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MONTHLY REVIEW
Volumen 61, Número 11
Abril 2010
Traducido por Esther Perez.
17 de mayo 2010.
Inglés:
http://www.monthlyreview.org/100401levins.php
Nota de los editores
Richard Levins (humaneco@hsph.harvard.edu)
es un subversivo de tercera generación, antiguo granjero, ecologista y
veterano de varios movimientos: el independentista puertorriqueño,
Science for the People, contra la guerra, por la educación marxista y
otras buenas causas. Es profesor de Ecología Humana en la Harvard
School of Public Health e investigador extranjero adjunto del Instituto
de Ecología y Sistemática de Cuba.
Es coautor, junto a Richard Lewontin, de
Biology Under the Influence (Monthly Review Press, 2007).
Cómo
visitar un país socialista
Richard
Levins
Quienes viajan de los Estados Unidos a Cuba atraviesan más de noventa
millas de mar: recorren décadas de historia. Puede que se tengan que
atener a la restricción de llevar consigo una sola maleta, pero cargan
baúles llenos de equipaje ideológico, que incluye prejuicios sobre Cuba,
creencias acerca de los comunistas, compromisos contraídos a partir de
lo que creen que es una sociedad justa y un conjunto de fórmulas
convencionales extraídas de la ciencia política acerca del poder, el
gobierno y la conducta humana.
Un comentarista cubano señala:
Al llegar procedente de Norteamérica o Europa a un típico barrio cubano,
la primera impresión del visitante puede ser de pobreza: edificios a
punto de derrumbarse o faltos de mantenimiento, calles llenas de baches,
autos antiquísimos, hogares donde hay pocos extras, etc. Por otro lado,
si el viajero procede de la América Latina o de otro país en vías de
desarrollo, es posible que llamen su atención otros aspectos de la vida
cubana: la ausencia de niños de la calle, de rostros desnutridos y de
mendigos; o la casi total carencia de temor de las personas que caminan
por las calles de noche.
O puede que al ser fácilmente identificados como extranjeros, los
visitantes se vean acosados por anunciantes de pequeñísimos restaurantes
privados, ofertas de recorridos turísticos guiados o jineteras
(eufemismo cubano para referirse a las prostitutas, por lo general no
profesionales).
Los miembros de delegaciones suelen tener itinerarios planificados
que incluyen visitas a diversas instituciones y eventos culturales.
Reciben información sobre la salud pública, la educación, las
instalaciones culturales y deportivas, el compromiso con una vía
ecológica al desarrollo, la agricultura urbana, la distribución
equitativa mediante el sistema de racionamiento, el pleno empleo,
aspectos formales de los sistemas político y judicial, los logros en el
terreno de la igualdad de género y raza. Todo ello es real, y es una
muestra de cuánto puede lograr un país pobre con muy pocos recursos.
Pero es obvio que no se trata de toda la historia. No hay nada
siniestro en ello. Son las cosas en las que Cuba ha sido pionera y de
las que Cuba se siente más orgullosa y deseosa de mostrar ante el mundo.
Una vez que se conoce mejor a la gente, las descripciones se hacen
más matizadas. Dada la plataforma de logros existente, las dificultades
e insatisfacciones son las que ocupan su atención en el día a día. La
igualdad básica ha sido erosionada, no por el socialismo, sino por las
concesiones realizadas al capitalismo. No hay personas sin hogar, pero
alrededor de un 16% de las viviendas está clasificada como en mal
estado. No hay desempleo, pero sí empleos innecesarios, como los de
parqueadores, que sólo han aparecido debido a las desigualdades. Se ha
producido una incorporación masiva de maestros para reducir el número de
alumnos por aula, pero la enseñanza no es sólo un empleo, sino que
constituye una vocación. Hay quienes ingresan a ella llevados por el
entusiasmo y después advierten que no les gusta, y ello lleva a que haya
una gran movilidad en el magisterio. Y hay quienes se las ingenian para
vivir sin trabajar. Hay pocos delitos, comparado con la situación en
los Estados Unidos, pero hay que pasarle llave al auto.
Según mi experiencia personal, son los revolucionarios
comprometidos los que hacen las críticas más serias, complejas y
profundas, mientras que los contrarrevolucionarios por lo general se
quejan de dificultades específicas o incidentes desagradables.
Los turistas que andan por su cuenta están menos expuestos a los
logros que se muestran con orgullo y más a las insatisfacciones. Los
cubanos son un pueblo dado a quejarse. Un viejo chiste habanero decía
que, en Cuba, todos los planes económicos se sobrecumplen. Todos los
planes se cumplen, pero las tiendas están vacías. Las tiendas están
vacías, pero todos tienen lo que necesitan. Todos tienen lo que
necesitan, pero todos se quejan. Todos se quejan, pero son fidelistas.
Quienes simpatizan con el proceso cubano, así como algunos
anticomunistas de izquierda, en ocasiones portan una tablilla y un
formulario para evaluar a Cuba en los terrenos de la salud pública, el
sexismo, el racismo, la contaminación, la homofobia, las elecciones, el
número de partidos políticos, la libertad de prensa, las huelgas o
cualquier otra cosa que se les ocurra. Al final, en dependencia de la
calificación promedio acumulada, deciden si Cuba "es" o "no es"
socialista (o si el socialismo es o no algo bueno). Después, al volver
a casa, escriben sus elogios o sus denuncias. Los temas que aparecen en
el formulario pueden ser liberales, una relación de derechos por los que
luchamos en el capitalismo y después convertimos en principios
universales. O pueden provenir de esquemas apriorísticos acerca de lo
que es el socialismo, principios como "de abajo hacia arriba, no de
arriba hacia abajo" o "consejos obreros al frente de las fábricas".
En Cuba viven también algunos expatriados que encuentran que la
tranquilidad y el sentimiento de colectividad y de propósito compartido
bien valen las dificultades de la vida cotidiana. Otros están allí
porque se han casado con cubanos, y unos pocos son refugiados
políticos. Son especialmente capaces de explicarles Cuba a los
norteamericanos y de poner a disposición de los cubanos las
observaciones amistosas de los extranjeros. Y los norteamericanos que
dividen su tiempo entre los dos países pueden ofrecer una visión
singular “desde adentro” y “desde afuera” de ambos.
El abordaje del formulario está sujeto a muchos errores. Quienes
evalúan no hablan con una muestra representativa de los cubanos. Sus
descripciones están influidas por lo que piensan que sus lectores ya
saben o por lo que creen importante que conozcan, lo que les preocupa
más en ese momento, las cosas sobre las que quieren convencer a su
público. Imagine que lo aborda un marciano en Harvard Square y le hace
la siguiente pregunta: "¿Cómo andan las cosas por acá por la Tierra?"
Recuerdo que en un ómnibus habanero me abordó una mujer bien vestida que
me dijo en inglés y en voz muy alta: "¡Aquí no se puede decir nada!" Su
afirmación desató un bullicioso seminario sobre política, Miami y
cualquier otro tema en el que participaron todos los viajeros.
Las cosas que ven o sobre las que oyen hablar los visitantes no están
ubicadas en un contexto. Una vez asistí a una reunión internacional en
la que una delegada estadounidense se paró para preguntar por qué el
gobierno cubano no les permitía a los extranjeros ver los mismos canales
de televisión que veían los cubanos. Había ido a la habitación de su
hotel, sintonizado el canal 6 (Cubavisión), y la pantalla había
permanecido en blanco. No podía acceder a la programación nacional
cubana, sólo a CNN y el canal turístico. A partir de sus imágenes
previas del totalitarismo, asumió que se trataba de un acto de censura.
Pero en esa época del Período Especial, debido a la severa escasez de
combustible, la televisión cubana sólo transmitía unas pocas horas al
día en las mañanas y en las noches, y durante el resto del día la
pantalla en blanco era el canal nacional que compartía todo el pueblo
cubano. Mi crítica no es que esa delegada estuviera equivocada --es
fácil cometer errores en un medio que no nos resulta familiar--, sino
que cometiera un tipo específico de error: llenar las lagunas de su
información con prejuicios traídos de su propia sociedad.
Otra equivocación proviene de aplicar juicios acertados a la
sociedad equivocada. Por ejemplo, los visitantes se enteran por la
prensa cubana de que muchos militares ocupan puestos en el gobierno, y
de que algunos son delegados a la Asamblea Nacional. En Cuba, eso no
significa que “los militares” hayan asumido el poder. En la isla no
existen “los militares” como una casta separada, como sí sucede, por
ejemplo, en Pakistán. Lo que vemos en realidad es a comunistas
designados por la sociedad para asumir la tarea de la defensa. Con los
problemas económicos que Cuba enfrenta no tiene sentido tener unas
grandes fuerzas armadas dedicadas únicamente a esperar una invasión,
aunque el país tiene que estar preparado para esa eventualidad. Parte de
la solución ha consistido en emplear a las fuerzas armadas en la
actividad económica, en empresas que suelen estar mejor administradas
que las demás y que cuentan con oficiales experimentados en temas
económicos. Son esos juicios fuera de contexto, derivados de otras
situaciones, los que confunden a muchos de los que quisieran ser aliados
de la Revolución cubana.
Pero más allá de estos errores simples, el concepto general de calificar
la revolución mediante un formulario previamente elaborado es
equivocado.
El socialismo no es una cosa, sino un proceso: aquel mediante el
cual las clases trabajadoras de la ciudad y el campo, junto a sus
aliados, toman en sus manos las riendas de la sociedad para satisfacer
sus necesidades compartidas. Con el uso de un telescopio podemos
vislumbrar la importancia histórica mundial de los primeros esfuerzos
por reemplazar no sólo al capitalismo, sino a toda sociedad de clases,
por un modo de vida más generoso, justo y sostenible. En otras
palabras, intentamos superar un desvío de diez mil años de duración
durante los cuales nuestra especie adoptó la agricultura; deforestó
buena parte del planeta; creció en número y aumentó su esperanza de
vida, sus conocimientos y su capacidad de destrucción; se dividió en
clases de modo que dejamos de ser un “nosotros”; y expandió su capacidad
productiva hasta el punto de que pudiéramos librarnos de las clases y
volver a ser ese “nosotros”.
Al examinar el primer siglo de innovación socialista lo anterior es más
importante que evaluar el éxito de los revolucionarios, las decisiones
específicas y los cambios inesperados que ocurren sorpresivamente, e
incluso las enormes dificultades y experiencias de esos empeños. Pero
al mirar a través del microscopio de la vida cotidiana, todos esos
detalles cobran una enorme importancia, y la historia mundial no
compensa la falta de proteínas en la dieta. Necesitamos tanto el
telescopio como el microscopio.
El socialismo es una senda compleja, zigzagueante y
contradictoria, porque quienes participan en él tienen intereses
diferentes, responden de maneras diversas a los acontecimientos que se
producen a lo largo del camino, difieren en cuanto a conocimientos y
objetivos, sentido de la urgencia y perspectivas a largo plazo. Las
mismas experiencias pueden producir transformaciones muy diversas de sus
aspiraciones, a veces en sentido convergente, y en otras ocasiones
divergente.
La expresión “junto a sus aliados” tiene una enorme importancia,
porque la lucha por el socialismo es muy heterogénea. Esa
heterogeneidad le impone muchas de sus características a la
trayectoria. Los individuos se suman a la lucha por el socialismo por
muchas razones, pero, por lo general, comienzan porque aborrecen las
injusticias más sentidas que perciben en sus sociedades. Esas
injusticias son diferentes para los diferentes grupos que componen el
bloque revolucionario. Algunos de sus miembros son conservadores que
luchan para defender sus derechos consuetudinarios cuando la clase
dominante intenta negárselos. En la América Latina, las comunidades
indígenas se levantan para defender su derecho a la tierra contra la
explotación de las empresas transnacionales y la degradación ambiental.
En países cuyas culturas han permanecido más intactas, como Bolivia,
Ecuador, Venezuela y el estado mexicano de Chiapas, tradiciones como la
toma de decisiones comunitaria, la colectividad, y los esfuerzos para
encontrar consensos se trasladan a las formas políticas del socialismo
que allí evoluciona. En ocasiones, sectores de las clases medias se
suman a la lucha por la independencia nacional.
En China, incluso muchos de los terratenientes se aliaron a los
comunistas, porque estos eran los defensores más militantes y coherentes
de la independencia china contra la invasión japonesa. Por otro lado,
los empresarios chinos deseaban eliminar las restricciones feudales a su
libertad para ejercer la explotación. Más tarde se convirtieron en una
fuerza que contribuyó a minar los objetivos socialistas a favor del
capitalismo. Algunos intelectuales aspiraban al establecimiento de una
meritocracia libre de corrupción, pero los campesinos les resultaban
indiferentes. Todos contribuyeron a hacer la revolución y presionaron
sobre la dirección que esta tomaría.
En el seno del Movimiento 26 de Julio había profesionales
indignados por el régimen corrupto y represivo del presidente Batista.
Sólo algunos de ellos se oponían a la subordinación del gobierno cubano
al imperialismo estadounidense. Entre quienes sí lo hacían, sólo
algunos deseaban una mayor justicia social. La clase trabajadora
compartía esos objetivos con sus aliados de la clase media, pero también
aspiraba a la justicia social. Esa justicia social significaba, en
primer lugar, empleos con un salario decoroso, atención médica adecuada,
agua potable y educación. Para algunos, la justicia social incluía
también la igualdad de géneros, la abolición del racismo e incluso de la
homofobia. Unos pocos soñaban con revertir la deforestación y la erosión
de Cuba.
Los socialdemócratas suelen favorecer una redistribución del
consumo, como se aprecia en las sociedades escandinavas y en Brasil, con
un diferencial salarial estrecho y un amplio consumo social, pero sin
una redistribución de la propiedad y el poder estatal, aunque sí con una
participación de los trabajadores en el gobierno. Los aliados
pequeñoburgueses de las clases trabajadoras por lo general son más
educados, tienen mayor confianza en sí mismos, formulan mejor sus ideas,
hablan y escriben con más soltura, han tenido más experiencias de
liderazgo y dirección. Por tanto, a menudo están sobrerrepresentados en
los rangos de la dirigencia durante las primeras etapas de los
movimientos revolucionarios. A partir de los primeros años del proceso,
los componentes del bloque revolucionario se influyen mutuamente. Los
individuos, con independencia de su origen de clase, contemplan cómo se
despliegan ante su vista las perspectivas de transformación, ven retados
sus prejuicios, cambian sus conceptos acerca de cómo debe ser la vida.
En los años sesenta viajé en un avión que iba de La Habana a
España con varias mujeres de la alta clase media. Eran desafectas a la
revolución, porque para ellas esta significaba sobre todo dificultades y
temían por la educación religiosa de sus hijos, mientras que sus esposos
veían en la construcción de una nueva sociedad la compensación por las
privaciones materiales. En la elaboración de un programa revolucionario
pueden converger corrientes políticas muy diversas, y sus orígenes
pueden ser visibles en las demandas tempranas de la revolución. Cuando
las cosas no resultan como deseaban, los individuos pueden volverse
contra el proceso en su conjunto.
Pero las ambiciones y el individualismo de la sociedad capitalista
son capaces de adaptarse a nuevas circunstancias. Se puede aspirar a un
puesto en busca de influencias, y expresar los prejuicios en nuevas
condiciones. Quienes han sufrido privaciones pueden entender la
liberación como el acceso a los privilegios de quienes mandaban antes.
Quienes trabajaban en exceso pueden imaginar que el socialismo es una
liberación del trabajo. Las necesidades urgentes pueden imponerse a los
objetivos a largo plazo, y las improvisaciones que resultan útiles en un
momento pueden ser desastrosas a la larga. Rosa Luxemburgo advertía que
tratamos de construir el futuro con los materiales del pasado, incluidos
nosotros mismos. El heroísmo y el sacrificio pueden coexistir en un
mismo individuo con la avaricia y la ambición, la solidaridad con el
sexismo. (Las mujeres cubanas solían decir en los setenta que sus
esposos eran “revolucionarios en la calle y reaccionarios en la casa”.
La tasa de divorcios en Cuba es alta. La Federación de Mujeres Cubanas
plantea que los hombres sueñan con mujeres que ya no existen, mientras
que las mujeres sueñan con hombres que todavía no existen.)
Hay incluso quienes ven los privilegios como la recompensa por
años de riesgos y sacrificios, como sucedió en Nicaragua durante la
famosa piñata. Un trepador social sudafricano dijo con toda franqueza
que no había arriesgado su vida en la clandestinidad para ser pobre. Un
dirigente de la juventud comunista en los Estados Unidos me confesó unos
años después, cuando ya se había transformado en un liberal en vías de
convertirse en un economista conservador, que durante los años de su
militancia, cuando la persecución contra los izquierdistas comenzaba a
arreciar, esperaba que la revolución triunfara no sólo en el curso de su
vida, sino durante su juventud, y que ocuparía en ella un lugar
prominente.
Las revoluciones pueden ser derrotadas en el curso de la lucha con
sus enemigos de clase externos e internos, y hundirse de nuevo en el
capitalismo, de la misma forma que los primeros pasos hacia el
desarrollo capitalista se vieron frustrados en la China de la dinastía
Sung, las ciudades estados del Renacimiento italiano, Bohemia durante la
Reforma y Egipto bajo la conducción de Mohammed Ali en el siglo XIX. El
feudalismo polaco experimentó una especie de reavivamiento en fecha tan
tardía como el siglo XVI, como consecuencia del capitalismo mercantil de
Europa Occidental, sobre todo de la demanda de granos. Las concesiones
al capitalismo pueden no ser meramente medidas de emergencia para
garantizar la sobrevivencia, sino que también pueden minar la moral y el
compromiso.
Debido a los conflictos entre los sectores revolucionario y
contrarrevolucionario, debido a los enemigos externos, debido a la
heterogeneidad del movimiento, debido a la inexperiencia y debido a los
enormes problemas que supone encontrar el camino correcto para superar
el atraso, no todo lo que sucede durante un proceso revolucionario es
resultado de los deseos de un grupo específico o de los dirigentes. Y
no todo cambio de política es resultado de una lucha en el seno del
liderazgo, o de una tendencia “reformista”, o del auge o la caída de los
dirigentes “de línea dura”.
El léxico de la ciencia política suele apelar con regularidad a
falsas dicotomías para explicar los cambios que se observan en las
políticas o las prácticas. Entre ellas, algunas de las más
frecuentemente invocadas son las dicotomías entre “reformistas” versus
“dirigentes de línea dura”, y “pragmáticos” versus “ideólogos”. Se
supone que a los pragmáticos no les importan los principios, sino que
sólo quieren que “las cosas se hagan”. Por supuesto, esto omite la
pregunta: “¿Qué cosas?” Si las “cosas” son indicadores de crecimiento
económico, algunas políticas tienen sentido; pero si el objetivo es
satisfacer las necesidades de la población o reforzar su capacidad de
resistencia, son otras las medidas que resultan prácticas.
De manera similar, el compromiso con la satisfacción de las
necesidades del pueblo puede calificarse de “ideológico” por contraste
con el compromiso liberal con el mercado, que se califica de “no
ideológico”. Si las creencias de alguien son similares a las nuestras,
las consideramos apegadas a los principios; si son contrarias, podemos
tildarlas de “ideológicas”. Y las medidas que aprobamos son
“pragmáticas”, mientras que si no nos gustan, son “oportunistas”.
Otra explicación favorita para los cambios de política, tomada del
léxico de la ciencia política burguesa, es la famosa cita de Lord Acton:
“El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente.” Su
corolario también es muy popular: El objetivo fundamental de quienes
detentan el poder es permanecer en el poder. Eso casi nunca es verdad.
Ni siquiera el presidente Bush promovería la salud pública universal y
gratuita, subsidiaría a Venezuela o renunciaría a Cristo sólo para
conservar el poder. Los gobernantes del pasado erigieron monumentos sólo
para conmemorar su poder y su éxito militar, y los tributos obtenidos
sobre la base del pillaje; pero hoy en día, detrás de cada fachada de
ansias de poder se esconde un individuo con principios, incluso si se
trata de principios malsanos.
Si Lord Acton hubiera vivido en un país del Tercer Mundo con una
clase dominante y un gobierno supeditados a la embajada de los Estados
Unidos, quizás habría añadido: “La impotencia corrompe; la impotencia
absoluta corrompe absolutamente.” Esa es la tragedia del gobierno
puertorriqueño en la actualidad. Tal vez entonces Acton habría
entendido mejor la corrupción de las capas gobernantes de una parte tan
sustancial de la periferia global, a la que se culpa de la pobreza
supuestamente causada por su “falta de responsabilidad”.
Las políticas cambian porque las circunstancias cambian o porque
los individuos aprenden. El racionamiento en Cuba ha sido, en los
períodos más duros, la garantía de una igualdad al menos mínima en el
acceso a los alimentos. En otros momentos, cuando se dispone de una
mayor variedad de bienes, puede convertirse en un obstáculo para la
distribución y crear un espacio para los “intermediarios”. Los mercados
campesinos ofrecen más productos del agro, pero también permiten el
enriquecimiento ilícito de algunos. El turismo puede proporcionar la
entrada de divisas, pero también convertirse en un foco de corrupción y
socavar la igualdad. Las políticas cambian para reconciliar demandas
opuestas en un sistema que trabaja bajo una severa presión. Internet
puede estar limitada fundamentalmente a los usuarios institucionales
cuando el costo en dólares del acceso al satélite es demasiado grande, o
puede resultar más accesible cuando se dispone de recursos: ello es
expresión de un orden de prioridades y no de una “reforma”.
La política cubana de limitar el acceso a los hoteles
fundamentalmente a los extranjeros era muy injusta, pero resultaba
necesaria para captar las divisas que se requerían con urgencia. Para
contrapesar esa política, se reserva cierto número de habitaciones para
cubanos que las ocupan según prioridades socialmente determinadas. Por
ejemplo, los recién casados son la primera prioridad (esto ha cambiado
en los últimos tiempos a favor de salarios más altos), y también acceden
a ellas personas a quienes se premia por un trabajo destacado. Como el
trabajo destacado suele significar una combinación de trabajo productivo
y contribución social, esta política tiene sentido para los cubanos,
pero sería considerada una forma de discriminación política por los
críticos de la isla. Un hermoso atlas de Cuba cuesta alrededor de $100
en las tiendas para turistas, lo que obviamente está fuera del alcance
de los cubanos. Pero mis amigos cubanos lo compraron por $10, lo que
todavía no es barato, pero sí un precio manejable. Ha menudo ha
sucedido que medidas muy comentadas que socavan los valores socialistas
son contrarrestadas parcialmente por otras medidas menos conocidas cuyo
objetivo es mitigar el daño.
Cualquier estudio del socialismo debe examinar esos procesos
históricos reales y no comenzar con una serie de imperativos abstractos
para evaluar el socialismo de determinado país. En los acápites que
siguen me basaré sobre todo en mi experiencia de participante/observador
del proceso cubano, pero haré referencia a otros movimientos
revolucionarios y quizás le daré un peso excesivo a los temas de la
democracia, porque suelen ser los más polémicos.
La “lógica” del desarrollo socialista
Cuando una revolución socialista sobrevive, su desarrollo están
regido por una lógica que gradualmente se impone. “Lógica”, en este
sentido, no se refiere a un místico espíritu de los tiempos ni a unas
leyes universales de la actividad humana. (Un proceso histórico nunca
está gobernado por “leyes”. Estas no son más que constructos
intelectuales extraídos de los procesos reales y empleados para
interpretar las observaciones). La lógica es el conjunto de relaciones
sociales, retos, compromisos, categorías de análisis e ideas dominantes
que establece las condiciones en cuyo marco los seres humanos toman
decisiones. Es el conjunto de los principios que determinan la panoplia
de decisiones posibles, aceptables, en ocasiones obvias, y excluye
otras. Es el rango de las opciones para enfrentar todas las urgencias a
las que se debe dar respuesta para que continúe el proyecto socialista.
En ocasiones algunas tienen que posponerse a causa de limitaciones
materiales, carencia de personal calificado, ausencia de consenso u
hostilidad de los vecinos. Pero si por esas razones se niegan
demasiados de esos imperativos durante un tiempo demasiado largo, todo
el proceso puede desplomarse y la sociedad puede regresar al
capitalismo. La historia no es un avance sin obstáculos del atraso a la
modernidad, sino un proceso lleno de encrucijadas, vueltas y revueltas,
estructurado por relaciones sociales. Las encrucijadas se ven muy
influenciadas por quiénes deciden y cómo lo hacen.
La lógica del socialismo hace que algunas decisiones parezcan
necesarias, obvias y atractivas. Entre ellas se encuentran el pleno
empleo, la salud pública y la educación universales y gratuitas, y la
protección del medio ambiente. Otras pueden parecer objetivos evidente,
pero tienen que ser redefinidas. Por ejemplo, considérese la
“eficiencia”. La “eficiencia” parece ser un valor positivo obvio y
evidente, y las sociedades se esfuerzan por ser más “eficientes”. Pero
la eficiencia ha tenido significados muy diferentes en distintos
contextos. En la Biblia hebrea, la eficiencia agrícola se mide por el
número de granos cosechados por semilla plantada (solía ser de 1 a 3
granos cosechados por semilla plantada; por encima de una proporción de
1:1, hay semilla para la próxima siembra, y por encima de ese nivel, hay
alimentos).
En la Europa escasa de tierras de cultivo, una medida razonable de
la eficiencia ha sido el rendimiento por hectárea. En los Estados
Unidos, donde tradicionalmente ha habido tierras abundantes y escasez de
mano de obra, la “eficiencia” se medía en términos de rendimiento por
jornada de trabajo, y el país se ufanaba de que un granjero podía
alimentar a cuarenta personas. En tiempos más recientes, los
ecologistas han introducido los conceptos de eficiencia energética y de
calorías cosechadas por calorías invertidas, y han insistido en que se
midan los “costos reales” de un proceso, esto es, no sólo los costos de
producción, sino también los costos asociados a la eliminación de la
contaminación. En un feudo medieval no había una medida general de la
eficiencia. Podía ser muy productivo en granos, pero carecer de madera
o carne y no tener modo de intercambiar madera por carne; o disponer de
mucha mano de obra, pero no de suficiente tierra de buena calidad para
emplearla bien. Si empleáramos precios sombra para integrarlo todo,
ellos nos mostrarían que, durante trescientos años, el feudo perdía
dinero, pero proveía al sostenimiento del señor y los siervos. El
koljoz soviético era notoriamente ineficiente en términos de ganancias.
Pero entre sus gastos debía incluir el de proporcionarles atención de
salud y educación a sus miembros, lo que hacía que su balance financiero
fuera desfavorable pero produjera un beneficio social neto.
Como el trabajo es un gasto importante en la producción, en el
capitalismo se considera que una compañía es más eficiente si reduce su
personal, despide trabajadores y obtiene más plusvalía por trabajador al
aumentar la jornada laboral, intensificar el ritmo del trabajo y reducir
los salarios. Los trabajadores despedidos desaparecen del balance
financiero. Todo ello se describe con el término meliorativo de
“flexibilidad”. El gerente recibe una bonificación. A menudo se
justifican las fusiones de empresas porque prometen incrementar la
eficiencia en este sentido.
Pero en una sociedad socialista, en la que se garantiza que todos
coman, despedir trabajadores de sus empleos no constituye un
mejoramiento de la eficiencia social. Sencillamente, no es una opción.
Hay otras posibilidades. En ocasiones es mejor tener personal excedente
y utilizar las horas de trabajo también con fines educativos. Cuando
tienen un excedente de trabajadores, las empresas pueden liberar
temporalmente a algunos de sus empleados para que participen en una
cosecha o construyan viviendas. O pueden eliminarse empleos y darles a
los trabajadores otros puestos de trabajo con al menos el mismo salario,
o reestrenarlos para que realicen otras labores, o darles un estipendio
para estudiar. Cuba ha adoptado el principio de “estudio como trabajo”
para los trabajadores desplazados de los centrales azucareros que se han
cerrado. Sea cual fuere la decisión, en todos los casos, el criterio de
la eficiencia social al nivel del conjunto, y no de la empresa, está
presente como un contrapeso a las metas financieras de corto plazo.
Cuando múltiples metas de la sociedad convergen en programas
específicos, estos se tornan casi inevitables. Por ejemplo, la
agricultura urbana en Cuba satisfizo la necesidad de disponer de
alimentos de modo inmediato cuando la economía se vino abajo tras la
pérdida del intercambio comercial con la Unión Soviética y Europa
Oriental. Fue una fuente de empleo en un momento en que las fábricas
cerraron sus puertas por falta de materias primas o energía y por
primera vez desde el triunfo de la revolución apareció el desempleo.
Simplificó la distribución de los productores a los consumidores en un
momento en que se dificultaba el transporte y los frecuentes apagones
hacían que el almacenaje refrigerado de los productos no fuera una
opción segura. El Ministerio de las Fuerzas Armadas estaba interesado en
promover la autosuficiencia de las localidades, para el caso de que los
desastres naturales o una agresión militar interrumpieran la
coordinación al nivel nacional. La producción urbana de vegetales
estaba en consonancia con el objetivo de los nutricionistas de lograr
que la dieta de los cubanos se basara más en el consumo de vegetales y
menos en el de carne y féculas. Los urbanistas alentaban la
preservación de áreas verdes en el interior de las ciudades para mitigar
el ruido, absorber la lluvia y reducir las inundaciones, contrarrestar
el calentamiento de las ciudades y estimular la interacción social en
los barrios. Y como se trataba de una agricultura orgánica, era más
saludable para los trabajadores. El Ministerio de Salud Pública no
quería pesticidas en las ciudades. Los ecologistas presionaban a favor
del policultivo y el manejo biológico de las plagas y la fertilidad del
suelo. Distintas organizaciones, ministerios e instituciones se
preocupaban específicamente por uno u otro de estos objetivos, pero
todos convergían en hacer de la agricultura urbana una opción obvia y,
en cierto sentido, inevitable. Había también concepciones ideológicas
que tornaban atractiva la agricultura urbana, en especial el objetivo
marxista de restaurar el metabolismo entre la ciudad y el campo, y el
compromiso de que el desarrollo urbano no estuviera determinado por los
mercados inmobiliarios.
Adoptar un punto de vista holístico sobre la agricultura era
obvio. Pero lo obvio no siempre se impone. Muchos de los errores
cometidos por el gobierno cubano fueron respuestas a urgencias que no
tuvieron el cuenta las consecuencias más amplias y a más largo plazo de
una decisión.
O considérese la respuesta del sistema educativo a la contracción
económica. En los Estados Unidos, las juntas escolares locales
enfrentadas a una insuficiencia de recursos optaron por eliminar lo que
consideraban lujos innecesarios. Se produjo un movimiento de
concentración en las habilidades básicas de la lectura, la escritura y
la aritmética a expensas de los estudios sociales, la literatura, las
artes y la educación física. Se redujeron los suministros y aumentó el
número de alumnos por aula. A los estudiantes universitarios se les
comenzaron a cobrar matrículas y cuotas cada vez mayores. Se apoyaron
los programas académicos de ciencias y matemáticas y se eliminó la
mayoría de los dedicados a las artes. Todo ello tenía sentido en el
marco del capitalismo, donde la educación tiene como meta fundamental
entrenar a trabajadores competentes y dóciles y sólo a una reducida
minoría de dirigentes e innovadores, y donde el estudiante es un cliente
que hace una inversión para obtener un empleo mejor remunerado.
Enfrentada a las dificultades económicas del Período Especial,
Cuba optó por una expansión de la educación. El número de alumnos por
aula se redujo a veinte (con dos maestros) en la escuela primaria,
quince en la secundaria y diez en el preuniversitario. La educación
artística se amplió, se crearon escuelas para instructores de arte y se
organizaron programas especiales para los estudiantes con
discapacidades. La educación superior se expandió mediante el
establecimiento de sedes universitarias en todos los municipios. El
pago de un salario por estudiar se convirtió en una opción para los
trabajadores azucareros desplazados por el cierre de algunos de los
centrales.
Tanto la decisión capitalista como la socialista tienen sentido en
sus sociedades respectivas. Para los cubanos, la educación es algo más
que el mero entrenamiento de una fuerza laboral calificada. Su objetivo
–que tiene como guía el mandato martiano de “Ser cultos para ser
libres”-- es formar ciudadanos. La expansión de la educación era una
forma de construir para el futuro, a la vez que una manera de darles
empleo a los maestros.
La “lógica” del socialismo hace énfasis en una producción
encaminada a satisfacer las necesidades del pueblo y lograr una igualdad
básica, una toma de decisiones colectiva y un nivel de vida ascendente.
Parte del consumo es individual, y por lo general se adquiere con los
ingresos personales. Otra parte es consumo social, y se recibe, por
ejemplo, en forma de salud pública y educación. Y otra parte se
adquiere de modo individual, pero está subsidiada por los recursos
colectivos: ese es el caso de la alimentación básica, el transporte
público, los bienes culturales y el acceso a los deportes y la
recreación. Aparte del consumo, una parte del producto se reinvierte
con fines de desarrollo. Es ahí donde se puede apreciar el impacto del
bloqueo. Los costos para Cuba de cincuenta años de hostilidad suman un
monto que es varias veces el del ingreso nacional, una fracción
significativa de lo que el país necesita invertir para avanzar. Es esa
mezcla de distribución gratuita, subsidiada y basada en la oferta y la
demanda lo que torna ridículos los cálculos que se hacen de los salarios
de los cubanos. Si la mayoría de los habitantes de la isla ganara el
equivalente de su salario a la tasa de cambio actual, los tan llevados y
traídos $20 mensuales, ya estarían todos muertos.
Consumo
Como todos los pueblos y la mayoría de los gobiernos proclaman
como objetivo el incremento de los niveles de vida, una de las preguntas
que surge es, ¿Qué bienes son necesarios para ese incremento del nivel
de vida sin que constituyan una caída en el “consumismo”? Vale la pena
examinar más de cerca el “consumo”. En los países pobres existe una
real necesidad de incrementar el consumo de bienes básicos:
alimentación, vivienda, salud pública, transporte público, etc. Bill
McKibben calcula que hasta un ingreso per capita de unos $10 000
anuales, los aumentos del ingreso mejoran la vida de las personas y se
reflejan en las encuestas de los niveles subjetivos de felicidad. Los
individuos comen con regularidad, disponen de techo y ropa, y tienen
acceso a la salud y a la educación. Ese es aproximadamente el nivel en
el que el descenso de la mortalidad infantil deja de correlacionarse
estrechamente con el ingreso.
Aparte de ese tipo de consumo, está el que se deriva de relaciones
sociales específicas. El automóvil, originalmente un lujo de los ricos,
se tornó cada vez más necesario en los Estados Unidos debido a la
ausencia de un transporte público barato, el desarrollo de los suburbios
y los largos viajes diarios, la distancia entre los lugares de
residencia y los lugares de trabajo. Los empleos de oficina exigen
cierto tipo de vestuario. Los varones japoneses necesitan varios trajes
de color oscuro, no para no sentir frío, sino para parecer respetables y
conservar sus empleos. Los códigos de vestuario para las mujeres suelen
ser todavía más exigentes.
Parece ser que los gustos y estilos de una clase o una sociedad
dominantes adquieren un prestigio que trasciende con mucho su valor
intrínseco. En el Medio Oriente de la época bíblica, Babilonia era el
centro de la moda. Los israelitas deportados a Babilonia en el año 586
AC quedaron deslumbrados por el esplendor de esa antigua ciudad, tanto
que setenta años más tarde, cuando Ciro el Grande les permitió regresar
a su tierra natal, muchos decidieron quedarse en el lugar de su exilio.
Más tarde, Herodes pasó su juventud en Roma, entre fiestas e intrigas. Y
después trató de llevar las costumbres romanas a Jerusalén. Hoy en día,
por supuesto, debido a la hegemonía estadounidense, McDonald’s y
Coca-Cola han adquirido un valor simbólico que trasciende con mucho su
valor nutritivo o las cualidades de su sabor. Para muchos cubanos, su
Roma o su Babilonia es Miami.
Por último, en una sociedad que aísla a las personas unas de
otras, el remedio para la desesperación es comprar. A quienes han
vivido en la pobreza, acumular objetos en ocasiones les produce una
sensación de seguridad. Y el imperativo capitalista de expandirse
conduce a gigantescos esfuerzos de venta para promover esos
sentimientos, al tiempo que se inventan nuevas maneras para que las
personas se endeuden. Todas esas dimensiones alimentan el consumismo.
Pero, para el socialismo, el aumento de los niveles de vida no
consiste en un consumo ilimitado de energía y materias primas, sino que
se centra en el aumento de la calidad de la vida. De ahí que una gran
proporción del producto nacional cubano se invierta en el consumo
social, la salud, la educación, la cultura, los deportes y el medio
ambiente, aunque, en el corto plazo, ello pueda disminuir el ritmo del
crecimiento y prolongar escaseces que producen frustración. Alrededor
de un 10% del Producto Interno Bruto se invierte en la formación de
capital, lo que lleva a una tasa de crecimiento que oscila entre 8 y
12%. (Aun tras la devastación provocada por los tres huracanes del 2008,
Cuba logró crecer alrededor de un 4%, pero en la actualidad, debido al
impacto de la recesión mundial capitalista, el crecimiento se ha
estancado). Mientras existen tantas escaseces y casi cualquier
incremento de la producción mejora la calidad de la vida, podría parecer
que criticar el consumismo es partir un pelo en dos, pero esa crítica es
importante para la formación de los objetivos sociales e individuales.
Quizás el aspecto más complejo y contradictorio del proceso
socialista es el que tiene lugar en la psiquis de los individuos. El
entusiasmo del triunfo alienta una orientación voluntarista que asume
que podemos hacer todo lo que nos propongamos, y lleva a afirmar con
entusiasmo que el ”hombre nuevo” (sic), empeñado en el logro de las
metas colectivas, es generosos, abierto, dedicado y valiente. Todo ello
es real, pero incompleto. Los cínicos citan el descreído adagio de que
“todo tiene que cambiar para que siga siendo como siempre”, que olvida
los cambios reales y profundos que tienen lugar y subraya lo que no ha
cambiado. Recuerdo cuando era un niño en la década de los treinta el
inacabable debate sobre si es necesario cambiar la sociedad para que
cambien las personas o cambiar a las personas para que cambie la
sociedad. Es claro que la respuesta es un proceso de ida y vuelta en el
que las nuevas condiciones hacen posibles nuevos comportamientos y los
individuos transformados impulsan los cambios sociales que tienen como
objetivo un mundo en el que tiene sentido ser bueno. Pero a lo largo de
ese camino, los individuos son muy disímiles.
En tiempos difíciles, algunos retornan a hacer individualmente lo
que el colectivo ya no puede lograr, mientras que otros asumen las
dificultades como un reto que exige más cooperación y esfuerzos. Esas
contradicciones distinguen a las personas unas de otras, pero también se
dan al interior de los individuos. Parecería que el típico error de los
marxistas consiste en exagerar los cambios en la psicología colectiva,
de modo que nos sorprende la persistencia del racismo o el sexismo, el
esnobismo clasista, el oportunismo y otras virtudes burguesas. Los
comentaristas y periodistas hostiles aprovechan cualquier señal de
ellos para burlarse y descartar cualquier posibilidad de transformación
y toda esperanza de progreso. Lo que les resulta importante es lo que
no ha cambiado o lo que incluso ha retrocedido. Pero lo que pone en
evidencia las posibilidades y despierta el entusiasmo es lo nuevo,
mientras que lo viejo nos advierte acerca de los obstáculos y las
dificultades, y sobre todo lo que queda por hacer.
Una orientación filosófica marxista subraya la totalidad, la
interconexión y el contexto histórico, lo que facilita entender cómo
afecta una esfera de la vida a las demás. Esa perspectiva no determina
el futuro, sino que proporciona las herramientas para pensar acerca de
lo que sucede y decidir qué hacer. Es un contrapeso parcial a las
inevitables urgencias que alientan la adopción de medidas cortoplacistas
que socavan los objetivos a largo plazo.
Este concepto de “lógica” de una sociedad resuelve la
contradicción entre el hecho de que lo que sucede depende de las
decisiones de millones de individuos y la percepción de que hay “leyes”
de la sociedad. No implica inevitabilidad, sino sólo contingencia:
mientras más se aparta una sociedad de los imperativos de su “lógica”,
más tendencias que amenazan socavar todo el proyecto se acumulan. Pero
en un proyecto socialista siempre operan tendencias contrarrestantes.
La brecha
En todas las sociedades e instituciones hay una brecha entre los
ideales proclamados y la práctica real. Los sacerdotes pecan, los
policías cometen delitos, los generales budistas comandan guerras. En
las sociedades, esa brecha es inevitable y necesaria. Su inexistencia,
un funcionamiento exacto al que se pretende, sería evidencia de una
terrible ausencia de imaginación y aspiraciones. Obviamente, no se
trata de mantener la brecha empeorando las prácticas, sino elevando las
aspiraciones.
En el capitalismo, la clase dominante debe proclamar ideales para
el consumo público y convencer a los individuos de que esos ideales se
cumplen, aunque sea de manera incompleta. Por tanto, la brecha se
construye con fines de control social.
El concepto brezhneviano de “socialismo realmente existente”
pretendía eliminar esa brecha al plantear: “Esto es todo, no hay nada
más. Pedir más es idealismo. Así que cállense.” En el seno del
cristianismo, una corriente reconoce esa brecha al considerar que los
ideales emanan de Dios y la incapacidad de vivir de acuerdo con ellos se
deriva de la imperfección humana o del pecado original. Incluso cuando
la propia Iglesia o sus líderes no se muestran a la altura de esos
ideales, se considera que ello evidencia la necesidad de la Iglesia.
Una anécdota personal: una mañana de domingo cuando, recién
iniciada la adolescencia, le dije a mi padre que iba en busca de mi
primera organización comunista, su respuesta fue: “Muy bien. Pero no
esperes que una organización comunista sea idéntica a una sociedad
comunista. Si lo fuera, no haría falta una revolución.”
Esa es una de las contradicciones inevitables que enfrentan los
revolucionarios. La construcción del socialismo es mucho más complicada
y a veces más dolorosa de lo que imaginábamos, y el proceso a menudo
produce frustración además de ser fuente de inspiración. El asunto
consiste en reconocer que los defectos del socialismo son, al mismo
tiempo, inevitables e inaceptables, analizar sus causas y descubrir
maneras de luchar contra ellos como parte del proceso revolucionario, en
vez de emplearlos como excusa para abandonar la lucha. Una manera de
circunscribir la contradicción es ver no sólo los “errores”, sino
incluso los crímenes del socialismo, de una manera dual: no son el
socialismo, sino distorsiones del socialismo. Pero son también
distorsiones del socialismo. Se puede establecer una analogía con las
enfermedades de las plantas: el tizón del maíz no es maíz, sino una
enfermedad del maíz. Pero es una enfermedad del maíz, y no una
calabaza.
Tomada de manera independiente, la primera afirmación podría
conducir a descartar a la ligera un montón de cosas terribles ocurridas
bajo las banderas del socialismo por ajenas al socialismo y, por tanto,
no verdaderamente relevantes. ¿Pol Pot? ¿Beria? ¿Cayetano? Nunca fueron
de los nuestros. Esa variante también lleva a la racionalización de lo
inaceptable tildándolo de “necesario”. El conocido argumento de que “no
se puede hacer una tortilla sin cascar huevos” se transforma en la falsa
idea de que cascando huevos se hace una tortilla, y, por tanto, a la de
que romper huevos es una señal de militancia. Salimos limpios del
problema y no aprendemos nada. La “objetividad” y la “necesidad” se
convierten en los disfraces del instrumentalismo más cínico.
La segunda afirmación, tomada también por sí sola, puede conducir
a apartarse, a la conclusión de que el socialismo es una quimera ingenua
que inevitablemente desemboca en hechos horrorosos, así que es mejor
cuidar de uno mismo. O al descubrimiento de que como el socialismo no
tiene el aspecto que se esperaba, es normal sentirse traicionado y
desilusionado, y se justifica sumarse al bando contrario. Muchos de
quienes han renegado del socialismo han recorrido este camino. Ambas
interpretaciones, tomadas por separado, conducen al cinismo.
Democracia
La democracia es un tema central para los socialistas. Vale la
pena examinar la cuestión de la democracia en los socialismos
emergentes, no sólo para corregir algunas interpretaciones obviamente
erróneas, sino, lo que es más importante, para ampliar nuestra propia
comprensión de la democracia. Los liberales que critican a Cuba por su
desempeño en el terreno de los derechos humanos son muy selectivos en lo
tocante a los artículos de la Declaración Universal a los que hacen
referencia. Suelen reconocer de una rápida pasada cosas tales como los
derechos a la satisfacción de las necesidades básicas, como la
alimentación, el agua, la educación, la salud pública, la igualdad de
géneros, el acceso masivo a la cultura, los deportes y la seguridad
social en la vejez, pero los consideran carentes de importancia
comparados con los derechos políticos. Y su crítica sobre la ausencia
de derechos políticos asume que nuestros derechos formales son la única
medida legítima de la democracia. Para sustentar el modelo
antidemocrático de Cuba que trazan, dicen cosas como “Fidel le entregó
el poder a su hermano Raúl”, cuando lo que ocurrió en realidad fue la
sucesión legal del presidente del Consejo de Estado por el primer
vicepresidente, debido a razones de enfermedad del primero.
Los críticos de Cuba, profundamente sumidos en la ignorancia,
lamentan constantemente la ausencia de elecciones en el país. Por
supuesto que hay elecciones en Cuba, mediante el voto secreto y directo,
con urnas custodiadas por escolares e inmunes al depósito de votos
fraudulentos. Peter Roman ha hecho el mejor estudio de esos procesos
eleccionarios, que difieren mucho de los nuestros: no se elige entre
miembros de distintos partidos, pero tampoco son unipartidistas (el
Partido Comunista no postula candidatos, aunque muchos candidatos son
comunistas). Las nominaciones de candidatos a delegados a las asambleas
municipales se hacen en reuniones abiertas en los barrios, y se vota por
uno de entre dos a ocho propuestos. En alrededor del 10% de los casos,
ninguno obtiene más del 50% de los votos, así que se va a una segunda
vuelta entre los dos contendientes que obtuvieron más sufragios en la
primera. No hay campañas electorales, anuncios en la televisión ni
entrevistas, sino sólo una biografía de una página de cada candidato.
Los cubanos se ufanan de que no hay que ser rico ni tener amigos ricos
para ser candidato en sus elecciones.
En los niveles superiores (provincial y nacional), los candidatos
son propuestos por comités de nominación. El propósito expreso es
garantizar una amplia representación de cada sector de la población y
contar con personas capacitadas que alimenten los debates. Los cubanos
quieren que su Asamblea Nacional sea lo más representativa posible de
todos los sectores. Pero “sectores” significa ocupaciones, capacidades,
edades, etc., no ideologías políticas. En las pasadas elecciones se
consideró un logro importante que aumentó la representación de las
mujeres, los afrocubanos y los jóvenes. Todo el proceso se asemeja más
a las elecciones de las sociedades de profesionales, o de nuestras
cooperativas locales para la producción de alimentos que a unas
elecciones políticas a nivel nacional en el capitalismo. Si se
entienden las elecciones como un proceso de selección de un grupo
diverso bien informado y con un alto grado de compromiso, el sistema
parece funcionar bien. Pero si se entienden como un campo de batalla de
ideologías diversas, es terriblemente deficiente. Aunque no hay ningún
obstáculo legal a que un disidente se postule e incluso sea elegido,
todos sabemos que no sucedería. Las elecciones son dentro del
socialismo, no sobre el socialismo, excepto en el sentido de que la
participación y la votación constituyen una especie de referendo. Los
cubanos evalúan el porcentaje de participación y consideran los votos en
blanco o nulos como muestras de desafección. Según esa medición, la
oposición cuenta con menos de un 10% de los electores, aunque algunos
amigos que son miembros del Partido me han dicho que estiman que la
cifra se acerca más al 20%.
La Asamblea Nacional por lo general analiza muy pocos proyectos de
ley en sus dos sesiones anuales. No hay proyectos que sean favores
políticos, o presentados para poner en evidencia al gobierno, o tan
vastos que los representantes votan sin haber leído sus contenidos.
Cuando un proyecto de ley importante se lleva a votación, ha pasado
previamente por las comisiones de la Asamblea Nacional, reuniones con
los votantes y consultas con las organizaciones implicadas. Los
diputados reciben un borrador al menos veinte días antes de que se ponga
a votación. Las leyes suelen aprobarse por unanimidad. Al observador
suspicaz, ello le parece una mera ratificación ceremonial, por parte de
una asamblea dócil, de decisiones ya adoptadas por otros (¿Por el
Partido? ¿Por el jefe de estado?). No obstante, el proceso legislativo
es mucho más complejo. Peter Roman estudió el funcionamiento de la
Asamblea Nacional siguiendo el desarrollo de la Ley Agraria del 2006.
La iniciativa procedía de la Asociación Nacional de Agricultores
Pequeños (ANAP). En el 2008, una nueva ley de Seguridad Social que
incrementó la edad de la jubilación de sesenta a sesenta y cinco años
para los hombres y de cincuenta y cinco a sesenta para las mujeres, se
debatió en 85 301 asambleas organizadas por los sindicatos, a las cuales
asistieron 3 085 798 participantes. De ellos, noventa asambleas y 28
596 miembros votaron contra la ley. La Federación de Mujeres Cubanas,
por intermedio del Centro de Educación Sexual, trabaja en la
actualización del código de familia para que se reconozca legalmente la
existencia de distintos tipos de familias y para reforzar los derechos
de lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgéneros. La diputada
Mariela Castro planea presentar la legislación en una próxima sesión de
la Asamblea.
Las estructuras del gobierno cubano han venido evolucionando desde
mediados de los años setenta y lo siguen haciendo. La invención de la
democracia socialista es un proceso complejo. Sus deficiencias y
problemas no resueltos son los suyos propios --y se miden por sus
objetivos--, y no desviaciones de la democracia capitalista. Entre esos
problemas no resueltos están los siguientes:
a) Liderazgo político y productores asociados. La membresía en la
Asamblea Nacional no es un empleo de tiempo completo. Los delegados
tienen empleos regulares, y, dado que fueron nominados, es probable que
participen también en cierto número de organizaciones locales. Están
muy presionados por el tiempo y no tienen asesores que los ayuden. En
una sociedad en la que la división sexista del trabajo sobrevive en
muchos hogares, este es un problema especialmente agudo para las
mujeres. El cargo no conlleva ningún privilegio. Exige mucho de quien
lo desempeña y a menudo es fuente de frustración, cuando todo lo que
puede hacer el delegado es explicar por qué un problema no puede
solucionarse por el momento. La tasa de renovación es alta, tanto
porque las personas deciden no volver a ser candidatos como porque los
votantes son muy exigentes y críticos.
Es deseable contar en la Asamblea Nacional con miembros
provenientes de las comunidades, que mantienen fuertes vínculos con sus
vecinos, y con expertos en los diversos temas que la Asamblea debe
considerar. No siempre las mismas personas cumplen ambas condiciones.
Los expertos sueles ser dirigentes nacionales en sus esferas. En una
sociedad en la que la educación masiva es un fenómeno nuevo en términos
históricos, se le concede un gran valor al conocimiento, lo que puede
implicar que se nomine a los jefes de las organizaciones. De ahí que el
parlamento del pueblo no esté compuesto fundamentalmente por obreros,
sino por líderes de obreros (Un poco menos de la mitad de los diputados,
fundamentalmente los que también son delegados en sus municipios, son
obreros).
Al visitante norteamericano que considera que la dirigencia es
antagónica con la membresía de fila, y que están en una relación de
“ellos y nosotros”, esto le resulta sospechoso. Puede considerarse que
una brecha en las condiciones de vida y la ideología entre los
dirigentes y los miembros de fila podría socavar la naturaleza
democrática del proceso. Durante el Período Especial, las desigualdades
aumentaron en Cuba, aunque no entre los dirigentes y el resto de la
población. Los nuevos ricos son más bien quienes reciben dinero de sus
parientes de Miami, o quienes trabajan en los hoteles o compañías
extranjeras, donde tienen acceso a los dólares, o los dueños de los
pequeños negocios que se han legalizado, o quienes operan en la economía
informal (mercado negro).
Pero si los dirigentes a nivel nacional que cuentan con los
conocimientos necesarios no siempre están vinculados a sus distritos y a
la población, puede que no sean conocidos por la mayoría de los votantes
ni tengan una relación con ellos. He oído a algunos comunistas leales
declarar que no votarían por personas que no conocen. Por tanto, como
ocurre en muchas elecciones europeas, a los votantes se les insta a
votar por la candidatura completa y no por candidatos individuales.
Estos han sido propuestos por los comités de nominación por sus
conocimientos, pero es muy probable que se elimine a quienes se
considera demasiado críticos.
La ideología cubana entiende que la sociedad se torna cada vez más
democrática mediante una amplia participación y el esfuerzo por lograr
consensos. Desde los primeros grados, los niños eligen representantes
de aula, y en todas las organizaciones de masas los dirigentes son
electos. En cierto sentido, el proceso consultivo desdibuja la
distinción entre gobierno y sociedad civil, un giro inesperado hacia “la
extinción gradual del estado” que Lenin anticipara. Es más cercano a la
realidad considerar que todas las organizaciones de masas son órganos de
la sociedad.
Peter Roman describe de la siguiente manera la Asamblea Nacional:
La Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) funciona sobre la base de
cinco principios. Primero, debe ser representativa de la sociedad
cubana. Por tanto, los diputados provienen de la mayoría de los
sectores y ámbitos de la sociedad, lo que incluye expertos en economía,
agricultura, salud, educación, deportes y otras áreas que supervisa la
Asamblea Nacional. Segundo, debe sostener un contacto y una relación
estrechos con la población. Ello se logra, en buena medida, gracias a
que casi la mitad de los diputados son también miembros de las asambleas
municipales. Tercero, la Asamblea debe consultar con los votantes, los
diputados, los expertos, las partes interesadas, funcionarios
gubernamentales, el Partido Comunista de Cuba (PCC), la Central de
Trabajadores de Cuba (CTC) y las organizaciones de masas las leyes que
se proponen y la determinación de las listas de candidatos. Cuarto, debe
permitir la expresión de la oposición en lo que respecta a las medidas
que se debaten, tales como acápites específicos de las leyes propuestas,
pero no de la oposición organizada o una oposición que ataque el
sistema. Y quinto, su papel es reconciliar las diferencias para
alcanzar consensos antes de presentar las medidas a sus sesiones
plenarias.
La relación entre las organizaciones locales y las instancias
superiores varía mucho. Un amigo se negó a ser electo secretario general
del núcleo del PCC en su centro de trabajo porque decía que su función
se limitaba a trasladar instrucciones de las instancias superiores
acerca de las tareas a realizar. Otro, un diplomático, me dijo que el
núcleo de su misión diplomática debate sobre todo las tareas de la
misión y tiene poco tiempo para discutir cuestiones políticas. Cuando
les conté lo anterior a algunos amigos de otro centro de trabajo se
mostraron indignados. Su núcleo siempre sostiene debates políticos y
había encabezado la demanda de que se despidiera al director de la
empresa por no atender las necesidades de los trabajadores. Asistí a
una discusión con miembros de un núcleo de otro centro donde
planificaban cómo presentar su enfoque ecológico sobre el desarrollo en
una reunión nacional, y anticipaban la oposición de quienes seguían
fascinados con la tecnología “avanzada” y consideraban que la ecología
era mera nostalgia de una mítica edad de oro. Un estudiante me
describió los debates sostenidos en su aula de secundaria acerca del
rock and roll: el tema era si se podía separar la música del estilo de
vida de sus practicantes.
Aun con todas sus dificultades, las estructuras formales del
gobierno cubano resultan adecuadas para que los productores asociados
conduzcan la sociedad. Los factores limitantes son más ideológicos que
formales. Entre ellos, el primero es la mentalidad de plaza sitiada
como respuesta al hecho de que tres generaciones de cubanos han vivido
sujetas a la agresiva hostilidad de los Estados Unidos. Esta no es una
excusa para las escaseces e ineficiencias, sino un verdadero factor de
la vida en Cuba.
b) Identidad y diferencia. Un segundo problema no resuelto es que en la
historia cubana abundan los ejemplos de sublevaciones revolucionarias
fracasadas debido a la desunión entre sus miembros. De ahí la alta
prioridad que se le concede a la unidad, que no siempre distingue entre
acción enemiga y desacuerdo, y, por tanto, fomenta la timidez a la hora
de expresar grandes diferencias de opinión. La metáfora militar del
asedio está muy extendida. Una valla habanera, muy común durante el
Período Especial, mostraba un retrato de Fidel vestido de uniforme y la
consigna “¡Comandante en Jefe, ordene!”, lo que sin dudas no alentaba el
pensamiento crítico.
Las maneras de referirse a Fidel Castro son diversas. Antes de su
retiro, la prensa reproducía la lista de sus cargos, esto es, presidente
de los Consejos de Estado y de Ministros y primer secretario del
Partido. Ahora se le llama líder de la revolución. El papel de Fidel
en Cuba es dual: es un símbolo de la revolución y el político más capaz
del país. Pero el primero de esos dos papeles es el predominante y
desalienta la crítica. También fomenta los estereotipos, el consignismo
y las expresiones de aprobación rutinizadas. Lo más irritante son los
discursos leídos por niños muy pequeños en las Tribunas Abiertas, en los
que se incluyen palabras que no pueden haber escrito por sí solos y
quizás apenas entienden.
La prioridad que se le concede a la unidad también le establece
límites al debate, dado que las personas no quieren que se las margine
por parecer demasiado negativas. Quizás puedan temer que no se les tome
en serio y después se les relegue a la hora de las promociones o del
acceso a bienes escasos, que se conceden a quienes hacen “contribuciones
a la sociedad”. La deferencia hacia los dirigentes respetados a menudo
sirve como disuasivo a las señales de alarma.
Estuve presente en un foro en el que un participante se mofó de la
participación recitando:
Yo participo
Tú participas.
El y ella participan.
Nosotros participamos.
Ellos deciden.
Esto es injusto como generalización, poro sí identifica el
problema de la toma de decisiones de arriba hacia abajo. Los
progresistas sienten aversión por la toma de decisiones “de arriba hacia
abajo” por contraposición a la de “de abajo hacia arriba”, y por lo que
a menudo es lo mismo: el poder centralizado por contraposición a la
descentralización del poder. Además de que la centralización se opone a
nuestro concepto de la democracia, la criticamos porque muy a menudo
conduce a tomar decisiones erróneas al tratar de aplicar en todas partes
la misma fórmula, al no reaccionar ante la crítica, al no tomar en
cuenta las peculiaridades, necesidades y posibilidades de cada
situación; y también porque subutiliza la gran creatividad de las
comunidades y los talentos de los individuos. No obstante, la
singularidad de lo particular también es un argumento a favor de la
centralización, dado que lo que puede ser óptimo para una localidad
puede no ser bueno para el país. En Yugoslavia, el control obrero de
las empresas a menudo condujo a los colectivos a comportarse como
empresas capitalistas en busca de la maximización de las ganancias.
En la agricultura, la crítica a la centralización es también la
crítica al monocultivo a escala industrial. Pero no son exactamente lo
mismo. Es en el capitalismo donde la propiedad plena y el derecho a
alienar la tierra, a decidir cómo se emplea y a disponer de su producto
está concentrado en las mismas manos. Pero no tiene por qué ser así.
En algunas sociedades, la tierra pertenece a la comunidad, pero se
divide entre las familias para hacerla producir, en ocasiones
periódicamente, atendiendo a sus necesidades o su capacidad para darle
uso. En otras sociedades, una familia tiene derecho a cultivar y otra a
llevar a sus animales a pastar, etc. Al analizar cómo se debe organizar
la agricultura, hay que distinguir entre las unidades de planificación,
cultivo y remuneración. Las unidades de planificación dependen de las
escalas en las que los planes resultan relevantes. La divisoria de las
aguas es una unidad natural para algunos fines, y se seleccionan los
cultivos según sus demandas estacionales de agua y trabajo y la
diversidad requerida para satisfacer las necesidades nutricionales y de
consumo de la población. El tamaño deseable de un terreno se relaciona
más con el tipo de cultivo y la movilidad de las plagas. Por ejemplo,
yo recomendaría que un campo de boniato tuviera unos cuarenta metros de
ancho y estuviera flanqueado por matas de plátano, de manera que la
hormiga león que vive en los platanales pudiera buscar su sustento entre
los boniatos, hacer sus hormigueros alrededor de los tubérculos en
desarrollo y repeler al gorgojo del boniato. La unidad de remuneración
no puede depender del valor de las cosechas, porque no existe una
relación necesaria entre el valor alimenticio y el valor económico de un
cultivo. No es justo pedirles a los agricultores que sacrifiquen parte
de sus ingresos para que su tierra incremente la producción de la de sus
vecinos o satisfaga las necesidades de los almuerzos escolares. Tiene
que hacer cierta redistribución de los ingresos entre las unidades
productivas para recompensar equitativamente un trabajo igualmente
arduo. Lo que se requiere, obviamente, es una planificación en
múltiples niveles, según las escalas de los problemas.
Una adecuada división de la autoridad entre los organismos locales
y los de niveles superiores no es algo que se pueda establecer de manera
abstracta, sino que depende de las circunstancias. En un momento de la
década de los sesenta, a una cubana amiga mía, una costurera con muchos
años de experiencia en la lucha contra Batista, le pidieron que
dirigiera una granja de cría de pollos. Mi amiga no sabía nada de
pollos, excepto algunas recetas para cocinarlos, pero en ese momento su
selección era acertada, porque los que la eligieron podían estar seguros
de que no sabotearía la producción. Los niveles superiores le dieron
instrucciones muy detalladas, y ella se sintió agradecida por cada una
de ellas. En aquellos momentos, la carencia de personal calificado
hacía de la centralización el menor de dos males. Pero a veces las
instrucciones pueden llevar a la parálisis. Se suele creer erróneamente
que la planificación central significa directivas uniformes para cada
lugar, con independencia de las condiciones, cuando puede significar en
realidad la coordinación de la diversidad.
Esta faceta de la planificación central está presente de manera
similar en la medicina. Es obvio que cada paciente es diferente, y que
el médico tiene que ser capaz de tratar a cada uno de ellos como un ser
humano completo, combinando el examen físico, la historia clínica, los
exámenes de laboratorio y sus impresiones de las entrevistas con él.
Pero también es cierto que los médicos poco experimentados necesitan
apoyo. Sus errores suelen tener por origen la falta de experiencia,
sobre todo cuando se trata de enfermedades poco comunes. Las consultas
a larga distancia con los especialistas pueden resultarles útiles a los
jóvenes clínicos. Pero sería igualmente erróneo juzgar a partir de una
lista de resultados de laboratorio o de informes clínicos sin tener en
cuenta la sutil singularidad de cada paciente. Cómo integrar esos dos
tipos de conocimiento es un tema de la mayor importancia para la
atención primaria, que no puede resolverse de manera abstracta.
Por ejemplo, en 1995, el pueblo de Yaguajay decidió organizar toda
su estrategia de desarrollo en torno al tema de la salud. La definieron
en términos generales y pronto comenzaron a evaluar el estado de la
vivienda, la estructura etaria de la población, la morbilidad y la
mortalidad, la atención de salud disponible, la tasa de familias
disfuncionales y otros aspectos de la vida en la comunidad. Para
hacerlo, llevaron especialistas a nivel nacional de varios ministerios,
no para que dirigieran los trabajos, sino para que les proporcionaran
los conocimientos necesarios, y todo fue coordinado por la asamblea
municipal. Resulta, pues, que la fácil oposición entre lo central y lo
local nos impide entender bien las cosas. El problema es cómo integrar
“de abajo hacia arriba” con “de arriba hacia abajo”, y no de escoger una
de las dos cosas.
Los sindicatos están entre las organizaciones de masas que
desempeñan un papel vital en el funcionamiento del país. ¿Pero son
“sindicatos independientes” en el sentido que le damos a la expresión o
“sindicatos controlados por el estado?” Y si son independientes, ¿cómo
es que no hay huelgas en Cuba?
De nuevo, el visitante se siente tentado a aplicar criterios
perfectamente sensatos a la situación errónea. Las relaciones entre los
sindicatos y el estado son diversas. Los sindicatos pueden proponer
leyes a la Asamblea Nacional. Muchos diputados son miembros de los
sindicatos. Dos veces al año, los sindicatos se reúnen con los
ministros para debatir cuestiones de interés mutuo. Los sindicatos
auspician debates en todo el país sobre asuntos laborales, y en
ocasiones han rechazado propuestas de la Asamblea Nacional. El estado y
los sindicatos monitorean conjuntamente el cumplimiento de la
legislación laboral (hay muchas violaciones, debidas en algunos casos a
ignorancia de la ley, en otros a indiferencia o a no querer mover el
bote cuando es urgente producir, y algunas veces a oportunismo). Si no
vemos a grupos de trabajadores piquteando frente a las puertas de la
Asamblea Nacional es por las mismas razones que no vemos a banqueros o
gerentes piqueteando ante el Congreso o la Casa Blanca: ya es de ellos,
e incluso si se sienten insatisfechos con algunas decisiones
específicas, saben que tienen un interés compartido.
c) Burocracia e innovación. Una queja frecuente de los cubanos y los
visitantes extranjeros es la burocracia. Una parte demasiado grande de
la vida cotidiana se ve limitada por regulaciones y procedimientos que a
menudo se aplican de manera rígida a inhumana. Por ejemplo, hay que
obtener muchos documentos para hacer alguna modificación constructiva
en el hogar, y las oficinas a las que hay que acudir en busca de esos
documentos pueden estar en lugares alejados, o cerradas cuando llega el
solicitante –aunque llegue a una hora en que deberían estar abiertas—y,
mientras tanto, el interesado ha tenido que faltar al trabajo para ir y
no atiende sus propias responsabilidades. O el personal que trabaja en
la oficina gubernamental puede estar completamente enfrascado en una
conversación y no mostrar el menor interés por las necesidades de quien
acude a ella, y cuando finalmente ya están todos los papeles no se puede
ir simplemente al mercado a comprar un saco de cemento. Un innovador
que tenga una idea brillante a medio elaborar no puede ir corriendo a la
esquina a comprar un muelle y tres baterías. (Este es el tipo de quejas
que figura de manera más prominente en la sección de correspondencia de
Granma, que se publica los viernes.)
Pero no se trata de simple ruindad. La burocracia surgió
históricamente como el antídoto burgués al capricho feudal en la
concesión de privilegios y la imposición de sanciones. El ideal de la
aplicación uniforme del “estado de derecho” con independencia de los
individuos resulta muy atractivo y forma una parte importante de la
conciencia estadounidense en respuesta a la anarquía imperante en la
frontera. Además, para mantener las prioridades y la justicia hacen
falta procedimientos conocidos. La frustración de no poder entrar a una
tienda y comprar un saco de cemento garantiza que una clínica o una
escuela tienen la primera prioridad para la utilización de recursos
escasos. Por tanto, la escasez de recursos hace necesarios los
procedimientos formalizados.
Nuestro rechazo a la burocracia se basa en que interpone muchos
procedimientos entre una necesidad y su solución, aplica la misma medida
a todo de modo inhumano, sin atender a las circunstancias individuales,
o bien es violada por los burócratas por razones malsanas u
oportunistas. Además, la mentalidad burocrática se resiste a la
crítica, el cambio y las quejas. El ideal sería un estado de derecho
flexible que se aplicara de modo que tratara a cada quien según sus
necesidades. Pero esto exige un alto nivel de conciencia y compromiso
del personal burocrático, y un estrecho control por parte de la
comunidad. Ello se logra de manera desigual en Cuba, aunque el
movimiento de “atención al hombre” es un paso en esa dirección.
d) Socialismo y medios de comunicación. La democracia es, ante todo, la
movilización de la inteligencia colectiva para solucionar problemas
comunes. Cómo se logra es en sí mismo un reto importante. En la
antigua Atenas, modelo de democracia (sólo para los hombres libres), no
había prensa, por supuesto. El teatro era un órgano importante de
formación de opinión, y las obras del teatro griego clásico a menudo
eran polémicas y sátiras acerca de personajes públicos famosos. Los
versos de los trovadores medievales, las rimas infantiles y otras formas
artísticas también fungieron como focos de comentarios y formación de
opinión.
Los observadores que examinan los niveles de democracia a menudo
centran su atención en indicadores específicos que pueden o no resultar
apropiados. La prensa cubana de circulación masiva no se ajusta a
nuestra imagen acerca de lo que debe ser, y desde hace mucho no es, la
prensa en nuestro país. Su cobertura de noticias es escasa, y muchos
artículos se refieren a conmemoraciones históricas o eventos formales,
visitas de diplomáticos, etc. Es, por tanto, un cruce entre un
periódico y una revista. Se ha producido un aumento del periodismo
investigativo en los últimos años, sobre todo de artículos que examinan
por qué una empresa no cumple su misión. Las cartas a Granma,
que se publican los viernes, no sólo se quejan de las muchas
frustraciones de la vida diaria, sino que también incluyen las
respuestas a esas quejas de las empresas criticadas. Otras
publicaciones, como Havana Times y Temas, publican un
rango más amplio de opiniones.
En sentido general, la prensa cubana no es el órgano de formación
de opinión que los liberales imaginan en sus idealizaciones de la prensa
en el capitalismo. En otros tiempos, en las trece colonias, cuando
había una imprenta en cada esquina y cada impresor era un editor, y cada
editor tenía opiniones vívidas, la “libertad de prensa” era la libertad
para oponerse al dominio británico y debatir las vías para conquistar la
independencia. Ese tiempo feliz acabó hace mucho. Cuando los medios de
comunicación están monopolizados, cuando los anuncios comerciales son la
“libertad de expresión” y la guerra psicológica y la manipulación se han
convertido en una ciencia, cuando los costos de publicación se han
incrementado tanto que no están al alcance de las causas impopulares, la
libertad de prensa se ha tornado una caricatura de lo que finge ser. Los
especialistas en la guerra psicológica pueden calificarse a sí mismos de
periodistas, cubrirse con un manto de objetividad y exigir la protección
que esa profesión ha demandado tradicionalmente y algunas veces ha
obtenido. De ahí que descubro que no estoy por la “libertad de prensa”.
Estoy por el derecho de los trabajadores y los oprimidos a tener acceso
a la información y la oportunidad de debatir sus preocupaciones. Cómo
llevarlo a la práctica no es un problema menor, pero no se resuelve con
llamados generales a la “libertad de prensa”. En Venezuela y Argentina
se han aprobado nuevas leyes encaminadas a distribuir la banda de
transmisiones nacional entre el estado, las comunidades y organizaciones
populares, y la empresa privada. Estas leyes contradicen la libertad
del mercado, pero amplían el nuevo tipo de democracia que se está
inventando justo ante nuestros ojos.
e) Democracia en el contenido y en la forma. Muchas otras consignas
democráticas son igualmente descaminadas cuando se las toma como
principios absolutos y no como medios válidos para alcanzar fines
humanitarios. Por ejemplo, en la lucha por los derechos civiles en los
Estados Unidos, se denunciaba la “segregación” y la “discriminación”.
En el contexto del racismo imperante era una demanda obvia, justa e
inspiradora. Entonces el bando contrario inventó la “discriminación
inversa” para socavar la acción afirmativa. Por tanto, las
universidades negras y los cursos universitarios exclusivos para mujeres
llegaron a verse formalmente como una forma de segregación, cuando, en
realidad, las instituciones exclusivamente blancas y exclusivamente
masculinas son órganos del racismo y el sexismo, mientras que las
escuelas o clases exclusivamente afronorteamericanas o femeninas son
ambientes seguros para los miembros del grupo oprimido que no quieren
pasarse su etapa de estudiante justificando su existencia. Algunos
querrán poner en jaque el monopolio de los blancos o de los hombres y se
aventurarán a entrar en la guarida del león, mientras que otros
necesitan apoyo y seguridad para florecer y acumular fuerzas y después
volver a salir al exterior Me doy cuenta entonces de que no estoy en
contra de la “segregación”, sino del racismo y el sexismo. Es un error
frecuente convertir un medio efectivo en una cuestión de principio y
después parecer hipócritas cuando resulta que, después de todo, no es lo
que realmente queremos.
En la América Latina se han producido movimientos revolucionarios
en varios países, que han tenido diversos grados de éxito. Algunos han
llegado solos al gobierno (Guyana) o como parte de coaliciones (Chile,
Uruguay, Brasil). Otros se han hecho del poder del estado (Cuba,
Venezuela, Bolivia, Ecuador). Cada uno de ellos es diferente, tanto
porque las situaciones políticas de cada uno difieren como porque sus
ideologías también muestran ciertas discrepancias. Es posible examinar
esas diferencias con una lupa y contraponer las experiencias sobre la
base de un determinado criterio, por ejemplo, si llegaron al gobierno
mediante el triunfo en unas elecciones, movilizaciones de mases, una
lucha armada o alguna combinación de lo anterior. Así, Mark Cooper, en
The Nation, considera que Salvador Allende y Fidel Castro son
opuestos, y apoya al primero y denuncia al segundo. Pero esos dos
líderes no pensaban lo mismo. Allende fue siempre un aliado de Cuba y
ayudó a escapar a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana del Che
después de su derrota. Cuba honra a Allende como a un héroe
revolucionario. Lo importante de todos ellos es que encabezaron
rebeliones populares contra las viejas oligarquías que mandaban en sus
países en alianza con el imperialismo estadounidense. Cada quien tiene
su propia historia y se desarrolla dentro de sus propios límites.
Todos han tenido relaciones distintas con “el estado de derecho”.
Pero el “estado de derecho” no puede avalarse inequívocamente sin
preguntarnos primero: “¿Qué derecho?” De ahí que en Brasil, donde el
Partido de los Trabajadores gobierna sólo en coalición, el Movimiento de
los Trabajadores Rurales Sin Tierra hace tomas de tierras en franca
violación de los derechos de propiedad que el gobierno está obligada a
sustentar. En Cuba, la reforma agraria se hizo por ley. En Bolivia,
Ecuador, Venezuela y Honduras, gobiernos progresistas hicieron un
llamado a la redacción de nuevas constituciones y a realizar una
“refundación” de cada uno de esos países sobre la base de combinaciones
de democracia representativa y participativa, para que el estado de
derecho se acercara lo más posible a las demandas de justicia e
igualdad.
Crítica revolucionaria
Como dice la famosa cita de C. Wright Mills en Listen, Yankee!,
“Estoy a favor de la revolución cubana. No me preocupa, sino que me
preocupo por ella y con ella:”
Podemos tomar sus palabras como un principio general. El punto de
partida para examinar una sociedad socialista que surge es un 100% de
solidaridad con la revolución, una apreciación de su significación
histórica mundial y un profundo gozo por sus logros. Ello exige una
defensa incondicional de la revolución contra todos los intentos de
reestablecer la explotación capitalista y el dominio imperialista.
Un 100% de compromiso con la revolución no significa estar de
acuerdo con todas sus decisiones o sentirse satisfecho con todo lo que
sucede en ella, o incluso ni siquiera sentir un total aprecio por todos
sus dirigentes. La crítica es una parte integral del compromiso
revolucionario, y la disposición a examinar las cosas de manera crítica
debería considerarse uno de los requisitos para ser miembro de las
organizaciones revolucionarias. Pero la crítica de la revolución tiene
como objetivo fundamental la corrección de sus debilidades, No puede
evitarse, pero tampoco debe ser la manera fundamental de participar. El
visitante debe apoyar la revolución, aprender de ella y gozarse con
ella.
La crítica revolucionaria significativa tiene tres prerrequisitos
fundamentales:
La crítica debe surgir de una participación basada en el apoyo. Las
críticas de los visitantes que participan en calidad de aliados y
contribuyen a alcanzar objetivos compartidos pueden ser útiles y
bienvenidas. Hay que recordar dos cosas: es la revolución de ellos,
emprendida por personas muy parecidas a nosotros que enfrentan tareas
que nadie está nunca totalmente preparado para enfrentar, y que son
víctimas de una hostilidad crónica y de dificultades y frustraciones
inmediatas y cotidianas. Contemplamos sus esfuerzos con admiración,
simpatía y amor. Pero hay que recordar a la vez que también es nuestra
revolución, ya que forma parte de un proceso global en el que todos
tenemos cosas en juego, obligaciones y derechos.
La crítica tiene que estar basada en el conocimiento y en la comprensión
del lugar y el momento. El primer elemento de la comprensión es el
conocimiento de la historia y la cultura del país, de dónde viene, qué
tratar de lograr, cuáles son sus obstáculos fundamentales. Tenemos que
saber si lo que vemos es un rezago del pasado, un avance parcial, una
concesión a fuerzas retrógradas o un problema no detectado. Y si se
trata de una concesión, ¿se le reconoce como tal o se la exhibe como un
socialismo creativo? Es importante conocer los contextos de cada
decisión. La crítica tiene que basarse en las realidades sociales,
históricas e intelectuales de un país, de modo que las observaciones se
puedan ubicar en su contexto y los tontos y arrogantes errores
producidos por la ignorancia logren evitarse. Mientras más profundos
sean el conocimiento y la comprensión en simpatía, mientras mayor sea la
capacidad para distinguir entre el desarrollo socialista a largo plazo y
los zigzags de la fortuna, más precisa y útil será la crítica.
La crítica tiene que nutrirse de la teoría para evitar que nos abrume lo
inmediato, aunque sin ser indiferentes a ello. La experiencia cubana
nos permitirá ver con más escepticismo las consignas de la democracia
liberal, no para arrasar con ellas, sino para apreciarlas en su relativa
validez y su limitación última. Contribuir a ubicar el socialismo
incipiente en el contexto de la historia mundial y la sobrevivencia de
nuestra especie, viendo tanto la continuidad como la discontinuidad de
nuestra evolución social, también nutrirá nuestras propias luchas en
nuestro país.
Bon voyage!
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