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Ciro Bianchi Ross
Una cubana de ascendencia santiaguera, nacida en Nueva York, fue amante
de Greta Garbo. Lo fue asimismo de Marlene Dietrich e Isadora Duncan,
dos de los nombres más sobresalientes en la larga lista de sus
relaciones amorosas que extendieron sus tentáculos a lo largo y ancho
del estrellato de Hollywood. Mostraba preferencia por las actrices y las
escritoras. Podían ser jóvenes promesas o viejas glorias, como Pola
Negri, la supuesta novia de Rodolfo Valentino. Fueron tormentosos sus
amores con la actriz Eva Le Gallienne, la prometida de Basil Rathbone,
que se hizo célebre por su interpretación de Sherlock Holmes, y solo la
bailarina rusa Tamara Plaronovna Karsavina siguió siendo su amiga una
vez superada la pasión. Era, dicen las que la conocieron, de una
personalidad arrolladora, celosa y posesiva; una mujer que nunca ocultó
sus preferencias sexuales. “No puedes deshacerte de ella tan
tranquilamente; ha tenido a dos de las mujeres más importantes de
Estados Unidos: Greta Garbo y Marlene Dietrich”, escribía la famosa
narradora norteamericana Gertrude Stein a su compatriota la escritora
Anita Loos. Mercedes de Acosta incursionó como diseñadora en el mundo de
la moda; publicó varios poemarios y alguna que otra novela, escribió
para el cine y para el teatro… La fama literaria y artística y el éxito
económico les fueron siempre esquivos. Triunfó en su vida privada. Se
vanagloriaba de poder arrebatarle la mujer a cualquier hombre. Y lo
conseguía. Era un don Juan a la inversa.
En un alarde de fina estrategia, con la Garbo se lanzó a fondo y por un
camino inesperado en el momento en que las presentaron. Años antes,
desde que la vio por primera vez en el vestíbulo de un hotel de
Constantinopla, sintió que aquella mujer, de mirada distante y cuerpo de
diosa, tenía que formar parte de su vida. No sabía quién era a ciencia
cierta. La vio tan distinguida que la tomó por una princesa rusa
exiliada, pero el recepcionista del establecimiento le aclaró que,
aunque desconocía su nombre, se trataba de una actriz sueca. Días
después se reencontraron en la calle y Mercedes volvió a sentirse
turbada por aquellos ojos y no tuvo valor para abordarla.
“Me pesó tener que dejar Constantinopla sin haberle hablado, pero a
veces el destino es más amable de lo que pensamos o quizás es que no
podemos escapar a nuestro destino”, escribía Mercedes muchos años
después de aquellos encuentros fortuitos, porque la suerte no demoraría
en volver a ponerlas frente a frente. Ocurrió en 1931, recién llegada
Mercedes a Hollywood para iniciar su trabajo como guionista de cine. Fue
la actriz ucraniana Salka Viertel, confidente de la Garbo y guionista
de algunas de sus películas, la que insistió para que la sueca la
conociera y terminó presentándolas.
“Cuando nos dimos la mano y me sonrió sentí que la había conocido toda
mi vida; de hecho, en muchas encarnaciones previas”, escribió. La
presentación no daba posibilidades para mucho más, pero fue suficiente
para que Mercedes tuviera un detalle con la Garbo que uniría a ambas
mujeres durante tres décadas. Hizo la actriz un comentario sobre el
hermoso brazalete que lucía la escritora. Mercedes no demoró su
respuesta. Se lo sacó y lo extendió a la Garbo. Le dijo: Lo compré en
Berlín para ti.
AQUÍ YACE EL CORAZÓN
Esa historia la contó Mercedes de Acosta en sus memorias. Las publicó en
Nueva York, en 1960, con el título de Aquí yace el corazón. Un
libro relativamente aséptico, pero apoyado en hechos, que tuvo como
consecuencia que muchas famosas, deseosas de mantener en secreto sus
preferencias sexuales, le retiraran la amistad. Eva Le Gallienne, en
particular, se puso tan furiosa que destruyó todo lo que conservaba como
recuerdo de su antiguo idilio. La Garbo fue menos explosiva, pero le
dijo con todas sus letras que no quería volver a hablarle nunca. No
faltaron los que acusaron a la autora de mentirosa y se comentó que
había inventado esas historias para conseguir la fama. Los especialistas,
sin embargo, no comparten esas opiniones pues muchos de los amoríos
narrados se confirman en cartas privadas y no pocos de ellos fueron en
su momento la comidilla de todos en Hollywood, si bien las productoras
cinematográficas evitaron que llegaran a la prensa para no perjudicar
la reputación y la carrera de actores y actrices. Solo de Greta Garbo,
Mercedes de Acosta donó a un museo de Filadelfia unas 55 cartas, con la
exigencia de que no se publicaran hasta pasados diez años de la muerte
de la actriz.
Esas cartas, para decepción de los que gustan hurgar en sábanas sucias y
más si son de mujeres, dicen menos de lo que se esperaba. Aunque la
Garbo llama a Mercedes “Cariño”, “Pequeña”, “Querido Muchacho”,
“Querido/a Señor/a”… faltan los detalles explícitos de una relación
amorosa, como si la actriz, esquiva hasta la posteridad, estuviese
calculando, dice su biógrafa Karen Swenson, como proteger su intimidad
aún después de muerta. Discreta es también Mercedes de Acosta en su
Aquí yace el corazón. No son pocos los que afirman que Greta fue el
gran amor de su vida. Pero parece extraño que la actriz compartiese ese
sentimiento con igual intensidad. Pasaban semanas de vacaciones aisladas
en parajes remotos de la Sierra Nevada, que eran seguidas por largos
periodos en los que apenas había trato entre ellas y en los que la Garbo
negaba incluso que la conociera. Fue aquella una relación que la sueca
controló a su antojo, y todo transcurrió en ella bajo su voluntad.
Mercedes y Salka, por otra parte, no demorarían en convertirse en
rivales, tanto por el corazón de la actriz como por el privilegio de
escribir sus guiones. A comienzos de la década del 40, Salka gana la
batalla. Mercedes sale del juego y se va a vivir a Nueva York. Allá le
escribirá la Garbo. Pero solo para confiarle algunas tareas, como la de
encargarle unas chinelas o un tinte determinado. Fuego hubo y cenizas
quedaron. Mercedes se va a vivir a París y tiene una nueva novia, Poppy
Kirk. Con discreción y tacto, la Garbo le reprocha entonces al “Querido
Muchacho” el nuevo romance.
Salka Viertel, que eran también, en asuntos amorosos, una estratega de
altura, había hecho una jugada maestra: puso a Mercedes en contacto con
Marlene Dietrich. Marlene y Greta se conocieron en Alemania, en 1925,
cuando - eran los comienzos de sus carreras- asumieron papeles
secundarios en La calle sin alegría, película del
director G. W. Pabst, sobre la prostitución en Viena durante la primera
posguerra. En la cinta, la Garbo, desfallecida por el hambre, cae en
los brazos de Marlene, que la acaricia de tal manera que la escena fue
suprimida en las copias destinadas a la distribución comercial de la
película. Semanas después ambas mujeres vivían un tórrido romance en la
capital alemana.
La sueca se fue a residir y a trabajar a Hollywood y cuando a Marlene
se le presentó la misma oportunidad, ambas negaron conocerse de antes y
apenas se trataron, evitando que se descubriera su pasado. El silencio
hizo crisis cuando el famoso escritor Erich María Remarque, el autor de
Sin novedad en el frente, que sostenía una relación tempestuosa
con Marlene, se enredó con la Garbo. Marlene se enteró del desliz,
estalló en cólera y, presa de los celos, llamó a la sueca arrogante,
egoísta y mujer poco fiable, lo que ahondó más el abismo que las
separaba.
La relación de Mercedes con Marlene no gustó nada a la Garbo. A 1944
corresponde el último poema de amor que la escritora le dedicara, aunque
se dice que vivió enamorada de ella hasta el último día de su vida, en
1968.
QUIERO ESTAR SOLA
Mercedes de Acosta nació el 1ro de marzo de 1893. Su padre, a quien ella
llamaba El Soldado, tuvo que salir de Cuba a causa de sus simpatías por
la independencia. Por parte de madre estaba emparentada con la casa
ducal española de los Alba. Pasó su infancia en una casa enorme, en la
zona más aristocrática de Nueva York, cerca de la de Teddy Roosevelt y
al lado de la del embajador británico. Una casa llena de libros donde,
en un ambiente romántico, convivió con hacendados millonarios, tíos
retorcidos y parientes arruinados. Era la suya una familia proclive a la
depresión y el suicidio. El Soldado terminaría privándose de la vida y
su muerte fue todo un trauma para la niña, mientras que la madre,
decepcionada porque en el nacimiento de Mercedes esperaba a un varón,
insistió en vestirla y tratarla como tal y le dio el nombre de Rafael.
En una ocasión, un vecinito la llamó “mujercita” y Mercedes sufrió un
nuevo trauma al constatar su verdadera condición. Recapacitó su madre
entonces y volvió a llamarla por su nombre.
Conoció a la reina María de Rumania, al escritor francés Anatole France,
al escultor Rodin… El compositor Igor Stravinsky fue su amigo íntimo.
Una de sus hermanas llegaría a ser una importante modelo. Tenía Mercedes
talento para la actuación, pero no se inclinaría hacia la escena.
Una muchacha de su condición social necesitaba contraer matrimonio. A su
madre, preocupada ya tanto por la soltería de la hija como por el dinero
que se le esfumaba, pensó que el pintor Abram Poole, guapo, rico,
famoso y mimado por sus cuatro hermanas, sería un buen partido. A
Mercedes no le desagradó, pero se apresuró a dejar en claro que el
matrimonio no cambiaría su modo de vida y sus predilecciones, de las que
Poole era consciente. Se casó vestida de gris y pasó la noche de bodas
en la casa materna, abrazada a su madre. Se divorciarían en 1935, tras
quince años de matrimonio, cuando la relación de Mercedes con Greta
Garbo estaba en su clímax.
Ansiaba Mercedes escribir guiones. Alguien la recomendó y la productora
KRO la contrató para que acometiese el libreto de una película de Pola
Negri. Hollywood llamaba a su puerta y la oferta de trabajo la acercaba
a Greta Garbo. El comentario de que la sueca no era lesbiana, pero podía
serlo, le hizo suponer que no lo era porque otras habían fallado. Ella
no fallaría. Lo conseguiría si la Garbo le dejaba poner un pie en su
puerta. Existía un inconveniente: Salka Viertel era la guardiana de esa
puerta.
Mercedes de Acosta murió en Nueva York, ignorada y pobre. La sueca la
sobrevivió largamente. En sus diez y seis años en Hollywood, Greta Garbo
filmó 24 películas, catorce de ellas rodadas con sonido. Nunca firmó
autógrafos, asistió a estrenos ni respondió las cartas de sus
admiradores, costumbres que mantuvo luego de su temprano retiro en 1942,
a los 36 años de edad. Su frase “Quiero estar sola” la identificó como
una marca de fábrica; aislamiento que no le impidió ser una
inversionista audaz, capaz de multiplicar con creces su capital, cifrado
en el momento de su muerte, a los 84 años, en 285 millones de dólares,
y que legó a una sobrina como única heredera.
Durante sus últimos años, que pasó en París, sus salidas se limitaban al
parque de Luxemburgo. Se entretenía dando de comer a las palomas y
viendo jugar a los niños. Nunca permitió que la fotografiaran para que
sus admiradores no advirtieran el proceso de la vejez que le deterioraba
el rostro enigmático que fascinó a una época.
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