En Suecia conmemoran
en estos días el centenario de Greta
Garbo con exposiciones de documentos,
fotos, celebraciones en casas de la
cultura, proyecciones de todas sus
películas, difusión por la radio de sus
entrevistas, un sello de correo y
lanzamientos de obras biográficas en la
feria del libro.
Llegó a constituir una leyenda en vida.
En sus dieciséis años en Hollywood hizo
veinticuatro filmes, de ellos fueron
rodados catorce con sonido. La mujer
enigmática, velada, seductora y nebulosa
excitó la curiosidad de sus
contemporáneos.
Garbo no firmaba autógrafos, no concedía
entrevistas, no asistía a los estrenos,
no respondía las cartas de sus fanáticos.
Ese muro impenetrable excitaba la
curiosidad del público y multiplicaba la
cacería infructuosa de la prensa.
Algunos que la conocieron atribuían su
reclusión a un carácter deprimido, a los
abatimientos de una neurótica
desesperada que motivaban su escapatoria
del mundo.
Sin embargo, cuando abandonó su carrera
a la temprana edad de treinta y seis
años continuó cultivando su carácter
insociable y retraído, su famosa frase
?I want to be alone? (quiero estar sola)
se convirtió en una fórmula que la
identificaba, como una marca de fábrica.
Fue sobrenombrada La Divina por su
rostro perfecto, mirada lánguida, ojos
azul-grisáceos, pestañas largas.
El director Billy Wilder afirmaba que su
semblante cambiaba en el celuloide.
Podía ser aburrida durante la filmación,
podía parecer insulsa y anodina ante la
cámara, pero al ver las pruebas de lo
grabado su rostro parecía animarse con
todos los secretos del alma femenina,
súbitamente se vivificaba con una
irradiación transfiguradora. Fue lo que
le ocurrió al empresario Louis B. Mayer,
que se resistía a contratarla,
desconfiando de su calidad histriónica,
pero al ver la luminosidad de su rostro
en la pantalla enseguida le extendió un
contrato exclusivo.
Algunos estiman que sus atributos fueron
hipertrofiados, que la Garbo fue el
centro de un proceso de hipnosis
colectiva y su verdadera aptitud para la
escena era insuficiente. El actor
Anthony Hopkins relató, durante una de
las entrevistas de Actor´s Studio que,
deseando perfeccionar su oficio, le
preguntó a Garbo qué introspección había
realizado en una escena de Reina
Cristina que a él le pareció
especialmente profunda, cómo se había
concentrado para alcanzar tal intensidad
dramática. Garbo le respondió que en
aquel instante en realidad estaba
pensando qué ofrecerían de almuerzo esa
tarde en la cafetería del estudio.
Greta Gustaffson, su verdadero nombre,
nació en Estocolmo en una familia
modesta. Su padre era jornalero y la
madre costurera. A los catorce años
quedó huérfana de padre y se vio
obligada a abandonar sus estudios para
trabajar de ayudante en una barbería.
Más tarde pasó a ser vendedora de
sombreros en una gran tienda de
departamentos pero en breve fue empleada
como modelo y figuró en varios cortos
publicitarios. En 1922 se matriculó como
alumna del Real Teatro Dramático y allí
fue advertida por el director Mauritz
Stiller, quien la usó de protagonista en
su primer filme La saga de Gösta Berling.
CARRERA TRIUNFAL
En 1926 ambos llegaron a Hollywood.
Stiller hizo tres filmes y regresó a
Suecia pero Garbo permaneció y en los
años siguientes se convirtió en una
estrella con sus actuaciones en Reina
Cristina, Anna Karenina, Margarita
Gauthier y Ninotchka. Se unió en una
pareja exitosa con el actor John Gilbert
y sus películas recaudaron ingentes
sumas en la taquilla. Gilbert no pudo
resistir el advenimiento del cine sonoro
por su pobre voz, pero la Garbo sí
poseía graves resonancias que acentuaron
sus atractivos rasgos. Continuó su
carrera triunfal hasta 1942, cuando el
fracaso de su cinta La mujer de dos
caras la hizo retirarse.
Luchino Visconti intentó convencerla
inútilmente para su versión de En busca
del tiempo perdido. Fue nominada en tres
ocasiones al Premio Oscar y en 1954 le
otorgaron la dorada estatuilla por el
conjunto de su obra, pero ella no
asistió a la ceremonia.
Ella solía decir que la pasión, como el
sexo, eran sentimientos vulgares que no
le interesaban. En realidad no era así.
Durante sus años de estudiante en el
Real Teatro Dramático tuvo de pareja a
otra joven actriz, Mimi Pollak. Stiller
fue su descubridor y su amante. Cuando
llegó a Hollywood mantuvo un affaire con
John Gilbert. Conoció a Marlene Dietrich
en Berlín cuando Garbo tenía diecinueve
años y la actriz alemana veintitrés y
vivieron un ardiente amorío que rompió
la Dietrich, sumiendo a Garbo en una
aguda depresión. Más tarde logró lo
insólito, el notorio fotógrafo gay
británico, Cecil Beaton, abandonó
temporalmente su homosexualismo
obstinado para tener una relación con
ella.
Quizás su más exaltada sensualidad la
sostuvo con la escritora de origen
cubano Mercedes de Acosta, que había
sido amante de la bailarina Isadora
Duncan y de Adele Astaire, hermana del
famoso Fred Astaire. El affaire entre
Garbo y Acosta fue el más extenso de su
vida sentimental.
La actriz fue una inversionista astuta y
logró multiplicar su capital: al morir
dejó doscientos ochenta y cinco millones
de dólares que legó a su sobrina. Tras
su retiro vivió en París, donde murió en
1990, y acudía con frecuencia al parque
del Luxemburgo a echar migajas de pan a
las palomas y ver jugar los niños. Nunca
se dejó fotografiar para que su público
no advirtiera el progreso inexorable de
la vejez deteriorando el rostro
enigmático y cautivador que fascinó a
toda una generación.