Como era previsible, el
involucramiento del Departamento de Estado y
del Pentágono en la preparación del golpe de
Estado que destituyó al presidente hondureño
Manuel Zelaya llevó, lógicamente, a ganar
tiempo para llegar a una farsa electoral
organizada y presidida por los golpistas
para perpetuarse en el poder.
Barack Obama reconoció a Zelaya como único
presidente, al igual que la ONU y la OEA,
pero el establishment estadunidense,
los republicanos y la derecha de los
demócratas, Hillary Clinton y su clan, y el
Pentágono, protegieron y salvaguardaron a
los golpistas de Tegucigalpa y reconocen
ahora unas elecciones
que son la
continuidad y la culminación del golpe y
esperan legitimarlo.
Si Estados Unidos hubiese congelado el envío
de las remesas de los hondureños y todos los
bienes de los “ golpistas, y hubiese
retirado todo su apoyo a Honduras, además de
aplicarle un bloqueo como el que perpetra
contra Cuba, Micheletti y su banda no
hubiesen durado ni una semana. Pero los
pedidos de Zelaya a Washington para que
interviniese en favor de la legalidad
pisoteada llegaban a los oídos de los
promotores de siempre de los asesinatos de
presidentes latinoamericanos y de los
promotores de golpes de Estado y dictaduras.
La famosa era Obama
es, en efecto, un
invento de los medios de información pues el
presidente, considerado advenedizo por los
poderes de hecho, no puede modificar la
política imperialista de Estados Unidos con
la que tiene, además, sólo algunas
diferencias tácticas. Es más: el golpe de
Honduras y el apoyo a las seudoelecciones
organizadas por los golpistas se inscriben
en una política que llevó a crear cuatro
bases militares en Panamá y siete en
Colombia, desde las cuales puede agredir a
cualquier país de Sudamérica y a desplegar
la IV Flota en aguas latinoamericanas,
además de reforzar el Plan Mérida y el Plan
Colombia y de preparar la hondurización
de Nicaragua y Paraguay, así como el
hostigamiento militar contra Venezuela.
Aunque los golpistas llenen ahora sus urnas
con votos inexistentes para tratar de
ocultar el boicot y la gran abstención que
se sumarán el 29 de noviembre para hacer que
las elecciones sean nulas, no podrán evitar
que el presidente
fantoche y los
congresistas espurios así elegidos sean
ilegales e ilegítimos, no sólo para los
hondureños sino también para la ONU, la OEA
y buena parte de la opinión pública
internacional (la de derecha considerará
normal
el proceso y miles de millones de
personas, entre otros, los chinos, ni saben
ni sabrán siquiera lo que pasa en Honduras o
dónde queda este país).
Cerrada así la vía de la mediación
internacional y de los recursos
institucionales, sólo queda la de la
extensión y profundización de la resistencia
popular, o sea, la misma vía seguida
anteriormente por bolivianos y ecuatorianos
para derribar al gobierno de la oligarquía y
abrir el camino a una asamblea constituyente
que reorganice el país y garantice los
derechos de los indígenas, los campesinos y
los trabajadores en general. Comprometidos
con el golpismo (o con sus elecciones
fraudulentas) los partidos tradicionales,
sólo queda, como en Bolivia, en Ecuador o en
Venezuela, la unificación de los grupos de
la resistencia popular y los sindicatos
campesinos y obreros clasistas en un
movimiento-partido, amplio y polifacético,
para dirigir la lucha.
La legalidad, la restitución de Zelaya como
presidente, será sin duda bandera principal
del primer momento de la misma, pero la
dinámica de las movilizaciones tenderá a
superar los cálculos y las vacilaciones de
Zelaya, que mira con un ojo las
movilizaciones (que intenta controlar) y con
el otro a un sector del Partido Liberal y al
Departamento de Estado. Lo que decidirá el
futuro de Honduras no será Zelaya sino el
particular zelayismo, cada vez más audaz e
independiente, de quienes se oponen al golpe
gorila.
Éstos –los integrantes del Frente Nacional
de Resistencia contra el Golpe de Estado,
que se apoyan en indígenas y campesinos y
plantean ya la convocatoria de una asamblea
nacional constituyente democrática y
popular– tienen un gran bagaje político.
Sufrieron y resistieron el golpe de Estado
de 1972 y fueron masacrados en 1980, entre
otros por el padre de Zelaya. En 2000
formaron el Bloque Popular y organizaron la
resistencia campesina contra el Tratado de
Libre Comercio y entre ellos tiene gran peso
Vía Campesina, con una trayectoria
internacionalista y radical y el Movimiento
Indígena y Campesino Mesoamericano (Moicam),
así como la Coordinadora Latinoamericana de
Organizaciones del Campo (Cloc). Además, por
el golpe y por la sequía, los campesinos no
han podido sembrar y por la crisis no pueden
emigrar a Estados Unidos; de modo que para
ellos la alternativa es la hambruna o la
lucha.
El apoyo internacional, sobre todo
latinoamericano, a este combate heroico de
los hondureños no sólo ayudará, por tanto, a
prevenir otros golpes anunciados en otros
países sino también a acortar los plazos
para el fortalecimiento de la resistencia y
para abrir una espiral boliviana
(movilizaciones
que expulsan a una dictadura, elecciones
libres, constituyente, nuevas movilizaciones
y elecciones para reorganizar el país).
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Honduras: ¿y ahora qué?
Guillermo Almeyra