Those who won’t go forward will go backward
By Manuel E. Yepe

A CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann.

Not every sector of the U.S. society, nor all U.S. citizens, is frustrated at President Barack Obama’s performance so far or his failure to keep his promises of change.

Small wonder, taking into account that the election of the young and charismatic senator raised hopes on both ends of the U.S. society’s spectrum over something he could not possibly accomplish.


To the elites holding the real power, Barack Obama was a necessary risk to save capitalism and U.S. dominance at home and abroad. They had realized even before George W. Bush’s first term ended that Obama looked as promising as Franklin D. Roosevelt once was to a newly-formed imperialism following the Great Depression.

We must bear in mind that despite widespread hopes worldwide and many experts’ predictions, the conservative right has seen more victories than setbacks under Obama in matters of war policy while still treating him as an adversary. They have managed to considerably neutralize an antiwar movement whose members remain hopeful nonetheless, albeit not without certain reservations, that Obama will keep the promises he made during the presidential race, however long it may take him to do so.

The number of rallies and protest campaigns has decreased, never mind that Iraq remains an occupied country, the death toll in Afghanistan keeps rising and the war, far from decreasing, is now threatening Pakistan. Likewise, the torture center in Guantanamo is still operating under an assortment of pretexts, and the practices of “preemptive detention” and relocation of suspects in other countries are anything but over while every effort is made to hinder any investigation launched into cases of crimes against humanitarian law.


The number of military bases around the world “to fight drug trafficking” is growing rather than decreasing, and troops are withdrawn only when they can be replaced with “security contractors” –mercenaries– in the interests of privatizing all wars of occupation.

A sort of impasse in favor of the new U.S. president is also noticeable in Africa and the Caribbean. Many leaders and citizens from those regions feel committed to their support of Obama’s campaign, by virtue of a very conveniently manipulated racial identity. This has made it possible for the superpower to revive its ties with them, regardless of the Third World’s repeated demands that the president be as good as his word.


At the domestic level, the wealthy have profited more from Obama’s achievements than the middle class and the poor: his huge bailouts for the benefit of banks and insurance companies have put Wall Street’s mind at ease; the acquisition of the car industry with the government’s backing, to protect corporate America from the labor unions has been praised by the owners of that sector. The $800 billion value pack for big business, as well as the mortgage loans to appease discontent among the workers, have definitely paid off.

Obama’s trips to other nations in order to restore old alliances and friendly links destroyed by the 8-year-long Bush administration are to the big companies’ liking, since they mean more investment and a bigger share of those alternative markets.

His promises to make reforms in the health system look fine to the right-wingers as long as they’re nothing more than a few cosmetic changes properly screened by the powerful giants of the pharmaceutical, biotechnological and health insurance companies.

For all the obvious steps Obama has taken to save capitalism and U.S. hegemony, the conservative elements who really call the shots offstage stick by their strategy of keeping the president always on the defensive by allowing, if not promoting, that he is branded as communist and criticized for his slightest criticism of racism.

When he came to the rescue of the banks, many likened him to Lenin and Stalin and warned him they would accuse him of trying to come up with a Union of Socialist American Republics. The governor of Texas threatened to set up a secessionist movement to fight against the U.S. president’s “socialist” economic plan.

Obama puts himself across as a leader committed to the promises that earned him a vote of confidence by most U.S. citizens and the Third World’s hopes of a change of direction in the superpower’s peace efforts, but one whose initiative invariably gives in to the pressures of a conservative right intent on keeping him more worried about defending himself than about making any progress.

September 2009


 

 

   
    QUIEN NO AVANZA RETROCEDE
Por Manuel E. Yepe

No todos los sectores de la sociedad ni todas las personas en Estados Unidos se sienten defraudados por la actuación hasta el presente del Presidente Barack Obama o por el incumplimiento de sus promesas de cambios.

La llegada a la presidencia de los EEUU del joven y carismático Obama auguraba irrealizables ganancias para los dos segmentos extremos de la sociedad norteamericana por lo que no es extraño que así sea.

Para las élites que componen el poder real, permitir a Barack Obama era un riesgo necesario para salvar al capitalismo y la hegemonía de EEUU a escala nacional y también mundial. Apenas concluido el primer mandato de G. W. Bush, comprendieron que una opción como la que representaba Obama podría ser una tabla de salvación comparable a la que encontró el joven imperialismo estadounidense en Franklin D. Roosevelt tras la Gran Depresión.

Y véase que, contra muchas esperanzas de los pueblos y no pocos pronósticos de expertos, la derecha conservadora ha logrado más avances que retrocesos en cuestiones de la política de guerra con la presidencia de Obama, sin que por ello hayan dejado de tratarlo como adversario. Han logrado neutralizar, en buena medida, a los movimientos antibelicistas que, aunque con reservas, se mantienen esperanzados en que las promesas electorales de la campaña de Obama tardarán, pero llegarán. Las movilizaciones y protestas han mermado, pese a que persiste la ocupación en Iraq, se expande la guerra y crecen las bajas en Afganistán y amenaza peligrosamente con abarcar  a Pakistán. Con pretextos diversos sigue funcionando el centro de torturas de Guantánamo y no se ha renunciado a la "detención preventiva", al traslado a otros países de sospechosos y se frena la investigación de los crímenes cometidos por violaciones del derecho humanitario.

Se multiplican, en vez de reducirse, las bases militares en todo el mundo “para combatir el narcotráfico” y solo se retiran soldados cuando pueden ser reemplazados por mercenarios "contratistas de seguridad” en aras de la privatización de las guerras de ocupación.

En África y el Mar Caribe también se ha producido una suerte de impasse a favor del nuevo presidente estadounidense porque a ello se sienten comprometidos los dirigentes y habitantes de muchos países de estas regiones, que le expresaron su solidaridad cuando era candidato, en virtud de una identidad racial explotada convenientemente.

Esto ha permitido a la superpotencia cierta reanimación de sus lazos con ambas regiones pese al incumplimiento de las promesas de cambio que reclaman los países del tercer mundo.

En el plano interno, los logros de la administración de Obama han sido más satisfactorios para los ricos que para la clase media y los pobres.

   El masivo aporte oficial a los bancos y a las empresas aseguradoras ha sido muy  tranquilizador para Wall Street.

La adquisición de la industria automotriz con apoyo del Gobierno para proteger los intereses corporativos contra los de los sindicatos ha sido muy aplaudida por los dueños de la industria.

Para las grandes corporaciones, el paquete de estímulo económico de $800,000 millones y la ayuda hipotecaria destinada a reducir el descontento de los trabajadores, ha asportado dividendos.

Los viajes presidenciales al exterior para tratar de recomponer alianzas y amistades destruidas por los 8 años de administración de G. W. Bush, son gratos a los grandes consorcios transnacionales a los que proporciona mejores condiciones para sus inversiones y las transacciones en mercados alternativos.

Su promesa de reforma del sistema salud parece destinada a ser tolerada por la derecha, siempre que no pase de ser cosmética y bien tamizada mediante su conciliación con las gigantescas corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas, y con las poderosas
compañías aseguradoras de la salud.

No obstante la evidente orientación de Obama a lograr la  salvación del capitalismo y la hegemonía de EEUU, las fuerzas derechistas que se mueven dentro del tablero controlado por el poder real invisible, mantienen la estrategia de promover o permitir que él sea tildado de comunista y censurado por la más mínima crítica que haga al racismo a fin de tenerlo siempre a la defensiva.

Cuando  llamó al rescate de los bancos, lo compararon con Lenin y Stalin, y advirtieron que le acusarían de proponerse una Unión de Repúblicas Socialistas Americanas.  El  gobernador de Texas amenazó con promover un movimiento secesionista para luchar contra el plan  económico "socialista" de Obama.

Obama proyecta hoy la imagen de un líder comprometido con las promesas que le valieron el voto de confianza de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses y sembraron en el tercer mundo la esperanza de un giro de la superpotencia en pro de la paz, pero que cada vez pierde más la iniciativa ante el agresivo cerco en que le mantiene la derecha conservadora para tenerlo más preocupado por su defensa que por avanzar.

Septiembre de 2009.