Con tantos
palos que le han dado el clima, las
carencias materiales, las ineficiencias
internas, los reproches externos y hasta
los olvidos históricos, es difícil
pensar que la industria azucarera cubana
pueda ser, como en otros tiempos, una
gran alternativa para nuestra maltrecha
economía. Pero me atrevo a creerlo. Y
digo más: Cuba lo necesita.
Las
brumas que han hundido a las zafras
hasta niveles paupérrimos oscurecen,
pero no niegan, las virtudes que atesora
la que fuera una vez locomotora de la
economía cubana. Asoman, incluso, entre
la amalgama de obstáculos y limitaciones
que enfrenta y entre los cuales laceran
también pifias humanas como la mala
planificación. ¿Qué otra cosa si no es
ese vicio de hacer estimaciones
productivas que contradicen a las
adversidades del clima?
La actual
zafra tropezó con la sequía iniciada en
el verano del pasado año. Pero las
autoridades territoriales y nacionales
de esa agroindustria no la tuvieron en
cuenta, con suficiente realismo, a la
hora de plantearse metas. Sin lluvias,
con apenas el tres por ciento de los
cañaverales bajo riego y la mitad de los
fertilizantes programados –una parte de
los cuales para colmo llegó tarde-, los
rendimientos agrícolas retrocedieron
después del moderado repunte de la
cosecha anterior.
Como
consecuencia, la zafra 2009-2010 corre
el riesgo de incumplir los planes en
cerca de 200 mil toneladas de azúcar y,
aún si logra un buen sprint final,
apenas igualaría la producción más pobre
de los últimos años, los 1,2 millones de
toneladas registrados por la Oficina
Nacional de Estadísticas en la campaña
2005-2006.
La
carencia de caña continúa siendo el
talón de Aquiles de este sector,
agravado por la descapitalización de la
industria, pérdidas de tiempo y otros
lastres de la eficiencia fabril. Según
expertos, a pesar de los infortunios
industriales, los 61 centrales cubanos
–solo 44 molieron este año- podrían
lograr zafras entre 3 millones y 4
millones de toneladas… si tuvieran caña.
Además de
las trastadas del clima, la estrechez en
la asignación de recursos y presiones
políticas en algún territorio para
cortar cepas de caña antes de tiempo –en
violación de resoluciones del Ministerio
del Azúcar-, los agricultores cañeros
cubanos enfrentan la competencia de
otras producciones agropecuarias con
mejores precios. El cultivo de arroz,
boniato, malanga, la crianza de cerdos o
la ceba de toros, por citar unos pocos
ejemplos, le rinden hoy a un campesino
beneficios más jugosos que la caña, que
necesita casi dos años de paciente
cultivo y por cuya tonelada cobra poco
más de 50 pesos.
Una
revisión de la política de precios al
productor pondría este renglón a tono
con los cambios del resto de la
agricultura y ayudaría a revertir el
decrecimiento de los cañaverales –la
superficie cosechada ha caído desde un
millón de hectáreas a inicios de este
siglo hasta menos de 400 mil desde la
zafra 2005-2006.
Sin
suficiente materia prima, los centrales
tienen las alas cortadas para producir
azúcar y para poner a prueba otras
virtudes productivas que harían del
sector el milagro que algunos buscan en
un utópico yacimiento de petróleo.
Industria
mediante, los cañaverales no solo
aportan azúcar. También ofrecen
derivados muy rentables, que tributan
directamente a las exportaciones o a la
sustitución de importaciones:
bioelectricidad –más barata y menos
contaminante que la exprimida al
petróleo-, rones, alcoholes –para la
industria farmacéutica, de cosméticos y
la producción de combustibles-,
alimentos para la ganadería y otros.
Pero, igual que un yacimiento de
petróleo, esa agroindustria necesita de
inversiones.
La
adopción en el sector azucarero, a
partir de este año, de un esquema de
financiamiento más flexible que la
centralizada asignación de recursos
favorece el acceso a moneda dura, en un
momento en que la tendencia alcista de
precios del azúcar a mediano plazo en el
mercado mundial, pinta un escenario
atractivo para las inversiones
extranjeras en esa industria.
Sin
embargo, la carta más sólida de la
agroindustria azucarera cubana es la
cultura secular de sus trabajadores, que
los convierte en técnicos de éxito
cuando prestan servicios en
Venezuela, Ecuador, Uruguay y en otros
países. Solo hace falta desenredar nudos
de la productividad patio adentro, no
para volver a un pasado monótonamente
cañero y peligrosamente monoproductor,
sino para reencontrar en la histórica
caña de azúcar nuevas alternativas que
ayuden a diversificar producciones y
exportaciones, clave esencial para hacer
más fuerte a la economía de Cuba. |