Verde Verde, el grito de un género que calla.

Publicado por Diversidad fecha 13:19 en General

Por: José Martín Díaz Díaz.

Mientras las mujeres discuten las inconveniencias de su género y el modo de salirse de ellos, los hombres discutimos quien los cumple mejor, quienes somos los vanguardias en género masculino, los más machos de todos. Un hombre no puede quejarse de su condición masculina por más carga que le represente. Va arrastrando su corona, aunque le pese más que la cruz de Cristo, y sonriéndole a todo el que pasa para que lo crean orgulloso, un triunfador, como todo macho. Y si alguien dijera que su sonrisa es fingida se ofendería.

“Pues que abandonen sus roles” parecen decir algunas féminas, sin darse cuenta que ese desenfado para reconocer las inconveniencias de su género es algo en lo que han sido educadas ellas pero no ellos, que el género masculino es sobre todo silente y no da permiso ni para decir que es difícil.

En medio del sepulcral silencio masculino ante los debates de género, no sólo en lo especializado sino en lo cotidiano. Verde Verde suena como alarido desesperado, un grito desde la perspectiva gay porque en lo heterosexual, primero muerto que deshonrado.

Que Verde Verde de maduro alude a que el exagerado empeño en demostrar la hombría es síntoma de lo contrario, por la inseguridad que evidencia. Una verdad como un templo que sirve para atacar a los homofóbicos donde más les duele. Sin embargo, creo no nos damos cuenta de la norma en que se basa la acusación. Parte de un prejuicio de género que se ha instaurado como principio básico: la hombría no puede quedar en entredicho y por tanto un hombre sería capaz hasta de variar de conducta si se entiende como sospechosa. Es una frase medio tramposa que convoca a lo mismo que condena. A rectificarte en función que tu verde quede más asegurado. No seas tan verde verde porque entonces no eres tan verde que digamos…

¡Cuanto verde! No es casual, Todos los hombres padecemos de ese colorcito al cuadrado. Incluidos los homosexuales. Incluido el personaje de Alfredo, gay experimentado, “asumido” y “desprejuiciado”, quien también se esmera en demostrar que es un macho. Él también está con mujeres y ellas le rinden pleitesías, hacerlo con hombres es un valor adicional, que visto desde determinado enfoque, habla a favor de su virilidad. A un espectador desacostumbrado a este discurso le puede parecer proselitismo gay, porque seguramente no sabía que los gays también cuentan con razones para considerarse más machos y no son descabelladas, por lo menos no más que las que se usan a favor de la heterosexualidad, sólo que estas últimas ya eran conocidas y se habían tomado como única verdad posible. El discurso de Alfredo lo que debería hacernos notar es que lo aprendido no es una verdad sino un punto de vista.

Después de un largo combate entre ambos personajes, a ver cual de los es el más macho, simbolizado en lo gráfico con quien penetra a quien. El que se las daba de más verde resulta derrotado y no puede perdonárselo.

El crítico Antonio Enrique Gonzáles (artículo más abajo), parece sentirse medio disgustado con la máxima de “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, porque la cuestión de si somos más machos o no, sigue siendo el punto esencial hasta fuera de la pantalla. Una película donde un personaje gay se autoproclame muy viril y además ponga en dudas la virilidad de quienes lo condenan, es entendida como proselitista pues está atorgando a lo gay el más importante valor de los hombres: Ser machos.

Felicito a Pineda Barnet por su sabia mirada, por haber puesto el dedo sobre la llaga. Creo que es una de las películas más comprometidas de los últimos tiempos.

No creo que se pueda acusar al filme de un “mal disimulado proselitismo gay”. De hecho ¿Por qué habría que disimularlo? ¿Por qué en este caso habría que fingir que no se está haciendo? Este proselitismo estaría encaminado a reivindicar el derecho a cualquier orientación sexual, algo muy saludable, no a ganar afiliados que se conviertan a gays, ser gay no es pertenecer a un partido político ni a una secta, no se trata de una convicción sino de una condición. Pero si Verde Verde pretendía algún proselitismo gay lo tendría entre sus últimos objetivos, no muestra la relación homoerótica entre hombres como satisfactoria, pudiera parecer que dos virilidades encontradas en lo íntimo son un error de alquimia, por demás explosiva, aun cuando esto se deba a razones culturales. Son escenas duras, sinceras, sin complacencia. Creo que la película hace dejación de su oportunidad para el proselitismo en aras de evidenciar una problemática que lo sobrepasa en importancia. Ese verde verde que ya mata y al que seguimos aferrados.

Ciertamente: todo el que exagera su condición de macho es porque se siente inseguro. El asunto es que casi todos la exageramos, hasta cuando no nos damos cuenta. El asunto es que todos, en el fondo, estamos inseguros. No de nuestra orientación sexual pero sí de que seamos verdaderamente machos. El tan trascendente problema no es una cuestión gay, lo gay le sirve muy bien porque es el terreno donde la virilidad se ve más vulnerada.

Hace años leí un libro titulado “Estudios de 50 Casos de Criminalidad Juvenil”, entre los cuales aparecía un ejemplo casi idéntico al de la película. Un joven gay asesinó a su amante luego de tener con él su primera relación sexual. La diferencia estaba en que no se trataba de una trama de ficción. Allí supe que este móvil se conoce como “evasión hacia delante” y consiste en una necesidad de huir, tan desesperada que termina en embestida, un intento de que cese el miedo aniquilando el motivo. Desde entonces siempre pensé en lo oportuna que era esta trama para ilustrar el fenómeno y lo bueno que sería que fuera más conocida por el público. Ahora, muchos años después, la he visto en la pantalla y eso me satisface mucho, aun cuando verla no me fuera una experiencia grata. No sé si Pineda Barnet conoce el libro, no hacía falta para imaginar esta trama.

La obra de Rocío García me parece muy pertinente en el filme y absolutamente imbricada. Tanto que hasta he pensado que pudieron ser sus pinturas las que inspiraron la trama, que este vendría siendo un cuento supuesto por alguien que las mira. Como si los personajes de Rocío ahora hablaran. Y no debe ser casual que Alfredo sea marinero ni que la trama se desarrolle en estos raros entornos donde pesa más el motivo simbólico que una ambientación naturalista. Creo que Verde Verde intentan decir en cine lo que Rocío en la plástica. Esa virilidad que se hace culto a sí misma hasta tornándose narcisista y por ende homoerótica. Un erotismo plagado de violencia y batalla de poderes porque forma parte de la condición que se admira. Esa liga de dominio demostrado mediante la penetración y necesidad de dominar a otros hombres, esa simbología que tenemos incorporada donde todo vencido se siente un poco penetrado por el triunfador.

Esta oportuna propuesta de Pineda Barnet no es una verdad, no puede serlo porque se atrevió a sacar de las tinieblas a un fantasma inexplorado y sobrecogedor, con el cual desde chiquitos nos están echando miedo.

EL PANFLETARIO ACTIVISMO DE VERDE VERDE

Por: Antonio Enrique González Rojas

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La errática dirección de actores, que en los instantes iniciales del filme remite al encartonamiento de una película porno, no consigue romper la gélida barda alzada entre los dos dispares caracteres …

“Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, parece ser la divisa que los realizadores de Verde Verde (Enrique Pineda-Barnet, 2011), poco intentaron disimular con esta suerte de fábula-redoma, donde se vertieron indiscriminadas porciones de Fresa y Chocolate(Tomás Gutiérrez Alea, 1993), La Ley del Deseo, La Mala Educación (Pedro Almodóvar, 1987 y 2004 respectivamente) y Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), para obtener finalmente una tendenciosa alquimia de poco disimulado proselitismo gay.

La más reciente propuesta del director de La Bella del Alhambra (1989), parece querer estructurar un discurso sobre la intolerancia, la autorrepresión y la frustración, catalizadoras de la criminalidad en sus víctimas, pero el encartonado guión de explicitez panfletaria, la cualitativamente dispareja dupla protagónica de Alfredo (Héctor Noas), y Carlos (Carlos Miguel Caballero), la ingenua e inorgánica imbricación de la obra pictórica de Rocío García, cuya iconografía sadomaso-gay es recurrente en audiovisuales cubanos de tema homoerótico, como Perfecto amor equivocado (Gerardo Chijona, 2004), hacen de esta cinta una equívoca propuesta, cuya abigarrada confluencia de códigos y visualidades, socavan la efectividad discursiva y la solidez estética.

El tono de abyección de los primeros planos-secuencias, desarrollados en un enrarecido antro bisexual que intenta mimetizar los marginales tugurios estadounidenses y europeos, al estilo del bar Rectum de Irreversible (Gaspar Noé, 2002), contrasta con la “pureza” y “sinceridad” consigo mismo, de este nuevo Diego encarnado por Noas. Es todo un activista, un Milk aplatanado, emisor de parlamentos dignos de toda una declaración de principios, dichos entre arrumaco y arrumaco del inorgánico juego de seducción establecido con el David rebautizado Carlos, asumido con cierto estereotipado hieratismo por el novel Caballero. En esta desequilibrada interacción brilla por su ausencia la rotundez de duetos cinematográficos ejemplares, como el de Perugorría-Cruz en la clásica cinta de Alea, Caine-Law en Sleuth (Kenneth Branagh, 2007), Henderson-Ullmann en Persona (Ingmar Bergman, 1966) o Curtis-Portier en The Defiant Ones (Stanley Kramer, 1958). La errática dirección de actores, que en los instantes iniciales del filme remite al encartonamiento de una película porno, no consigue romper la gélida barda alzada entre los dos dispares caracteres. El tono de la cinta vacila peligrosamente entre lo homoerótico y la más explícita parodia de éste. Resulta un no deseado efecto boomerang que amenaza con revertir significados de la peor manera. Reforzada queda esta sensación por el torpe rejuego con el kitsch erógeno que hace la dirección de arte, sin conseguir la marca autoral de un Almodóvar. Mucho menos consigue Verde Verde, colimar con la deconstructora mira de Ang Lee, el estereotipo del machango retrosexual (¿cubano?), para desvirtuar su prejuicioso fundamentalismo hetero y cuestionar la pura médula de una sociedad machista. Con el empleo de recursos poéticos un tanto facilones, como el túnel laberíntico por donde divaga Carlos, asaeteado por las dudas sobre su integridad sexual, la cinta pretende enfatizar en las turbulencias del alegórico rol del chulo, personificación del machismo acendrado, mas quebradizo ante la primera tentación bisexual surgida en su camino. Esta metáfora busca engranar con el fantasmagórico personaje acreditado como Dama Seductora (interpretado por una operática Farah María), y las sado-andróginas figuraciones de Rocío García (cuya presencia de sencillo porte en el bar del inicio, disuena escandalosamente) que buscan ¿qué? ¿Quizás exponer los demonios internos de los personajes, bosquejar una trama paralela a la “acción real”; enfatizar redundantemente el homoerotismo de la situación; o sólo promover caprichosamente la obra de la artista de marras, porque concomita con el tema axial de la cinta y ya?

Verde verde no logra consolidar las intenciones iconoclastas con este replanteamiento voluptuoso (¿lascivo, burdo?) de la diversidad sexual, a diferencia del sesgo intelectual y artístico con que Alea revistió su Fresa y Chocolate. La tendenciosa moralina asoma su oreja peluda a lo largo de toda la trama, con aires de intencionada y desaforada ofensiva anti-heterosexual, mal camuflada la virulencia bajo el intimismo minimal de la historia. Bien puede aplicársele de riposta el aforismo que le da título: Verde verde, da maduro. Entonces, ¿Maduro maduro daría…?



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