|
|
¿Se puede vivir en La Habana sin un centavo?
Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring
Viernes, 04 de Marzo de 2005 00:00
Este artículo de costumbres provocó una curiosa polémica sobre el género
en sí, en la que se llegó a cuestionar la diferencia entre el artículo
de costumbres y el artículo humorístico, entre costumbrismo y humorismo.
Lema: BRUJA SOPERA
Hará cosa de un año, leí en una revista francesa, que París es la única
ciudad del mundo donde se puede vivir sin dinero… con comodidad.
Esta afirmación me indignó, por lo injusta; y aunque ha pasado, desde
entonces, un año, mi indignación ha ido aumentando de tal manera, hora
por hora y día por día, que ya hoy me es imposible contenerla. Y ¿sabéis
lo que es una indignación de 365 días, una indignación de 4.380 horas?
He ahí el por qué de este artículo, que me sirve de válvula de escape, y
que tiene también por objeto romper una lanza en defensa de nuestra
capital.
_____________________
¡Qué no se puede vivir sin un centavo en La Habana, donde se sostiene
impera y triunfa el Bruja sopera!
Nosotros debemos vanagloriarnos de poseer este tipo, genuinamente cubano,
como se honran Buenos Aires con su atorrante; Madrid, con sus mendigos,
inmortalizados por el genio de Velázquez; París, con su bohemio, cantado
por Murger y Rusia, con los Ex hombres, que encontraron en Gorki su
defensor.
Y a nuestro bruja no se le puede confundir con ninguno de ellos. En los
comienzos de su carrera, tal vez pida limosna, como el mendigo, o dé
algún sablazo, como el bohemio; pero le es imposible seguir haciendo
esto, porque llega un momento en que todo el mundo le conoce, cosa que
no es difícil en La Habana. Además, por su indumentaria, no podría nunca
confundirse con sus correligionarios de otros países. Viste mucho mejor
que el pordiosero y el vagabundo, y no usa ni la levita que fue negra,
ni la chalina del bohemio. Su traje, obsequio de algún amigo pudiente o
persona caritativa, se ve que está usado, que tiene manchas y tal vez
algún siete; pero es bastante presentable y, a veces, hasta elegante.
Apuesto cualquier cosa, a que andan por esas calles poetas, sabios y
filósofos, o que presumen de tales, cuya indumentaria es mucho más
incorrecta, desaliñada y antihigiénica que la de los «brujas soperas».
Veamos, ahora, cómo pasa la vida nuestro hombre.
Casa, ¿para qué la necesita?; en estos climas calurosos, no hay nada más
agradable que dormir en sitios frescos. Los bancos de los parques, los
portales de las casas y la glorieta del Malecón, reúnen condiciones
envidiables de ventilación e higiene.
Y si un guardia majadero viene a molestarle, el bruja no se apura por
eso, pues sabe que, al otro lado del muro del Malecón, sobre las rocas,
hay lechos de arena en los que se pasan noches deliciosas, arrullado por
el murmullo de las olas y la caricia del céfiro suave.
Se puede levantar a la hora que más le convenga.
Para asearse tiene, a dos pasos, la inmensa palangana del mar; pero si
le disgusta el agua salada, las pipas de riego y las fuentes públicas le
proporcionarán, en cantidad, agua dulce, pura y cristalina.
Si es aficionado a la música, Marín Varona le permitirá, gustoso, que
asista, de once a doce, a los ensayos de la Banda de Artillería en el
cuartel de La Punta.
Muy cerca de allí tiene también un espectáculo interesante y sumamente
económico donde entretener sus ocios: los juicios de las Cortes
Correccionales.
Después, sentado cómodamente bajo un laurel del Parque Central, le es
fácil enterarse, por algún periódico recogido en la calle, de lo que
pasa en el mundo, de los chismes de vecindad, como llama un amigo mío a
la historia contemporánea.
Aunque no vive para comer, no le queda más remedio que comer para vivir.
Su almuerzo, si lo desea a la carta, le es bien cómodo conseguirlo. Se
dirige a la Plaza, y allí, sin costo alguno, y con un poco de maña y
habilidad, puede proporcionarse lo que desee. En un solar yermo, le
basta para construir la cocina, una lata de conserva vacía y tres
piedras.
Pero si no quiere tomarse la molestia de preparar él mismo la comida, en
algunas fondas encontrará sobras en abundancia y buen estado.
Como él se ríe de los que dicen que el agua de Vento hace daño y cría
ranas, sigue proporcionándosela en las fuentes y, muchas veces, en los
cafés y bodegas, donde la pide «fría».
El único vicio de que adolece, es el del tabaco. Por las calles se
encuentran las colillas en abundancia; y, si no, nunca falta un amigo o
conocido a quien pedirle un cigarro.
El medio día puede dedicarlo a asistir, en la Audiencia, a los juicios
orales, donde suele pasarse el rato divertido. Si es amante de la
cultura, las Bibliotecas del Instituto Nacional, Sociedad Económica y
Diario de la Marina, le ofrecen el medio de ilustrarse. Y si prefiere la
lectura de publicaciones extranjeras, puede ir a la librería de Pote y
allí revisar las últimas revistas españolas, americanas y francesas y
hasta leer alguno que otro capítulo de Nick Carter y Búffalo Bill.
Por la tarde, está indicado un paseo por Obispo, para ver el desfile
interminable de mujeres hermosas, o por el Prado, y, si es día de moda,
por el Malecón. Hay también varios espectáculos interesantes en el Campo
de Marte, con su Jardín Zoológico y el Padre de los Gatos, que, de seis
a siete, le da de comer a más de doscientos mininos.
Y no hablamos de la Isla de Cuba en miniatura, que se «admira» en el
mismo sitio, porque ha pasado ya de moda.
Por la noche, antes de acostarse, no le vendrá mal otro paseito por el
Prado, de incógnito, en algún automóvil.
Hay, además, películas gratis en los Anunciadores del Parque Central y
Calzada del Monte.
Y, aunque como el Torral de «Los Civilizados», el bruja ha eliminado de
la vida el amor, no desdeña, sin embargo, alguna que otra aventura que
al azar se le presente.
Y después… a dormir a piernas sueltas hasta el siguiente día.
_____________________
Como se ve, es el bruja sopera uno de los seres más felices de la tierra.
Conforme con su suerte, sólo desea que lo dejen vivir tranquilo; libre
de preocupaciones, de quebraderos de cabeza, vive al día, sin ocuparse
para nada del mañana. Las conveniencias sociales, los cambios políticos,
las alzas y bajas comerciales, le tienen sin cuidado.
Su divisa es, sin dudas, aquel célebre laissez faire; laissez passer.
Tiene por gran amiga, por compañera inseparable, la casualidad.
Su único amor, o para decirlo con la frase de un ilustre escritor, su
más pródiga querida es la pereza.
Y hasta esas pequeñas menudencias que tanto nos molestan y esclavizan en
la vida, no existen para él.
Desconoce al acreedor, al terrible «inglés» que obliga a los infelices
burgueses a no dar la cara en los fatídicos días de cobros.
No tiene tampoco que estar pendiente del día en que se le vence la casa
o la papeleta de empeño…
Los ladrones jamás podrán robarle dinero, o el reloj que, por otra
parte, nunca se le descompone ni tiene que ponerlo en hora, y no es más
fijo que el Sol porque es el Sol mismo.
Hombre libre como ninguno, despreocupado y feliz, no se cansa el bruja
sopera de repetir, sin cesar,
ande yo caliente
y ríase la gente…
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
|
|
|