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22 de Agosto del 2010 3:18:14 CDT
Diario de la juventud cubana
Soltar amarras
José
Alejandro Rodríguez •
pepe@juventudrebelde.cu
22 de Agosto del 2010 0:20:49 CDT
Si Cuba no trabaja con ahínco e inteligencia no podrá salir del agujero
negro de la inercia, en el cual se entremezclan dogmas, errores e
insuficiencias del diseño que hemos trazado de la economía socialista,
con los efectos reales de la crisis económica mundial sobre un país
pobre y el ensañamiento del bloqueo estadounidense.
Dicho de otra manera: nuestra economía está en alerta preventiva, y el
trabajo figura en el colimador de la salvación nacional. Soplan vientos
sobre nuestras incapacidades, y especialmente sobre quienes no laboran;
también sobre muchos que han sostenido sus puestos de trabajo, a
contrapelo de muchos desestímulos en estos años de crisis. Proliferan
exhortaciones a la conciencia laboriosa, junto a cuestionamientos sobre
la «vagancia en la Isla de Cuba», aunque la solución no obra únicamente
en las neuronas, y sí apunte a problemas de raíz del modelo económico.
Claro que esta Isla, y su socialismo, no se salvarán sin el esfuerzo
sudoroso y mental de sus hijos. Y la prueba más fehaciente, también la
más difícil, es la que sobreviene: aceptar a estas alturas que Cuba ha
promovido, con las más benefactoras intenciones de sobreprotección tras
el sueño del «pleno empleo», una utilización ineficiente de su principal
recurso, el capital humano. Donde bastarían dos o tres, hace mucho
tiempo que hay siete soñolientos. Y ahora, nuestra economía está abocada
a una reestructuración laboral que, inevitablemente, y aun con todos los
paliativos, gradualidades y tratamientos que esgrima, implicará serios
recortes en las plantillas estatales, que sobrepasarían el millón de
trabajadores.
Transitar de ese estadio permisivo, que tanto nos dañaba, a una
utilización eficaz de la fuerza de trabajo, implica mucho más que un
recorte unilateral. Primero, porque el propio proceso de racionalización
podría fracasar si no lo alimentara el más elevado concepto político,
basado en el rigor, el control y el sentido de justicia, en el rasero de
la idoneidad. Y segundo, porque esa cualidad positiva de tal
reestructuración no sería posible hacerla de ordeno y mando
administrativo, centralizadamente, sin la participación democrática de
los trabajadores y las organizaciones sindicales y políticas.
Como se ha anunciado, el desinfle de plantillas estatales irá acompañado
de una apertura del trabajo por cuenta propia, familiar, cooperativo,
arrendamientos y otras figuras económicas no estatales que absorban ese
excedente, y estén reguladas por la política fiscal. Ese sector, al fin
se reconoce, aligerará las cargas y presiones estatales, al tiempo que
promoverá la creatividad y la iniciativa personal, sin tantas trabas.
Pero está por verse aún cómo se reconsiderarán y flexibilizarán
relaciones ventajosas con el
Estado desde el punto de vista del suministro y los insumos, para
que no se reproduzcan patrones de abastecimiento satanizados ya por la
corrupción, «por la izquierda».
La reducción de la plantilla estatal, aun cuando permitiera mejorar los
niveles salariales de quienes permanezcan, no obrará el milagro de la
productividad y la eficiencia en la utilización de la fuerza de trabajo,
si no se subvierte el tradicional modelo económico tan centralizado, que
ata con desestímulos las manos del empresariado y los colectivos para
las decisiones en la producción, la distribución y la apropiación de los
resultados. Ni los colectivos en Perfeccionamiento Empresarial se han
salvado de ese cordón umbilical.
Es cierto que el país tiene serios problemas de liquidez que inciden
sobre las posibilidades de muchos cambios estructurales y funcionales,
pero aquellos no pueden ser murallas para impedir que vayamos
resolviendo el acumulado problema de la escasa horizontalidad y la falta
de autonomía de nuestras empresas para incluso acercarse a la Ley de
Distribución Socialista y consolidar el pago por resultados, entre otras
potestades, aun cuando cumplan con la planificación.
Hay que salvar el trabajo de los embates que ha recibido en estos años.
Y ese purgatorio de nuestra palanca más decisiva pasa por descentralizar
muchas funciones, y con ellas estímulos por resultados al sujeto
económico que sostiene el país: los trabajadores, sus colectivos y jefes.
Para que la propiedad sea verdaderamente social, y no se enajene bajo la
etiqueta de «estatal». Para que la empresa socialista, la que salvará
este país y cumplirá siempre con él, pueda disfrutar palpablemente del
resultado de sus esfuerzos, y no fluya verticalmente todo: las
decisiones y las ganancias. A fin de cuentas, lo peor sería que nadie
sintiera ni padeciera aquello de que «el Estado soy yo». |
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