho ajeno, resguardado por la fuerza brutal de
las bayonetas”.
Más
adelante, como apunta Silvio Castro en su libro, el periódico
Previsión decía en un artículo: “El noble propósito que
informa nuestra propaganda no es ni debe ser torcido por nadie,
no venimos a impedir la labor de ningún partido, ni a coartar la
libre aspiración de ninguna personalidad en el ejercicio de un
libre derecho que nos otorga a todos la Constitución… ¿Somos los
cubanos de hecho y de derecho ciudadanos de una república
democrática o no? ¿Tenemos iguales derechos los nacidos en Cuba
a sentirnos libres, respetuosos y respetados en el orden
político?
“Creemos que
nadie se atrevería a decir que no. El día en que en este país
todos los nacidos en él puedan ser todo lo que haya que ser,
desde Primer Magistrado de la Nación, hasta el último
barrendero, entonces y solo entonces empezará a brillar la
aurora republicana para este miserable pueblo.”
Previsión
repetía el ideario martiano de que “el hombre no tiene derecho
especial porque pertenezca a una raza u otra; dígase hombre y ya
se dicen todos los derechos”.
Nadie
pretende a estas alturas tapar el sol con un dedo y mucho menos
la historia. El Partido cometió errores tácticos y sacarlos
fuera de contexto constituye un delito de lesa cultura
política. Pero fue sin duda una válvula de escape inevitable
para las inquietudes e ideales de justicia y vindicación de las
mujeres y los hombres negros de la Isla y sus aliados, donde,
como ya vimos, se hallaban también blancos y hasta españoles.
La rebelión,
como aclaran muy bien los historiadores, liquidó al Partido y
produjo una fisura profunda en la arteria más sensible de la
sociedad cubana. Pero fue un brote de rebeldía que sirvió de
aleccionador escarmiento al poder hegemónico que relegó a los
negros al más bajo estrato de la sociedad, sin reconocer la
escala de valores dictada por la medida de sus talentos y de sus
méritos.
Instalada la
militarización se produjo el holocausto. Ya no quedaba espacio
para la reflexión ni para las consideraciones políticas. El
pensamiento cedió lugar a la barbarie.
Los líderes
fueron asesinados vilmente, la matanza se extendió por todo el
país. Y quedó en la tierra que los mambises habían anegado con
su sangre, una mancha oculta como un palimpsesto que revela hoy
una de las más crueles y despiadadas violaciones de los derechos
humanos en nuestro continente.
Cabría
entonces hacerse algunas preguntas: ¿Por qué las autoridades
norteamericanas de la segunda intervención aceptaron legalizar
el Partido Independiente de Color cuando una agrupación política
similar hubiera sido impensable en los EE.UU.? ¿Fue acaso una
trampa para dividir las fuerzas que en Cuba luchaban por la
justicia social? La masacre de los Independientes de Color es
una prueba fehaciente de lo que hubiera sido aquella república
si la intervención norteamericana se hubiera perpetuado.
República
que, salvo excepciones de algunos patricios, era ya muy
vulnerable y sus dirigentes hacía rato habían traicionado los
ideales de José Martí y Antonio Maceo. “Los sucesos de 1912
sacaron a la luz al racismo en todas sus modalidades, desnudo y
con escándalo” expresa Fernando Martínez Heredia en su texto
“Protestas armadas e Independientes de Color” y
continúa: “el racismo culto que sueña con blanquear a Cuba, que
permite al colonizado alternar y consumir un turno como si fuera
colonialista… más allá de la cuestión racial también nos dice
mucho de la sociedad republicana organizada durante la pos
revolución a inicios del siglo pasado”.
Hace unos
años, en un Congreso de la UNEAC, Fidel Castro explicó con una
profundidad meridiana que barrer las bases institucionales del
racismo no significaba extirparlo de las conciencias y que
ofrecer igualdad de oportunidades no solucionaba desventajas y
desigualdades heredadas.
Solo con la
Revolución Cubana de 1959 se produjo la verdadera ruptura con el
pasado. Los contenidos se alteraron, los valores se invirtieron.
Los humildes ejercieron la plenitud de la esperanza y las
acciones han podido más que las palabras. En la batalla contra
la discriminación racial y los prejuicios estamos comprometidos
todos como garantía de un futuro digno para las nuevas
generaciones. La construcción espiritual de la nación se fragua
en una unidad real y democrática que constituye la fuerza
principal con que cuenta nuestro proceso revolucionario.
La Comisión
José Antonio Aponte de la Unión de Escritores y Artistas tiene
entre sus prioridades la de fortalecer con acciones concretas
los principios de esa unidad, en foros académicos, medios
masivos de comunicación y asambleas de participación colectiva.
La cultura
de origen africano, heredada de la oprobiosa esclavitud, y
transculturada es hoy un elemento esencial de la identidad
nacional.
La masacre
de los Independientes de Color esparció sangre noble por todos
los confines de la Isla pero no fue en vano.
A cien años
de esos desgarradores acontecimientos, podemos afirmar que el
legado está ahí, como muestra del rechazo al hegemonismo
colonial y a la discriminación racial y como cimiento de la
nación.
Discurso
pronunciado el 18 de julio del 2012 en el Parque Central. |