The pragmatic ‘real power’ of the United States
by Manuel E. Yepe
September 1st, 2009

A CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann

No one can put their finger for sure on who holds the real power in the U.S. –the kind of power elected by none but key to the development of events. The US is a country which has led the world since the downfall of the old western colonial monarchies. Its rulers have been in charge of playing that role. Still less can anyone deny the astute pragmatism shown by thise unknowable elite whenever the great power’s existence has been at stake.

Franklin Delano Roosevelt assumed power at a moment when his nation was going through a very difficult time. Some of his statements even earned him the label of “traitor to his class”. This is conclusive proof of how pragmatic the U.S.’s real power actually is. As life would have it, FDR was the savior of capitalism in the U.S., never mind that he’s still Washington’s least revered ex-president.


Roosevelt laid down a number of principles in his State of the Union Address to Congress on January 6, 1941 that today would cause him to be called a communist, namely:

- Equality of opportunity for youth and for others.

- Jobs for those who can work.

- Security for those who need it.

- The ending of special privileges for the few.

- The preservation of civil liberties for all.

- The enjoyment of the fruit of scientific progress in a wider and constantly rising standard of living.


A president who pioneered these and other no-less advanced ideas in matters of international relations would no doubt put America’s real power at risk.

“When you extract all the wealth out of the colonies, but never put anything back into them, things like education, decent standards of living, minimum health requirements… all you’re doing is storing up the kind of trouble that leads to war”, FDR’s third child Elliott quoted his father as saying, in his book As He Saw It.

It’s clear, however, that those at the pinnacle of power in the U.S. chose to take the risk in order to secure the fresh image FDR provided. The prestige he achieved at home with the “New Deal” program he launched to cope with the economic crisis in 1929-1932, and the political alliances and unusual amount of support that his “Good Neighbor Policy” helped him gain throughout the continent.

The struggle of African Americans for their civil rights jeopardized the country’s integrity and security when heroes as outstanding as Malcolm X and Rev. Martin Luther King, Jr. sprang up. Trends such as Black Power, which in the 1960s brought forth a pre-revolutionary situation, coincided with the need to recruit black soldiers for the Vietnam War. In response, the political establishment made substantial concessions in interracial relations. In the name of national security, the real power successfully neutralized the danger by giving the black population a significant amount of space.

The Cuban Revolution triumphed on a continent crammed with dictators who kowtowed to Washington, but where the ideals of anti-imperialism and social justice were spreading like wildfire. The U.S. tried out unprecedented, albeit useless, projects such as the so-called “alliance for progress” and made a number of readjustments in their methods of rule. These essentially replaced military control with methods of participatory democracy that placed power in the hands of the oligarchies and their parties. There’s no doubt that the extent of such adjustments was decided by the real power, never by the party in government.

That the exchange of ideas within the U.S. society plays a major role in the overall political orientation of the masses is beyond question. Yet, the pressure brought by this struggle hangs over the politicians, go-betweens of sorts, who are assembled in two political parties and who depend on financial contributions to their campaigns by those who also control the media.

A look at the U.S. today suffices to show that under the current extraordinarily complex national and international circumstances, the real power has once again OK’d the election of a different president, who comes carrying a bundle of reforms bound to get widespread domestic and foreign support and to make up for the prevailing hopelessness that George W. Bush’s dreadful government left in its wake.

Obviously, there are other diverse forces acting within this real power who measure risk in a different way. Perhaps this explains the constant incoherence we notice in the development of the governmental policies put forward by Obama, all of them designed to preserve both capitalism and U.S. dominance.


Read or listen to Roosevelt's speech "The Four Freedoms"
http://www.americanrhetoric.com/speeches/fdrthefourfreedoms.htm
   
   

El pragmático poder real estadounidense

1 Septiembre 2009 Haga un comentario

Nadie podría identificar puntualmente quienes integran el poder real en los Estados Unidos. Ese poder que nadie elige pero que es en verdad el que decide el curso de los acontecimientos en la nación que ha sido cabeza del mundo desde el desplome de las monarquías coloniales de occidente que desempeñaron ese papel a cara descubierta de sus soberanos.

Pero tampoco alguien podría negar el sabio pragmatismo que ha exhibido esa incognoscible élite en los momentos de más grave peligro para la existencia de esa gran potencia.

Prueba del pragmatismo del poder real estadounidense fue el hecho de que llegara al gobierno Franklin Delano Roosevelt en un momento de suma gravedad para la nación con pronunciamientos que incluso le valieron el calificativo de “traidor a su clase”. La historia ha demostrado que en realidad FDR fue el salvador del capitalismo en Estados Unidos, no obstante lo cual aún hoy es el ex presidente menos reverenciado en Washington.

La carta económica de derechos presentada por Roosevelt al Congreso el 5 de enero de 1941, fijaba varios principios que hoy lo calificarían como comunista:

Igualdad de oportunidades para jóvenes y demás ciudadanos;

Plazas de trabajo para aquellos que pudieran hacerlo;

Seguridad para quienes la necesitasen;

Fin de los privilegios especiales para unos pocos;

Preservación de las libertades civiles para todos;

Disfrute de los frutos del progreso científico en escala más amplia y elevación constante de los niveles de vida.

Indudablemente, el poder real estadounidense corría un riesgo con un presidente que proclamara estas ideas y otras también muy avanzadas en materia de relaciones internacionales.

“Cuando extraes riquezas de los países coloniales sin aportar a ellos educación, niveles de vida decentes y requerimientos mínimos de salud, todo lo que haces es almacenar problemas que conducen a la guerra”, dijo FDR a Elliott Roosevelt, su tercer hijo, quien lo reveló en su libro “Como él lo vio”.

Pero, sin dudas, la cúspide estadounidense prefirió asumir el peligro en aras de lo que le proporcionó la imagen diferente que le aportaba FDR con el prestigio interno de su programa del “New Deal” con que enfrentó la crisis económica de 1929 a 1932, y su “política del buen vecino” que le propició alianzas políticas e inusitado soporte popular en el continente americano.

Cuando la lucha de los afronorteamericanos por sus derechos civiles puso en peligro la integridad y seguridad del país y surgieron próceres de la talla de Malcolm X y del Reverendo Martin Luther King Jr., así como organizaciones como la del Poder Negro, que dieron cuerpo en los sesenta a una situación pre-revolucionaria que además coincidió con la necesidad de reclutar soldados negros para guerra contra Vietnam, el establishment realizó grandes “concesiones” reformistas en las relaciones interraciales. En aras de la seguridad nacional, el poder real aprobó ceder un significativo número de espacios a los negros que neutralizaron, temporalmente, el peligro.

Cuando triunfa la revolución cubana en un continente cuajado de dictaduras militares serviles a Washington y sobreviene el auge del antiimperialismo y las ideas de justicia social en América Latina, Estados Unidos ensaya inéditos pero inútiles proyectos de “alianzas para el progreso” y sucesivamente experimenta con reajustes que alteran el énfasis en el control delegado en los militares, con los métodos democráticos representativos de control por medio de las oligarquías y sus partidos. Los límites de estos ajustes siempre han estado a cargo del poder real, nunca del partido en el gobierno, según se ha apreciado claramente.

Es incuestionable que el debate de ideas en el seno de la sociedad norteamericana desempeña un papel de importancia en la orientación política general de esa nación, solo que la presión de esas luchas gravita sobre una suerte de intermediarios que son los políticos, organizados en dos partidos y dependientes del respaldo económico a sus campañas por quienes, además, controlan por esa misma vía los medios de información.

En la actualidad norteamericana se aprecia que, una vez más, el poder real, ante una situación de extraordinaria complejidad tanto interna como internacional, ha dado luz verde a la elección de un Presidente diferente, con un programa de reformas capaz de concertar un amplio apoyo popular interno y exterior a fin de contrarrestar en el imaginario popular la desesperanza estimulada  por la debacle dejada por el pésimo gobierno de George W. Bush.

Es obvio que dentro del poder real también actúan fuerzas de diferente modulación y que calculan lo riesgos de diferente manera. Por eso, parece, se notan constantes incoherencias en el desarrollo de las políticas de gobierno proclamadas por Obama, destinadas todas a salvar al capitalismo y la hegemonía estadounidense.