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¿Por qué La última lucha de Lenin?
Por Fernando Rojas.
El presente volumen lleva
el título bajo el que la editorial Pathfinder ha agrupado los textos
escritos por Lenin durante el último período de su actividad política e
intelectual (septiembre de 1922- marzo de 1923). Los editores de
Pathfinder añadieron la notable e intencional excepción del Informe
Político al Undécimo Congreso del Partido, pronunciado el 27 de
marzo de 1922, amén de otros útiles anexos y excelentes notas.
El título puede tener el literal sentido cronológico de que esta
producción intelectual coincide con el último período de la vida del
fundador del Estado Soviético, en el entendido de que toda su existencia
fue –como decía Marx de su propia representación de la felicidad- la
lucha.
Pero también la intención puede haber sido usar el calificativo de
lucha para enfatizar las dificilísimas condiciones en que
Lenin desarrolló su actividad en el período mencionado. Como se sabe,
Lenin perdió la capacidad de trabajar y tuvo que guardar absoluto reposo
durante una larga agonía, que finalmente le impidió participar de
cualquier manera en la vida política (marzo de 1923) y que concluyó con
su muerte el 21 de enero de 1924.
Se conoce que durante esos quince meses se mantuvo informado a través de
la prensa acerca de los principales acontecimientos. Mientras pudo
mantenerse activo, los médicos le permitieron dictar cartas y
documentos, que debían, según su perspectiva, influir decisivamente en
la actividad del Partido y del Estado. Buena parte de esos documentos se
prepararon para el Duodécimo Congreso del Partido, que se celebró el
marzo de 1923. Se conoce que en su mayoría no se presentaron a ese
cónclave, sino que una pequeña parte fueron publicados en la prensa, la
mayor parte entregados a las delegaciones al Décimo Tercer Congreso,
-celebrado en mayo de 1924- y algunos no vieron la luz hasta la lejana
fecha de 1956, cuando el XX Congreso del PCUS realizara la famosa
crítica a Stalin y al estalinismo.
El tardío conocimiento de estos datos, ya en fecha muy avanzada del
siglo XX, movilizó a investigadores serios y a faranduleros políticos de
toda laya. Han abundado las anécdotas y los infundios sobre aquellas
dramáticas circunstancias. No obstante, las pocas investigaciones
juiciosas conocidas apuntan, cada vez más, a la idea de que los
principales dirigentes del Partido, con distintos grados de
responsabilidad, pero sin excepciones, impidieron, alguna vez con el
pretexto de proteger la salud del enfermo y casi siempre por
consideraciones personales asociadas a la preservación de su propio
poder, que uno de los dos jefes de la Revolución de Octubre pudiera, en
sus últimos días, dirigirse por sí mismo al Partido, al Estado y al
pueblo.
El Informe Político al Decimoprimero Congreso del Partido es una
excelente base para el análisis de este conjunto de documentos.
En marzo de 1922 apenas ha transcurrido un año de la aprobación por el
Congreso del Partido de la Nueva Política Económica. Lenin, después de
unos comentarios imprescindibles sobre la presencia del gobierno
soviético en una reunión intergubernamental en Génova, a celebrarse en
mayo,
comienza asegurando que se van a desarrollar las relaciones comerciales
entre la Rusia soviética y todos los países capitalistas del mundo. La
constatación sencilla del hecho, a cinco años de la Revolución y a uno
de la conclusión de la guerra civil en el occidente del país
constituía un valladar esencial a cualquier idea de guerrear con los
capitalistas por el establecimiento del poder soviético fuera de Rusia.
Lenin asegura que no es en este tema en el que “el Partido debe
concentrar toda su atención”.
Lenin ratifica que el problema principal es la Nueva Política Económica.
Al unir las dos premisas, cualquiera entiende que el problema principal
es, sobre todo, de política interna.
“En primer lugar –dice Lenin- la Nueva Política Económica es importante,
ante todo, como un medio para comprobar si realmente estamos
estableciendo un vínculo con la economía campesina”.
Acto seguido, destaca la excepcional unanimidad con la que se resolvió
en 1921 el viraje hacia esa política. Esto es muy importante en dos
sentidos. Primero, porque precisamente el Congreso que resolvió
aplicarla, el Décimo, en 1921, se distinguió por discusiones muy agudas
sobre no pocos temas,
y segundo, porque Lenin a renglón seguido recuerda que el Partido se ha
distinguido por su unanimidad. Parecería que hay una contradicción entre
dos juicios. Sin embargo, el orador apenas está preparando el terreno
para lo que considera verdaderamente trascendente: “esta unanimidad
demostró que había madurado totalmente la necesidad de abordar de una
manera nueva la economía socialista”.
Varios meses después Lenin se planteará
abordar “de manera nueva” el socialismo mismo. Lo hace porque ha
reevaluado la dinámica de desarrollo del capitalismo: “…se nos plantea el
siguiente problema: ¿podremos mantenernos con la producción de nuestro
campesinado pequeño y muy pequeño, en el actual estado de ruina, hasta
que los países capitalistas de Europa occidental completen su desarrollo
hacia el socialismo? Pero lo están completando de un modo diferente del
que esperábamos antes. No lo completan mediante la gradual “maduración”
del socialismo, sino mediante la explotación de unos países por otros,
mediante la explotación del primero de los países vencidos en la guerra
imperialista, combinada con la explotación de todo el Oriente. Por otra
parte, a causa de la primera guerra imperialista, el Oriente se ha
incorporado definitivamente al movimiento revolucionario, ha sido
arrastrado definitivamente al torbellino general del movimiento
revolucionario mundial.
¿Cuál es la táctica que esta situación impone a nuestro país? Sin lugar
a dudas, la siguiente: debemos manifestar extrema prudencia para poder
conservar nuestro poder obrero, para mantener bajo su autoridad y
dirección a nuestro campesinado pequeño y muy pequeño. Tenemos la
ventaja de que
todo el mundo
se incorpora ahora al movimiento que dará origen a la revolución
socialista mundial…
El desenlace de la lucha depende, en definitiva, de que Rusia, India,
China, etcétera, constituyen la inmensa mayoría de la población mundial.
Y esta mayoría es la que se va incorporando en los últimos años, con
extraordinaria rapidez, a la lucha por su liberación, de modo que en
este sentido no puede haber la menor duda sobre cuál será la solución
definitiva de la lucha mundial. En este sentido, la victoria definitiva
del socialismo está plena y absolutamente asegurada.”
Nótese que Lenin
no tenía totalmente en cuenta a los países de América Latina. Sin dudas,
los conocía menos. El “etcétera”, no obstante, es elocuente.
En 1922, lo que Lenin repite sin cesar, sin ambages, pero
cuidándose de no lastimar a ningún compañero es muy obvio: no se
construye –en Rusia la economía socialista nacionalizando- en realidad,
estatizando- todo y liquidando la iniciativa privada. Al constatar lo
anterior el orador indica que la NEP es el “procedimiento único”
para encontrar el enfoque correcto. A continuación aparece la
explicación meta histórica del asunto: “debido al desarrollo de los
acontecimientos militares, al desarrollo de los acontecimientos
políticos, al desarrollo del capitalismo en el viejo y civilizado
Occidente, y debido a las condiciones sociales y políticas que se
desarrollaron en las colonias, fuimos los primeros en abrir una brecha
en el viejo mundo burgués, en un momento en que nuestro país era, si no
el más atrasado, por lo menos uno de los más atrasados en el aspecto
económico”.
La verdadera historia del levantamiento de Octubre de 1917 vuelve a
salir a la luz en este fragmento contra cualquier visión teleológica. En
octubre (noviembre) de 1917 los bolcheviques no ejecutaron un plan
preconcebido mucho tiempo antes, inspirado en los dogmas partidistas, o
condicionado por una vocación por la violencia. Como gritó Lenin, en una
sesión del Soviet en julio de ese año, los bolcheviques fueron el único
partido capaz de resolver una crisis nacional sin solución. Cuando los
primeros bolcheviques llegaron a Petrogrado del destierro en marzo de
1917, la filosofía imperante en el partido era la de aproximarse al
socialismo por etapas y por tanto, estimular el desarrollo de la lucha
capitalista y democrático-burguesa, apoyando al gobierno provisional
ruso. Lenin se percata de que la dualidad de poderes entre ese gobierno
y el Soviet permitía avanzar directamente al Socialismo porque el
gobierno burgués no resolvía las cuestiones fundamentales de la crisis
nacional: la guerra, la tierra y el hambre; ni había fuerza política
alguna que pudiera resolverlas. Por eso, Lenin indica el curso
bolchevique hacia la Revolución Socialista. Pero, cuando se alcanza la
victoria, tiene buen cuidado en no calificar como socialista al proceso
que se inicia: lo llama “la Revolución Obrero-campesina”, como si
regresara, una vez en el poder, a la formulación clásica del bolchevismo
de 1903. La explicación se encuentra en la perspectiva bolchevique que
Stalin cercenó paso a paso en su ascenso al poder: la Revolución
Socialista sería inevitablemente internacional.
Refiriéndose a la perspectiva de la que se partía en 1917-18
Lenin señala que “los puntos de nuestro programa de construcción de la
sociedad comunista que podíamos realizar en ese momento estaban en
cierto modo al margen de la esfera de actividad de las amplias masas de
campesinos”.
Y se trata, precisamente, de rectificar esa perspectiva, teniendo en
cuenta además, que no se ha producido la Revolución en países más
desarrollados. El vínculo con la economía campesina, que Lenin reitera
varias veces, es lo fundamental de la Nueva Política Económica.
Comprende además un significativo aspecto educativo: “que toda la masa
del campesinado vea (subrayado por FR) que hay un nexo
entre su existencia actual, dura, inauditamente desolada, inauditamente
miserable y penosa, y el trabajo que se realiza en nombre de remotos
ideales socialistas”.
En consecuencia, Lenin está planteando un avance mucho más lento hacia
los objetivos socialistas, unida a la inversión extranjera y a la
aplicación de métodos comerciales, concediendo un lugar preponderante a
las tareas educativas y culturales y al control popular. Lenin subraya
que es necesario competir con el simple capitalista por el campesino. La
ofensiva que menciona, que los manuales estalinistas interpretaron como
una justificación a la futura colectivización forzosa, no es para Lenin
otra cosa que la superación de la ignorancia sobre el manejo de la
economía. Lenin establece, de esta forma, los marcos en los que puede y
debe actuar el capitalismo de Estado en la Rusia de esa época: “el
capitalismo de Estado es un capitalismo que sabremos restringir y al que
sabremos poner límites. Este capitalismo de Estado está relacionado con
el Estado, y el Estado son los obreros, el sector más avanzado de los
obreros, la vanguardia. El Estado somos nosotros”.
La idea de detener el repliegue significa que ya se sabe lo que se
quiere. Por tanto, la NEP apenas comienza.
Una vez captada la visión de la política que Lenin, en una muy
superior facultad de intelección y de práctica, le ha ofrecido al
Partido, es posible entonces adentrarse en los vericuetos de
“su última lucha”. Cabe entender de lo que las primeras líneas de este
texto esbozan, que las discusiones se inician cuando el resto de los
dirigentes del Partido y del Estado, que a su vez representan sectores
políticos y posiciones de poder, y en última instancia, posiciones de
las clases y sectores sociales en liza, adelantan sus propias posturas a
las de un Lenin postrado en la discusión de cuestiones cardinales de la
política. El Partido no logra resolver sus diferencias como había hecho
hasta ese momento, mediante la discusión franca y abierta. Se inician
las conspiraciones entre bastidores y Lenin, que sólo puede dictar desde
su lecho y está desinformado sobre la correlación de fuerzas en la
cúpula soviética, se ve envuelto en ellas.
La limitación al monopolio estatal del comercio exterior, la fundación
misma de la Unión Soviética –con el lastre de la desigualdad nacional
sin resolverse-,
la política campesina y la reorganización del Estado y del Partido
comienzan a decidirse mediante métodos burocráticos y administrativos y
no se discuten abiertamente en los órganos del Partido. La política
industrial, presentada por Trotski al Decimosegundo Congreso parece ser
la única excepción, pero la tambaleante posición de este, ya para esa
fecha, en la élite partidista, impidió que las Resoluciones del Congreso
sobre el tema pudieran aplicarse consecuentemente. El resultado, también
en ese caso, fue, entonces, el mismo ya descrito.
En las decisiones del Partido y el Estado se dejan ver insuficiencias
culturales esenciales, que Lenin trata de corregir en sus propuestas al
mismo Decimosegundo Congreso del Partido. Las tesis del dirigente
bolchevique acerca del cambio cultural imprescindible para construir el
socialismo,
únicas para la época y ausentes de cualquier posicionamiento marxista
durante los veinte años subsiguientes, con la notable excepción de la
obra de Antonio Gramsci, constituyen la mejor evidencia de que Lenin
intentaba proponer una visión integradora del socialismo por realizar,
objetivamente inseparable de las tareas de la economía, en la
perspectiva de su informe al undécimo congreso del Partido.
La historiografía estalinista hipertrofió esa visión integradora y
calificó estos textos como el “plan leninista de la construcción del
socialismo”. No puede hablarse de un plan, en el sentido estricto de esa
palabra, si se consideran el contexto en que fueron escritos estos
trabajos, su naturaleza polémica, su intención de inmediatez y su
utilización, desde posiciones diversas, por otros dirigentes del Buró
Político y el Comité Central.
En síntesis, la cuestión puede resumirse como sigue: Lenin se percata de
una transformación fundamental en la dinámica del capitalismo, con un
componente elevadísimo de subjetividad y, sorprendentemente, como una
derivación peculiar de la mismísima Revolución de Octubre.
Se revela una conciencia del problema que el capitalismo enfrenta. Los
estados burgueses, entonces, deciden competir con las políticas sociales
de la revolución triunfante expoliando al llamado tercer mundo. Como las
décadas siguientes demostrarán con creces, el capitalismo traslada lo
peor de su dominación hacia esas regiones del planeta, donde vive la
mayoría de la población, y camufla la dominación en sus metrópolis. El
control de la información y el entretenimiento serán decisivos para que
el capitalismo consiga su más importante triunfo después de su
sangriento y doloroso advenimiento.
Al confrontar esta constatación con la tarea que ha planteado al Partido
Bolchevique, Lenin comprende de inmediato las insuficiencias del modelo
en construcción. Lo hace no a partir de la competencia entre los “dos
sistemas”, uno de los artilugios estalinistas posteriores más insulsos y
desmovilizadores, sino desde la perspectiva histórica de la superación
del capitalismo, inseparable por igual de la peculiar fórmula que el
Partido ha encontrado para construir el socialismo en la Rusia de los
zares y de la lógica de la revolución mundial, que ahora se “traslada”
al tercer mundo. Ningún otro dirigente bolchevique arranca de esta
perspectiva.
Lenin comprende las insuficiencias de la democracia soviética y el
peligro de la inminente burocratización del régimen. Si bien las
cuestiones relacionadas con los individuos, en particular con individuos
con mucho poder, pesan significativamente en el análisis, Lenin no
pierde la orientación clasista en la peculiar configuración social de
Rusia. Todas las propuestas que realiza tienen en común fortalecer la
participación de los obreros y campesinos en la dirección del Estado y
el Partido y, sobre todo, en el control de la actividad de estos. Al
mismo tiempo, considera las insuficiencias democráticas y el
deslizamiento hacia el burocratismo consecuencias del atraso cultural
ruso, lo que conecta con su visión del cambio cultural imprescindible:
se precisa de una nueva cultura, transformadora de las mentalidades,
capaz de asimilar las mejores tradiciones de la cultura universal y de
constituir un sentido y experiencias críticas e innovadoras, comunes en
esencia al pensamiento, el arte, la ciencia y la técnica, capaces de
discernir entre la hegemonía cultural de la dominación y la
transformación radical del orden social. Esta perspectiva sigue la
lógica del undécimo congreso: del “aprender a comerciar”, Lenin pasa al
“régimen de los cooperativistas civilizados”. La cooperativa, la
propiedad colectiva grupal, la participación popular en ese eslabón y en
todos los órdenes de la vida de la sociedad de personas cultas son
vistas como el “descubrimiento” de lo necesario para transitar al
socialismo.
Esta atención a las transformaciones en el campo, económicas, políticas
y culturales, está asociada a la mayoría de la población del país, pero
no excluye al resto: como se conoce, las cooperativas se fundaron
también en las ciudades. El planteamiento leninista era el mismo para
unas y otras.
El Estado conservaba la propiedad de la tierra distribuida, de las
industrias extractoras de materias primas (petróleo, gas, minerales,
etc.), el monopolio del comercio exterior, la capacidad de distribuir
las riquezas y las políticas públicas de beneficios culturales y
educativos al alcance de toda la población. Si ello daba cauce al
crecimiento económico junto a la propiedad privada y cooperativa y esta
última resultaba capaz de socializar la producción y el consumo, en
condiciones de una transformación cultural generalizada, eso era para
Lenin el Socialismo.
Lenin dictó sus últimos textos postrado y aislado de la vida pública.
Mientras intentaba, luchando contra la muerte, legar al Partido sus
críticas reflexiones de última hora sobre la concepción del socialismo y
la construcción del régimen que sería su antesala, los líderes de los
bolcheviques se enzarzaban en la lucha por el poder. Representaban las
tendencias en pugna en el complejísimo entramado social rusote la época
de la NEP, cuando las capas de pequeños propietarios, abundantes y
diversas, dominaron –y debían hacerlo aún por mucho tiempo- el escenario
de la URSS de los años 20. Pero también imprimieron a esa lucha el sello
de sus ambiciones personales y sus propios intereses.
Zinoviev y Kamenev, Bujarin y Rikov, entre otros, en cierta medida
trataron todavía de entender con rigor y audacia política los procesos y
de preservar la democracia del Partido como un valladar a la presión
burocrática y a la apatía popular. Cometieron el grave error de
desestimar las propuestas de Trotsky sobre la industria en 1923 y
azuzaron al Partido innecesariamente contra este y sus seguidores. Su
acción, lastrada de inconsecuencias y de un importante déficit teórico y
cultural, no resistió la pugna principal entre los dos colosos, Trotsky
y Stalin.
Trotsky no comprendió la transformación en marcha del orden capitalista
y defendió hasta el final la posibilidad de una revolución mundial
imposible, con epicentro en las metrópolis de occidente. Esta carencia
le impidió formarse un cuadro certero de las perspectivas
revolucionarias y de la relación de la política bolchevique con
aquellas. Es hasta hoy el mejor crítico de la degeneración soviética y
tuvo la perspicacia de comprender, junto a Zinoviev, el extraordinario
significado de la revolución china.
Stalin y sus acólitos zigzaguearon de una a otra facción. Estuvieron
obligados por las circunstancias a forzar la industrialización, pero
cancelaron abruptamente la NEP sin justificación alguna y realizaron la
colectivización forzosa de la agricultura. Menospreciaron y reprimieron
el campo cultural. Desde la deformación de la democracia del Partido y
del ejercicio de una política económica voluntarista intrigaron hasta
hacerse definitivamente con el poder. Consumado este acto fundamental,
el estalinismo pervirtió el ideal socialista de justicia, libertad y
bienestar universales. Se valió de todos los medios para lograrlo, hasta
el crimen de masas y en particular, contra los mismos bolcheviques que
hicieron una gran revolución. Todavía el socialismo no se recupera de
esa perversión.
El pueblo soviético, a pesar de todo, transformó con su heroísmo el país
en una gran potencia, salvó a la humanidad del fascismo y reconstruyó la
URSS después de la segunda guerra mundial. Aquella gran potencia fue,
durante mucho tiempo, el único aliado real de los grandes contingentes
humanos que, en el llamado tercer mundo, pugnaban y aún pugnan por
sacudirse la opresión imperialista. Esas proezas, realizadas a
contrapelo de las desviaciones antibolcheviques, expresaron las
extraordinarias ventajas del socialismo.
Cuenta una anécdota poco conocida que el gran compositor ruso Serguei
Rajmaninov, emigrado en París, se sorprendía en su lecho de muerte, en
1945, de que “la salvación pudiera venir desde allá”. Desde Rusia,
quería decir. En una paráfrasis de menos calado simbólico, pero de mucho
más significado real, hoy parecen ser los pueblos históricamente
sojuzgados los que podrán, seguramente de muchas maneras, salvar a la
humanidad y al socialismo. En el torrente anticapitalista de nuestros
tiempos, difuso, confuso, pero persistente, está la continuidad de la
última lucha de Lenin.
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