Slendernesss is in Fashion
By Anubis Galardy
Special envoy/Bogotá cultura@prensa-latina.cu 
Undated, but downloaded November 15, 2005

CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann

Losing weight has become a fashion all over the planet. Even in Third World countries, where feeding for survival is a daily ordeal, the eagerness to lose weight is now an imported trend embraced with pleasure by those who do not need to struggle to find their daily sustenance.

The pattern came in from the North with European winds, and the ideal model is a languid and slender silhouette with elegantly marked bones. Anorexic women sculpted by fashion designers as hangers to show off their catwalk collections.

From West to East in all five continents, low fat recipes proliferate. There are some people who even bring scales to their tables to weigh their food intake. The pleasure of eating is lost and even vegetables become squalid leafs devoid of all flavor.

Almost everywhere there are scores of restaurants with menus listing low-calorie and sugar-free dishes. But sometimes, a look at the next table is enough to postpone once again the decision to start dieting.

Those who dream of extreme slimness spend their lives exchanging miracle remedies that promise to evaporate excess kilos without much sacrifice – wishful thinking, as the song by Pablo Milanés goes. They organize meetings to check and follow up their progress, but frequently these meetings serve to violate the rules and satisfy a secret craving, “just this once”.

There are some who claim that they suffer from hypoglycemia, a self-made excuse that allows for breaking the ban on sweets, on forbidden ice creams and on all those delights from a past time before they decided to move two sizes down.

In Colombia, for example, to be thin is compulsory. Men and women watch their weight with equal zeal and wage war to fat centimeter by centimeter. X size clothes are scarce. Women rest at ease with their beauty reputation and men show their impeccable chests and iron muscles. Absolutely nobody wishes to have as they age the rotund bellies that long gone civilizations used to call the “curve of happiness”.

To avoid temptation, many women do not enter the kitchen. They stuff themselves with low-calorie cereals and herbal teas, like the diuretic Jamaican brew, that help them eliminate body fluids and erase memories of delights such as the famous ajiaco santafereño [typical soup dish from Santa Fe] thick and tasty, with three types of potatoes, corn, and a handful of capers. Served with rice -- white and aromatic --, and with succulent avocado slices.

They also strive to erase memories of various breads with multiple shapes and flavors -- as in Mexico; of pasta, of sauces, of fried bits with their promising and enticing aromas. Some say that this kind of life is not life at all and hope to reach that venerable age when a beautiful body is not so important and eating to their hearts content is again possible.

To avoid culinary excesses is good for your health. However, diets have become iron armors that many times reveal visible signs of inner anguish. Some people complain of insomnia or of having lost their joie de vivre and even their lust for love. For these, a slender body and elegantly marked bones have little use when all fire is gone and there is no passion.



[Undated, but downloaded November 15, 2005]


La delgadez está de moda

http://www.plenglish.com/article.asp?ID={44646AE8-
C0D1-4A6A-A682-37EE7AFA4D71}&language=ES

Por Anubis Galardy, Enviada espcial/Bogotá
cultura@prensa-latina.cu 

Bajar de peso se ha convertido en una moda que estremece el planeta y, aun en aquellos países del tercer mundo donde comer simplemente para sobrevivir es una hazaña diaria, el afán de adelgazar ha devenido una consigna importada que abrazan con placer quienes no tienen que desvivir para alimentarse.

El patrón llegó desde el Norte con vientos europeos y el ideal que se ha impuesto es el de una silueta lánguida, de huesos angulosos. Mujeres anoréxicas vistas por los modistos de pasarelas como un perchero en el cual exhibir mejor las prendas de sus colecciones, para que brillen más.

De un extremo a otro de los cinco continentes las recetas se multiplican y hay hasta quienes llevan a la mesa de todos los días una pesa minúscula para contar los gramos que van a consumir, con lo cual el placer de los manjares se pierde e incluso los vegetales se tornan láminas escuálidas sin ningún atractivo tentador.

En casi todas partes abundan los restaurantes que incluyen en sus menús platos con calorías disminuidas y azúcares rebajados o sustituidos por algún edulcorante que engaña al paladar. Pero a veces esa estrategia naufraga cuando algún comensal ansioso echa un vistazo a la mesa vecina y decide postergar la dieta una vez más.

Quienes aspiran a la delgadez extrema, parafraseando la canción de Pablo Milanés, se la pasan intercambiando métodos milagrosos según los cuales los kilogramos se esfuman -vana ilusión- sin sacrificar demasiado los reclamos del apetito. Se organizan reuniones para comprobar los adelantos de cada quien, pero lo más frecuente es que en ellas se violen "por una vez" las medidas extremas y se decida satisfacer algún antojo hasta entonces secreto.

Hay otros que aducen hipoglicemias imaginarias, una excusa creada para sí mismos que les permite transgredir la ley de los dulces vedados, de los helados prohibidos o de esas chucherías ancladas en el recuerdo de una época lejana cuando aun no se había decidido luchar por reducir dos tallas más.

En Colombia, por ejemplo, ser delgado es casi una obligación, las mujeres y los hombres cuidan de sí con el mismo celo, vigilan centímetro a centímetro cualquier amenaza posible de adiposidad. Las ropas para los que padecen exceso de peso escasean. Las mujeres duermen tranquilas sobre su fama de hermosas y los hombres exhiben sus tórax impecables y sus músculos de acero. No hay ninguno que aspire a tener con los años ese abdomen abultado que las civilizaciones de antaño llamaban la "curva de la felicidad".

Para no traicionarse la solución de muchas féminas es no frecuentar la cocina, atiborrarse de cereales bajos en calorías y tisanas como la de Jamaica que ayudan a eliminar fluidos, así como erradicar de sus recuerdos delicias como el famoso ajiaco santafereño (típico de Santa Fe de Bogotá), de caldo espeso y apetitoso, elaborado con papas de tres clases diferentes, maíz, y una lluvia de alcaparras, a discreción. Lo escoltan un plato de arroz blanco aromoso y aguacates servidos en suculentas tajadas.

También se esfuerzan por borrar de la memoria los panes de variedades y sabores múltiples, como en México; las pastas, las salsas, las frituras que desprenden aromas envolventes, abrasadores. No faltan quienes afirman que vivir así no es vivir, y suspiran por llegar a esa edad venerable en que una silueta primorosa no importe tanto y se pueda comer a gusto y hasta la saciedad.

Aunque es bueno para la salud evitar los excesos, las dietas se han vuelto casi una armadura de hierro que muchas veces dejan señales visibles de una especie de tormento interior. Hay quienes se quejan de haber perdido el sueño y la alegría o incluso menguado su capacidad de amar. En este último caso, de poco sirven la esbeltez y los huesos angulosos si en quien los exhibe acaba por apagarse la pasión.