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o La Habana, viernes 18 de mayo de 2012. Año 16 / Número 136 Cuba en 1912: protesta armada y matanza racista FERNANDO MARTÍNEZ HEREDIA Hace un siglo del décimo aniversario de la inauguración de la república cubana. La fecha remite al máximo anhelo de la comunidad creada paulatinamente en la Isla y a la gran epopeya de luchas armadas y sacrificios sin cuento que creó la nación cubana, culminada hacía apenas 15 años en la insurrección masiva de 1895-1898. El Ejército Libertador se impuso al colonialista, a pesar del inmenso esfuerzo militar español y el genocidio que diezmó a la población; la Revolución instituyó la República en Armas, formó a cientos de miles de ciudadanos, convirtió en cubanos a todos los hijos de esta tierra e hizo inevitable el establecimiento del Estado republicano. Algunas de las personalidades que se convirtieron en los principales dirigentes del partido. Para el pueblo cubano, el 20 de Mayo era un símbolo de su triunfo, pero al mismo tiempo era la marca de una frustración insondable que pospuso la gran tarea de la liberación nacional. Los Estados Unidos habían ocupado militarmente a Cuba, forzado el cese de las instituciones de la Revolución y disminuido sus logros, y solo se marcharon cuando quedaron forjadas ataduras que convirtieron al país en una neocolonia sometida al arbitrio yanki, un sistema económico de explotación capitalista liberal y un sistema político en que predominaron los cómplices del imperialismo y de la burguesía de Cuba. En 1909, el General José Miró Argenter, jefe de Estado Mayor de Antonio Maceo, al narrar las campañas del Titán, le dedicó un capítulo a José Maceo, cuyo final contiene una pintura terrible de los males que sobrevinieron y del abandono de los ideales de la Revolución. La última frase es el grito de dolor de uno de los revolucionarios radicales del 95: "¡Ya no hay tropa que aclame a los caudillos, ni caudillos que alcen la bandera de la Revolución!". La guardia rural llevó a cabo la masacre y los linchamientos. La historia de una época siempre contiene más de una historia. Si atendemos a la composición diversa de la población cubana, salta de inmediato la historia de la construcción social de razas, y del racismo. La nueva formación económica implantada a finales del siglo XVIII utilizó como fuerza de trabajo a más de un millón de esclavos africanos o descendientes de ellos en poco menos de un siglo. El colosal negocio exportador azucarero convirtió a Cuba en una de las colonias más ricas del mundo y trajo revoluciones tecnológicas y de organización del trabajo, empresarios eficientes, formas urbanas de vida muy modernas y una cultura de elites muy sofisticada, occidental y capitalista. Pero al mismo tiempo explotó despiadadamente el trabajo, destrozó las vidas y despreció la cultura de una gran parte de la población de Cuba, creó un férreo sistema de castas y multiplicó un racismo antinegro que logró convertirse en uno de los rasgos de la cultura cubana que se estaba formando. Solo en 1886 se consumó el final de la esclavitud. Lo exigía el desarrollo del capitalismo pleno y el avance de la integración subordinada del país en un sistema mundial que comenzaba su fase imperialista. Pero para el naciente pueblo cubano la abolición fue hija sobre todo de un hecho político: la Revolución de independencia y abolicionista de 1868-1878. Esto tiene una enorme importancia histórica, porque el colonialismo y el racismo necesitan que sus víctimas se sientan seres humanos inferiores y que no aspiren a realizar hazañas ni creaciones por sí mismos. Ahora la representación de cubano estaba íntimamente ligada al patriotismo insurreccional, a la conquista de la libertad y al abolicionismo. Además del fin de la esclavitud, el periodo entre 1880 y 1895 registró procesos y eventos muy importantes relativos a las cuestiones de raza y racismo. Solo destacaré que la mayoría de los negros y mulatos debían tratar de salir del fondo de la sociedad en que se les había mantenido, mediante el trabajo, la superación personal y de los hijos, la renuncia a prácticas culturales propias que se consideraran bárbaras —o "atrasos"— y la asunción de comportamientos y fines sujetados a cánones "blancos". Desde las enormes desventajas económicas, sociales y culturales de sus puntos de partida, eso resultaba imposible o muy difícil, pero formalmente era una posibilidad abierta a cada individuo. Cierto número de negros y mulatos se asociaban, se identificaban como tales y trataban de obtener mejoras para los individuos y las colectividades. Enfrente, el racismo se volvía "científico", y académicos cubanos discutían si los negros son seres inferiores por causas biológicas o por causas sociales. Pero la política y la propuesta de José Martí propiciaron un camino y una historia diferente. La nueva revolución tendría un alcance incomparablemente mayor y unos propósitos sumamente ambiciosos. Muchos negros y mulatos participaron con el Apóstol y con sus compañeros blancos en su organización, y juntos se lanzaron a la guerra, que pronto se volvió una inmensa ola popular y abarcó todo el país. En esa contienda, los negros de Cuba se convirtieron en cubanos que, además, eran negros. La participación de los no blancos fue masiva, y su conducta fue ejemplo de sacrificios, heroísmo y disciplina. El Ejército mambí fue el primero en América realmente plurirracial en sus mandos, y no solo en sus tropas. Aquellos que no habían sido incluidos entre los cubanos por el pensamiento dominante del siglo XIX, los que nacían y vivían con el estigma de ser perpetuos niños, poseer una moral muy dudosa y rasgos de inferioridad y peligrosidad, conquistaron un nuevo motivo de orgullo: haber sido protagonistas en las jornadas gloriosas de la creación de la Patria independiente y la nueva república. La república burguesa neocolonial incumplió también el compromiso revolucionario en cuanto a la mayoría de los negros y mulatos, y al racismo. Su situación material era casi igual a la de 1894, pero los cambios habían sido muy profundos. Desde 1899, los reclamos de igualdad de derechos y oportunidades fueron fuertes y expresos. Parecería un acto más de ese tipo la fundación de la Agrupación Independientes de Color, en La Habana, el 7 de agosto de 1908, que poco después se convirtió en un partido político. Pero resultó ser el primer acto de un drama sangriento. El Partido Independiente de Color (PIC) fue uno más entre los hijos de la Revolución del 95, que había multiplicado los actores políticos, transformado el contenido de lo político y universalizado la ciudadanía. Pero el racismo, quebrantado a fondo por la revolución, había recuperado terreno en el marco del predominio de un conservatismo social que completaba el sistema de dominación. Ni la legalidad integracionista ni la demagogia política cambiaban en lo esencial aquella realidad. Sin embargo, el PIC se propuso organizar la lucha por la igualdad efectiva y derechos específicos, utilizando las vías legales del sistema político y de la libertad de expresión. Sus dirigentes principales fueron el veterano Evaristo Estenoz, el coronel Pedro Ivonnet —un héroe mambí de la Invasión y la campaña de Pinar del Río—, Gregorio Surín, Eugenio Lacoste y otros. El PIC contó con varios miles de seguidores a lo largo del país, formuló demandas sociales favorables a toda la población humilde y trabajadora de Cuba y mantuvo una posición patriótica y nacionalista. Los independientes de color actuaban en las nuevas condiciones del retroceso posrevolucionario, pero muchos de ellos eran tan veteranos como los presidentes de la república. Es necesario representarnos cuánta seguridad en sí mismos y legitimidad sentían esos luchadores; les era natural promover confrontaciones o negociaciones, presionar, argüir, organizar, es decir, actuar en movimientos sociales y hacer política. Pero el patriotismo nacional que compartían fue vuelto contra ellos, manipulado por los mismos que se sometían al imperialismo. Para el pueblo de todos los colores, la identidad nacional primaba y era decisiva sobre cualquier otra; ella tendía a ser ciega frente a las cuestiones raciales y laborales, y las rechazaba cuando parecían debilitar la unión nacional. El PIC no contó con la simpatía de la mayoría de los negros y mulatos de Cuba. El poder burgués los atacó sin tregua, porque lo amenazaban en el terreno de su hegemonía política bipartidista, liberal-conservadora, al utilizar las reglas del sistema. Acusados cínicamente de racistas, en 1910 se declaró ilegales a los independientes de color mediante la Enmienda Morúa a la Ley Electoral, y se mantuvo presos durante seis meses a dirigentes y activistas. Hostigados e impedidos de utilizar la vía electoral, optaron finalmente por lanzarse a una protesta armada en la fecha simbólica del décimo aniversario de la instauración de la república, en busca de obtener la legalización del Partido. Esa forma de presionar no era insólita en el ámbito político de aquella época, fue utilizada por numerosos políticos durante las tres primeras décadas republicanas. Pero el gobierno de José Miguel Gómez movilizó miles de soldados y paramilitares contra ellos, mientras una sucia campaña de prensa los satanizó. Durante los meses de junio y julio se consumó la matanza: fueron asesinados más de 3 000 cubanos no blancos inermes, la mayoría en la provincia de Oriente, que fue el principal teatro del alzamiento. No hubo solidaridad para ellos, se quedaron solos en los campos de su patria, víctimas de un gran escarmiento que fijaba claramente los límites que no podían trascender los de abajo en la república cubana. La república oficial celebró el gran crimen, y lo sometió de inmediato a un olvido al que se fueron sumando —por la dura necesidad de sobrevivir y aspirar a algún ascenso social— la mayoría de los discriminados y dominados en aquella sociedad. Sintetizo un balance de aquel horrendo evento. Uno, la matanza firmó con sangre el principio de que la república no permitiría que la diversidad social se organizara políticamente. En nombre de la unidad nacional se garantizó la intangibilidad del orden vigente. Dos, la protesta armada fue una táctica errónea y funesta del PIC, porque no podían crear una correlación de fuerzas que forzara al gobierno a negociar, y quedaron así a merced de su estrategia. Tres, los rejuegos politiqueros del presidente Gómez y algunos otros, en un año electoral, se dejaron a un lado, y el lema "la Patria está en peligro" justificó la gran represión. Cuatro, las presiones de Estados Unidos y la realidad de que podían imponer su arbitrio. Cinco, el instrumento militar era totalmente ajeno al Ejército Libertador, aunque muchos mandos y oficiales vinieran de él: servía a la dominación. Seis, fue una oportunidad de reprimir a fondo a un amplio sector del campesinado oriental, ante el peligro de su reacción contra el despojo y el empobrecimiento acarreados por la expansión capitalista en curso. Siete, el peso notable del racismo antinegro en la sociedad cubana de la época, que facilitó el crimen y la impunidad. La Revolución socialista de liberación nacional que triunfó en 1959 ha logrado avances colosales en la vida del pueblo cubano, sus relaciones sociales, la organización social, los sentimientos y la conciencia política. El proceso ha permitido que descubramos la inmensa riqueza que hay en nuestras diversidades, y también que constatemos cuánto nos falta por avanzar en numerosos terrenos. Uno de estos es el referido a la persistencia de racismo en nuestro país, y a que muchas desventajas que confrontan grupos de cubanas y cubanos se marcan más en los casos de negros y mulatos. Por eso la conmemoración del movimiento de los independientes de color y de la matanza de 1912, además de constituir un rescate de la memoria de nuestras luchas cubanas, es un acicate en la brega por la conquista de toda la justicia. El racismo solo puede ser derrotado si se le combate como parte de luchas que vayan más lejos y que sean más ambiciosas que el antirracismo. Las luchas socialistas en la Cuba actual están obligadas a ser antirracistas. Pero, al mismo tiempo, es indispensable denunciar y condenar el racismo con gran rigor y consecuencia, combatirlo siempre y no hacerle concesiones en nombre de creencias en que determinados cambios generales traerán automáticamente la bancarrota y el fin del racismo. Ni ser débiles ante él —y en cierta medida cómplices—, en nombre de estrategias o prejuicios sectoriales, del perverso ocultamiento de los males para hacer supuestas defensas de nuestra sociedad, o de conformarse con que la cultura existente es la cultura a secas y la única posible. Y aquí se vuelven a reunir el antirracismo y el socialismo, porque este es ante todo una sucesión interminable de cambios culturales, en los sentidos del mejoramiento humano y las transformaciones en la organización social que procuren cada vez más justicia social, bienestar para todos, soberanía nacional más efectivamente autónoma y poder popular. http://www.granma.cubaweb.cu/2012/05/18/nacional/artic07.html |