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TRIBUNA: ARTURO ARANGO
Cuba: los responsables del futuro
¿Qué piensan, con qué sueñan los jóvenes que viven en la isla? A tenor
de sus expresiones, muchos no quieren que su país pierda su
independencia pero lo desean más democrático y menos burocrático
ARTURO ARANGO
13/05/2010
Damas de Blanco, ministros destituidos, huelga de hambre
de Guillermo Fariñas, el millón de trabajadores subempleados en el
sector estatal... cada noticia que sobre Cuba circula en la prensa
internacional, no importa el país o la tendencia, parece estar
interrogando a un futuro que una y otra vez escapa a las predicciones.
Sin embargo, a pesar de las miles de páginas escritas en los últimos
años sobre la realidad política de la isla, ese porvenir se contrae o se
expande, se oculta o asoma la cabeza para burlarse de sus perseguidores,
de espaldas a cualquier vaticinio.
Tengo la certeza de que ello ocurre porque casi siempre se le busca
donde no está, o porque se va formando allí donde apenas se le busca. La
vida cotidiana del ciudadano de a pie poco tiene que ver con esos
acontecimientos que, en otras latitudes, dibujan un rostro irreal de
Cuba (y ese ciudadano común tampoco se relaciona mejor, salvo
excepciones, con las informaciones que ocupan la escuálida prensa cubana).
Estoy convencido de que, en el complejo periodo de cambios por el que
Cuba atraviesa, se confrontan y articulan muchas más fuerzas de las que
suelen considerarse públicamente. Es casi obvio que esas fuerzas pueden
concentrarse en dos grandes grupos: los que aspiran a reestablecer el
capitalismo y los que preferiríamos reencaminar o reformar el sistema
actual. Mucho más difícil es identificar las múltiples tendencias en que
cada uno podría subdividirse, y la posición que, eventualmente, ocupan
sus actores, dentro y fuera de Cuba. Pero aún más arduo es detectar la
manera como se mueven, se transforman.
Tal vez dos de los grandes errores que se cometen al tratar de
interpretar la realidad cubana (en verdad, cualquier realidad que se
suponga viva) son el de pensar al Gobierno como un monolito que actúa
sobre una masa de ciudadanos a los que no nos queda más opción que la
obediencia, y el de creer que todo permanece tan inmutable como hacen
pensar algunas de aquellas imágenes tergiversadas de las que hablé al
inicio.
Aun suponiendo que toda persona con cierto rango de poder político
prefiera la vía socialista, las maneras de pensar ese modelo oscilarían
entre los que quieren sostener (conscientemente o por pura inercia) un
Estado burocrático y centralizado y los que creemos que el socialismo
sólo es sostenible si logra ser democrático. En otra zona del espectro,
como lo hacen evidente algunas medidas del actual Gobierno, habría un
pragmatismo economicista que tiene en su base la modernidad instrumental
(versiones cubanizadas tanto de la antigua manera soviética, como del
actual modo asiático).
Pero abajo, en la calle, ese ciudadano común que a fin de cuentas
podemos ser todos, también piensa, actúa, tiene aspiraciones,
necesidades, temores. Y se mueve de lugar, inevitablemente se transforma.
Más que en decisiones gubernamentales que pueden acelerar, estimular,
paralizar el curso de procesos que a veces parecen haber echado a andar,
el futuro de Cuba está tomando forma ahora mismo en las expectativas de
ese conjunto humano mucho más heterogéneo aún, más inasible de lo que
suele reflejarse. Ese futuro se está constituyendo con los materiales
que ofrece hoy mismo la realidad, y de acuerdo con los horizontes que
son posibles distinguir desde el aquí y el ahora en que vivimos.
Obviamente, el futuro no nos va a complacer a todos, pero lo deseable
sería que satisficiera a la mayoría. Es una verdad de perogrullo afirmar
que unas fuerzas terminarán imponiéndose sobre otras, ya sea
provisoriamente, y que incluso las ganadoras pudieran ser aquellas a las
que les importa un comino que Cuba pierda las cotas de independencia
alcanzadas con el precio de tantísimos sacrificios.
Si en algún grupo social ese futuro estaría tomando forma, tiene que
ser, necesariamente, entre los jóvenes. A ellos les pertenecen como a
nadie los años por venir, aunque no siempre tengan conciencia de tal
necesidad. Y también se habla de ellos en un confuso plural que los
alcanza a todos de igual forma, como si estuvieran ajenos a esa variedad
de tendencias o expectativas que he tratado de describir someramente.
Es verdad que buena parte de los jóvenes cubanos, como los de casi todo
el planeta, están ganados por el escepticismo, por el desinterés en las
cuestiones políticas. Es cierto también que la principal aspiración de
muchísimos de ellos es emigrar, abrirse caminos en otras latitudes,
principalmente en países desarrollados, y que esa aspiración es reflejo
de un desasimiento, de un dar la espaldas a los destinos de la nación
cubana. Es verdad pero no es toda la verdad.
Por deformación profesional, suelo atender lo que escriben, lo que
pintan, lo que filman los jóvenes, porque en esas obras, a veces por
pura negación, incluso por ausencia, pueden estarse respondiendo las
preguntas sobre el futuro que a tantos y de tan distintas maneras nos
inquietan.
Me llama la atención, por ejemplo, la reiterada presencia de sujetos
marginales en numerosos documentales realizados por jóvenes, y que
pueden identificarse con los protagonistas de otras piezas teatrales,
lienzos, instalaciones, performances.
Hay, en todas esas obras, la intención innegable de dar testimonio de un
estado de cosas que tiene que ver con la crisis económica, con las
estrategias de sobrevivencia y hasta con la imposibilidad, en algunos
casos, de lograrlo con dignidad. Pero también, en esas miradas, incluso
siendo diversas entre sí, hay una elección: la de quienes no desean una
sociedad de exclusiones, de marginación, de intolerancia, o, lo que es
lo mismo, dominada por desigualdades profundas.
El pasado 1 de mayo, entre la multitud que desfilaba por la Plaza de la
Revolución, aparecieron carteles que nada tenían que ver con la
propaganda oficial. "Socialismo es democracia" y "Abajo la burocracia",
decían dos de esos carteles.
Los portaban los miembros de la Red Observatorio Crítico, conformada por
jóvenes investigadores, críticos, profesores, artistas, promotores
culturales, activistas comunitarios, comunicadores..., quienes
reivindican alternativas culturales liberadoras frente a alienaciones
capitalistas, autoritarias y coloniales, al tiempo que reconocen que
para ellos es imprescindible el compromiso crítico en la defensa de la
revolución cubana, proceso al que pretenden despojar de todo lastre
conformista.
Al leer sobre los objetivos de esta agrupación, he recordado una
anécdota: a inicios de la década de los noventa del pasado siglo, el
entonces ministro de Cultura Armando Hart se reunió con un grupo de
quienes eran jóvenes intelectuales cubanos. En un diálogo intenso, sus
interlocutores reclamaron a Hart una renovación radical de la revolución.
El viejo combatiente respondió: "Ya nosotros hicimos nuestra revolución;
hagan ustedes la que les corresponde".
Para que ese futuro en construcción complazca a la mayoría de los
cubanos, sería desde ya imprescindible ir avanzando hacia un consenso lo
más inclusivo posible. Pero ello podrá realizarse, a mi juicio, si se
cumplen algunas condiciones de base.
Entre ellas, mencionaré dos. Una es que desaparecen las presiones
externas que, lejos de favorecer, entorpecen, paralizan las
transformaciones tan deseadas que deben realizarse en la isla, no sólo
porque representan acciones inaceptables de injerencia, sino, sobre todo,
porque desconocen los verdaderos intereses de los cubanos.
La segunda: que el Estado cubano pueda establecer un diálogo real, no
paternalista, en el que participe la totalidad de los cubanos y en el
que los jóvenes puedan ejercer el protagonismo que ellos y nosotros
necesitamos.
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